«El texto mismo es implacable y cierra todas las salidas, pero tu radicalismo me inquieta». Eran las primeras líneas de la carta que desde Marruecos Juan Goytisolo le escribía en 2011 al escritor José María Pérez Álvarez, Chesi (O Barco de Valdeorras, Ourense, 1952), con motivo de su novela Proceso de demolición. «La apuesta es dura y el lector “normal” quedará perplejo —continuaba—. Tú te diriges con valentía al muy escaso relector y respondes a tu manera a la máxima de Genet: “La dificultad es la cortesía del autor con el lector”». Proceso de demolición no llegaría a publicarse nunca, pero esta anécdota sin embargo le sirvió a Pérez Álvarez para abrir la trama de su última novela, Examen final, recién publicada por Trifolium.
Juan Goytisolo y Chesi habían comenzado a trabar amistad ocho años antes a partir de la Feria del Libro de Madrid de 2003, cuando Goytisolo aseguró ante la prensa que «hay quienes escriben para ser vendidos y quienes escriben para ser leídos». Un solo título dio para ilustrar lo que acababa de decir: Nembrot. El autor era José María Pérez Álvarez, un escritor gallego en lengua castellana acostumbrado a vender no más de 500 ejemplares por novela. Sin embargo aquel año, contra todo pronóstico, Nembrot, publicada en 2002 por la ya desaparecida DVD Ediciones (y reeditada este 2014 en formato digital por Uno y Cero Ediciones), acabó reseñada en Times Literary Supplement por el propio Goytisolo.
La defensa que a partir de ese momento haría Juan Goytisolo de la obra de Pérez Álvarez le serviría a este para ganarse un discreto y silencioso prestigio en el panorama literario español. Nunca pudo, sin embargo, abandonar su puesto de funcionario en la Agencia Tributaria de Ourense para poder dedicarse por entero a escribir, como le hubiera gustado. «Solo entiendo el mundo desde el punto de vista literario», dirá en algún momento de esta entrevista. Autor esencialmente de narrativa, escribe cada día por la mañana, temprano, junto a un café negro y sin azúcar, y hacia el vacío, pues nunca sabe a dónde le conducen las páginas que tiene frente a sí. El proceso de escritura se convierte, de este modo, en una especie de territorio inexplorado en el que busca, indaga, acierta y se equivoca, y del que acaba desechando muchas cosas.
Obsesivo, pesimista, hipocondríaco y sedentario (pocas veces sale de ese Ourense natal que tanto critica en sus novelas), a veces lo ha dicho: «Lo de escribir es lento, lento. Hay que romper mucho, y ni así el éxito está asegurado». Para Chesi corregir no es algo accesorio, sino fundamental, una parte más de la escritura y admite que es la que a él más le gusta, la única parte de la novela en la que realmente se divierte; el proceso anterior de invención le resulta penoso, complicado y frustrante. «Alguien alguna vez dijo que uno no es un verdadero escritor hasta que aprende a corregir», resalta. Empieza la entrevista.
En Examen final un escritor, cuya novela el mundo editorial rechaza por apócrifa, se plantea de un modo obsesivo una serie de preguntas («¿Escribir para qué? ¿No puedes escribir como los demás?»), abriendo así una penetrante reflexión sobre el ejercicio literario. ¿Son preguntas que tú mismo te haces?
Es que uno no escribe para. Uno, al menos yo, escribe, sin más. Escribo por desahogo y necesidad. Lo que escribo, en efecto, no suele ser para un lector poco avisado, sino para alguien que haya leído mucho, que se recree en la lectura, que relea.
De la dificultad de tu escritura te previno Goytisolo en la carta que introduces en la novela.
Proceso de demolición era una novela bastante críptica, la más hermética de las que escribí. Juan me alertaba de la dificultad de su lectura y también de que seguir ese camino, que él mismo en un momento había transitado, no era una buena idea, ya que establecía distancias, casi insalvables, entre el texto y el lector.
¿Le has hecho caso?
No. Quiero que sea esa la novela que cierre mi ciclo narrativo, que sea una descomposición o demolición de mi escritura. Creo que Juan pensaba que iba a seguir ese tortuoso camino en obras posteriores, por eso me advirtió de su peligro.
