1.- Examen final (E.Trifolium, 2014) es su última novela publicada y en ella nos cuenta, con mucho humor e ironía, el momento actual por el que atraviesa un escritor de mediana edad: sufre problemas de alcoholismo, se divorcia de su mujer, tiene malas relaciones con sus hijos, y su agente literaria empieza a estar cansada de representar a un escritor que no escribe como los demás. Toda la historia gira, obsesivamente, alrededor de la idea del suicido: arrojarse, desde su ventana, al capó de un coche rojo cuando éste estacione bajo su balcón. ¿El humor y la ironía, siempre presentes en sus obras, son las claves para que esta historia no sea solo una visión melodramática de la vida?
-El humor y la ironía están siempre presentes en lo que escribo. Es más, a veces tengo la siniestra impresión de ser un escritor humorístico que se da un barniz de trascendencia por pura pose. No entiendo, sin una buena dosis de humor, la manía personal de escribir porque la vida nos suele administrar numerosas oportunidades para desertar. Y en los escritores que frecuento como lector busco asimismo esas pinceladas de humor. Autores como Beckett, uno de mis preferidos, y que parece tan hermético y a la vez desesperanzado, salpica sus páginas con esas dosis de humor. Por no hablar de Quevedo, de Cervantes, de Gadda, de Carroll, de Fernando Vallejo, de tantos otros. Humor e ironía son las armas defensivas contra la vida, contra la solemnidad y el aburrimiento, contra la televisión y los mítines, contra las homilías y el colesterol, contra la sinrazón de creer que con la literatura hacemos algo más que fabular. Los escritores con pinta de padecer almorranas me causan desazón: circunspectos, serios, solemnes como cardenales. La literatura la entiendo como un juego, peligroso o inocuo, no lo sé con seguridad, y las palabras son las piezas de ese puzle que tratamos de montar y alguien derriba y volvemos a intentarlo y alguien lo derriba y así hasta la muerte. O el silencio.
2.- Ese escritor, personaje anónimo de la historia, atormentado por la escritura, parece tener mil razones para abandonarla y, sin embargo, no consigue desprenderse de ella como si una sola razón fuese suficiente para seguir. ¿Cuál es esa razón? Y ¿cuánto de autobiográfico hay en esta novela?
-Creo que era un personaje, acaso Zavalita, de Vargas Llosa, quien decía que el periodismo era una maldición. Yo tengo la certeza de que en mi caso la literatura es una maldición, una adicción. Naturalmente que hay razones y razones para abandonar la literatura; al menos en mi caso, cada libro es un nuevo fracaso que uno atesora en su biografía. Los motivos por los que me empecino en seguir intentándolo son bastante confusos; de hecho, supongo que, tal como dije, al ser una adicción difícil o imposible de rehabilitar, pues ahí se empeña uno contra toda cordura en darse cabezazos contra una pared que no voy a derribar nunca y sigue neciamente montando las piezas del puzle que alguien derriba siempre. Por un lado es frustrante, ese resultado con el que nunca estás de acuerdo, pero el proceso de escritura, que es pensar la novela, escribirla, corregirla y cuando toca romperla, es un sentimiento absolutamente indecible, de una libertad y una felicidad tales que es difícil de explicar. La parte autobiográfica de Examen final es evidente: yo, como cualquiera que escriba, que entienda la literatura como algo más que una diversión, padezco el desencanto de no decir lo que se quiere decir, de los periodos de agrafía, de la frase que se traba, de la imaginación que se vara; y eso, lo mismo que al protagonista de Examen final, me sucede cada vez que me enfrento al papel porque sigo con el viejo sistema manual: bolígrafo y libretas de espiral. A lo mejor la literatura, la escritura, es para mí una prolongación de la infancia en la que mi asignatura preferida era la redacción.
3.-La escritura, para el protagonista de su novela, parece un martirio, días de vacío, páginas en blanco, ideas que se resisten, etc. ¿Se ha sentido usted como él, en algún momento? ¿Existe la plena satisfacción con lo que se ha escrito?
