Un tiarrón alto y fuerte, se pronto, a la vuelta de una marcha se desplomó en la arena, cayendo muerto. Ja, y yo y usted, y todos los que observamos en su día como se retorcía en un avión del veneno que le habían metido en el cuerpo los putineros que los parió, nos lo creemos. Este tipo fue un héroe, porque hay que ver como superado este trance vital en un hospital alemán, tuvo los arrestos de presentarse en Rusia para que recién pasada la frontera le pusieran las esposas que ya no lo dejaron vivir en libertad más. Por su propia voluntad se entregó, para evidenciar quien está al frente de la gran Rusia, este desalmado cuya cara ya indica la frialdad de empuñar la muerte como si fuera una aceituna que se come en el aperitivo. Pero, el imperturbable Putin algo de miedo le debía guardar a Navalni para echarlo muy lejos de él, en el Polo Ártico donde no se ve el día y donde está la cárcel que alegra a los presos con duchas al aire libre con temperaturas que congelan a cualquiera. Tiempo de elecciones próximas, el mes de marzo a la esquina, no las debe tener todas consigo el gran dictador y, por si acaso, se saca de encima a su principal opositor. Con la muerte de Navalni parece extenderse el libro de Manuel Florentín, sobre censura, represión, muerte, bajo el comunismo, que es terrible lo que cuenta y aunque aquí Navalni no fuera escritor ni artista, bien podría ser el último protagonista del libro, último por ahora. Descanse en paz este luchador por la libertad hasta la muerte final.
D.E.P., NAVALNI
Comparte esta noticia:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email
Imprimir