Laboratorio para una sociedad ilustrada
Como aperitivo os hago saber que no soy ningún experto o erudito en música. Ni siquiera un aficionado metódico. Poseo, como diría un amigo mío, una vastísima incultura musical, casi enciclopédica. Así se lo advertí a Cibrán en el momento en que me hizo el encargo de presentar su libro, para que no se llevara a engaño, pero me confesó que este libro, que lleva el original y apasionante título de “El cuarteto de cuerda”,ya había sido presentado en dos ocasiones anteriores, en otras ciudades, por musicólogos notables que dieron su experta visión del microcosmos que encierran sus páginas.
Él, al parecer, necesitaba precisamente la visión de otro tipo de consumidor de su libro, quizá al que va destinado el subtítulo de “Laboratorio para una sociedad ilustrada”.Ahora sí. La imagen novedosa del cuarteto de cuerda que trasciende de una experiencia puramente estética a un compromiso social y hasta revolucionario.
Esta es la mía, me dije yo. Mi pasado trasgresor de comentarista político y editor de revistas de vino y gastronomía me hacían el tipo perfecto para la tarea, o sea, el ignorante musicólogo ideal capaz de enfrentarse aun libro de estas características desde una perspectiva nada académica.
Y aunque él no me lo dijo, y a tenor del estilo limpísimo, claro y sugerente que empleó en su escritura, me temo que tiene de casi todos vosotros la misma opinión que de mi. Dejaos llevar, pues, por su lectura, porque os doy mi palabra de que con ella al final tendréis la sensación balsámica de que sabéis mucha más música que la que ignoráis.
A modo de digresión, y antes de entrar en materia, os diré que el libro, gracias a las referencias que Cibrán va haciendo de los autores y sus cuartetos más emblemáticos, desde el siglo XVIII hasta hoy, tiene una doble lectura paralela en You Tube. Sí, es un libro para leer con You Tube a mano. En ese sentido se convierte casi en un audiolibro, con la ayuda de la informática.
Al menos así es como lo leí yo, y así se explica que me haya demorado tres días leyéndolo, a tiempo completo y sin pestañear. A él ya le comenté que fue una experiencia singular, como estar leyendo a Hawking o Penrose, astrofísicos divulgadores de la ciencia, y tener la posibilidad de trasladarme momentáneamente en cada página a los agujeros negros o a las galaxias lejanas que con tanta pasión y minuciosidad describen.
O, sin salir de la Tierra, como leer la Guía Michelin acompañándonos de bocados de las recetas magistrales que aparecen en sus páginas, en compañía de buenos vinos.
El libro es en realidad un viaje y una guía; pero también, y aquí está lo novedoso, un reflejo del compromiso militante del cuarteto con la sociedad. Un viaje que, como ya digo comienza en el momento de la invención en el XVIII del cuarteto de cuerda como hoy lo entendemos, y que le sirve al autor para explicar la historia de la música de los últimos tres siglos.
Si yo os digo que el cuarteto, interpretado por gente tan formal y recatada como él, vestida en concierto de luto riguroso, fue un emblema revolucionario, pensaríais que estoy de coña. Pero Cibrán, uno de esos señores de luto, segundo violín del Cuarteto Quiroga, lo explica aquí sin despeinarse.
El cuarteto, nos cuenta, tuvo su caldo de cultivoa fines del XVII, y eclosionó en el Siglo de la Luces con el aliento de libertad de la Revolución Francesa, cuando la música, hasta entonces patrocinada exclusivamente por quien se la podía pagar (es decir, reyes, nobles y alto clero), llegó a los salones de una burguesía rica que pedía paso en la vida pública y un reconocimiento social que diera lustre al oro, poder e influencia que iba acumulando.
El cuarteto le puso melodía a la revolución, arrancando la música de cámara de manos de quienes llevaban siglos monopolizándola, para alegrar ahora las mansiones de ricos comerciantes.
Con el nuevo juguete musical, se obró un milagro que hoy sería impensable: los burgueses le tomaron gusto a interpretar ellos mismos,encargaron violas, violines y violonchelos a los más afamados luthiers, y aprendieron a tocar esos instrumentos, para ser así parte activa de las veladas musicales. Se les llegó a conocer como la “aristocracia musical”. Aristocracia musical. ¡Qué tiempos aquellos!
¿Os imagináis hoy todo el dinero ocioso que nuestros modernos burgueses esconden en paraísos fiscales empleado en promocionar ciclos como el fenecido Sen Batuta? Sólo el dinero al servicio de la Ilustración hizo posible aquel siglo prodigioso, como sólo el dinero al servicio del dinero acabará enfermando la economía global del siglo XXI en manos de lo que podríamos parafrasear como la “aristocracia de la cárcel de Soto del Real”.
De la aristocracia musical a la de Soto del Real.
Por su carácter asambleario, si se me permite la expresión, el cuarteto nace, en palabras de Cibrán, “como la música de los músicos, para convertirse en poco tiempo en un elemento distintivo de la identidad burguesa ilustrada y postrevolucionaria”.