En 2008 publicaste La soledad de las vocales, que recibió el III Premio Bruguera con Esther Tusquets como jurado unipersonal y Ana María Moix como editora. En 2011 escribes la todavía inédita Proceso de demolición, ahora publicas Examen final. Las tres novelas tienen en común el soliloquio desesperado de un protagonista perdido y desbordado ante su trágica existencia. ¿Son una trilogía?
Sí, existe esa trilogía, aunque no de forma deliberada. Por ejemplo, Proceso de demolición la escribí antes que Examen final, pero el proceso lógico de lectura sería La soledad de las vocales, Examen final y Proceso de demolición. Proceso de demolición está terminada, corregida y completa; a ver si hay algún editor suicida que se atreva con ella. Pero aún no la envié a nadie.
¿Te deprime que las grandes editoriales no te publiquen?
No, no me deprime. Me molesta la descortesía: ahora las editoriales ya no responden siquiera. Soy un firme partidario de las editoriales pequeñas, que están editando los libros más arriesgados en general. Me siento igual de feliz —o de avergonzado— editando en Trifolium que en Bruguera [la editorial Bruguera cerró sus puertas en 2010].
Nembrot fue tu consagración a nivel más alto y obtuvo un gran reconocimiento de la crítica del momento. Es una obra muy ambiciosa y de realización compleja. ¿Qué te motivó a escribirla?
No sé por qué escribí Nembrot —nunca sé por qué escribo mis novelas—. Alrededor de los 40 años tuve un aluvión de lecturas, de ideas, de experiencias, una necesidad de decir u ordenar mi mundo en torno a la literatura, porque yo solo entiendo el mundo desde su punto de vista literario. Lo que no está escrito no existe.
¿Cuánto tardaste en escribirla?
Cuatro años. Fueron cuatro años de escritura enloquecida en los que nada existía fuera de Nembrot. Sería difícil que ahora dedicara tanto tiempo a una pasión continuada. Por la edad, siento la misma pasión, la misma ambición, la misma fiebre pero con proyectos más cortos [Examen final solo tiene 136 páginas]. Después vino una larga corrección que redujo significativamente sus páginas. Sergio Gaspar la acogió en DVD Ediciones, el crítico Jordi Doce instigó a Juan Goytisolo a leerla, este la citó en público y la defendió mucho durante tiempo. Con esto quiero decir que se puso en marcha una cadena a la que yo casi fue ajeno. Yo escribí Nembrot, pero lo que pasó después ya fue cosa de mil azares. Como casi siempre. Pero Nembrot fue, sobre todo, un extraño y divertido juego literario. Un placer. Aunque suene peregrino o presuntuoso: las palabras tenían sabor, olor, textura. No sé si volverá a suceder ese pequeño milagro.
Tras Nembrot vino Cabo de Hornos (DVD, 2006), finalista del Premio Nacional de Narrativa en 2006. A continuación La soledad de las vocales (Bruguera, 2008), después Tela de araña (Trifolium, 2012). En el proceso de su escritura, la primera persona ha ido desbancando poco a poco a la tercera. ¿Es Examen final la más autobiográfica de tus novelas?
Posiblemente sea una de las más autobiográficas: ese yo que aparece también, más o menos disfrazado, en La soledad… y Proceso…. El protagonista de Examen final es escritor, como yo; pasa una fase ágrafa, como yo paso con frecuencia; soporta el silencio de editoriales, como a mí me sucede a menudo. Asumo, pues, que ese personaje sin nombre se parece sospechosamente a mí.
¿La literatura, el arte, son siempre autobiográficos?
No, no creo. Es un lugar común decir que siempre hay algo del autor en la obra. Yo personalmente no creo que la literatura sea siempre autobiográfica, aunque posiblemente se deslicen, a veces de forma inconsciente, elementos que sí lo son. Hay autores que se distancian de sus obras; es difícil, por ejemplo, asumir una parte autobiográfica, al menos clara, en Borges…
Pero resulta inevitable escribir desde la propia experiencia.
Sí, sí, hay otros escritores en los que sí se perciben dichos elementos autobiográficos. Lo que desde luego es insoslayable es que casi siempre se cuele algo personal en lo que uno escribe, ya que todos escribimos, como bien dices, desde nuestra experiencia propia, personal e íntima. Supongo que hay una huella de todo ello en el resultado de la escritura que puede ser más o menos evidente.
