Luces, colores, a ver quien lo tiene más largo, cuántos más turistas mejor; esta es el nuevo espíritu navideño que realmente ya no es nuevo, porque lleva ya unos años esta carrera de llenar calles y carreteras porque somos los más guais. Lo de Vigo a mí me parece un horror. No tener sitio para aparcar y tener que dejar el coche en Samil, nada menos, y según sugiere el alcalde, es algo que me supera; ni siquiera para ir en verano a esa playa hay los atascos que se dan ahora. Claro está que pocos de los que se meten en el lío habrán leído el cuento de Cortázar titulado “La autopista del Sur”, con su embotellamiento de varios días, como para angustiarse un poco anticipadamente y que no le pille por sorpresa la sensación de no avanzar y sí quedarse un buen tiempo en el cubículo de ruedas. A cualquier cosa se le da la vuelta, tan fácilmente como un calcetín, con tal de más circus para el pueblo; ni que decir tiene que el espíritu navideño no puede darse en noviembre, si es que se celebra verdaderamente la Navidad, ni es conveniente, porque, nos imaginamos comiendo polvorones mes y medio y salimos rodando y reventando la sanidad pública con infartos por sobrepeso. Es patético, desde mi punto de vista, este afán de querer vivir contaminados lumínicamente y por ruidos,porque hay que ver también como los watios se ajustan a volumen para que hasta encerrado en el water de tu casa escuches lo que te tiene que deci la sociedad. Como laxante no está mal, porque da ganas de cagar, pero para convivir más de un mes con el mismo tono y empujones, eso ya es otro cantar. Me apiado de los vecinos de Vigo que tienen que soportar esta locura infernal, y me pregunto si todos los que acuden a inflar este globo de felicidad tuvieran que soportar sus inconvenientes en su misma calle justo al lado de su hogar se mostrarían igual de contentos que cuando ahora van.
El contraste, mal que les pese a los de ruido y luz a todo coste energético, lo podemos ver muy cerca, en Allariz, donde decoran el pueblo con sentido y sin presupuesto excesivo, arrimando el hombro los vecinos que disfrutan de adornar sus calles de la mejor manera; por supuesto, sin el árbol de cuarenta metros o un kilómetro de alto. Yo no iré a Vigo en Navidad, como ya hice -mejor dicho, no hice- el año pasado, pues me parece insoportable. Al menos no iré a la hora de las luces.