La cultura retrocede ante la imposición de un nuevo buen gusto convencional y la ausencia de crítica
Cuando Bob Dylan, un cantante, ganó el Premio Nobel de Literatura, la mayoría de la prensa cultural aplaudió. Cuando Abdulrazak Gurnah, un escritor tanzano sin lectores, ganó el mismo galardón, la mayoría de la prensa cultural aplaudió. En general, el Premio Nobel de Literatura siempre acierta, incluso premiando figuras artísticas excluyentes. Quien aplaudió el Nobel de Literatura para Bob Dylan no se ha preguntado después por qué no se lo han dado a Tracy Chapman. Quien aplaude ahora al escritor africano desconocido no se quejará el año que viene de que premien a un autor blanco occidental superventas. La prensa, por lo que sea, está para defender a 18 suecos que votan en octubre quién merece fama planetaria por su obra, sea musicada, africana, poética, narrativa o testimonial. Si desde Suecia llegaran a todas las redacciones de Cultura cheques nominales cada 1 de octubre, la cosa sería grave. Como esto no sucede, la cosa es muy grave.
Pedro Almodóvar tiene nueva película, y es muy buena. Hizo otra el año pasado, o hace dos, que era buenísima. Creo que ya tiene una idea para su próxima película, a estrenar en 2022 o 2023, y será una película extraordinaria. Lo dice, lo dirá toda la prensa cultural española.
Cuando Carlos Boyero descalificó ‘Los abrazos rotos’ en 2009, el director de cine escribió una larga queja en su página web, donde consideraba que Boyero no era la persona adecuada para cubrir festivales de cine, mayormente si ponía a parir sus películas. ‘El País’ contestó al director en una extensa nota, donde le recordaba el generoso espacio que solía dedicar a su cine.
Ahora, Carlos Boyero ha decidido abandonar la corresponsalía itinerante que le llevaba de San Sebastián a Venecia y a Berlín, al encontrar redundante poner a parir películas que son evidentemente una mierda. Para él no tiene sentido señalar la mediocridad de la sección oficial si la sección oficial tiene ya por norma estrenar cine mediocre políticamente correcto. Sin embargo, como Boyero ya no lo va a hacer, nadie lo va a hacer.
Pocos días antes, moría en Madrid Antonio Gasset Dubois, durante años presentador de ‘Días de cine’, el programa de La 2 de TVE donde se hablaba mal del cine comercial, de Jim Carrey y también de algunos directores de prestigio. Nunca he podido ver un solo episodio de ‘Días de cine’ con su nueva presentadora —si acaso el programa sigue existiendo y sigue teniendo a esta profesional como presentadora: ni idea—, una chica mona y sonriente que, por supuesto, solo quiere celebrar el cine todo, el cine entero, presentar películas que debemos ver y certificar el acierto masivo de cualquiera que premie, ruede, actúe, estrene o salga en una película. Todo bueno, todos genios, todo felicidad.
Escaparatistas
Desde hace años, las secciones de Cultura de los periódicos y los programas de lo mismo en radio y televisión (salvo las excepciones que espero me señalen en los comentarios) no tienen nada que ver con el periodismo, lo cual quiere decir que no tienen nada que ver con la cultura. Estos espacios son como los escapares de las tiendas, donde se coloca el género en función de la moda, el efecto cromático de conjunto o el atractivo puramente superficial. Se recomiendan libros que no se han leído y todos son de sellos importantes y nunca muchos más de un sello que de otro, no sea que alguien se enfade. Se señalan las películas o series “que tienes que ver” a razón de tres veces a la semana, pero nunca se habla de las películas o series “que no tienes que ver”. Si algún creador, sello editorial, sello discográfico, sala de exposiciones, rapero, rapera no dedica el mismo tiempo a llamar a las redacciones de los periódicos que a su trabajo artístico, nadie se va a preocupar de su trabajo artístico. Solo cuando el rapero, por tomar un ejemplo paradigmático, consigue un público incluso superior a la audiencia de una sección de Cultura, la sección lo saca en sus páginas.
No se queda uno sentado en la redacción esperando a que le hagan la Cultura
El periodismo consiste en buscar y criticar, valga la redundancia. Se busca lo valioso y lo nuevo, y también se busca en lo que se propone como valioso y nuevo la falsedad y la estafa. No se queda uno sentado en la redacción esperando a que le hagan la Cultura. Cuando un editor llama para quejarse, cuando Almodóvar llama para quejarse, cuando tantísima gente (no se lo creerían) llama para quejarse, se les cuelga el teléfono. Se les debería colgar el teléfono. En serio, ¿quién es tal editor o editora para decirme a mí de qué libro tengo que hablar?