Ese viaje postrevolucionario por donde nos guía el libro, que comienza con Haydn y culmina en el paisaje dodecafónico contemporáneo de autores que ni me atrevo a pronunciar, os advierto que puede ser larguísimo. Si os dejáis embaucar por la literatura sugerente del cicerone Cibrán, os va a terminar pareciendo un viaje inacabable de meses en el Orient Exprés, donde en cada parada se recrea un nuevo paisaje musical, sin prisas, con los ojos cerrados y los oídos bien despiertos.
Los aficionados de mi nivel reconoceréis, en la primera parte del viaje, panoramas más o menos conocidos, aunque contemplados con la mirada nueva que en cada lugar nos va proponiendo Cibrán. Pero os lo advierto, vuestro Haydn ya nunca volverá a ser el mismo, porque comprobaréis que el cuarteto llegó a funcionar para élcomo el laboratorio prodigioso en el que experimentar todo su lenguaje musical. Ni Haydn, ni Mozart, ni Beethoven, ni Schubert, ni Brahms, ni Mendelssohn, ni Schumann…ninguno volverá a sonaros como antes.
En mi caso, según el tren se iba alejando de su estación base, mi querido Haydn, mi refugio, los paisajes se me fueron haciendo extraños, y fueron adquiriendo una atmósfera intrigante, de músicas que se iban descomponiendo, de deconstrucciones (como dicen en la nueva cocina) de las recetas clásicas, de atmósferas sonoras que los menos avisados pueden interpretar como que proceden de cuatro cuartetistas que se están tirando los trastos a la cabeza.
Y aquí os tengo que hacer una confesión: cuando el cuarteto llegó al siglo XX yo me hice ateo de la música dodecafónica, tal como había avisado Machado del inculto que “desprecia cuanto ignora”. La negaba porque no la comprendía. Antes de mi viaje con Cibrán a las tierras remotas de las vanguardias me producía una pereza intelectual insuperable esa revolución en estado puro en que se había convertido la música, en especial la del cuarteto de cuerdas, el espacio revolucionario por antonomasia.
Según iba leyendo la pasión con que Cibrán describíaesos cuartetos tan ajenos a mi escaso bagaje cultural, de Shönberg, Webern, Janaçek, Kurtag, Sielsi, Rihm o un tal Lachenmann que, en el colmo de la ironía, reconocía practicar una modalidad de “música del ruido”… según iba leyendo, digo, pensé que tenía que poner pronto remedio a mi ignorancia, porque un tipo serio como Cibrán, que toca de rigurosoluto, que no de oído, segundo violín de una de las mejores formaciones del mundo, no podía estar mintiéndome, sobre todo, mintiéndome tan apasionadamente.
Así que cada vez que Cibrán apuntaba a un dodecafónico, yo iba corriendo a localizarlo en You Tube por ver si lograba descubrir, como él decía, por ejemplo, “esa fuerza rítmica e irresistible encanto que utiliza los recursos del cuarteto con una facilidad y maestría pasmosas”. Según hacía este ejercicio, a veces penoso, me acordaba de las sesiones de cata en las que alguien encuentra en el vino, sin la menor duda y sin despeinarse, “un regusto de frutillos negros del bosque envueltos en una brisa de notas balsámicas y regaliz”.
Para empezar, Cibrán, con la inestimable ayuda de You Tube, me ayudó a ver de otra manera esos últimos y lejanos paisajes de mi Orient Exprés imaginario. Me enseñó que en esa república independiente que es el cuarteto, la música es una emoción que no se atiene a reglas rígidas, y mucho menos a los parámetros clásicos en los que mi generación fuimos educados.
Sobre todo, me ha obligado a escuchar esa música que tanta desazón me producía hasta ayer, el primer paso para aprender a comprenderla y, quizá, amarla. Ha sido, en verdad, un misionero en tierras de un ateo dodecafónico, como os decía antes.
En cualquier caso, de un libro que se titula “El cuarteto de cuerda”, lo menos que se podía esperar es esa visión casi enciclopédica, a través de la Historia, que Cibrán hace del objeto o sujeto de su profesión. Sin embargo, con ser ciclópea esa labor (os diré que trabajó en este proyecto durante más de cuatro años, entre acumulación de documentación y escritura), lo más novedoso, a mi entender, es que nos abre las puertas a los entresijos del oficio, nos deja ver por un orificio secreto cómo trabajan cuatro virtuosos que deciden dejar de ser solistas para fundirse en una sola voz, las relaciones laborales y personales que los mantiene unidos, no siempre fáciles entre gente fuera de lo común, el ejercicio supremo de dirección compartida que supone una formación como la suya.
Lo más revolucionario del cuarteto de cuerdas es que es una expresión entre iguales. Nadie manda o, al menos, nadie debe darse cuenta de que alguien manda. Esa falta de líder es la que hace de esta formación una empresa tan singular. Y arriesgada. Porque los músicos son intérpretes, o sea, tienen que interpretar lo que el autor, a veces muerto hace siglos, quiso expresar en la partitura. Y donde hay cuatro músicos hay cuatro pareceres que tienen que ponerse de acuerdo para tocar al unísono.
