Fareed Zakaria
© 2015, The Washington Post Writers Group
En enero de 2007, no mucho después de que George W. Bush anunciase un aumento de las tropas en Irak, estaba almorzando con un amigo chino que es un integrante del Partido Comunista con buenas conexiones. Le pregunté cómo recibían la noticia en Pekín; contestó lo siguiente: “Esperamos que envíen al Ejército estadounidense entero a Irak y permanezcan allí los próximos diez años. Entretanto, continuaremos con el desarrollo de nuestra economía”. Esta semana, mientras viajaba por el sudeste de Asia, recordé esta historia. Mientras el Estado Islámico, Irán y Grecia captan la atención del mundo occidental, China avanza. Y ahora no solo está construyendo su economía, sino también una nueva geopolítica en Asia.
Las imágenes de satélite tomadas esta semana muestran que China prácticamente ha terminado una pista de aterrizaje en una de las varias islas artificiales que ha creado en el archipiélago de las islas Spratley durante el último año y medio. Todas sus acciones en esta zona están destinadas a consolidar las reclamaciones del país sobre el 90% del Mar de China Meridional, a través del cual circulan cada año 5.000 millones de dólares cada año. Unas reclamaciones, por cierto, que asustan a los filipinos, Vietnam, Malasia, Brunei y Taiwán.
El presidente Xi Jinping ha marcado una diferencia con sus predecesores al aceptar abiertamente una política extranjera activista, al hablar sobre el sueño del Asia- Pacífico y anunciar emprendimientos como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y la Ruta de la Seda. Hay una avalancha de dinero detrás de esta retórica. El erudito David Shambaugh señala que, si uno suma las inversiones prometidas por China en todos estos emprendimientos regionales, el total es de 1,41 billones de dólares. El Plan Marshall, en comparación, tuvo un coste de 103.000 millones en dólares actuales.
Sobornar a los países de la región
Un diplomático del sureste asiático de alto nivel me explicó que China está utilizando dinero y presión para sobornar a los países de la región. Señaló que la ayuda es, a menudo, cuidadosamente enfocada para que, por ejemplo, el dinero enviado a Malasia sea dirigido específicamente al estado de Pahang, la base política del primer ministro. “En Myanmar y Tailandia (los chinos) se aseguran que los generales se beneficien con los contratos”, dijo. En países más pequeños como Camboya y Laos, el dinero chino domina directamente la economía.
Pekín también está ampliando sus opciones militares con la reclamación en Spratley y una expansión considerable de los sistemas de misiles de base terrestre. Además, el gigante ha estado represando silenciosamente los ríos que fluyen por sus fronteras, desde Mekong hasta Brahmaputra, que le permitirían realizar cortes de agua en Camboya e India si estalla una crisis.
Los políticos en Singapur me dijeron que Pekín incluso ha comenzado a extenderse hacia los habitantes de Singapur de origen chino y ha impulsado la política exterior de esta ciudad-Estado, que permanece firmemente aliada con los Estados Unidos, hacia una dirección más pro-China. “Los diplomáticos de la embajada china contactan a mis electores chinos y les dan información para que estén preparados” me dijo un político. “Patrocinan viajes con todos los gastos pagos a China para todos los jóvenes de Singapur de origen chino. Son activos, comprometidos e inteligentes”.
Un simpatizante del Gobierno de Pekín ondea una bandera china en Hong Kong (Reuters).
Un simpatizante del Gobierno de Pekín ondea una bandera china en Hong Kong (Reuters).
Sin embargo, ¿cómo ven los diplomáticos del sudeste asiático a Estados Unidos? Lo consideran como un país distraído y en gran medida, ausente. Con los que entablé un diálogo, reconocen que la Administración Obama posee una estrategia básica adecuada en su pivote asiático, pero le reprochan su escaso seguimiento y puesta en práctica deficiente. Estaban alentados por las medidas en el Congreso para avanzar en el acuerdo comercial de Alianza Transpacífica pero temen que lleguen demasiado tarde frente a los imparables avances chinos.
“La consejera de Seguridad Nacional Susan Rice no parece saber tanto sobre Asia, ni parece importarle mucho; el secretario de Estado John Kerry se distrajo por su búsqueda de la paz en Oriente Medio; el presidente ha cancelado viajes a Asia”, me contó un diplomático. “Finalmente, con el secretario de Defensa, Ash Carter, contamos con un estratega en el Pentágono y ya ha contribuido a cambiar la situación. Los chinos son más cautos”.
La realidad de que lidiar con la creciente influencia de China en Asia es especialmente difícil se debe a que gran parte de ésta es inevitable… y podría ser favorable. China es el socio comercial más importante de casi todas las economías asiáticas, Australia incluida. Su creciente participación podría ser beneficiosa. Sin embargo, también produce una gran ansiedad respecto al dominio político. Los países de la zona esperan que Estados Unidos desaliente a China, pero también lo involucran. No desean afectar la atmósfera básica de los negocios, el comercio y cortesía que ha permitido el auge de varios estados asiáticos.
“No esperamos solamente contramedidas por parte de Washington, sino una diplomacia sofisticada, matizada y constante”, dice Kishore Mahbubani, ex Secretario de Asuntos Exteriores de Singapur. “Fueron capaces de lograrlo durante la Guerra Fría, cuando competían con la Unión Soviética. Tuvieron que escuchar a los residentes, cortejar países y, por encima de todo, estar profunda y continuamente comprometidos. Ya no puedo observar esto”.
Fareed Zakaria
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