Están de celebración en la Cibeles de Madrid. Cantidad de personas felices con la selección española de fútbol. Mayor cantidad que cuando en Madrid se celebran títulos cosechados por el Real o Atletico, pues aquí suman ambos, así que son muchos. Pero el acto me resulta imposible de seguir cuando le dan la palabra a los jugadores que, además, están cargados de euforia, porque le dan al balón como auténticos y merecedores campeones pero el latiguillo de las canciones típicas de “campeones, campeones” no las soporto cuando se repiten como loros en sus voces ya afónicas. Por supuesto, me alegro por todos los que cantan con ellos porque lo merecen, claro, pero ¡joder! tampoco el país va a depender de este triunfo, ojalá así fuera, aunque mucho me temo que tras el disfrute de ver ondear la bandera española por todos los sitios, incluidos los más díscolos, seguirán con el toma y daca egoísta para llevar la mejor parte del reparto autonómico los que todos sabemos, con la connivencia de un partido de gobierno que traga con tal de seguir en la pomada. Aquí sí que no somos todos iguales. De momento, sí han metido un gol con el “españoles, españoles” y la ausencia de traductores, pero sólo de momento; mañana será otro día y veremos.