Es una satisfacción participar esta crítica de JoseMaría Carabante que hoy mismo publica ACEPRENSA DIGITAL. Ni que decir tiene que se agradece, porque comprobar que libros como “El deseo de comprender” interesan verdaderamente nos anima a seguir haciendo más y más libros de interés para buenos lectores. A continuación, leamos:
Estemos o no de acuerdo en que hoy se lee menos, lo que parece claro es que se lee peor. Da igual, en este sentido, quién –o qué– tenga la culpa, y tampoco hay que devanarse los sesos para acertar con las soluciones. Lo más eficaz suele ser el ejemplo. Por eso, una sociedad en que los niños no leen es una sociedad en que tampoco los adultos –por mucho que digan– abren asiduamente las tapas de un volumen.
Luis Daniel González, crítico literario y, sobre todo, lector empedernido, nos ofrece un suculento ensayo que va al grano y busca atajar la mediocridad lectora que agosta al individuo de hoy. En lugar de elucubrar sobre la crisis del libro, anima a padres y educadores, en general, a no cejar en el empeño, moviéndoles a la insistencia. No aconseja ponerse en modo sargento, apagar la tele, requisar los móviles y vigilar durante un tiempo estipulado que se está con un cuento en el regazo; su receta es más sencilla, más realista y, especialmente, más optimista, pues como enamorado de la literatura, cree que quien descubra el placer de la página impresa ya no podrá jamás dejarlo.
Dicho de otro modo: con los libros sucede lo mismo que con lo sabores. Si alguien prefiere la comida basura es porque no ha probado los suculentos manjares de un chef Michelin. El único inconveniente es que llegar a Homero o degustar a Cervantes requiere, primero, atravesar un proceso de depuración y, después, educar nuestra sensibilidad, igual que para gustar de un buen vino tras años bebiendo garrafón.
El acierto de El deseo de comprender, en el que González descifra las claves de gigantes de la cultura como los citados, y también Virgilio, Dante o Shakespeare, es que no resulta abstruso ni académico. Son páginas escritas desde la pasión, desde la experiencia, pero también fruto de una profunda sabiduría y reflexión. El objetivo es suministrar a quienes se dedican a promocionar la lectura razones para convencer a su auditorio.
El análisis de autores y obras es inteligente y da en el clavo, pues justamente pone al alcance de todos la sutil maravilla de los clásicos. González ha leído, claro, a estos últimos profundamente, así como a esos otros, también clásicos, que han ahondado en ellos, como pone de manifiesto la vastísima bibliografía empleada.
Acaso se piense que es mejor la experiencia directa: saltar al ruedo y torear, sin más preámbulos, con la Odisea o el Quijote. Y así es. Pero como el clásico es carne de relecturas, este ensayo tan pensado y directo de González puede ayudar a solazarse en páginas inolvidables tras el primer chapuzón. Lo mejor, a mi juicio, la introducción, pues constituye una auténtica teoría de la literatura e indica lo que muchos pensamos: que leer es la cura más adecuada para nuestras dolencias, tanto para aquellas que han dado la cara como para esas más preocupantes y subrepticias, como las espirituales.