La ciencia no publicada… no es ciencia
Edzard Ernst
Escrito en una prosa que no es alemana sino inglesa, sin adornos, precisa, llena de humor y anécdotas curiosas, sensible y empática con los pacientes, crítica con los burocracias y las conspiraciones de sus colegas, dura con los comportamientos de los médicos austríacos y alemanes en la era nazi e irritada con los fanáticos de las medicinas alternativas de nuestro tiempo, este libro del doctor Ernst, es tanto un relato autobiográfico como una crónica de los avatares que tuvo que afrontar en sus investigaciones y peregrinajes. Ernst nació en Alemania (Baviera) en 1948 en una familia de larga tradición médica. Su padre sirvió en el ejército alemán durante la II Guerra Mundial, en el frente occidental en los primeros momentos de la guerra y más tarde en el frente ruso donde fue capturado y pasó un largo período como prisionero de guerra en Siberia. Liberado dos años después del final de la guerra, de sus tiempos como prisionero en Siberia, nunca quiso hablar con su hijo. Los años de postguerra no fueron años fáciles en Alemania y calentarse, comer o vestirse eran asuntos de supervivencia. Su madre, que era una defensora de las medicinas alternativas, muy extendidas en la Alemania de aquellos años y también en los siguientes (homeopatía, naturopatía, hidroterapia) y que eran practicadas a menudo por médicos, hacía levantar de la cama muy temprano a sus hijos para que caminasen descalzos sobre la hierba húmeda o la nieve siguiendo uno de esos consejos médicos alternativos. Sus padres se separaron cuando Ernst tenía cinco años y su madre, que había dirigido con su padre un pequeño hospital de rehabilitación en los años anteriores a la guerra, compró con la ayuda de un tío materno un Spa en el sur de Baviera que convirtió en los años 60, en pleno despegue industrial alemán, en un centro con más de 500 camas. Había un problema: el socio de su madre, el tío Hans Jütter, había sido un general de las SS que, aunque no depurado, (testificó incluso contra Eichmann) no ayudaba a la buena fama del hospital por lo que su madre le compró su parte. Durante años, Ernst se sintió alguien sin patria. Había descubierto que muchos de sus maestros, familiares, incluso sus padres, habían tolerado o aún peor, apoyado con entusiasmo a Hitler: el régimen nazi privó a esta generación de su autoridad moral y nos dejó a los niños sin amarras y a la deriva… Ernst sentía vergüenza por ser alemán y no entendía como había sido posible lo que había ocurrido en los tiempos nazis. Quizás por eso y por su admiración por lo inglés, adoptó la nacionalidad británica en el año 2.000.
La complicada infancia y juventud de Ernst, que vivió varios años con su padre separado de sus hermanos a los que se había llevado su madre después del divorcio, osciló entre el entusiasmo por la música de jazz (tuvo varios conjuntos), y la programada dedicación a la medicina que exigía su madre .Después de un año estudiando psicología, donde empezó a preocuparse con la pseudociencia al ver las peculiares teorías que defendían algunos de sus profesores, ingresó en la facultad de medicina donde se licenció con 30 años cumplidos. Su primer trabajo, en un tiempo en que abundaban los médicos en Alemania y eran escasos los empleos, fue en el Hospital Homeopático de Munich que trataba en sus 100 camas a pacientes crónicos con métodos homeopáticos y otras técnicas como la medicina herbal, la auto-hipnosis, o las sanguijuelas. Ernst, comprobó que a veces, las cosas funcionaban con esos tratamientos y pidió a su jefe que le explicara cual era a su juicio la causa de esos buenos resultados. Su jefe le dijo: Principalmente se debe al hecho de que retiramos todas las medicaciones inútiles que los pacientes estaban tomando…y nunca olvide el increíble poder del placebo…Su jefe no parecía atribuir ninguna eficacia a las diluciones homeopáticas ni a otros procedimientos por lo que Ernst no sabía si era un herético o un cínico.
