Fue un fin de semana espléndido de playa. Calor y agua con temperatura idónea para que una nieta, Leive, pueda jugar a sus dos años en la orilla un buen rato sin tener tiritona. Cenar en manga corta recuerda a veranos de cuando era joven, que a nadie se le ocurría salir con el jersey al cuello o atado a la cintura por si refrescaba en la madrugada. Cena con personas amigas en una terraza mirando al mar, de vicio. Pero siempre hay algún idiota tocando las narices por su afán protagonista. El caso es que un señor empezó a gritar Depor, Depor, Depor…, como si la cosa nos interesase al resto de comensales de la misma terraza. Pero ¿qué pasa con el Depor?, le pregunté yo. Mi mesa al lado prácticamente de la suya. La sonrisa de mofa lo delató. Se alegraba de la derrota del Depor que no subía una nueva división. Lo entendí y le pregunté que por qué se alegraba. Otro comensal a su lado, tan tonto como el anterior, quiso increparme, pero la cara de idiota conque lo veía debió acusarla y no insistió en darme explicación. Al menos callaron. ¡Pero es que hay que joderse con los que se alegran con las penas del prójimo!, y aunque solo hablamos de fútbol y a mí me importa jun carajo desde hace tiempo, los protagonistas que quisieron hacerse los chistosos y tirarse el moco con las tres mujeres que les acompañaban de que Panxón es mío, o nuestro, suyo quiero decir, me encorajinaron los suficiente para amargarle el rato por cortarle el rollo. Además, después me contaron, eran unas personas “bien” de Toraya, donde lo privado es más que lo público. Debieron confundirse.
Por lo demás, la playa no estaba desierta ni mucho menos, pero estaba genial. En ella te das cuenta que con muy poco, un bañador, puedes estar mejor en la vida que con el mejor traje del mundo.