Cuando merece mucho la pena de cortar y pegar, no hay más remedio que hacerlo para que otros lean lo que se corresponde al decir de uno un placer. El MUNDO ha publicado el sábado la columna de Trapiello que sigue a continuación.
La centuria de actos celebrativos de la Guerra Civil, anunciada por Ese, no podía haber empezado peor. Quien trata de celebrar la muerte de Franco busca resucitarlo, se ha dicho. Y es cierto. Aunque no solo. Decir Franco es decir Guerra Civil, y traerlo de nuevo a la palestra, empeñar otra guerra civil. ¡Pero esto es una barbaridad, un bulo grandísimo!, dirán; ¿quién va a querer otra guerra civil?… Siga leyendo.
El pistoletazo de salida (nunca mejor dicho) lo ha dado una mojiganga de… Querría uno decir de esos insensatos e insensatas alguna cosa buena (estamos en Navidad y al fin al cabo ¡tienen tan pocos años!). Irrumpieron en el Congreso de los Diputados pertrechados para la performance: kit completo de excavar fosas (carretilla, pico, palas y un montón de huesos de pega) y ni una sola neurona en su cerebro. Pero ¿cómo juzgar la pantomima sin pensar en los adultos que la encargaron y pagaron? Daba apuro asistir a esa suma de ignorancia y desvergüenza, pero aún más ver convertido el Congreso en el parvulario de la Joven Guardia Roja.
«Más le hubiera valido a la presidenta Armengol homenajear a los 150 diputados de las Cortes Republicanas asesinados en la Guerra civil. A lo mejor es que prefiere que no se sepa que fueron asesinados más diputados de derechas que de izquierdas», señaló Pedro Corral.
Gran error, amigo Corral: no hubo diputados de derechas asesinados. Lo afirmó una, también en el Congreso en el curso de un «homenaje a las víctimas del Golpe de Estado, la Guerra y la Dictadura». Así lo resumió: «Que no hubo muertos en los dos bandos, que hubo quien mató y quien se defendía. Y eso se tiene que saber, se tiene que saber desde ya». Yo ignoro quién es esa oradora, acaso víctima ella misma de un desorden nervioso (cómo gritaba). Y da igual quien sea. No así la salva de aplausos de la distinguida concurrencia (todos diputados ilustres del bloque que apoya al gobierno y del gobierno mismo).
Tiene sentido, pues, que si solo han matado los de un bando se recuerden únicamente las víctimas de ese bando. Las únicas que merecen su reconocimiento, según el discurso oficial. Las otras ni existieron.
Así lo cree también Antonio Muñoz Molina. Al menos en su artículo «Lobotomía democrática» (El País, 21 de diciembre, 2024) no hay la menor alusión a ellas. Al contrario, se duele de la mezquindad de la democracia española para con las víctimas de la dictadura, y celebra «la buena voluntad, por fin oficial, de la memoria democrática» en honrarlas, al tiempo que denuncia «la dureza de corazón de una derecha a la que no basta con un empeño activo de lobotomía histórica y política, con una indiferencia inhumana hacia el sufrimiento y el heroísmo de quienes se atrevieron…».
Supongo que con esa «indiferencia» se estaba refiriendo a quienes, como Isabel Díaz Ayuso, consideran un despropósito colocar en la antigua Casa de Correos una placa que la señale como sede de la franquista Dirección General de Seguridad (lo que obligaría a poner parecidos rótulos en todas y cada una de las más de 200 checas del Frente Popular, solo en Madrid).
En su día el Comisionado de la Memoria Histórica del Ayuntamiento advirtió a la alcaldesa Carmena que sobre ser una injusticia era una indecencia moral y política recordar únicamente a las víctimas de un bando, escondiéndose en el argumento de que las del otro ya habían sido resarcidas por el régimen de Franco. La tesis de Carmena, negándose a honrarlas, ha preponderado en el oficialismo.
Y de ahí que la pregunta sea más pertinente que nunca: ¿cuál es la razón del borrado de las víctimas del Frente Popular? La respuesta pasa por recordar los dos modos de entender la vida, que vienen de antiguo: quienes justificaban el mal en la idea de «progreso» («la violencia como partera de Historia», en conocida frase) , y quienes, como los viejos krausistas, pensaban que la única manera de erradicar la violencia y progresar era el entendimiento entre los distintos. Y ahí seguimos; unos, tratando de eliminar a los distintos; otros, de convivir con ellos. En la Guerra Civil: comunistas y fascistas, por un lado (resumiéndolo mucho), y por el otro, aquellos beneméritos liberales, con Clara Campoamor o Chaves Nogales, Castillejo, Baroja u Ortega, a la cabeza, devorados en y después de la guerra por uno u otro bando (si acaso no por los dos al mismo tiempo).
Olvidar hoy a las víctimas del Frente Popular significa blanquear, si acaso no exaltar, la República que con una indiferencia inhumana hacia el sufrimiento toleró cuando no propició sus propias masacres, negadas 80 años después por la mujer del otro día en el Congreso y por el gobierno de «progreso» en pleno.
Y ahí es adonde se quiere llegar: a la República que preconizan el Pnv, Bildu, Erc y Junts (el carlismo), los comunistas y la mitad del socialismo actual. Si la Segunda Republica desembocó en una guerra civil, solo una guerra civil, ganada al fin, puede mantener vivo el recuerdo no ya de aquella idealizada república, sino la esperanza de una tercera. No tiene nada de extraño, pues, que Ese, la partera de la Moncloa, dijera el otro día que «este gobierno ha pasado página de lo que sucedió en Cataluña en 2017». No es verdad (dígalo Puigdemont), como tampoco que 1936 y Franco sigan vivos (dígalo pronto la sociedad española en unas elecciones). Y si hay que escoger entre Segunda República y Dictadura, es fácil: Constitución de 1978.