César Luis Menotti, entrenador de fútbol, dijo: “El jugador debe entender esto, que es básico para su vida: para qué juega y para quién juega. Es lo que debe preguntarse y responderse”. El periodista cultural hace tiempo que se preguntó eso mismo, y se respondió para su mal: juego para la industria. El periodista, o escaparatista, cultural juega para los editores, las discográficas, 18 suecos y un puñado de festivales de cine. Juega para las plataformas de vídeo y los servicios de ‘streaming’. Juega para los artistas consagrados, millonarios y endiosados. Juega para la moda y para la corrección política. Es decir, juega contra el público. Juega contra usted.
Intimidación y soborno
¿Le pagan al periodista cultural? No, Alfred Nobel o Almodóvar no le pagan. Le pagan los medios donde trabaja. Simplemente ha sido un proceso de intimidación y soborno, de fiestas y pequeñas concesiones, el que nos ha llevado a una prensa cultural plana, servil, obediente y descafeinada. No todo tiene que ser Boyero en la prensa cultural, pero Dios se apiade de nosotros si no contamos con un Carlos Boyero, con una forma de mirar que, por un instante, dude. Incluso masacre.
Todos sabemos que Abdulrazak Gurnah es un escritor del montón y que Almodóvar a veces no hace su mejor película
¿Para quién debe jugar un periodista cultural? La respuesta es obvia: para usted, para los lectores, para el público y, en última instancia y poniéndonos estupendos, para el pueblo. Si uno atesora un conocimiento sobre algo, tiene algún criterio tras décadas de ver películas, leer novelas o escuchar discos, no puede negar que, ahora mismo, se está traicionando. Está mintiendo. Todos sabemos perfectamente que Abdulrazak Gurnah es un escritor del montón, que Almodóvar (al que adoro, por supuesto) a veces no hace su mejor película o que las mujeres desnudas son uno de los grandes motivos de la pintura figurativa a lo largo de la historia, y que no puedes quitar mujeres desnudas de los museos solo porque le molestan a cuatro chalados. Eso es lo que hay que defender: la transmisión del gusto, del conocimiento y de la excelencia. La educación de la sensibilidad.
Y hoy, amigos míos, no lo estamos defendiendo.
Desde hace semanas, les leo a mis hijos antes de dormir cuentos infantiles que tomo prestados de ‘e biblio‘, la biblioteca digital de la Comunidad de Madrid. El otro día, mirando el largo catálogo de obras, me di cuenta de que la mayoría de las historias que la industria del libro infantil trata de incorporar hoy al imaginario de nuestros hijos pequeños son obras sobre reciclaje de basuras, mares contaminados, racismo, niños diferentes, familias diferentes, apocalipsis de los que ellos son prácticamente culpables y leves manuales para ser feliz y manejar los propios sentimientos como si realmente pudieras manejar los propios sentimientos. Eso no es cultura, es catequesis. ¿Qué padre es tan cruel de leerle a su hijo de cinco años ‘¿Qué es un refugiado?’, de Elise Gravel, y no ‘Historias de ratones’, de Arnold Lobel? Pues casi cualquier padre al que nadie le diga que ‘¿Qué es un refugiado?’ es basura bienintencionada e ‘Historias de ratones’, una obra maestra; que con el primero tú te sentirás buen padre, pero con el segundo harás felices a tus hijos. Qué pena de infancia si todas las historias que te cuentan no son de brujas, hadas, ratones, dragones y magos, sino de refugiados, homofobia y racismo. Nada bueno puede salir de ahí.
De la literatura infantil sin imaginación ni magia a la concha de oro de este año a “una tontería chillona” (Boyero ‘dixit’), pero muy feminista, la cultura, sí, se va a pique. Y ya está. Se impone, desde los propios medios, que las buenas intenciones equivalen a calidad artística. Desde André Gide (“con las buenas intenciones solo se hacen malas novelas”), sabíamos que era al contrario. Pero hemos dejado de decirlo.
Así, si usted quiere seguir disfrutando de la cultura, solo puede hacer una cosa: huir.