Pero no, porque eso es lo quieren precisamente los que nos impulsan a querer decir adiós. Adiós a la pelea, a tocar los cataplines a los que manejan sin sentido las vidas ajenas, todo porque gozan de un sillón que solo la casualidad, el amigo de turno o la corrupción , que no la solvencia y capacidad de orientar la vida de los demás, los llevó a este asiento que de tan mullido para un culo que no lo despega provoca almorranas. Y es que ya está bien de prohibir, una cosa es el 68, y sus quimeras equivocadas o irrealizables, y otra la del 2022, con prohibir por prohibir. Por ejemplo, se prohibe beber cerveza o vino en el restaurante que vive de los menús, se prohibe fumar dentro de casa, prohibido superar los 120Km/hora en autopistas con coches preparados para ir al doble y legales, prohibido el piropo o el azote en el culo por el padre a un hijo pequeño rebelde. O prohibido aprender en el colegio como se hacía antaño y vuelve a hacerse en Francia tras el fracaso de veinte años, aquí se prohibe al individuo lo que le sale del culo a un ministro de consumo, pero, sin embargo, no se prohibe robar desde el escaño al votante traicionado, ni se prohibe lucrarse en mil negocios de dudosa moral o contar mentiras desde un medio de comunicación, trailará. No me extraña que el panorama en la calle sea ver a la gente con la cabeza gacha, totalmente ensimismados por la pantallita que nos entretiene todo el día y nos impide ser críticos con el poder como debiéramos, e incluso no me extraña la dejadez de la invasión de aves carroñeras porque nadie limpia una mesa de terrazas que proliferan como setas a su arbitrio y sin orden ni concierto. Adiós, dan ganas de decir adiós, pero no lo diremos, no.