A los seis meses dejó el Homeopático. En un viaje a Londres había conocido a una mujer de la que se enamoró por lo que hizo las maletas y se fue a vivir con ella. Trabajó unos meses en un psiquiátrico inglés donde las condiciones no eran muy distintas a los de los de España de la misma época que abandonó en cuanto pudo para dedicarse a la investigación al conseguir un puesto en el laboratorio del St Georges Hospital de Londres que investigaba la reología de la sangre para lo que tenía buenas acreditaciones pues había dedicado su Tesis Doctoral a la coagulación sanguínea. En el laboratorio del St Georges adquirió la metodología de investigación, publicó numerosos trabajos y participó en reuniones internacionales. Dos años después, aceptó una plaza en un hospital de Munich donde esperaba combinar la investigación con el trabajo clínico en pacientes con trastornos circulatorios. La experiencia no fue satisfactoria debido a la ingente burocracia que le restaba tiempo para sus investigaciones y a sus conflictivas relaciones con el semanario médico Müncher Medizinische Wochenschriff con el que venía colaborando desde años atrás. Ernst, descubrió que el semanario no se había limitado a ser un observador neutral en el tiempo nazi sino que había publicado experimentos con prisioneros de los campos de concentración y se negaba ahora a reconocer aquellos hechos por lo que rompió su relación con el semanario y se trasladó a un hospital de Hannover no sin antes haber publicado uno de sus primeros trabajos sobre Naturopatía que le valió un premio. Su siguiente destino fue la cátedra de Rehabilitación que se había inaugurado en la prestigiosa Escuela Médica de Viena. El relato de estos años en Viena es duro y no solo por razones burocráticas: El principio cardinal de Viena parece ser…¿por qué hacer las cosas simples cuando pueden hacerse de manera complicada?. El mundo médico de la Viena de esos años era enormemente corrupto. Las plazas vacantes se otorgaban por recomendaciones que a veces llegaban de Kurt Waldhein, por entonces presidente del país y más tarde secretario de la ONU que, dice Ernst, había sufrido un misterioso caso de amnesia retrógrada en relación a sus actividades durante la era Nazi…. Los rumores, maquinaciones, chantajes, o amenazas veladas eran la forma habitual de ascender o hacer que descendieran los así aludidos. Las cosas empeoraron cuando Ernst, siempre inquieto con estos asuntos, comenzó a investigar el pasado de su Facultad en el período que va de 1938 (anexión de Austria por Alemania) a 1945. Los resultados de su investigación los publicó en 1995 en Annals of Internal Medicine y ese artículo, aún hoy considerado por Ernst como el más importante publicado por él, tuvo repercusiones personales en forma de cartas llenas de odio, amenazas y acusaciones sin fundamento de apropiación de fondos por sus antiguos colegas vieneses. En el artículo, Ernst recordaba a sus desmemoriados colegas, que en 1938, 153 de los 197 médicos de la Facultad habían sido despedidos y el decano, el profesor Pernkopf, un nazi convencido, exigió a los demás profesores el certificado de sus antecedentes arios y el de sus esposas. En esos años, la esterilización había sido substituida por la eutanasia y varios niños fueron asesinados en el hospital pediátrico. Dos de los profesores participaron en los experimentos con prisioneros de los campos y fueron juzgados en Nuremberg. Uno fue condenado y el otro se suicidó. Para las láminas de su famoso Atlas Anatómico, el profesor Pernkopf había utilizado los cuerpos de esos niños asesinados en el hospital pediátrico y también cuerpos de los prisioneros de los campos. La denuncia de Ernst logró que a pesar de sus méritos, se retirasen los ejemplares aún a la venta del Atlas. Cuando al terminar la guerra se quiso depurar a los médicos con pasado nazi, solo 19 de los 200 miembros de la Escuela estaban libres de actividades nazis en el pasado. A pesar de ello, no fueron depurados (habría que hacerlo con casi todos los médicos vieneses) y el presidente de la Asociación Médica Austríaca tuvo el “valor” en 1945 de recomendar e los médicos despedidos en 1938, que no volvieran a Viena a su antiguo puesto de trabajo porque las vacantes eran pocas y ya “no había judíos que tratar”. De hecho, solo lo hicieron seis.