-Me siento como el protagonista de la novela cada vez que escribo. Supongo que será algo común a quienes escriben: el intento obstinado por construir algo decente, el descubrimiento de tus incapacidades a medida que escribes, las dudas que surgen con respecto a tus posibilidades y al valor del texto; y al final, la intuición de que lo que escribes es poca cosa, algo irrelevante. Cortázar lo escribió acaso enfáticamente: “Pienso que tanto sentido tiene hacer un muñequito con miga de pan como escribir la novela que nunca escribiré”. Decir eso después de haber escrito Rayuela suena sacrílego. Pero uno se obstina. Perdón por la siguiente pedantería: “Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better”. Esas palabras de Beckett son para mí el secreto de la escritura, del arte en general y, probablemente, de la vida, del absurdo de la vida. Y de todo lo anterior se deduce que no quedo nunca satisfecho con lo que escribo aunque sí hallo alguna página feliz, algún párrafo decente, algún adjetivo acertado, alguna frase con valor de epitafio, que ya no es poco, o algún sustantivo bien puesto. Me toca comer las migajas del festín literario, como ve.
4.- Sus libros giran en torno a una presencia: la muerte. Y, por lo tanto, se trata de una visión trágica de la vida, con personajes fracasados, víctimas de esa idea. Al mismo tiempo y, en contraposición, da vida a personajes que representan la felicidad y el éxito, utilizándolos para hacer una crítica mordaz de la sociedad actual. ¿Cree que vivimos, en general, momentos de especial confusión?
-La vida es una confusión, un malentendido, una broma puñetera y todo lo malo con que uno quiera adjetivarla. Ese sería el lado de sombra; a cambio, de vez en cuando un reflector ilumina la cara buena, que también la tiene. Ya hablamos antes del recurso del humor y de la ironía. El actual momento de confusión, si gozáramos de una perspectiva amplia, no creo que sea más aterrador que en siglos anteriores salvo en el hecho de que estamos fundiendo a trancos enormes los recursos de este planeta. Y no pienso que el futuro sea más halagüeño. El consuelo de que otros planetas puedan ser habitados por nosotros en el porvenir, me cae un poco a desmano. La ciencia-ficción no es mi debilidad.
5.- Son muchos los escritores que cita en sus novelas y, yo me he atrevido a citar a Pessoa, al cual usted nombra en muchas ocasiones. “No tengo ambiciones ni deseos. Ser poeta no es una ambición mía. Es mi manera de estar solo.” (Heterónimo Alberto Caeiro). Usted no vive de la literatura, no es un escritor de grandes ventas, por eso creo que para usted, tampoco, la escritura es una ambición en este sentido. ¿Qué es para usted la escritura? Y ¿cómo combina su trabajo literario con el trabajo de funcionario que desempeña en la Agencia Tributaria de Ourense?
-Una trinchera, una barbacana, un búnquer, una casamata y cualquier otro adjetivo bélico y defensivo que usted le quiera poner. La literatura para mí es vivir a la contra; si no escribo contra algo, no me siento a gusto. Efectivamente, quizá no sea nada malo no vivir de la literatura, no tener grandes ventas, ser una especie de sombra o de persona solitaria al margen de la parafernalia que actualmente es buena parte de la literatura que en realidad no es tal sino un sucedáneo. Algo así como la aurea mediocritas horaciana. Las listas de libros vendidos están plagadas de esos sucedáneos; en general y salvo excepciones, si alguien busca literatura, lo primero que debe hacer es repasar la lista de libros más vendidos y no leerlos. En lo concerniente a mi trabajo en la Agencia Tributaria digamos que me proporciona la posibilidad de comprar libros que luego utilizo sibilinamente en mis novelas. Plagio con una elegancia largamente ensayada, sin que se note demasiado. Mi voz no es mi voz sino la voz de los autores que leí pasada delicadamente por la batidora. La literatura, por otro lado, al menos la española, está bien nutrida de funcionarios. España en el fondo sigue siendo un país de curas y funcionarios: acaso no tan visibles como en Galdós o Clarín pero no muy distinta, solo los afeites de los nuevos tiempos. Los collares son distintos, sí, pero los ladridos iguales. Añádele que surgió una especie de secta de cocineros denominados restauradores y otra de adictos a correr maratones y el desastre está servido. Para evadirse de ello, está la literatura.
6.-Es cierto que el camino que ha elegido en la narrativa no es muy frecuente y presenta ciertas dificultades para la lectura pero, ¿no cree que es una excusa fácil para editores, agentes literarios y crítica? En muchas ocasiones he pensado que la dificultad está en que buena parte de los editores no saben comunicar a los lectores qué es literatura y por qué tendríamos que leer buena literatura, en vez de centrarse solo en los beneficios económicos. ¿Qué piensa al respecto?
