No es fácil explicarles por qué el millón de euros que el Ministerio de Cultura se dispone a entregar a 100 autores españoles resulta un disparate, por abrir fuego con benevolencia. Usted, para qué engañarnos, no sabe ni tiene por qué saber nada de literatura. Gracias a Dios, yo trataré de acercarle a ese mundo. Le pido que coja mi mano y, poco a poco, con la parsimonia del médico que realiza el triste triaje al que está acostumbrado, se adentre conmigo en los seductores dominios de la obscenidad.
El primer dato es sencillo: un millón de euros de los fondos europeos irá destinado a escritores, traductores e ilustradores españoles. Visto así, a bulto, parece estupendo.
El segundo dato nos dice que los beneficiarios de estas ayudas serán 100 personas, como mucho, y que, como mucho, cada una recibiría 10.000 euros. Bien, no es poco dinero.
El tercer dato es que este dinero corresponde a dos meses de estancia en el extranjero, a razón de 5.000 euros al mes. Aquí empieza la cosa a zozobrar.
La información la rematan baratijas filosóficas salidas del ministerio que fundamentan esta articulación de las subvenciones. Se habla de “ayudas a la movilidad de los autores” y de favorecer “su crecimiento personal”. También se entiende que beneficia a la industria editorial española que 100 escritores, traductores e ilustradores pasen dos meses en otros países, haciendo, en fin, de embajadores de nuestra cultura o, cuando menos, de sus propias obras y oficios.
Lo que realmente hace falta para escribir es tiempo
Aquí parece adecuado detener la cabalgata de unicornios y explicarles en qué consiste escribir un libro. Cuando alguien escribe un libro, parte de una idea, una trama, un impulso narrativo o una intuición genialoide. Luego de esta premisa, el autor o autora se pone a escribir, actividad para la que solo necesita un ordenador, una mesa y una silla. Si hablamos de demandas incorpóreas, veremos que lo que realmente hace falta para escribir es tiempo. Un libro, regularmente, se escribe en cuatro o cinco meses, en un año, en cinco años, hay quien pasa toda la vida escribiendo un libro.
Pues bien, cuando el Estado se propone ayudar a los autores nunca detecta ni pide a alguien que le detecte ni tiene la menor preocupación por detectar qué necesita de verdad un escritor para escribir y, por tanto, qué podría hacer el Estado por él con todo ese dinero que, de vez en cuando, le da por poner en danza. Por decirlo gráficamente, el Estado cree que el escritor necesita una silla mejor, una casa más bonita o un paisaje en su ventana que salga en alguna postal. Lo fascinante es la cantidad de autores que, sabiendo que es tiempo lo único que necesitan, permiten que estas ayudas ineficaces sigan su curso, encuentren numerosos aspirantes y hasta acaben exhibidas en sus currículums como logros en algún sentido meritorios. Estos escritores, en fin, ven las becas y subvenciones como sinecuras compensatorias: los libros no se venden, la vida es miserable, pero de vez en cuando puedes viajar a Roma o Letonia con todos los gastos pagados.
No he conocido un solo autor que, habiendo recibido una beca viajera para escribir, haya escrito algo. Muchos me confesaron que el proyecto que presentaron era un libro que ya tenían acabado, por lo cual iban a Roma (digo Roma porque la estancia allí es muy conocida y deseada, un año en la Academia de España) realmente a ver Roma. Y veían Roma y disfrutaban muchísimo de su año de vacaciones a costa del erario español. Hubo otra beca llamada Halma que te llevaba, en efecto, a Letonia. Eran solo dos meses. ¿Ustedes se creen que alguien es llevado dos meses a Letonia con todos los gastos pagados y se dedica a escribir un libro encerrado en una habitación?
Así las cosas, el dinero que el Estado suele destinar a los escritores consigue, con toda eficacia, que no escriban nada. Ningún libro le debe su existencia a una beca. A lo mejor algún niño sí; pero un libro, no.
Lo más inquietante
Todo esto sería simpático, un poco pícaro, un poco triste si no sucediera algo más inquietante. Y es que todas estas becas, por lo que yo he visto en los últimos 20 años, siempre las reciben los mismos autores. Por razones de espacio —es un decir— no les hago la quiniela de los 20 o 30 escritores españoles que van a llevarse los 10.000 euros. Me jugaría de hecho otros 10.000 euros a que les digo 15 autores que van a recibir esta ayuda y hago pleno.
Son autores para los que el dinero público no tiene ningún valor, por mucho que, como saben, la mayoría se diría de izquierdas. La redistribución de la riqueza tampoco parece tan importante a la hora de acaparar en exclusiva el dinero público destinado a la literatura. Así, la norma no escrita es que se dan becas y ayudas solo a alguien que antes ha recibido becas y ayudas, en una suerte de bucle extractivo imposible de penetrar. Yo he pedido dos o tres becas en mi vida con nulo éxito, y todas las exigencias, papeleos, requisitos y plazos, he comprobado que son inmisericordes para aquel que no va a recibir la beca. El que va a recibir la beca no tiene que preocuparse por nada.
