Qué extraño puede parecer llamar amigo a una persona que casi no has conocido, pero es verdad que a través de un tercero se puede llegar a ello y de una forma consciente. Es mi caso con Julio Rivera. Conocí a Julio en Playa América, siendo él casi un niño y yo ya un veterano licenciado de la pubertad, cuando un buen día se acercó a Paloma y a mí para expresarnos su alucine de vernos tan jóvenes y ya con una hija; a él le parecía algo mágico lo nuestro, y a mí me resultó sorprendente y único su acercamiento para transmitirnos su simpatía. Una gran personalidad asomaba. Después no coincidimos más que en otra ocasión puntual, que si bien despertó una mayor simpatía recíproca entre nosotros no bastó para trabar una relación de amistad; entonces, creo, nos faltó tiempo y sobró diferencia de edad. Pero tras la lejanía temporal y espacial con Julio, de vida y muerte nada menos, llegó el bueno de Modesto Álvarez un día para acercarme nuevamente la figura de Julio, por mor de un cálido homenaje que querían tributarle al amigo en elcercano. Así, por ese sentir tan excelso de la amistad que me demostró Modesto con la organización de ese acto hacia Julio, y que tan personalmente comprobé, regresé a donde lo había dejado con el propio Julio, y me acerqué a una amistad pendiente que, sin duda, siento que podía haber sido. Curiosamente, hoy el recuerdo de Julio lo tengo muy asociado al de Modesto, porque fui testigo de ese querer único de uno al otro, y también porque ambos ya están en el mismo plano, donde Dios quiera que se haya encontrado y recuerden a los que han dejado en este valle de lágrimas, hoy más que ayer por ellos. A los amigos Modesto y Julio, y al papel de los terceros.
Moncho Conde-Corbal (20/06/2022)