Quien ha sido director de este periódico, responsable de la sección de Opinión y firma de referencia, escribe ahora en ‘Abc’. Hablamos con él de su pasado, aunque Cuartango sabe que la memoria es tramposa. Pero qué más da, si lo que somos es justamente nuestra memoria
– Bienvenido de nuevo a EL MUNDO, Pedro.
– [Sonríe]. Gracias, pero yo creo que siempre he estado en EL MUNDO, al menos en espíritu. Son muchos años, empecé en el 92 y me considero, modestamente, parte de la historia del periódico.
- ¿Querría volver?
- No, ya no lo contemplo. El tiempo nunca vuelve, siempre avanza hacia adelante y yo soy consciente de que jamás voy a volver.
Ahí lo tiene, querido lector: primera respuesta y ya fluye el TIEMPO en esta entrevista; se nota que las agujas de esta serie se han parado en Pedro García Cuartango.
“Estoy obsesionado con el tiempo, ya lo sabes”, testifica. “Ahora estaba releyendo Las confesiones de San Agustín, su idea de que el tiempo es en cierta forma una ficción, de que no existe el pasado ni el futuro, sino la memoria, que es lo que da coherencia a nuestra vida”. Y por esa memoria, coherente y tramposa, empezamos a ficcionar.
Pedro García Cuartango nació en Miranda del Ebro, en 1955. Quien ha sido director de este periódico, responsable de la sección de Opinión desde que EL MUNDO tiene uso de razón y firma de referencia del diario, entinta ahora columnas en Abc [y todo lo que le dejan escribir. Circula la broma de que se escribe medio periódico]. Dice que desde los 12 años “tenía muy claro que quería ser periodista”. Y antes de los 12 años también tenía muy claro que quería ser ferroviario.
- ¿Por qué ferroviario?
- Miranda era una ciudad pequeña, un pueblo en el que todavía se distribuían las mercancías con carros tirados por caballos. No existía la televisión, recuerdo jugar mucho en el campo, bañarme en el río… Era una especie de arcadia rural que el tiempo ha contribuido a mitificar. Vivíamos en un piso al lado de la estación. Desde esa casa, mientras mi madre me daba de comer, yo veía salir y entrar los trenes. Me fascinan, llevo en mis venas sangre ferroviaria: mi padre, sus hermanos; mi abuelo, sus hermanos; mis bisabuelos… Todos eran ferroviarios. Mi madre era ama de casa, fue de las primeras mujeres que trabajó en Miranda, en una empresa textil, pero cuando se casó lo dejó y después se dedicó al cuidado de sus cuatro hijos.
- ¿Cómo era esa vida?
- Vivíamos bien, porque mi padre era director del economato de Renfe y, además, era abogado. Éramos una familia de clase media, sin lujos pero ni penalidades, nunca he tenido sensación de carencia, teníamos un nivel de calidad de vida alto para lo que era la época: íbamos al Cantábrico de vacaciones, viajábamos, mi padre se compró un coche… Dentro de los estándares de la España de comienzos de los 60, aquello era clase alta.
- Siempre habla de la infancia con un toque etéreo, bajémosla a la tierra: qué le marcó.
- [No le da muchas vueltas]. La escuela. Estudié en la escuela parroquial de San Nicolás de Bari, allí todos los alumnos éramos monaguillos. Había un profesor extraordinario que me inculcó el amor por el saber, por la lectura. Yo con siete años era una persona muy inquieta intelectualmente, leía mucho, por la influencia del maestro y de mi padre, que quizá era la persona que más libros tenía de Miranda. Vengo de una familia religiosa, mi padre era el jefe de Acción Católica de Miranda, mi madre tenía dos hermanas monjas: yo soy un producto del nacionalcatolicismo, me eduqué hasta los 16 años en misa y rosario diarios.
- En cambio ahora…
- Cuando llegué a la Universidad con 17 años me entró una crisis de fe y desde entonces soy agnóstico. No puedo decir que soy ateo, porque ateo supone la certeza de que Dios no existe y yo no la tengo.
- ¿Qué ocurrió?
- No lo sé, cambiaron mis áreas de interés, me empezaron a gustar las chicas, al llegar al mundo universitario se me abrieron muchos horizontes y de alguna forma la religión me empezó a parecer como una especie de carcasa vacía y ahí se produjo una crisis de fe. Esta estuvo ligada más bien a un salto de edad, generacional, con un cambio de modelo de vida.
Tras la escuela parroquial, estudió con los Jesuitas de Burgos, de los diez años a los 17: “Yo era una persona que no concebía la vida sin la religión, para mí era como el respirar o el comer, tenía una relación con Dios y una visión religiosa de la existencia”.
