Los ruidos excesivos me resultan insoportables. Ruidos de todo tipo: de coches, camiones de basura, obras en la calle, fiestas con orquestas a todo vatio, de algarabía propia de ahítas terrazas, paradójicamente concurridas de personas que en su casa no soportan escuchar ni una mosca del vecino, ruidos de juventud que va bebiendo la noche a tragos que suben al mismo tiempo la euforia de voces insoportables, todos ruidos molestos, sobre todo para quienes viven su vida apaciblemente en casa. Esto de los ruidos me lo trajo aquí la crónica de mi sobrina Eva, que recogía la queja de los vecinos coruñeses de Orzán ante la falta de control nocturno que provoca tanto ruido que ellos no descansan, lamentablemente. Aquí, en Ourense, también nos llega. Ya sabemos que es muy popular contentar a la masa que vive para divertirse, los más, pero debemos encontrar un equilibrio y buscar lugares que, como en su día se postuló con los insoportables botellones, puedan atraer a la farándula para no quebrar ningún derecho del prójimo, como el derecho básico al descanso.