“Yo festejo y acaricio la verdad en cualquier mano que la encuentro, y me rindo a ella alegremente, y le someto a ella mis armas vencidas en cuanto la veo acercarse” Montaigne, Éssais, III, VIII: 902
Debido a la informalidad e inmediatez, al turbo-pensamiento propio de las redes, mi reseña sufrirá una mezquina merma de expresividad. La escribo rápido, y, si se escribe rápido es que se escribe para durar poco (un pintor griego dijo perspicaz “pinto lento, pues pinto para mucho tiempo)
Un hallazgo expresivo sublime fue la observación de Montaigne “La vie est onduyante”, y asimismo profético Wilde declaró “En esta estúpida y tediosa época lo más excéntrico que uno puede hacer es tener cerebro» El libro -una delicia- de Santiago Lamas se desliza, por un ordenamiento prosódico bello en perpetuum mobile, de la primera a la última frase con necesidad, y se funde con ideas sabias e inteligentes. No es periodístico; su género es el ensayo literario (abruma decir que vive a contracorriente de esos libros “consoladores” tan a la moda, que llenan los bolsillos de sus autores y cuya aguda mediocridad no podemos menos que llamar “embarazosa”) El libro es -sí- “onduyante”, como la vida y las ideas (que forman parte de la vida y la intensifican), también irónico y elegante. La ironía es la estimación optimista de la inteligencia del que lee o escucha; la elegancia -sigo al Aquinante- es “debita proportio sive consonantia”, “integritas sive perfectio” y “claritas”. Esa elegancia se distribuye y resplandece en las partes que proporciona la materia de “De vivos, vellos e mortos”.
En el hay una energía sapiencial sotto voce, con un tono sereno y no altisonante, culto, civil, educado. Cito al azar dos libros escritos en gallego, un ensayo sobre literatura y el de Lamas.
(1) “O privilexio fonocentrista distingiu a atención á métrica, imprescindíbel por outra parte, en detrimento da consideración de fenómenos que non teñen una explicitación lineal, e que máis ben suxiren una lóxica próxima ás formas espaciais caractarizadas por Joseph Frank (1991) no terreo da narrativa”
(2) “O doutor Johnson, que correxía o Dictionay na taberna do León, debeu ser home arroutado pois o de facer en tres anos o que os académicos franceses fixeron en 40 foi una promesa pública e un reto tamén público cousa nada rara nun home coma el que acostumaba dicir antes de facer un comentario esmagador para o seu interlocutor: Asegúrolle señor (Depend upon it sir…)”
La primera cita -omitiré al autor- es una traqueteante farfolla o alfalfa retórica, un terrorismo verbal, y leerlo es como vadear un río lleno de pegamento. La segunda es cortés, culta, inteligible, un bombón glacé. Hay libros que como el vino dan sabiduría, libros que dan fuerza como la cerveza, y libros que como el agua insípida solo nos llenan de bacterias.
En carta del 31 de mayo de 1468 al dux Cristóforo Moro, con las que el cardenal Bessarión acompañaba el legado de su importante biblioteca -cuatrocientos ochenta y dos volúmenes griegos y doscientos sesenta y cuatro latinos-a la ciudad de Venecia, literalmente escribía:
«Los libros contienen las palabras de los sabios, los ejemplos de los antiguos, las costumbres, las leyes y la religión. Viven, discurren, hablan con nosotros, nos enseñan, aleccionan y consuelan, hacen que nos sean presentes, poniéndonoslas ante los ojos, cosas remotísimas de nuestra memoria. Tan grande es su dignidad, su majestad, y en definitiva su santidad, que si no existieran los libros, seríamos todos rudos e ignorantes, sin ningún recuerdo del pasado, sin ningún ejemplo. No tendríamos ningún conocimiento de las cosas humanas y divinas; la misma urna que acoge los cuerpos, cancelería también la memoria de los hombres»
Háganme caso, lean a Lamas. No sean rudos e ignorantes, ni cancelen su memoria. Discurran sin perplejidad, no deliren con valentía. Lean a Lamas. Es una forma de ganar crédito y de diseñar un buen destino, el mejor: un otium cum dignitate.