Cuando publicaste La soledad de las vocales dijiste: «A veces mis novelas surgen de una idea que me invade de repente hasta convertirse en una obsesión. Solo cuando esa idea es obsesiva, creo que estoy ante algo que puede fructificar». ¿Cómo surgió Examen final?
En 2010 me pongo a escribir y no sale nada que me convenza. Paso por un periodo de vacío creativo; mando originales a editoriales y no contestan. Así que para no caer en lamentaciones, invento a un personaje que sufra eso mismo. De este modo me permito distanciarme de mí mismo y emplear la ironía y el sarcasmo. En definitiva, ser otro. Porque si para mí el mundo o la vida es literatura y si falla la literatura, a dónde demonios acudir.
Su estructura se compone de dos capítulos: “Misoginia” y “El huésped”. ¿Por qué?
La primera parte es una especie de radiografía de un matrimonio que se mantiene malamente hilvanado y la visión que el protagonista tiene de ese problema es puramente machista, más que misógina. La segunda, con el hombre ya desvinculado de su mujer y viviendo en un hostal, lo convierte en ese huésped. En ambos casos, con todo, el protagonista es un escritor primero enfrentado a un matrimonio podrido y después a la soledad. Y sabe siempre que solo la literatura puede salvarlo de tales trances. De ahí, el título.
«La literatura no es inocente, sino destructiva». Explícame esta frase.
La literatura, como la inteligencia, es destructiva en el sentido de que te suministra lucidez para indagar en eso que se llama los demonios personales —expresión bastante cursi, por cierto—. Mediante la literatura, tal como yo la entiendo, investigas en ti mismo, en tus límites y, en la medida en la que me conozco, me gusto cada vez menos porque llego a la conclusión de que mis limitaciones literarias son muchas. La sensación al final es de desencanto, pues nunca logro la obra soñada, sino una copia mala, algo peor de lo esperado, un resultado desolador.
Pero, por otro lado, puede servir de aliciente para volver a intentarlo.
Exactamente. Creo que el arte en general, el arte que no se limita a contar por contar —lo cual no está mal, es una opción— o a copiar del natural, sino a indagar en el interior del creador y de los seres humanos, al final nos desvela lo poco que somos, nuestras imperfecciones: un ejercicio de autopsia en la que hallas el desagradable brillo de las entrañas.
Más que un escritor pesimista, tú eres, ante todo, un escritor profundamente realista. Pero la realidad, la mayor parte del tiempo, no es hermosa ni feliz.
La realidad es una mierda que pone en tus manos, a veces, armas para combatir esa frustración: la amistad, la lectura, la familia, la escritura, los viajes, la música, el mar… La vida, creo haberlo dicho, es maravillosa; lo malo es vivirla. Soy pesimistamente realista, sí.
Curiosamente el humor es otra característica muy representativa de tu literatura.
Es que precisamente porque soy un pesimista incurro con frecuencia en el humor: ayuda mucho a salvar la amargura. El humor viene de Cervantes, de Sterne, de la picaresca, de Quevedo, del OuLipo, de Cunqueiro. Para mí es indispensable, tanto humana como literariamente, si es que acaso cabe diferencia entre literatura y vida.
Y un tercer elemento en tus obras —marcadamente presente en esta última, Examen final—: las continuas referencias a las canciones de Joan Manuel Serrat.
Serrat, aunque no sea el músico que más me gusta, me acompaña desde que yo tenía 15 o 16 años. Él tenía una canción para cada experiencia que viví. Alguien de la familia. Mi memoria está abarrotada con las letras de Serrat.
¿Una literatura ensimismada? La trilogía que tú dices quizá lo sea. Tanto La soledad…, como Examen final, como Proceso… son ejercicios literarios que entenderá mejor un lector arriesgado, un lector decidido, un lector no acomodaticio y que exige su punto de dificultad. Pero no es algo deliberado, sino que responde a esa necesidad obsesiva de indagar en el proceso literario, en la industria editorial, en los demonios personales de un escritor y demás zarandajas a las que a veces les doy vueltas y más vueltas para lograr llegar de la confusión al caos, como es natural.
