El Diccionario del Diablo. Ambrose Bierce. Círculo de Lectores. Galaxia Gutenberg.
Si usted tiene un diccionario en su casa tírelo por la ventana. No se preocupe por hacer daño a alguien o a algo, esos pájaros salen volando como murciélagos, cuervos o moscardones. En el aire van soltando sus parásitos. Si dispone de una escopeta practique el tiro de pichón. Si lo que tiene usted es un diccionario enciclopédico, ese buitre, haga una hoguera en su patio de luces, en su corral de conejos, en medio de la cuneta de la carretera y deshágase de esos indeseables tomos de la A a la Z. No tenga compasión por sus alaridos verborreicos. Arderán bien. No se preocupe por ser hoy más ignorante que ayer, eso le ayudara a pasar desapercibido en su pueblo. Tómese una tila doble y desconéctese de la internet para siempre. No le volverá a hacer falta para ser feliz, para conocer gente, para pensar en sí mismo. Los diccionarios al uso (esconda el María Moliner en el desván), no son más que un estorbo, uno anda siempre tropezando con ellos, como con gata en celo. Atrévase a escribir mal, a no saber qué significan algunas palabras que algunos usan con desparpajo e impunidad. Mándelos a freír espárragos porque usted tendrá en sus manos el diccionario definitivo, el licor destilado de todos los diccionarios, un veneno que no mata de repente, que solo produce alegría, ganas de sonreír, satisfacción sexual, calma el hambre y la sed… He aquí, amigo, “El diccionario del diablo”.
Manoséelo, acarícielo, sienta en sus manos el peso etéreo de los ángeles celestiales caídos: es usted poseedor del arma definitiva contra la fatuidad, contra la estupidez, contra la tontuna intelectual, contra los antropófagos de citas de Montaigne, contra gordos sudados por el trabajo de pensar y flacos vegetales intransigentes, contra necios petimetres y pillos huecos… Disfrute, y ya me contará. Ah, y no me dé las gracias. Si es usted valiente, que no lo dudo, queme también el Diccionario del diablo después de haberlo hojeado. Olerá a azufre veinticuatro horas y después habrá salvado su alma.
Ambrose Bierce tal vez aun esté vivo y coleando, aunque nació en 1842. La última vez que fue visto atravesaba la frontera de EEUU camino de México. No hagan caso de esa película del pobriño Gregorio Peck, “Gringo viejo”, en la que se nos hace creer que el escritor se murió en una de las revoluciones mexicanas. La verdad es que lo que Bierce fue a buscar a México fue la Boca del Infierno, ya que se sabe que hay varias, ambulantes, en ese país. Se cree que la encontró y ahora disfruta de su pensión vitalicia, por los servicios prestados a su Jefe, en una playa de Veracruz.
Mendiño Sousas