El anuncio de una convocatoria para cubrir una cátedra de Medicinas Alternativas en la Universidad de Exeter, en Inglaterra, permitió a Ernst escapar del ambiente vienés y comenzar su larga y complicada investigación sobre estas medicinas. La tarea no era fácil. A diferencia de Austria y Alemania, en Gran Bretaña las medicinas alternativas no estaban en manos de médicos sino de practicantes sin titulación. Los numerosos acupuntores, quiroprácticos, herbalistas, homeópatas, reflexologistas, iridologistas, ni habían estudiado medicina ni tenían entrenamiento fiable en sus disciplinas. Por si no llegara, se mostraban reticentes cuando no hostiles a la medicina y a la ciencia que consideraban el enemigo y defendían que sus terapias deberían estar eximidas de investigación científica. A pesar de su insistencia en que no era, al menos de partida, hostil a esas medicinas y se proponía acreditar su seguridad, eficacia y costo de modo científico, los problemas fueron la norma desde el comienzo de su trabajo. La investigación en este campo, dice Ernst, difiere de cualquier otra en medicina. Hay un elemento de entusiasmo público por este tipo de terapias y hay que esperar presiones de orígenes diversos:
El campo de la medicina alternativa parece estar repleto de personas fundamentalistas que tienen una convicción evangélica, de chiflados incapaces de pensar con claridad, pseudoinvestigadores que nunca hicieron investigaciones reales…que no encuentran inusual investigar un tratamiento implausible y producir una falso resultado positivo detrás de otro…
Cuando al fin estuvo en condiciones de iniciar sus pruebas recibió la inesperada visita de un grupo de terapeutas con los que no contaba: los “sanadores espirituales”. Estos sanadores creen que existe una energía curadora que emana de fuentes cósmicas, divinas o de otras fuentes sobrenaturales que ellos pueden canalizar hacia los cuerpos de sus pacientes que son así capaces de curarse a sí mismos. En los años 90 del pasado siglo, había 14.000 de estos sanadores en Gran Bretaña, más que homeópatas, quiroprácticos, acupuntores, herbalistas y osteópatas juntos. Diseñar la investigación en este campo no resultó fácil. El problema era encontrar un placebo que pudiera satisfacer los criterios necesarios para considerar científica la investigación. Después de muchas discusiones llegó a un acuerdo con los cinco sanadores que participaban en la investigación. Eligieron el dolor crónico como sujeto a investigar y en doble ciego asignaron los pacientes aleatoriamente a cuatro grupos: 1.- Terapia aplicada por sanadores reales en presencia del paciente; 2.- Terapia placebo aplicada por cinco actores simulando ser sanadores; 3.- Terapia aplicada por sanadores reales encerrados en un cubículo fuera de la vista del paciente;4.- Terapia placebo sin nadie en el cubículo. Los resultados replicados posteriormente en otras investigaciones por otros equipos, mostraron que el dolor había disminuido en los cuatro grupos de pacientes con algunas mejorías espectaculares. La pequeña diferencia encontrada entre los cuatro grupos señalaba una mejor respuesta (pequeña) en el grupo placebo. La eficacia de la sanación espiritual se debía al efecto placebo.
El resultado planteaba un problema ético que alcanzaba también a algunas de las otras terapias alternativas: ¿Por qué privar a miles de pacientes de esa terapia ya que a pesar de basarse en el efecto placebo hacía que mejorasen sus síntomas?… ¿Deberían hacerse públicos los resultados?. La respuesta de Ernst fue, sí:
La administración de placebos a un paciente puede ser no-ética y peligrosa…algunas formas de medicinas alternativas no son inertes…pueden causar serios efectos por sí mismas…Cualquier tratamiento efectivo… generará un efecto específico además de un efecto placebo… si los clínicos dan a sus pacientes un tratamiento efectivo con empatía y compasión generarán una respuesta placebo además de la respuesta al tratamiento efectivo elegido…(esos efectos no específicos)… son elementos esenciales en medicina… y son la razón por la que los pacientes del estudio experimentaron menos dolor… (pero, esos efectos no específicos claramente útiles) nunca pueden ser una razón suficiente para usar deliberadamente placebos en lugar de los tratamientos establecidos… los clínicos que solo usan placebos –cuando hay una terapia efectiva disponible- están engañando a sus pacientes…
La acupuntura tuvo también sus problemas a la hora de encontrar un placebo adecuado. El equipo de Ernst, diseño una aguja retráctil que “parecía que” se introducía en la piel del paciente sin hacerlo. Los resultados: no diferencia entre los dos grupos (efecto placebo: los dos eran igualmente efectivos en un porcentaje de casos) pero el mismo problema ético que con la sanación. Los acupuntores interpretaban además los resultados de los dos grupos como “efectivos” convirtiendo un resultado negativo en positivo.
En las dos últimas décadas, dice Ernst, la medicina alternativa ha comenzado un importante ascenso en un clima de sin-razón: hemos asistido a la emergencia de una cultura que es curiosamente indiferente al concepto de verdad…No hay una sola verdad ahora. Hay varias, intercambiables y de igual peso y consideración. Ese popularidad de las medicinas alternativas la atribuyó la antropóloga Mary Douglas en su libro “Estilos de Pensar”[1], (Ernst, no la menciona), a la “delicadeza” de estas medicinas en las que ni para hacer el diagnóstico se hace violencia alguna contra la privacidad corporal del paciente y donde el terapeuta invoca una teoría global, espiritual, y no local, parcial o física.