Cuartango por fin se empieza a relajar. Extiende uno de sus brazos en la parte alta del respaldo del sofá del restaurante y con la otra mano da vueltas despistadas a la cuchara de su taza de café. Hasta este momento de distensión había disfrutado de un trayecto digamos que delicado. Para las fotografías, nos dejó acompañarlo en un viaje en metro: “Lo utilizo casi a diario”, responde. Y, bueno, no quiere admitirlo pero no se le nota muy cómodo posando.
Cuenta que el franquismo lo tuvo presente desde chico. Que de la Guerra le hablaban su abuelo y su padre: “Y yo, esto puede parecer inverosímil, desde niño desarrollé un sentimiento profundamente antifranquista, detestaba a la Falange, el franquismo, tal vez por influencia de mi padre, que era muy conservador, muy católico, pero antifranquista. A pesar de su extremado conservadurismo religioso y social era una persona que no aceptaba la dictadura”. ¿Y esa oposición no le ocasionó problemas? “Estaba muy protegido por sus creencias católicas y era una especie de persona intocable dentro de Miranda. Él tampoco era una persona que se metiera en líos políticos, expresaba su rechazo en la intimidad”.
- ¿Le gusta hablar de su pasado?
- Sí, no me incomoda nada. Al final, somos nuestra memoria.
- Pedro, los temas de sus columnas -el tiempo, la nostalgia, la reflexión existencial- son recurrentes. ¿En alguna ocasión ha creído que pueden cansar al lector?
- Sí, me planteo a diario que el lector se puede cansar, a veces pienso que soy muy repetitivo. Es la pulsión de repetición, uno siempre se repite, es una especie de constante vital, soy consciente de que somos pura repetición y no lo puedo evitar, pero dentro de esa repetición existen las variaciones. Me genera dudas, pero no soy capaz de hacer otra cosa.
- Quien no le conozca incluso podrá pensar que está sumido en la tristeza.
- No, no, qué va, al contrario: he sido bastante feliz; he tenido mucha suerte en la vida, tanto en la familia como en el trabajo; no me puedo quejar de nada. Pero se nace con un carácter, creo que es algo genético, y yo tengo una tendencia hacia el pesimismo, a ver las cosas de la peor forma posible, y eso me condiciona mucho. Eso y la concepción nostálgica de la vida.
- Y cómo manejan esos sentimientos los suyos.
- Creo que es algo que no se refleja en la vida cotidiana, que es más bien una actitud filosófica. Es que tampoco te puedes dejar llevar por el pesimismo, al final tienes que trabajar, tienes que salir con tus amigos, tienes que hacer deporte… Que mi carácter sea pesimista no me afecta, porque me defino como un pesimista activo, hago muchas cosas.
Un resumen universitario fugaz: tras los Jesuitas estudió Periodismo en Madrid y también se matriculó en Filosofía. La dejó. ¿Por qué? “La universidad en Madrid estaba dominada por los escolásticos. Me produjo una gran decepción porque de repente me encuentro con unas enseñanzas académicas que estaban muertas. En el manual de Introducción a la filosofía que estudié se decía que el fin de la Filosofía era la salvación del alma, eso me produjo un shock. Abandone los estudios y luego me fui más tarde a París a continuarlos. Ahí estaba Giles Deleuze, una persona que me inspira mucho respeto intelectual”.
- ¿Cómo le influye París?
- Imagínate, París, con 19 años, cuando en España todavía vivía Franco, la censura… y de repente vas al cine, ves películas prohibidas en España, entras en las grandes librerías, las relaciones personales, con las chicas… Todo era distinto. El ambiente de la universidad, un ambiente muy anarquista, no existían paredes, ni siquiera sillas, nos sentábamos en el suelo y había una gran libertad sexual en esa época. Para mí, que venía de un paradigma católico, aquella fue un shock.
- Una curiosidad: entre ese antifranquismo y el anarquismo de París… ¿Cómo mostró su oposición al régimen?
- En lo actos cotidianos, en las manifestaciones, en el día a día de la Universidad, había continuos actos de protesta. En el colegio mayor, en el San Juan Evangelista (y esto me da apuro contarlo), recuerdo haber estado en la terraza tirando piedras a los grises que rodeaban el colegio. Esto ahora puede parecer bestial, pero era algo generacional que formaba parte de mi tiempo.
- ¿Acabó en el calabozo alguna vez?
- No, como mucho me quitaron el carné y tuve que ir a buscarlo a la Dirección General de Seguridad.
- ¿En Sol? Pocos antifranquistas que hayan pasado por allí tienen buen recuerdo.
