Estábamos esta mañana tan tranquilos, como solemos estar todos los días en este Café de elcercano los que lo habitamos (la música de jazz mezclada con la luz tenue entre suelo y paredes de madera, siempre noble y siempre bella cuánto más vieja, propicia una calma como una isla en plena tormenta oceánica) cuando aparece una mujer que se me acerca para pedirme solidaridad con una causa. Me la cuenta, la causa, y me deja papeles para que firmen por ella los que quieran. La verdad es que había leido algo sobre el tema, pero no lo suficiente para tener fijado absolutamente mi criterio al respecto. Da igual. La cosa huele mal, porque se trata de una macro celulosa, la más grande de Europa, afectando el proyecto a una superficie de 360 ha. nada menos; huele peor si la eucaliptización precisa de 4.000 ha. al año que por quince años que tarda en crecer extiende su amplio territorio a 60.000 ha. con un consumo de agua como para dejarnos secos un año que venga la climatología con menos lluvia que este. Todo aquí al lado, en Palas de Rei, por donde pasa el camino a Santiago, pero, todavía peor, en todo el entorno de O Noso Camiño, o Pelerinaxes, este camino que va de Ourense a San Andrés de Teixido y del que hemos escrito libro. Si además te dicen que habrá una Chimenea de 75 metros, te acojona pensar que en lugar del Monte Faro sea ésta la referencia del paisaje. ¡Ay, Dios!, si resucitaran los NÓS que anduvieron este camino, la pluma de Risco espantaría más que en la ocasión que un caballista la confundió con una pistola en Buciños. Que si también te cuentan sobre los Next Generation, o multinacionales, o asesores internacionales de la talla de Pepiño Blanco o Alonso (socialistas y populares que montaron empresa juntos para, para, para… ¿fundar monasterios?; seguramente), unanimidad en el Parlamento Gallego, ¡uf!; no es que nos opongamos al progreso, quiá, sino que somos muy gallegos en aquello de la desconfianza. Este rural de interior merece mucho más la pena de una inversión menor pero mucho más sostenida a fin de crear infraestructura económica que nos de vida, fijando población, y no chupando la sangre, perdón, el agua de nuestra tierra.
Pero a lo que iba en el título de esta entrada, que nos juzgaron “progresistas”, por ello nos pedían el favor de recabar firmas, y el amigo que tenía a mi lado, según me contó cuando la mujer marchó, estuvo a punto de preguntarle si solo podían firmar progresistas la carta de oposición al proyecto celuloso. Esto de lo progresista y progre, me lo conozco de cuando yo jugué a serlo un tiempo de Facultad de Periodismo y Madrid callejero. Con mi amigo Manolo sobre todo, pero también con otros progres que iban de artistas y eran hijos de contratistas que aún hoy viven de la sopa boba, de la herencia del currante que lo mantuvo toda la vida, yo mismo estudiando en piso de mucha movida madrileña pagado por papá que además me giraba para comer todo el mes y con propina para el ocio. No me arrepiento, aunque quizás un poco sí porque era progre pijo, o progre idiota, por malgastar la oportunidad de formarme mucho más y se un buen profesional de la información. Muchas risas sí, con la barba sin remojar todavía, como si la vida fuera una fiesta continua y en plenitud juvenil, pero sin corresponder a la obligación mínima que compensase el esfuerzo de papá. Ni progresista ni leches, y, menos, facha, como me tildaron tantas veces otros imbéciles simplemente porque ligaba más que ellos o tenía más pasta. Que adjetiven tan gratuitamente es una pena porque así seguiremos con los bandos pese a estar en la defensa de la misma causa.
Nota.- En la foto adjunta, el progre Moncho con su amigo Manolo, también progre, en los años setenta.