SONY DSCDesde A Faladoira a San Andrés
1ª Etapa, hasta Ortigueira
En el cruce de carreteras de la Faladoira, arriba donde pusimos la marca de 221 kilómetros sobre una pared de casa destartalada que asemeja haber sido bar de carretera, tomamos la carretera secundaria dejando a la derecha la general que lanza los coches a velocidades altas. Desde arriba de la sierra caminar hacia el objetivo a nivel de mar proyecta sobre el ánimo una cierta alegría que supone imaginar el paso menos cansino, liviano, cuál si los metros fueran medios metros, hasta que te das cuenta que los músculos ejercen otro esfuerzo, el de freno si la pendiente del camino es más inclinada de lo que conviene. Además, esa primera percepción desaparece al adentrarse en el terreno gallego que baja, pero sube, siempre vuelve la escalera, da vueltas y ‘revira voltas’ clásicas de nuestra orografía, así que la jornada no es tan cuesta abajo de facilidad motora. No importa. Hoy hay tiempo para recrearse paso a paso pues no hay vuelta a Ourense en el día. Nos espera una casa rural confortable y limpia para compensar con horas de sobra y relax cualquier esfuerzo sobrellevado. Después de Hermida y tras la bajada prolongada de varios kilómetros sobre asfalto de carretera secundaria por la que casi no pasan automóviles, toca subida desde el río sapo hasta la zona donde se divisa ya la villa marinera de Ortigueira. Por fin, ‘mar a la vista’, peregrinos de tierra adentro divisando el agua perseguida.
Se aclara el día como si quisiera el tiempo aliarse con esta vista excelsa donde el mar extiende su poder de atracción a mas de 15 kilómetros que nos separan. Desde distintos ángulos en el recorrido divisamos la meta del día, visión que perdemos al adentrarnos en los caminos entre eucaliptos crecidos que tapan la vista. Aquí la bajada en ocasiones sale cara como si fuera subida pues el suelo mojado sobre mezcla de tierra y piedra supone pisar con cuidado y freno para no resbalar. Vacas, ovejas, caballos, nunca humanos, son los habitantes de esta tierra que cruzamos. Se oyen motosierras talando, nuevas plantaciones de eucaliptos medrando, no hay otra industria. Pasamos por aldeas semimuertas donde se intuyen algunas casas a medida que llegamos a la entrada de la carretera general que nos acerca a Ortigueira. Pasamos por un camino paralelo a la carretera general por encima de un polígono industrial que tampoco parece albergar demasiada actividad. Un taxista al que pregunto me cuenta que la villa está bastante deprimida, les haría falta que el conocido festival se hiciese cada trimestre en lugar de un único julio anual. Efectivamente, nos recibe a las cuatro de la tarde una villa desierta, el puerto con su alameda también sin gente, es la plaza del Concello e intuimos que allí podríamos comer unos bocadillos que nos devolvieran las calorías que tras cuatro horas y algo más llevábamos encima. Dos bares a la vista nos ofrecen esa respuesta, pero en uno ya cerraron cocina y no nos quieren preparar ni un simple bocadillo, el otro poco más pero al menos ese más tenía cierta simpatía y Alba, la joven que nos atendió, nos ofreció Keike para el café y un pinchito de anchoa y queso para cañas y claras. Pasamos por el Náutico para saber si era posible contratar un barquero que nos pasara la ría hasta Mera, tal como así hicieron nuestros abuelos alter egos del Pelerinaxes, pero estaba cerrado; en un estanco preguntamos por tal posibilidad, al igual que después en la casa rural, pero eso es pedir peras al olmo, como si una barca de Ortigueira fuera olmo para un agua de Mera. En fin, habría que haberlo pensado antes. Pues nada, a descansar a casa, a la casa rural, donde la cena exquisita y la compañía mejor nos reconforto extraordinariamente.
