El viernes nos sentábamos en las butacas del Auditorio para ver la película documental sobre Adolfo Dominguez. El interés por ver al amigo en escena obligaba a tragarse la chapa de presentaciones varias, actuaciones innecesarias, y todos esos rellenos de Festival que a los que ibamos a ver la peli nos sobraban. Pero comenzó la sesión y Adolfo tal cual desde que lo conozco hasta hoy. Es un personaje que no engaña, transparente como su propia delgadez dice y habla lo que le parece sin que le importe demasiado el qué dirán, y ahí todo mi respeto. Hablo, claro está, desde el afecto que le tengo, pero el documental es serio, desnudando una historia personal que en algunos aspectos familiares recuerda a la película de los Panero, en tecnicolor y salvando sus claras diferencias. Después tomamos el pulso del típico vino que reúne a los elegidos, pues no está a a vista sino en piso inferior que solo los acostumbrados saben que existe. Ahí ya el glamour que se pretende se viene un poco abajo porque están muchos que son los mismos de siempre en una ciudad como la nuestra, que te los puedes encontrar en un acto político o inauguración de feria de muestras, a picar y picar y socializar y socializar. El glamour es teórico más que práctico, pero glamour al fin y al cabo.
Entonces, la acción la pasamos al dolor del día siguiente con un ser querido muy mayor que esta más enfermo que ayer y no sabemos bien si menos que mañana. Hay dolor, del que uno se quiere alejar para no sufrir más, pero entonces no duermo, así que escribo lo que siento y lo que vi. Urgencias del CHUO, que jamás en mi vida vi tan repleta de camillas y sillas, con salas de espera atiborradas de familiares, donde una médico del servicio de Urgencias sale a informar que en el turno de ella llevan vistas a 230 personas y guardan turno otras sesenta. Para cuatro médicos en total. Tocan las nueve, las diez, once, doce, una de la madrugada y dos, hasta que a las tres dan información y ves, al fin, a tu querido y entrañable familiar postrado en la camilla y al que acompañas camino de la habitación donde va a ingresar. El día siguiente te alejas algo conscientemente de que te conviene por salud mental, pero qué equivocación, llega la noche y no duermes, otra espera te ajusta las cuentas, es la conciencia por querer descansar mientras ella, la enferma mujer que dialoga con la muerte sigue postrada en una cama de hospital, donde el dolor de la vida penetra tus entrañas y no te deja dormir pese al déficit de sueño de los últimos días. Mañana será otro día, y ahí, de tu lado ya no me sacará nada más que el otro camino que quieras tomar, querida amiga. Perdón.
Los contrastes de la vida contrastes son, hasta el extremo que del “glamour” al dolor solo hay un paso, una hora, o una decisión.