Según cuenta Cibrán, la Historia de una empresa tan singular, sen batuta reconocida, como el cuarteto está plagada de flores de un día, de colegas que duraron unidos apenas un concierto, meses o unos pocos años. El cuarteto, por su propia filosofía republicana, es una formación de planteamiento anárquico, donde las sensibilidades están a flor de piel, donde la negociación y el saber escuchar a los demás forman parte de un ejercicio diario.
Si el resultado es enriquecedor, nosotros, los espectadores, lo notamos inmediatamente, percibimos a flor de piel su nivel de complicidad. Si alguno de sus miembros se siente vencido, que no convencido, el desconcierto está asegurado. No hay nada más contagioso que el desánimo.
Un liderazgo claro, en algunas formaciones ha sabido solventar este dilema. Pero no sin dejarse pelos en la gatera.Porque, como dice Cibrán, la figura de un líder choca frontalmente con la esencia misma del cuarteto. “Si uno de los miembros del grupo –dice- se convierte en su director, los otros adoptan inmediatamente el papel de seguidores, y el diálogo entre ellos queda absolutamente reprimido, cuando no anulado por completo”.
Hagamos aquí un paréntesis (Y digo yo: ¿no os suena todo esto de algo? Podría servirnos de meditación sobre el clima político y la calidad de la convivencia en un país donde gobierna una mayoría absoluta o donde gobierna un cuarteto –cuatripartito le llaman- que necesariamente convierte cada consejo de ministros, cada ensayo, en un concierto por consenso.)
Según lo explicaba Cibrán, a mí me recordaba, más que una empresa, un matrimonio. Pero si ya en un matrimonio dos son multitud, donde el consenso lo decide siempre mi mujer, se me antoja que una unión duradera de cuatro individuos,obligados a tomar constantemente decisiones mucho más delicadas que si la tortilla de patata debe llevar o no cebolla, puede ser el mejor taller de convivencia que inventar se pueda. Por su propia naturaleza, el cuarteto es una escuela de diálogo, una mesa redonda sin rey Arturo. Y para colmo, de número par, con el peligro latente de que las divergencias de opinión terminen en un empate irresoluble.
Esto le lleva a Cibrán, en un momento determinado del libro, a proponer la cultura del cuarteto en la enseñanza pública, más como escuela de convivencia que como aprendizaje musical… que también. Quizá, de tanto viajar, se le ha olvidado de que pertenece a un país que deja morir a miles de enfermos de hepatitis C para ahorrar dinero. Para músicas o convivencias estamos en una sociedad que satanizó una asignatura de Educación para la Ciudadanía.
Es tal su convencimiento de que el cuarteto constituye un arma educativa y redentora de primer orden, que llega a escribir esto:
“Si se transmite públicamente el valor simbólico –educativo, ciudadano, político- de la propuesta ilustrada que dio luz al cuarteto –y que es su verdadera razón de ser, como metáfora artística de una sociedad de individuos diferentes y responsables en busca de un bien común-, el cuarteto conseguirá mantener su presencia cultural como faro musical de una convivencia radicalmente democrática”.
Es decir, añado yo, si todos aprendiésemos las técnicas de convivencia que hacen del cuarteto una empresa igualitaria, nuestra sociedad sería el más colosal concierto humano. Una sociedad concertada, tocando al unísono, una utopía, ese es el ideario del buen revolucionario que esconde en su corazón este hombre que toca como los ángeles, aunquedisfrazado de demonio, como si la música no fuese divertida.
Por último quisiera recordaros que Cibrán es el denominado “segundo violín” de su cuarteto, una posición que, como él dice, ya prefigura en el imaginario colectivo la idea de una jerarquía dentro del conjunto. Él reconoce, en esa especie de 15 M asambleario que es el cuarteto de cuerda, que los papeles de la viola y del segundo violín son más grises que el de sus otros dos componentes.
Dice: “Es la única voz que se ve despojada parcialmente de su personalidad instrumental, de su brillantez. Sus agudos son confiados al primer violín y su carácter melódico es dejado a un lado a favor de colores intermedios con función armónica, rítmica o tímbrica… El rol de segundo violín demanda ser asumido por una personalidad con un perfil psicológico muy determinado, con una visión global que trascienda lo instrumental, y una comprensión intelectual del cuarteto que le haga valorar la importancia radical de su rol”.
Es el perfecto autorretrato de Cibrán.
Así es el autor de este libro sorprendente. Un virtuoso de la música y de la vida, que entiende su oficio como una empresa redentora, discretamente un paso detrás del primer violín,disfrazado de segundo, para mayor gloria de la música y de la convivencia.
Ahí queda eso.
© Manolo Saco
1 comentario en “EL CUARTETO DE CUERDA, por Manuel Saco”
Así se escribe una reseña. De maestro…