-Incurriré en otra cita, esta vez de Genet: “La dificultad es la cortesía que tiene el escritor con el lector”. Yo no escribo deliberadamente así, esto es, de una forma más o menos complicada, que exige del lector decisión, inteligencia, complicidad, paciencia y experiencia lectora. Creo que existe, en bastante medida, una tendencia por parte del editor y por parte del librero a mostrar, a hacer más visibles, obras que carecen de calidad literaria o que se pueden consumir, digerir y excretar sin necesidad de mayores problemas. Ni siquiera son literatura en la mayoría de los casos. De los agentes literarios me abstengo de opinar porque no tengo ni tuve ni tendré, probablemente. Si antes los héroes eran semidioses o dioses, hoy los héroes son editores valientes y libreros que conocen el valor real de lo que exponen y recomiendan al que visita los establecimientos a determinados libros o autores. Era Nabokov quien dijo, aproximadamente, que una vez que te metes en el mundo de los libros y deambulas de librería en librería, uno nunca sabe lo que puede suceder. Esa complicidad desgraciadamente se está perdiendo, ese lazo amistoso entre el librero y el lector. Darse una vuelta por la mesa de novedades de muchas librerías es como acercarse a un burdel: miras las curvas más apetecibles (en este caso, portadas y nombres y apellidos), tientas el material y vamos allá. Afortunadamente, resisten bastantes viejas librerías y salen editoriales que apuestan por esos libros que, salvo una casualidad insospechada, nunca estarán en las listas de libros más vendidos.
7.- Siguiendo con el tema de la dificultad en la lectura y viendo los cambios en Educación (más ciencias, menos letras), ¿piensa que cada vez será más difícil que la gente joven se acerque a un tipo de libro que requiera más esfuerzo? No me refiero a que se lea más o menos, porque el acto de leer ha aumentado con las nuevas tecnologías.
-Se lee más pero, me temo, se lee peor. Voy a ponerme viejuno. En mi época, a los diez, doce, trece años, aparte de los tebeos y de la literatura más o menos dedicada a los niños, como la Guillermo y los Proscritos, por ejemplo, te metías entre pecho y espalda a Mark Tawin, a Salgari, a cierto Melville, a Lewis Carroll; eso por no citar las obras resumidas e ilustradas de Verne o de Shakespeare y devorar a gentes como Cronin, Morris West y a muchos autores que después perdieron vigencia. Y a Martín Vigil, reconozcámoslo. O a Candel. Luego ya ibas incurriendo en Victor Hugo, en Aldecoa, en Matute, en Sender, en Delibes. De alguna manera te ibas formando tu propia biblioteca, un poco al azar, un poco por recomendaciones de otros lectores o bien descubriendo a esos escritores malditos que los hermanos maristas catalogaban de rojos o de ateos: Sarte, Juan Goytisolo, Neruda. Leías como reacción. Hoy los chavales tienen a su disposición, aparte de la influencia de lo audiovisual, lecturas en las que el protagonista es un niño mago. Pero, ¿qué niño no es un mago en su infancia? ¿Tiene más magia Harry Potter que Huckleberry Finn? Antes la magia la ponías tú, el niño lector, su imaginación; hoy ya te la dan hecha. Eso perjudica seriamente la imaginación: si el ministerio de cultura sirve para algo debería poner esa etiqueta en ciertos libros. Entre Harry Potter y Alicia, me quedo con esta última. La fantasía impregnaba tu infancia, no era necesario que te la proporcionara un libro. Y, por otro lado, las lecturas obligatorias de los colegios e institutos, con raras excepciones, son libros carentes de interés salvo del interés de ciertas editoriales para abastecer a esos centros. La literatura como negocio, no como pasión, como descubrimiento, como placer, sino como rutina obligatoria y castigo. Lo raro es que aún existan lectores en este país con semejante rémora.
8.-En su libro Tela de araña, cuando utiliza palabras que ya apenas se oyen, lo resalta con una frase casi musical: “ya nadie la emplea, ya nadie la usa, etc”. Y, es cierto que el lenguaje, en su narrativa, quizá sea lo que más aflora. ¿No cree que el origen de la tan anunciada muerte de la novela estaría, de suceder, en el lenguaje?