A lo largo de los años Ernst tuvo que sufrir críticas hostiles, agresiones y ataques personales. Cartas, llamadas telefónicas, correos electrónicos, lo calificaban de impostor, estúpido, corrupto, sin cualificación o equivocado intencionadamente entre otros muchos insultos. Para entender mejor ese acoso conviene citar algunas cifras: en el mundo se gastan 100.000 millones de dólares en medicinas alternativas (en Gran Bretaña, 1.600 millones de libras) y las investigaciones de Ernst eran una amenaza para las compañías y los profesionales que se beneficiaban de esa nada despreciable cantidad de dinero. En ese marco, solo le faltaba a Ernst, la intervención del príncipe Carlos, un apasionado defensor de las medicinas alternativas (la reina tiene un homeópata de cabecera) y no es por azar que el capítulo que Ernst dedica a este conflicto principesco lo llame, Off withhis head!, algo así como, ¡que le corten la cabeza!… A su llegada a Exeter, Ernst recibió una petición del príncipe Carlos para que le enviara su conferencia inaugural. Lo que le pareció a Ernst un alentador interés por su trabajo era un error. El príncipe Carlos era un firme defensor de la irracionalidad y un no menos firme oponente a cualquier intento de traer la ciencia al campo de las medicinas alternativas. Nombrado presidente en 1982 de la British Medical Association, en su discurso presidencial inaugural, en lugar de destacar los méritos de la medicina moderna hizo un panegírico de la medicina alternativa “que puede aportar considerable alivio sino esperanza a un cada vez más elevado número de personas”. La asociación, a la vista de las “sugerencias” del futuro rey de Gran Bretaña, estableció un comité para estudiar esas medicinas que a los cuatro años emitió su informe: las medicinas alternativas están basadas en filosofías desacreditadas, son terapias sin evidencia de su eficacia y no tienen ningún papel en la medicina moderna. En lugar de reconsiderar su posición, el príncipe Carlos se reafirmó en sus ideas y siguió apoyando públicamente esas medicinas. Incluso llegó a decir, que estaba orgulloso de “ser un enemigo de la Ilustración”. En el 2004, apoyó la dieta Gerson combinada con enemas de café para los pacientes cancerosos lo que valió la reprobación, irritación y críticas de oncólogos como el profesor Michael Baum sin que el príncipe modificara sus ideas. En 2006 se dirigió a los delegados de la Asamblea anual de la OMS para que prescribieran estos tratamientos alternativos a gran escala. Su Foundation for Integrated Medicine, convocó a Ernst parra formar parte del Comité fundado para el estudio de esas medicinas. Ernst, retiró poco tiempo después su nombre del comité cuando comprobó que el comisionado por el príncipe había redactado las conclusiones sin evidencia experimental alguna que las refrendara y a pesar de ello mantenía la solicitud para que fueran incluidas en el Servicio Nacional de Salud. Al hacer públicas sus opiniones fue acusado de conducta no ética por no respetar la confidencialidad (lo que era inexacto) y aunque su Universidad de Exeter lo consideró no culpable después de trece meses de “investigación”, mantuvo su consideración de persona non grata lo que hizo que se retirara en el 2011 no sin tener que afrontar un nuevo incidente relacionado con el príncipe Carlos. Una de las medicinas alternativas favoritas del príncipe era la Homeopatía que, “estudio tras estudio llevados a cabo por mi Unidad-escribe Ernst- había mostrado que la Homeopatía no era solo conceptualmente absurda sino también sin valor terapéutico”. La discusión sobre su valor y méritos estaba cerrada pero su “Real Majestad” había facilitado fondos abundantes que venían de Nelsons, uno de los mayores fabricantes de remedios homeopáticos del Reino Unido, para impartir un curso en el Centro for Complementary Health Studies de su misma universidad que Ernst había conseguido separar de su propia unidad por su anticientifismo abierto. El curso se proponía “integrar” la medicina basada en la ciencia con el curanderismo lo que para Ernst suponía una traición a las bases éticas de la medicina alentando el peligroso error de la “equivalencia” entre ambas prácticas. El rechazo de Ernst a formar parte de ese curso fue uno más de los incidentes que lo hicieron adelantar su jubilación y abandonar su puesto en Exeter. En una entrevista concedida al Daily Mail, al ser preguntado por el periodista si pensaba que el príncipe Carlos era un vendedor de “aceite de serpiente” (snake-oil), es decir, de productos de curandero, Ernst contestó sin dudar: Sí. Para Ernst, el príncipe Carlos había utilizado su posición de privilegio para impedir la investigación científica al mismo tiempo que promocionaba el curanderismo.
