Se fue mi querida Adelina. A las seis menos cuarto de la madrugada del día 14, en esas horas que en un Hospital la noche es más noche todavía, al menos para un paciente consciente o para quien lo acompañe. Se fue tranquila, ayudada por la medicina que marca definitivamente la llegada a la meta final. Observada, eso sí, con inmenso cariño hasta el estertor final, y también con cierta curiosidad por advertir si la Parca asoma de algún modo su presencia para el que se queda. No asoma pero se siente y reclama un último acercamiento físico, apoyar la cabeza sobre el pecho, que corrobore la certeza absoluta. Sí, no hay vida.
Decía que se fue Adelina, pero solo me refería a su presencia corpórea, porque al menos para los que estuvimos tan cerca de ella no se irá nunca, como no se ha ido mi madre querida hace menos de un año. Queda el recuerdo, que forma parte de la propia vida de cada uno, incluso el ejemplo inconsciente de su lucha por una vida digna a pesar de tantas limitaciones de salud y otros problemas. Adelina fue una segunda madre para mí al estar en mi casa antes de mi nacimiento y ya no irse de mi vida en toda la suya; me quitaba el miedo nocturno cuando de pequeño, muy pequeño, me metía en su cama, y de mayor me daba ternura, inmensa ternura. Siempre la sentí a mi lado, como después la sentí al lado de Paloma y mis hijos, que la quisieron tanto como ella los quiso; ¡ah!, y mis nietos mayores, sobre todo el mayor con quien tenía una complicidad única. Adelina querida: jamás, jamás, jamás te olvidaré, jamás te olvidaremos.