Javier y Rosa se jubilan y está la peña compungida porque los vamos a echar mucho de menos. Claro, es ahora, al faltar, cuando nos daremos cuenta de otro servicio que hace el pequeño comercio en cualquier calle o barrio, además del propio de la actividad comercial, el de cubrir la necesidad de conversar cualquier vecino que se allega a ello, o el intrínseco de vigilancia de cualquier movimiento extraño o sospechoso de que algo malo puede pasar. Por supuesto, si a ello le añadimos el carácter bondadoso de las personas que mantienen su kiosko abierto, la cosa la pintan rosa, el lugar donde se encuentran resulta cual poste al que sujetarse en un momento de desnorte. Llevaban cuarenta años levantándose antes de que saliera el sol y estaban colocando su mercancía antes también de que abrieran las calles. Después reparto por bares y cafés del barrio donde la prensa es un factor indispensable para que tengan clientes de café con leche y diario. Durante muchos años, mañana y tarde, después ya decidieron cerrar por las tardes para detener un poco el paso de la vida sin enterarse de que había otra más allá de sus veinte metros cuadrados de local a la calle estrecha, donde el solo no entra ni de soslayo. Siempre, ella con una sonrisa y él con su bonhomía, por lo que no engañaba a nadie con su gesto o ademán de hombre duro.
Javier y Rosa se jubilan y nos alegramos mucho de ello, solo les podemos desear mucha salud para que puedan disfrutar del tiempo libre ganado con esfuerzo y a pulso.