2ª etapa, hasta San Andrés
Desayuno temprano para encarar el último tramo desde el Kilómetro 242 hasta el 262 en que finaliza este viaje. Desde el punto de Ortigueira en que lo habíamos dejado el día anterior desandamos un tramo largo hasta Cuiñas para encarar Mera, ese punto que los NÓS unieron por barca a través de la ría. Aquí no es posible, así que cinco kilómetros nos sitúan donde a ellos quince minutos. Camino llano que nos calienta los músculos y el ánimo para enfrentar la Capelada que por proximidad la vemos más alta. Sin esperarnos vida humana por el camino como es el sino común del viaje rural, sin tararear aquella popular canción del Simca 1000¡Qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000! que cantaban Los Inhumanos, de pronto y en medio del camino nos topamos con un Peugeot 205 blanco que dos de mis compañeros viajeros observaron con cierta sorpresa, pues allí estaban haciendo el amor sin dificultad mayor una pareja; solamente vieron los desnudos sin identidad mayor que el culo de él, y claro está la imaginación al poder, solo podría tratarse de un caso de infidelidad y amor secreto, pues las diez de la mañana no es hora propicia sino es para que nadie sospeche de una madre que es gestora o un marido agente de seguros, o ambos que hayan dejado los niños en el bus escolar, porque además un kiki en coche pequeño a la luz del día no admite demasiados preámbulos y/o juegos previos a ‘eso’. Otro coche estaba a cincuenta metros, ¿el de él?, ¿el de ella? Que nos importa, nosotros a lo nuestro que ya está ofreciéndonos la cara más dura del día, esas rampas que avecina tormenta. Y vaya granizada la que nos cae subiendo la Capelada por la parte más dura, pedregosa. Es curioso, la nube está en ese tramo detenida como si la sierra no la dejara mover hacia ningún sitio. Graniza, graniza con fuerza y las aguas bajan haciendo surcos en el suelo que aún dificultan más el terreno. Las fontes de Fervenza están en pleno apogeo, cae el agua como dios manda, y el recuerdo de este verano seco e incendiario nos proporciona más placer a la vista de sus chorros fuertes. Seguimos subiendo y la nube queda atrás, sigue estando detenida en un punto, y de pronto aparece un fantasma. No estoy hablando del posible fantasma que había movido la cama de María la noche anterior sino de otro fantasma mucho más vivo: es un humano. Por fin un humano en el recorrido. Tres son los que habitan ahí arriba, donde los caballos son tan numerosos como las vacas. Desde donde estamos, ya casi en la cima, se ve la mina de pizarra que horada la montaña, pero también se imagina uno el esfuerzo de las gentes que con el porco a cuestas tenía que remontar estas rampas duras. Caminando y caminando, solo nos detenemos para mear, llegamos hasta donde el mar nos saluda y da la bienvenida, desde lo alto, ahora solo queda bajar. Y bajamos por la carretera que por su pendiente pide más trotar que andar, dejarse llevar como si el santo quisiera que llegaras cuanto antes. Un crucero en el mirador nos detiene. Emplazamiento idóneo para hacer fotografías de San Andrés y los acantilados altos de esta costa, que dicen ser de los más altos de Europa. Solo queda una cosa que se convierte en peligrosa por el estado del camino, que es bajar por ese camino que recuerdan en el pueblo, como nos contó Basi después, era el que tomaban sus abuelos y que está dejado de la mano de dios es cristo, sin desviar el agua que cae como un río y que mueve todo el terreno.
Como si fuera el The End más propicio para acabar nuestro camino desde Ourense, este tramo de menos de un kilómetro que hicimos al final nos embarró pantalones y botas como hasta ahora no habíamos visto. San Andrés ya y la comida lista en el bar de Basi. Una vuelta por la capilla, el paisaje y la tienda de recuerdos de San Andrés donde preguntamos si es alguno de la Asociación de amigos de San Andrés para poder hablarles de nuestro asunto: ‘No, aquí en el pueblo, 43 vecinos, nadie sabe de la Asociación y nunca nos preguntaron nada’. En el bar donde comimos la tortilla de Basi se hizo el FIN.