Así, estas ayudas nuevas están diseñadas milimétricamente para destruir la literatura y llevar de juerga a los escritores habituales.
El autor que va a ganar los 10.000 euros entiende perfectamente el espíritu de la letra de la convocatoria. Yo no. La convocatoria, imprevista y perentoria, te da un mes y medio para: a) tener un proyecto que justifique un viaje de dos meses al extranjero; b) encontrar dos meses en 2022 en los que no tendrás nada que hacer, ninguna responsabilidad que atender ni trabajo al que acudir, y c) conseguir que una institución extranjera acepte tu visita. Esta última urgencia es la que me hace no entender nada, y supongo que a otros autores les hace entender todo.
La “residencia” artística es, de hecho, una ayuda a un escritor que consiste sobre todo en la disponibilidad de un alojamiento (las hay en Italia, en Estados Unidos, en Corea…). Me parece redundante que las ayudas del ministerio te provean generosamente para el alojamiento y, al mismo tiempo, te pidan que encuentres tú ese alojamiento en una institución que, de hecho, no cobra por alojarte. Repito: esto lo entiende quien lo tiene que entender. Yo no.
Quien lo tiene que entender encontrará muy atinado eso del “crecimiento personal” y la “ayuda a la movilidad de los autores”, pues es lo que lleva haciendo durante los últimos 20 años: viajar a costa del dinero público y, bueno, crecer haciéndose selfis en Manhattan. Iceta, Cultura, los mandarines ministeriales simplemente vienen a dar la razón a todos esos escritores que no tienen que pagar el alquiler, trabajar, cuidar niños, tener niños, llegar a fin de mes y, con eso a cuestas, encima escribir libros. A los escritores para los que 10.000 euros inyectados en su cuenta corriente serían una bendición, no les van a dar 10.000 euros. Se los van a dar a aquellos que los sepan gastar.
La convocatoria señala claramente que los 10.000 euros hay que dilapidarlos
Comentaba con un amigo, de hecho, este extremo. Decía, bueno, puedes pedir los 10.000 euros y ahorrar, quedarte 5.000, quedarte aunque solo fuera 2.000, y con eso dar de comer a los niños y pagar las facturas. Pero no, la convocatoria señala claramente que los 10.000 euros hay que dilapidarlos, hay que festejarlos, tienen que mostrarse con toda su obscenidad en Buenos Aires, Chicago o Tokio. Tiene que haber un autor español comiendo de restaurante, cenando de restaurante, y yendo en taxi a todas partes en estas ciudades, y tomando copas y coca y vaciando burdeles, y eso es literatura y eso, amigos míos, es lo que el Estado español entiende por ayudar a la literatura. Ahorrar o utilizar ese dinero para el día a día no está consentido. ¿Cómo vas a “crecer personalmente” si ahorras?
En una tabla inserta en la convocatoria oficial (17 páginas), se desglosa portentosamente la utilización esperada de los 10.000 euros. Dice la tabla: gastos de alojamiento y manutención, 3.100 euros al mes; gastos de viaje, hasta un máximo de 1.300; gastos de instalación, hasta un máximo de 2.500. ¿Usted sabe lo que son “gastos de instalación”? Yo —de nuevo— no. No tengo ni puta idea. Suena, aunque solo sea por la rima, a “gastos de libre disposición”. O sea, tequila, taxis, titis, Gucci, ser Omar Montes por 60 días. 3.100 euros al mes en alojamiento y manutención suena a lo que les digo: restaurantes diarios. Luego puedes volar hasta donde te lleven 1.300 euros. Para ir a las Seychelles andamos un poco justos, eso es verdad.
Como les digo, yo podría pedir esta beca, sobre todo porque me encanta cuando no me las dan: toda mi visión del mundo encaja. Sin embargo, incluso si me llamara Iceta mañana y me dijera: “Olmos, preséntate, por favor”, no podría hacerlo. ¿Realmente me están pidiendo, como escritor, que demuestre mi capacidad para encontrar la manera de gastarme 5.000 euros en un mes? Es tan repugnante, amigos. Hay muchas personas que podrían vivir todo un año con 10.000 euros, y hasta escribir bonitas novelas. Uno ha visto a muchos autores escribir con todo en contra durante la mayor parte de su vida, y lo que se le ocurre al Ministerio de Cultura para ayudar a los escritores es que busquen el procedimiento adecuado, no para escribir, sino para dilapidar dinero público a ritmo de putero por Marbella. Si eres capaz de gastarte 5.000 euros en un mes en París, el Ministerio de Cultura del Gobierno de España está de tu parte.
Si los necesitas para comer, no.