Kichi no cree en la concordia de los discordes y quiere recordar una mitad de la historia y olvidar la otra. La tarea que tiene por delante es ardua.
Se ha hablado las semanas pasadas de la placa de la casa natal de Pemán que mandó retirar el alcalde de Cádiz. El alcalde de Cádiz es un hombre muy comentado en su ciudad y aun fuera de ella, tanto que únicamente se le conoce por el apodo de Kichi. Kichi (da cierto reparo llamar así a una fuerza viva, aunque su aspecto, la verdad, invita a hacerlo), Kichi, decía, declaró cuando ascendió al trono municipal en 2015: «Pemán ha sido y será de forma indeleble uno de los mayores representantes de las letras gaditanas (…) y así tiene que seguir siendo». En vista de ello, y por coherencia política (que suele ser hacer lo contrario de lo que se ha dicho, como Sánchez), el alcalde tiene ante sí todavía una difícil misión: desmontar el monumento de Pemán en los bellísimos jardines de los Genoveses, también en la ciudad de Cádiz, frente al Atlántico. No le queda otra. Se entendería mal que quitara una placa y mantuviera un monumento que es aún más «ostentóreo» (imparable neologismo que pusieron en circulación por los mismos años Juan Benet y Gil y Gil, el kichi que fue de Marbella).
Lo malo de las neurosis es que no sabe uno cómo ni dónde detenerlas. Y aquí estamos hablando de memoria como neurosis. Lo escenificó mejor que nadie Miguel Gila, contando el caso de uno que empezó con un padrastro de la uña y acabó desollándose vivo. Quiero decir que existen las mismas razones para quitarle una placa a Pemán en Cádiz y a Alberti en cualquier parte de España. Con el criterio de Kichi, por supuesto, llamando criterio a lo suyo, y con la Ley de Memoria Histórica en la mano, llamando a eso ley, memoria e histórica.
Porque Pemán y Alberti son vidas paralelas.
Hace cinco o seis años el entonces director del Instituto Cervantes de París, Juan Manuel Bonet, conoció al gaditano Pedro Ardoy, poeta y navegante. En 1956 convocó este en su barco, Clavileño, atracado en uno de los muelles del Sena, a tres viejos amigos, dos de ellos exiliados: Bergamín, Alberti y… Pemán. De no existir una prueba del encuentro, lo creeríamos no solo falso sino inverosímil: pasaron la tarde charlando amigablemente y dejaron constancia de todo en unos versos escritos en comandita. La cita, naturalmente, la mantuvieron en secreto. ¿Qué se hubiera pensado en Madrid de haberse llegado a conocer que Pemán se reunía con «la bestia»? ¿Y en Radio Pirenaica que «la bestia» se pasara la tarde bebiendo coñac con «el ángel» exterminador? Recuerda la farsa que mantuvieron Joselito y Belmonte (contada por Chaves Nogales) haciendo creer a sus respectivas aficiones que su rivalidad en los ruedos era enemistad en la vida privada, cuando lo cierto es que eran buenos amigos.
Trece años después, en 1969, Alberti, que temía no volver a pisar suelo español, pidió a su amigo Pemán una libranza, y Alberti anduvo de incógnito y sin riesgo dos días y medio en el Puerto de Santa María.
Esos encuentros no trascendieron, pero de haberse conocido a tiempo quizá hubieran contribuido a disipar muchos enconos en las respectivas aficiones, a saber, que lo de las dos Españas era un cuento chino que no se creían ni ellos, quiero decir que la guerra la empeñaron los señoritos de los dos bandos. Pero este artículo no va de aquella guerra suya. Va de nuestros espacios públicos.
Supongo que en la exposición de motivos para quitarle la placa a Pemán se habrán tenido en cuenta sus arengas durante la guerra, tremendas y enloquecidas, celebrando el exterminio del enemigo, como tremendos y enloquecidos fueron los «A paseo» de Bergamín y Alberti desde El Mono Azul, incitando a los «paseos» y asesinatos de la retaguardia. ¿Partidario Pemán de Franco? Toda la vida. Como Alberti de Stalin («Padre, maestro y camarada (…) No ha muerto Stalin. No has muerto. / Que cada lágrima cante / tu recuerdo», escribió Alberti ¡en 1953! del mayor asesino de la Historia).
Terminó la guerra y los amigos ayer irreconciliables se citan en París. La vida es compleja y difícil. Tampoco tratan de explicarla, y deciden vivirla. Bergamín es católico como Pemán y comunista como Alberti, y Alberti sin duda mucho más estalinista que Pemán franquista. Los tres escriben. De Pemán se leen con gusto muchos artículos y primeros poemas, de Alberti sus juanramonianos Retornos de lo vivo lejano, de Bergamín sus románticas rimas. Los tres tuvieron tiempo de hacer las paces y dejar atrás sus miserias guerracivilistas; los tres olvidaron para poder perdonarse; los tres dejaron atrás lo peor de sí para que los venideros aprovecháramos lo mejor de ellos, sus escritos.
Pero alias Kichi no está de acuerdo. Kichi no cree en la concordia de los discordes y quiere recordar una mitad de la historia y olvidar la otra. La tarea que tiene por delante es ardua: tras el padrastro de la placa, el monumento del Parque Genovés. Y después, el nombre de la calle donde estaba esa placa, Isabel la Católica, reina, católica y madre de la Inquisición. Y después…