- Era tétrico, el entrar allí entrabas con el alma encogida. Allí estaban los calabozos de los presos políticas y realmente era algo siniestro. Cada vez que paso por allí me vienen aquellos recuerdos, los recuerdos de Billy el Niño… Lo vi muchas veces entrar en el colegio mayor, llegaba por las noches, rodeado de un pelotón de nacionales, grises, armados con escudos y porras, y se llevaban detenidos a colegiales. En el paraninfo estaba rodeado siempre de policías en actitudes chulescas y provocativas.
Pedro está casado. Y tiene cuatro hijas: “Nunca he sido partidario de entrometerme demasiado en su vida. Mi padre decía que hay que dejar que las personas comentan sus errores y no estar encima de los hijos, que ya les hablas con el ejemplo”. Asegura que él cometió muchos errores, “muchísimos”: “Quizá debería haber sido más comprensivo con mi padre, con el que choqué demasiado. Quizá fui demasiado rebelde, quizá hice cosas que ofendieron a mis padres, quizá no fui suficiente amigo de mis amigos… Pero es que la vida es así, y ya no puedes dar marcha atrás”.
- ¿Por qué chocaba tanto con su padre?
- Mi padre era una persona conservadora, no franquista, pero era muy católico en todos los aspectos: en las conductas personales, sentimentales… Era una persona muy convencional, con una idea muy clara de lo que era la autoridad y yo era muy rebelde. Chocaba con él, y ahora lo veo como algo inevitable. La rebeldía en las ideas políticas, en la religión, en los viajes que yo hacía, en las relaciones con las chicas… Mi padre era muy estricto y había cosas que no le gustaban. Yo era rebelde incluso en la forma de vestir: el pelo largo, pantalones vaqueros… Una informalidad que chocaba con el conservadurismo social de aquellos años.
- ¿Y con las amistades? ¿Por ser muy ensimismado?
- Sí, tenía que haber estado más pendiente de los problemas de mis amigos y menos absorto en mí mismo. Tengo mucha tendencia a la soledad, al ensimismamiento, pero también eso es una forma de ser, hay cosas que no se eligen. Visto retrospectivamente les podía haber una mano en determinados momentos en los que no fui suficientemente sensible.
Le recuerdo que Freud escribió que uno no puede psicoanalizarse a sí mismo, pero que quizá él si lo hace en sus columnas: “No”, contesta, “porque estoy de acuerdo con el concepto freudiano, que es que cada persona tiene una serie de resistencias interiores que te hace incapaz de tomar conciencia de tus complejos, de tus frustraciones. Y eso es verdad, y por eso no me puedo psicoanalizar a mí mismo. Aunque soy consciente de que por la forma de escribir que tengo haya quien pueda sacar conclusiones”.
- ¿Tiene algo de pose al escribir? Ese halo de nostalgia permanente…
- No, te respondo categóricamente: soy absolutamente sincero, para mí escribir es un acto de sinceridad.
Y vamos con un clásico: la censura.
– Siempre he escrito con libertad.
– Eso también quiere decir que elije lo que no escribir. Si ayer estuvo comiendo con Mariano Rajoy quizá hoy no lo cite en su columna.
– Sí, eso también. Hay un mecanismo que es la autocensura. Yo he escrito con libertad y si hay algo que no he escrito es porque no me ha dado la gana. Y si a ti te cae bien un político es más difícil que escribas más de él.
– ¿Y como director? ¿Ha censurado o le han censurado? – le pregunto.
– No recuerdo haber censurado. Pero tú has trabajado conmigo, quizá tú sí. Por otra parte, y lo digo alto y claro, nunca he sucumbido a presiones, jamás [y lo dice alto y claro] he dejado de publicar una noticia que fuera cierta por esas presiones.
- ¿Qué ocurrió con Football Leaks [una serie de informaciones sobre corrupción en el mundo del fútbol]?
- Que el editor del periódico me llamó una semana antes para pedirme que no lo publicara, me dijo que perjudicaba los intereses del Real Madrid y yo le contesté que me daba lo mismo, que yo era un periodista y que era una historia de interés público y que la iba a publicar. Le dije: “Si quieres que no salga, me destituyes”. No tiene sentido llegar a ser director de EL MUNDO para ejecutar la profesión como la entiendes y luego abdicar de ello para mantener la posición. Ahí no había debate, yo era periodista y así iba a actuar.
- Se publicó y acabó en el juzgado.
- Afortunadamente la querella fue sobreseída. ¡Pero cómo me van a condenar por decir algo que es verdad! Era tan incongruente la situación… Hasta la Agencia Tributaria me pidió los papeles que teníamos. Así que Hacienda me pide la información para actuar contra Cristiano [Ronaldo] y por otra parte un juez me procesa.