-La novela es como Lázaro: muere y aparece un genio de esos que solo se muestran cuatro o cinco veces en un siglo y la resucita. A veces tengo la impresión de que quienes anuncian la muerte de la novela, en realidad están con sus obras ayudando a embalsamarla. El lenguaje sí que se empobrece y creo que en esta afirmación no hay desconfianza viejuna ni empalagosa nostalgia, como dije antes. Pero no sólo en el ámbito de la infancia y la adolescencia, sino en los medios de comunicación, en la política, en los textos publicitarios. Lógicamente existen palabras que desaparecen porque desaparecieron los oficios que nombraran. Caen en desuso. De alguna forma me tira más emplear alarife que albañil. Pero asimismo se incorporan nuevas palabras, hallazgos realmente extraordinarios que provienen de la calle. Las denominadas nuevas tecnologías pueden matar hasta el diccionario. Le voy a poner un ejemplo de un efecto pernicioso de lo digital. Cuando recurro al diccionario, siempre voy al de papel; porque sé que al buscar una palabra, me perderé en otras, vagaré por sus páginas, apuntaré algunos significados; sin embargo, si mantengo abierto el diccionario en su versión digital, buscaré sencillamente la palabra que necesito, nada más. Perderé el placer de abrir otra página, de buscar algunas etimologías, de saber cómo se formó la palabra nostalgia o la palabra forajido, por ejemplo. Tengo una enorme pasión por los diccionarios; me proporcionan no sólo conocimiento sino que aguijonean mi imaginación y mi curiosidad. Una casa sin diccionarios es una ruina. O, como diría Borges, un boceto.
9.- En este mismo libro Tela de araña, se habla mucho del sentido de la literatura, de “esa gozosa falsificación que es la literatura”, del “organismo lenguaje” y del sentido de la escritura, “escribo para inventar un idioma”. El pensamiento, la idea están alimentados del lenguaje. ¿Cómo ve a la sociedad actual, tan mermada en el uso del lenguaje, en un futuro?
-¿Sabe?, me gustaría ponerme en plan Fernando Vallejo y soltar un exabrupto. Vayamos por partes: saber si la humanidad tiene futuro. Pero la sociedad es un concepto tan absolutamente abstruso para mí que aún sintiéndome partícipe de cualquier horror que se cometa en nombre de quien se cometa (que generalmente suelen ser la religión y la patria, sin descartar el amor y el fútbol), prefiero acogerme a la sociedad más íntima: ésa en la que están mis amigos, mi familia, mis libros y cuando hablo de mis libros, hablo de los leídos. Vivo en la otra, en la de dudoso futuro, pero necesito urgentemente acogerme a la segunda: allí tengo cierta seguridad, algunas certezas, contadas esperanzas. En esa logia puedo ser feliz. Pero cuando me asomo a la primera (basta con echar un vistazo a la televisión) mantengo mis espantos y mis dudas e incluso llego a pensar que no hay motivo alguno para la esperanza, que caminamos deliberadamente hacia la ruina y, además, con orgullo. Hemos perdido algunas virtudes religiosas interesantes y lo digo como ateo fervoroso.
10.- Otro de los temas que aparece en sus libros es el sexo y el amor constatando la pervivencia de lo efímero: “…la felicidad epidérmica, la única forma de felicidad que la vida nos otorga a los mortales” “El instante y la eternidad están vinculados por la misma duración” ¿Es a esto a lo que se refería Juan Goytisolo cuando hablaba de que el texto es implacable y cierra todas las salidas, inquietándole por su radicalismo? Es cierto que el comentario lo hacía con respecto a Proceso de demolición, creo que inédita hasta ahora.
-Proceso de demolición permanece inédita de momento, sí. Y es radical, hermética, lo más radical y hermético que escribí. Pero yo creo que Juan Goytisolo, con quien tengo una deuda que ni dos vidas me llegarían para pagarla, creía que esa novela abría un camino irremediablemente abocado al solipsismo, sin posibilidad de diálogo con el lector. Pero fue un experimento sin continuidad, una vía de investigación. Pero me gustaría que lo último mío que se publicase, aunque haya escrito cosas posteriores, sea esa novela. Esa novela contiene, sin dolo, la palabra más honrada, decente y hermosa que puedo escribir; la palabra Fin. Por cierto, una palabra que se ha desterrado de la narrativa.
11.- En Tela de araña hay dos protagonistas, Ramón Álvaro Rábade Expósito, escritor ignorado y en paro y Guillermo Gal Cosío, un reconocido y torturado poeta que había muerto diez años atrás del comienzo de la historia y sin el cual Ramón no existiría porque debido a la amistad que les unía, recibe el encargo de escribir su biografía. Ramón recuerda una carta que recibió desde Marrakech de Guillermo en la que dice: “La vida es siempre un proyecto inacabado, un trabajo inconcluso, como posiblemente todas las novelas sean novelas inconclusas” ¿Piensa que por eso algunos escritores pareciera que siempre escriben la misma novela?
