LA CONJURA DE LOS CÍNICOS
«Debemos recordar que hay una desobediencia debida que prohíbe doblegarse ante una legalidad fraudulenta basada en la patente ilegitimidad que quiebra el Estado de derecho»
Evoco con nitidez la escena de una comedia americana de hace muchos años, cuyo nombre no recuerdo. El gran Walter Matthau está en la cama, gratamente acompañado por una rubia oronda y muy cariñosa. De pronto en la puerta del dormitorio aparece la esposa engañada, reprochándole a gritos su conducta infame. Él se incorpora con aire asombrado: «Pero…¿qué pasa, cariño? ¿Por qué estás tan nerviosa? ¿Una rubia? ¿Qué rubia? Yo no veo ninguna rubia…¿No lo habrás soñado?». Entre tanto, la rubia en cuestión salta de la cama, recoge su ropa desperdigada, y se la va poniendo como puede mientras se apresura hacia la salida. La indignada esposa sigue alborotando y entre tanto su marido palmea el colchón como si buscara algo, diciendo: «¿Ves, cielo? Aquí no hay nadie».
Ese cinismo supremo que niega lo mas evidente confía en que esa misma desmesura acabará por hacerlo asumible. La mujer de Matthau aceptará finalmente que ha soñado o por lo menos que no había rubia en la habitación y que su marido dormía castamente solo. La total desvergüenza cínica no es desde luego moralmente elogiable pero si se lleva hasta el final puede dar resultado práctico. Por lo menos si se tienen las dotes histriónicas de Walter Matthau. Recordemos que «hipócrita» viene de la palabra griega para designar al actor. Ahora oímos decir que estamos gobernados por un mentiroso sin costuras, que suelta trolas cada vez mas gordas sin alterarse ni parpadear.
Pero yo creo que la palabra adecuada para calificar a este enemigo de la verdad y la decencia (y por tanto del buen gobierno) es cínico. Según el diccionario de la RAE, cínico, dicho de una persona, significa que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas. Bueno, pues ahí estamos con Pedro Sánchez. Pero distingamos que cínico no es igual a mentiroso, sino peor. El mentiroso quiere engañar, es decir colar algo falso por verdadero, como quien paga con un billete trucado haciendo creer que es de curso legal. Compromete su intercambio con el otro pero no niega el valor de lo verdadero, al contrario: su estafa consiste en fingir que eso es lo que ofrece. Aprecia tanto lo auténtico que lo imita para enriquecerse. El cínico ni siquiera pretende reconocer el valor de la verdad: engaña con tanto descaro que le da un poco lo mismo ser descubierto o no. Lo que quiere demostrar con su desparpajo es que a fin de cuentas da igual lo auténtico que lo trucado. Desprecia la importancia de lo real porque sólo cuenta lo que le viene bien en ese momento. Ese menosprecio de la realidad como algo que podemos desvirtuar a nuestra conveniencia es el peor pecado del cínico, su atentado contra el espíritu racional humano.
«Los asnos cocean con más saña que los caballos, precisamente porque los imitan pero no lo son. Es el caso de todos los diputados socialistas, a una detrás del jefe gracias al cual esperan seguir cobrando su buen sueldo»
El mentiroso hace que los demás vivan entre ilusiones y falsificaciones pero creyendo que están en lo real; el cínico les convence de que «en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira», como poetizó don Ramón de Campoamor. Engañadas, las víctimas del mentiroso repiten las mentiras con las que han sido atrapadas creyendo que son verdad: dicen cosas falsas involuntariamente, estafan con buena fe, sin deseo de apartar al otro de la verdad que ambos aprecian. Los mentirosos difunden concienzudamente el error pero no tienen prosélitos sino víctimas. En cambio, los cínicos pervierten casi hipnóticamente a quienes les escuchan, conquistan imitadores. Sus seguidores repiten lo que saben que es falso pero les beneficia, con la vil autosatisfacción de quien ha aprendido a ponerse por encima de un prejuicio común. Como preguntaba ufano Patxi López, cínico por imitación (él carece de talento ni siquiera para ser cínico por cuenta propia): «¿A ti que más te da?».
El cinismo es un virus contagioso, crea detrás del Cínico Mayor una recua de cínicos por adaptación al medio, cínicos colaterales y sobrevenidos pero a veces mas entusiastas -en defensa de su provecho que saben inmerecido- que el propio jefe. Es probable que los asnos coceen con más saña que los caballos, precisamente porque los imitan pero no lo son. Es el caso de todos los diputados socialistas, a una detrás del jefe gracias al cual esperan seguir cobrando su buen sueldo y disimulando su perfecta incompetencia y chocante falta de preparación.
En la República Dominicana, durante la inacabable presidencia de Balaguer, hubo un partido gubernamental llamado «Lo que diga Balaguer», del que por lo menos hay que celebrar su falta de hipocresía política. En España deberíamos borrar las innecesarias y mancilladas siglas del PSOE y sustituirlas por otras, LQDS, «Lo que diga Sánchez», que coinciden mucho mas con el interesado aborregamiento de los electos del partido y la desinteresada mansedumbre de su piara de votantes. Lo de estos últimos, por cierto, es de traca: si se les pregunta por qué votan a Sánchez, dirán que es para que no llegue al gobierno la derecha, y si inquirimos qué temen de la derecha aseguran que recortaría sus derechos. ¡Y por eso votan a quien se alía con los que recortan drásticamente la soberanía de los ciudadanos, con el que establece una fiscalidad desigual según no ya territorios sino afinidades ideológicas, el que permite que gobiernen quienes impiden que se estudie en castellano en buena parte del territorio nacional vulnerando los derechos de miles y miles de niños! Reconozco que esto ya no puede llamarse cinismo, es cretinismo puro y simple, un morbo, ay, mucho más extendido.
Ni liberalismo ni socialismo ni comunismo ni nacionalismo: vivimos en el reino del cinismo, que adopta la máscara de una u otra ideología según le convenga. ¿Estamos en una situación irremediable? Los que dicen que no hay más remedio que acatar lo legal y obedecer, porque hay líneas rojas que no se pueden traspasar, también son cínicos, aunque tal vez no lo sepan. Lo mismo que tanto se ha hablado de «la obediencia debida», invocada habitualmente para justificar alguna atrocidad, debemos ahora recordar que hay también una «desobediencia debida» que prohíbe doblegarse ante una legalidad fraudulenta basada en la patente ilegitimidad que quiebra el Estado de derecho. Ante la conspiración de los cínicos la osadía de la lealtad a lo constitucionalmente verdadero.