Algunos economistas keynesianos postulan para frenar la tendencia hacia la desigualdad y desaparición paulatina de las clases medias una subida de impuestos a los grandes patrimonios. Otros, por el contrario, neoliberales de la escuela austriaca abogan por un impuesto IRPF del 6%.
Entre unos y otros surge voces que proponen desde artículos de opinión limitar el sueldo máximo, como dice John D. Sutter, a 100 veces el salario mínimo, lo que equivaldría en EEUU a 1,5 millones de dólares anuales, y acabar con salarios como el que percibe el directivo John Hammergren (CEO de McKesson) que cobró en 2011 la friolera de 131,2 millones de dólares.
Cada vez son más voces, de distinto color ideológico, las que se suman a defender esta propuesta que están mandando a las clases adineradas para reducir las brechas y evitar la polarización entre ricos y pobres.
Incluso un editorial del Financial Times aconsejaba a los banqueros a“dejarse la corbata y el traje a rayas en casa”. Y es que los movimientos de protesta comienzan a focalizarse contra los ricos, despertando viejos fantasmas de la lucha de clases. Podemos es un ejemplo de por donde van los tiros, por lo que la limitación del salario máximo podría contribuir a contener el temido estallido social, al tiempo de limitar también con esta medida el principal problema social en España, la puta corrupción.