Le cojo prestada para la página este dibujo de Pablo Trapallheiro porque el otoño se mete por los ojos como el frío entra por la piel dejando sentirse en los huesos. Antes no ocurría, no el frío otoñal sino el frío en casa por falta de calefacción, que ahora no ponen los presidentes de la Comunidad de vecinos porque el gasoleo está por las nubes y no hay derrama que se oponga a la ruina. No deja de hacer un poco de gracia observar a la par que sentimos algo de frío el tiempo de lluvias otoñal que nos pone en el mismo sitio de toda la vida, en la estación que sigue al verano haciendo su trabajo natural, llenando pantanos que el calor y clima seco del verano dejaron exhaustos, secos y casi muertos. Como casi siempre, de ahi que las bolas que nos meten respecto a la culpa humana de un cambio climatológico que asocian sospechosamente para los demás con su negocio milmillonario de grandes molinos de viento, amén de parques solares. Llega el otoño y asola la teoría a base de agua cual si fuera un fuego, que, por cierto, ante la misma alarma atribuida al cambio climático, hay que decir alto y claro que son debidos a otra mano humana, la de la mala baba de los incendiarios, pirómanos y golfos ecológicos, que destruyen nuestros bosques y vegetación simplemente porque son hijos de mala madre, o hijos de puta, mejor dicho. Me gusta el otoño, es la estación en que nací, paseo más incómodo por las calles mojadas pero más alegre por las terrazas que dejan de estar y suelen ser obstáculos a mi mejor vista. Me gusta porque soy un enamorado de los interiores bonitos, que solo se visitan si el sol no aparece. Viva el otoño, coño, y soy poeta porque me peta. Ahora me voy a dormir porque hoy no tengo nada que contar al margen de lo que si lo cuento me corren a gorrazos, y hoy no me apetece. Mañana, Dios dirá.
Otoño
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