- ¿Se considera un intelectual?
- No, yo soy periodista, y eso es un oficio.
- ¿No hay falsa modestia ahí? [Y le repito la pregunta con una mueca].
- Yo soy periodista antes que anda. No digo que no haya desarrollado en mi carrera un componente intelectual, pero esto me ha ayudado a ser periodista.
- Ahora es, sobre todo, un columnista que escribo en la mayoría de ocasiones sobre su vida. ¿Un columnista debe ser vanidoso?
- Sí, pero no lo hago por vanidad, y eso no quiero decir que no sea vanidoso, porque los periodistas tenemos un componente de vanidad. Yo escribo sobre mí porque creo que, como dice el dicho latino, nada de lo humano me es ajeno. Cuando hablo de mis cosas más personales conecto con la universalidad, hay sentimientos que compartimos, y eso yo lo constato: mis columnas más personales son las que más aceptación tienen. Por lo tanto se puede hablar de uno mismo y hacerlo de los demás, no creo que mis columnas estén guiadas por la vanidad, yo creo que sería injusto decir eso. Yo escribo de lo que siento, de lo que vivo.
- ¿Por qué escribe?
- No te sabría decir.
- Lucía Méndez respondió a lo Gabriel García Márquez: “Para que me quieran”.
- También hay ese componente. Yo escribo un poco como un desahogo; como una forma de comprender el mundo; con una satisfacción estética, ética; se escribe por muchas razones, incluso porque uno no sabe hacer otra cosa. Yo no sé hace otra cosa, no sé clavar un clavo a una pared, soy absolutamente torpe en todo lo manual, lo único que he desarrollado en mi vida ha sido mi capacidad de entender y de escribir.
- ¿Qué le gusta más allá de escribir, leer, ir al cine…?
- Lo que más me ha gustado es algo que ya no puedo hacer: jugar al futbol. Jugaba bien y me gusta mucho, ha sido la mayor pasión de mi vida, lo cambiaría todo por volver a jugar al fútbol. He jugado de defensa, de centrocampista…
- ¿”Lo cambiaría todo por volver a jugar al fútbol”?
- Pero es que es verdad, a veces todavía sueño que estoy jugando al fútbol, es muy curioso.
Por vez primera, en esta entrevista manda el silencio. Quizá está soñando despierto.
Pedro, como todos, posee algunos vicios inofensivos. Los ofensivos no se cuentan, claro. Compra libros compulsivamente -“es una fuente de conflictos en casa”-, se define como un poco maniático pero “empático con la gente”. Al hablar, en pocas ocasiones mira a su interlocutor. “Eso es un defecto, me cuesta mucho mirar a al gente. He desarrollado un hábito como de mirar a la lejanía, porque me ayuda a concentrarme más, y eso es un defecto, sí, es verdad. Hay gente que lo puede interpretar mal”.
- Para acabar, le diré que ya huele a verano en Bayona [donde veranea cada año].
- Qué paraíso. Desgraciadamente ya no será lo mismo tras la muerte de Domingo Villar [escritor, autor de la trilogía del inspector Leo Caldas], con el que he disfrutado mucho. Intentaremos recordarle en los lugares donde coincidíamos. Cómo una persona como él, tan vital, con 51 años, tres hijos… Se va a Vigo a pasar un fin de semana, le da in ictus y se muere. Qué explicación tiene eso. Estamos asentados en un vacío, todo se pude resquebrajar en algún momento. Lo de Domingo es una lección, la lección de que no se puede hacer planes, tenemos que vivir aferrados al presente.
Y llegamos a la conclusión de que las cicatrices de las heridas que arrastra cada uno configuran con fundamento la escritura: “David Gistau. Escribió que lo único que le pedía a la vida es que le dejase ver crecer a sus hijos, educarlos, vivir con ellos hasta que fueran mayores… Y la vida se lo negó”.
- Qué configura tu estilo… pongamos existencialista.
- Hay cosas que vienen determinadas desde la cuna, pero luego también tu vida, tu experiencia, tu educación te va marcando. Es una interconexión. Lo que es verdad es que todos somos transparentes al escribir, sea por que lo que escribes te refleja, sea incluso porque quieres parecer lo que no eres. Pero de una forma u otra te transparenta. El hombre es el estilo y todos estamos reflejados en lo que escribimos. Y eso que mi familia era una familia católica, clase media, donde al revés que en mis columnas primaban las certezas. Estaba la religión, la cultura del esfuerzo… pero mi familia no me transmitió inseguridades ni angustias, en todo caso me las he creado yo.
Y qué es el hombre sin dudas.