Querido Carlos, te conocía desde que eras niño, bien pequeño, cuando vivías en Benito Corbal, en casa de tus entrañables abuelos, a quienes recuerdo absolutamente, Benigno y Maruja, ella hermana de Elisa, la mujer que cuidó y acompañó a mi abuela Trini toda la vida. Entrañable familia. No había día que parándome a saludarte en la calle cuando tocabas tu guitarra no me preguntaras por cómo estaba mi madre, y al despedirnos siempre, siempre, siempre, me pedías que le diera tu saludo. Porque tú sí que eras entrañable, un tipo bohemio que, por supuesto, contaste con el apoyo de tu madre, también Trina y que vino para Ourense a trabajar en el sanatorio de mi padre. Mira, la música ya la llevabas en ella, en sus genes, pues me contaba mi madre como andaba/bailaba por el sanatorio escuchando la música del aparato de radio que llevaba en el bolsillo. Eran otros tiempos, claro. Bueno, pues nada, se acabó tu paso por aquí y espero y deseo que haya otro paso donde mi padre, tu padrino, te acompañe, y a ser feliz. Los ourensanos de buena fe te echarán de menos porque tu buen ánimo no es el habitual de la ciudad, pero lo importante eres tú, que ya no eres; y la familia íntima que, indudablemente, ha quedado huérfana.
Carlos, otro amigo que ha cruzado la raya de la vida
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