Bendito sea entre todos los ruidos éste que hace el mar cuando golpea las rocas de la playa. Es hipnótico y da sosiego, pero sobre todo tapa su ruido a ese otros de la política, que chirría y chirría hasta hacerse acúfeno para el ánimo y las ganas de vivir. Por qué tiene que haber campañas electorales a estas alturas de la película que ya hemos visto todos una y mil veces, ese tiempo donde desfilan por la puerta de casa políticos, y más políticos, a quienes le importamos un carajo todo el año, o cada dos o tres según coincidan elecciones municipales, autonómicas, generales o europeas, ahora pasando cual desfile de hipócritas recalcitrantes que venden su género como si fuera España, Galicia, Europa, una auténtica feria donde compramos y vendemos lo que haga falta. Ahora, a menos de una semana del día que tenemos que votar, la cosa se vuelve loca y tiran con obuses para destrozar cualquier posibilidad de contrario. La mentira, o el ardid, la burla o la engañifa, todo vale con tal de ganar la elección. Por un lado se descubren actuaciones indignas como la de haber pensado siquiera 24 horas en una amnistía un partido que la negó como Pedro a Cristo varias veces; por otro, el hipócrita oficial que tiene las narices de presentarse a una fiesta goyesca el mismo día que tenía que estar de duelo amén de destituir a un presunto responsable de que aconteciera la causa del mismo; más allá, tan hiócrita es el que esconde intencionadamente por rédito electoral sus alianzas con el Bildu de los terroristas y Borroka, y así se sumarían a este circo de despropósitos los demás, pues el nivel caído del político es peor todavía que el del ángel caído. Hasta las narices de todos ellos, porque al final lo que hacen es el juego para seguir viviendo como dios, precisamente ellos, y a los demás porrazos cual agricultores. Menos mal que siempre nos quedará el mar, con su agua anegando la mentira que se acerque a la orilla mientra suena esa músic celestial que es terrena.