Vivo en el mismo piso desde hace más de cuarenta años y por nada del mundo cambiaría mi hogar por otro. Aquí hay flores todos los días, pies desnudos bailando la vista, arte por todas las paredes, mis libros y paz, mucha paz. Además, es casi la misma casa donde me vi crecer al lado de padres, Ade y Basi, dos mujeres más familia que de carne, por citar únicamente a los que ya no están y estaban habitándola. Desde aquí saldré de un año que se quedó con la buena de Ade, al año de hacerlo el anterior con mi madre, y con un asunto pendiente de aceptación de una voluntad sagrada. Me encanta mi casa, mi sillón al lado del radiador, sobre todo cuando aprieta el frío como lo está haciendo, y la vista tranquila que tengo. Suena el timbre y llega más vida, también así es magnífica, mi casa, la de casi toda la vida.