Ya no son hechos que dejen o no margen a la especulación, no, ya están juzgados y sentenciados por el Tribunal Supremo, que da por probada la trama de los ERE fraudulentos de Andalucía, el mayor caso de corrupción de las últimas décadas en nuestro país y ratifica las condenas a quienes fueran los máximos responsables de la Junta de Andalucía.
Personalmente en estos días he compartido la alegría de que saliera absuelto un amigo de un caso financiero donde estaba imputado, a todas luces indebida e injustamente pero que por kafkiano fue enganchado durante cinco años, y ratifiqué internamente como nunca el aserto de que la justicia cuando es lenta deja de ser justicia; en este caso personal, en contra de todo interés para mi amigo que tuvo que sufrir durante cinco años -se dicen pronto pero hay que ver cuántas cosas pueden pasar en un lustro entero- la rabia e impotencia de sentirse imputado amén de embargado en sus bienes.
Pues de la misma manera, pienso que llega tarde esta condena a unos responsables políticos máximos que han emponzoñado todavía más la democracia, hasta ponerla patas arriba, porque parece más que partidista, sistémica, hasta la propia enfermedad.
Ya pueden ir a la cárcel, ya pueden ser denostados por la honestidad, ya pueden ¿devolver la pasta?, ¡Ah, si así fuera!, si así fuera nos daríamos por contentos y satisfechos, incluso con la larga espera, pero ya verán como de eso no hay nada; si no en putas y cazos, en favores y demás golferías, el caso es que aquí no devolverán un duro y eso, además del daño moral, tal como están los tiempos económicos de duros, será una gran putada, no por esperada menos putada.
Que se vayan de la vida pública para siempre, al igual que todos aquellos que están minando nuestra democracia por valerse de sus cargos para enriquecerse ellos mismos.