Erase una vez, corría el año 2020, cuando llegó una pandemia al reino que montó la mundial. Se trataba de un virus cuyo origen era desconocido; unos decían que si por comer murciélago en mal estado, o estando inoculado, algún chino de China, porque chinos en la época los había por todo el mundo; otros resucitaban a Nostradamus; no faltaban las teorías de tecnología 5G; que si ya lo avisó Bill Gates o que si conspiraciones bélico biológicas que se escaparon de las manos, o de los tubos de ensayo. El caso es que fuera lo que fuese el origen del hijoputananobicho, la cualidad de contagio era tan alta que desde el último rincón hasta el primero comenzó a infectar a todo humano que se cruzara en su camino, y cayeron muchos enfermos, bastantes –siempre demasiados- hasta la muerte.
Había tantos enfermos por todas partes, en todos los rincones, que todas las manos profesionales sanitarias eran pocas, entre otras cosas porque ellos mismos, los sanitarios, causaban baja al no tener protecciones idóneas, por lo que pasaban a estar contagiados y, ¡hala!, a pasar la cuarentena que menos mal que no era como la de la peste negra del siglo XIV de 39 días, sino de 14 días en teoría, porque por entonces nada se sabía con certeza, aquello parecía la yenka, un paso adelante, otro atrás, a la izquierda-izquierda y derecha. El riesgo de contagio era alarmante, de ahí que de alarmante ALARMA, se dictó el estado de alarma para todo el barrio, ciudad, comunidad y país, con el fin de que todos en casa sin moverse a excepción de lo imprescindible.
Ante tal avalancha, se movilizaron todos los recursos habidos y por haber, desde médicos jubilados y jóvenes Mires, incluso estudiantes de último curso de medicina y/o enfermería, el ejército y la que no está escrita en la memoria de varias generaciones. Era tal la necesidad que, al mismo tiempo, surgían voluntarios que habían estudiado medicina o enfermería, como una tal Clara Alvarado que además de actriz conocida por la Casa de Papel había estudiado enfermería. Clara y sincera era su voluntad de ayudar y por eso la actriz se puso en contacto con una amiga para saber qué Hospital podía necesitarla, y así, sin practica ninguna, pues no había ejercido nunca como tal, se puso mascarilla, guantes y a la faena de ayudar a salvar vidas, a lo que está ahora, espero que en ningún Hospital de Papel sino duro junco que se dobla pero no rompe nunca.
Pues bien, en la misma avalancha de necesidad, en mismo tiempo y circunstancias, resulta que llamaron a la puerta de otros sanitarios que no ejercen porque están a otra cosa, la de velar por los derechos laborales de sus compañeros, no solo de asuntos económicos sino de propia seguridad, que son llamados liberados, ¡ay, qué suerte! con lo que a mí me gusta todo aquello que huela a libertad. Llamaron, pero si te he visto no me acuerdo; esto es, o no se acuerdan de ejercer con gasas o sueros, o algo así será, ante la respuesta dada a la solicitud de incorporación a la actividad asistencial (ver documento). Hubo que frotar los ojos para leerlo otra vez y creerlo pero valga una parte del párrafo final como agujero para santo Tomás: “… Tenga en cuenta que antes de abandonar nuestras funciones y responsabilidades como garantes de los derechos de nuestros representados, entre las que se encuentran derechos constitucionales como la salud laboral, …”. Sí, han leído bien, en el estado de ALARMA NACIONAL que recorta libertades básicas en aras al bien general, el sindicalista puro se erige en protector en materia de SALUD LABORAL para con sus compañeros que están arriesgando la vida desde hace tres semanas, cayendo hasta el fin de sus fuerzas, como le ha pasado ya a varios médicos y alguna enfermera, cuando éstos los que reclaman son … !manos a la misma faena!
Esta es la historia de un reino que cuando supere el capítulo dramático que le ha tocado vivir tendrá que superar otros capítulos abiertos por la insolidaridad de algunos, corrigiéndolos, y buscar un resurgimiento de los mejores sentimientos como los de la actriz para imponerse a la falta de ellos de protegidos validos.