-Hay escritores que escriben, en ocasiones felizmente, siempre la misma novela. Posiblemente Kafka, Joyce, Proust. Hay otros, entre los que me cuento con una arrogancia imperdonable, que tratamos de investigar caminos nuevos (me refiero, claro, a caminos nuevos en nuestra literatura, no en eso que podríamos denominar literatura universal). Pero eso son opiniones de lector. Chirbes escribió novelas diferentes que eran, sin profundizar en matices, la misma novela, salvo acaso esa pequeña obra maestra que es Mimoum. Pero acaso eso sea simplemente el sello Chirbes, como hay un sello Michon, o un sello Perec. La frase que cita usted de Tela de araña es afortunada, un azar feliz, y hoy la suscribo. A veces ese azar nos suministra un párrafo afortunado. En cuanto a “el instante y la eternidad están vinculados por la misma duración” a la que usted se refirió antes, es un hallazgo sonoro que acaso sea imputable a la relectura que hacía de Borges. Aún no sé qué demonios significa. Pertenece a la novela Nembrot que reeditará Trifolium en primavera de 2016. La versión de DVD Ediciones, de Sergio Gaspar, constaba de 300 páginas; ahora incorporé capítulos que ignoro por qué razón no incluí en aquella versión y generosamente Xan Arias apoyó la reaparición de una novela que me llevó casi una década entre escritura y correcciones y que rondará las 500 páginas, lo cual es un exceso que solo la heroicidad que antes mencioné de algunos editores puede tutelar, en este caso Trifolium. Convendría agradecer desde aquí la labor enorme que hizo DVD Ediciones entonces y que abrió las puertas a tantos autores hoy renombrados.
12.- El ambiente de Examen final es reconocible para el lector que haya leído otros libros suyos, sin embargo, en éste hay una puerta abierta a la esperanza, no queda claro pero, el amor filial parece la salida. ¿Está de acuerdo? ¿Qué cambios se han producido o se están produciendo, si es que los hay?
-No hay un cambio sustancial en mi concepción de la literatura o de la vida: yo habito permanentemente la desesperanza aunque la frase suene a verso de alguien. Con las salvedades de las que hablamos: humor, ironía, malas pulgas y esa sociedad secreta y fraternal que me vincula a la gente que quiero. Sin embargo, como dice usted bien, en el final de esa novela se abre una puerta (o un ventanuco o una gatera, vaya usted a saber) a la esperanza; el lector piensa, acaso con razón porque quién soy yo para juzgar a mis personajes, que el protagonista tomará un avión hacia la ciudad en la que vive su hija; seamos benévolos, a pesar de mi natural pesimismo, en mayor medida aun: el avión no se estrellará, no será secuestrado, ni siquiera sufrirá un retraso o extraviarán las maletas del mindundi. Y llegará a casa de Lucía. Pero no vayamos más lejos; a lo mejor tampoco es feliz con su hija y sigue con su vida de perro y haciendo más infeliz a Lucía porque las desgracias vistas de cerca se agigantan, lo que demuestra mi enorme capacidad para el optimismo con permiso de Voltaire.
13.- No solo de escritura se habla en sus libros. La lectura ocupa un lugar muy importante. ¿Qué libros no dejaría, nunca, “olvidados” en una habitación de hotel?
-Mire, si hago una lista de libros, convierto la Amazonia en un paisaje lunar antes de que lo hagan los depredadores que la están esquilmando. Curiosamente, descubrí que el libro que tengo más anotado y subrayado son Las confesiones de san Agustín; debe de ser porque el obispo de Hipona es el Bukowski de los doctores de la iglesia. No sé por qué lo tengo tan abrumadoramente anotado ya que recuerdo haberlo releído un par de veces y, sin embargo, obras de Cortázar, de Joyce, de Cervantes, de Juan Goytisolo, de Fernando de Rojas, de Kafka, de Perec, la poesía de san Juan de la Cruz, y algunas otras, las releí hasta en media docena de ocasiones y como escritor me marcaron más. Y no olvidemos el diccionario de la academia y el María Moliner. María Moliner es la virgen de la r
2 comentarios en “Entrevista José María Pérez Álvarez en CUADERNOS HISPANOAMERICANOS”
En la entrevista que Moncho colgó en la página de elcercano.com, por las razones que sean se ha truncado la última frase de la misma que es la siguiente: “María Moliner es la virgen de la religión literaria en español”.
Gracias Mindundi