Los dos temas principales a los que Ernst dedicó sus investigaciones, la medicina en la época nazi y las medicinas alternativas, están curiosamente relacionadas. Los nazis abrazaron de modo entusiasta estas medicinas que llamaban Naturheilkundey su integración con la medicina convencional en la llamada Nueva Medicina Germana (Neue Deutsche Haeilkunde) que era la política sanitaria oficial del Tercer Reich que veía el logro de una salud óptima como un deber patriótico. La influencia de estas teorías nazis llegó hasta nuestros días en la contemporánea escuela de medicina alternativa conocida con el nombre de Germanische Neue Medizin, uno de cuyos promotores tuvo problemas con la justicia en nuestro país hace algunos años en ocasión del tratamiento de un niño con cáncer. Ernst, tomó conciencia de esta relación de modo personal cuando se reveló que Claus Fritzsche, un periodista alemán, que publicaba con frecuencia ensayos pro-curanderismo en los que difamaba a Ernst, estaba generosamente pagado por un fabricante alemán de remedios homeopáticos que resultó ser el único hijo (adoptado) de Goebbels que había sobrevivido al suicidio de este, su esposa y sus demás hijos en 1945. Dos años después de que se revelaran estos pagos, Fritzsche se suicidó.
Al final de su libro Ernst resume la ética de su trabajo:
La ética médica me parece a mí que es violada cuando: los homeópatas prescriben o recomiendan vacunaciones homeopáticas para las que no existe una pizca de evidencia; cuando los quiroprácticos… promueven falsos tratamientos para niños con asma… cuando el príncipe Carlos vende su Tintura Detox que es incapaz de eliminar los venenos del cuerpo…cuando los curanderos seducen a pacientes de cáncer desesperados pretendiendo que han encontrado una cura… cuando los farmacéuticos venden remedios como las Flores de Bach u otros glorificados placebos… cuando los kinesiólogos, iridologistas etc. Afirman que sus test diagnósticos sin base alguna permiten identificar enfermedades serias…cuando políticos que carecen de la más básica comprensión de la ciencia apoyan públicamente el curanderismo afirmando que está basado en evidencias…
Si en el libro aquí reseñado, Ernst se muestra firme en sus resultados pero comedido en su prosa, en su página web http://edzardernst.com/ el tono es otro, tanto en sus propias entradas como en las recogidas de otros investigadores. Algunos ejemplos de artículos: Catastrophic outcome of chiropractic spinal manipulation; A risk of herbal medicine that has so far been neglected; Killing cancer patients via the Internet; Acupuncture for menopausal hot flushes?: No, it’s just a ‘theatrical placebo’!;Catholic homeopaths claim to cure homosexuality; Some naturopaths are clearly a danger to public health; Homeopathy on the NHS: its days are counted; The place of homeopathy … is … in the history books!…[2].
Postdata: (Marzo del 2016). La Universidad de Barcelona ha cancelado, al fin, su Máster en Homeopatía, que venía impartiendo desde el año 2.004 a un precio nada razonable: 6.900 euros. Doce años para enterarse de que no hay evidencias científicas que acrediten la eficacia de la Homeopatía.
Las universidades de Valencia y Sevilla todavía mantienen sus cursos de doctorado en Homeopatía. Al parecer, todavía no se han enterado de la inexistencia de evidencias científicas sobre la materia que imparten.
S.L.C
[1] Douglas. M. Estilos de Pensar. Gedisa.1998.
[2] En http://vicentebaos.blogspot.com.es/2013/12/la-epifania-homeopatica-un-articulo-de.html hay una muy interesante traducción de un artículo de Ernst sobre la homeopatía en el que comenta las “epifanías” que en ocasiones llevan a científicos reconocidos a convertirse en entusiastas defensores de estas medicinas. Otro artículo no menos interesante, “Como convertirse en charlatán” en :http://charlatanes.blogspot.com.es/2012/12/como-convertirse-en-charlatan.html.