Comprenderás que habrá quien se pregunte por qué un escritor tan críptico tiene después la pretensión de publicar para que otros lo lean.
No es en absoluto contradictorio. La máxima de Genet [«La dificultad es la cortesía del autor con el lector»] habla simplemente de no facilitarle las cosas al lector. Genet exige del lector paciencia, compromiso, inteligencia, y para eso es necesario que haya un producto previo que llegue al lector. Nadie o casi nadie que escriba lo hace solo por afición y guarda los textos para sí. La cortesía del autor con el lector se reduce a una especie de: «Mire, yo a usted lo considero demasiado sensible e inteligente como para que le dé todo masticado, así que yo, como autor, aporto el producto y usted puede saborearlo —o no—».
Eres funcionario en la Agencia Tributaria de Ourense. Nunca has podido dedicarte íntegramente a la literatura. ¿En ningún momento te has planteado hacer una literatura más comercial y poder vivir de ella?
No, y no me arrepiento. Y, además, tampoco sé si sería capaz de hacer esa novela más o menos fácil, amena, que se venda bien. Cuando me pongo a escribir no existe ningún lector y lo que trato es de vaciar mis obsesiones, sin más. De avanzar un poco más con respecto al libro anterior, de buscar límites, de indagar. No soy muy comercial, no. Pero cada cual tiene su sentido de lo comercial. Yo compraría cien ejemplares del Ulises de Joyce y ni uno del ganador del premio Planeta.
Por cierto, ¿qué te pasa con Ourense? Siempre dices que es una ciudad de mierda.
¿Que qué me pasa? Pues que en efecto tiene y tuvo intelectuales de altura pero, cuando la cultura cae en manos de los políticos, se les niega la palabra o el prestigio a quienes no se atengan a ciertas normas —entre ellas, en algunos casos, el idioma—. Posiblemente el mejor poeta ourensano sea José Ángel Valente y, sin embargo, otros de menor categoría tienen más repercusión o más homenajes. Más que Ourense en sí, el problema es la cultura cuando cae en manos de inútiles. Nadie pelea por el puesto de concejal de cultura, sino que lo recibe con resignación. Aquí lo que interesa es el urbanismo.
¿Cuál sería la solución?
Bueno, yo echo de menos a alguien ilustrado, sensible e inteligente dirigiendo, con mayor o menor acierto, los asuntos culturales. Eso es todo. A lo mejor soy injusto con Ourense y solo veo lo negativo, pero creo que esta ciudad disfruta de autores que todavía no están debidamente acreditados en el resto de España: Otero Pedrayo, Vicente Risco, Eduardo Blanco Amor y una docena o dos más.
En Ourense, pese a todo, has ambientado muchas de tus novelas.
Sí, en Las estaciones de la muerte [1987, reeditada por Duen De Bux en 2008], en Un montón de años tristes [DVD, 1999] y en El disfraz [El Cercano, 2011] se habla de Ourense. Quizá en Las estaciones de la muerte sí que la ciudad era la geografía donde don Eusebio disfrutaba, se sentía en paz, a gusto en ese entorno donde todo le resultaba familiar, cotidiano y asumible. No podría, seguramente, vivir en otra ciudad, como don Antonio de El disfraz. Pero en casi todas ellas hay algún personaje o la voz del narrador, que critica el ambiente cerrado, provinciano y cotilla de Ourense. Únicamente en Las estaciones… tanto el protagonista como todos los personajes viven cómoda y rutinariamente felices en la ciudad. Las estaciones de la muerte sí que es un homenaje a Ourense, que entonces me parecía familiar, pequeña, agradable. Ignoro en qué momento y por qué se tuerce mi mirada, la mirada del narrador, y la ciudad termina siendo algo hostil y áspero.
Acabamos. ¿Qué autores destacas del actual panorama literario?
Javier Pastor, Javier Pastor, Javier Pastor en España. Hablo de los jóvenes. López Serrano me parece que debería ser tenido más en cuenta. Sigo con mucho interés lo que escriben Antonio Fontana y Germán Sierra. De fuera tenemos a Patricio Pron, por ejemplo. De los últimos que leí me gustó Viento de tramontana de Sergio Gaspar, Los infinitos de Banville, La aguja dorada de Montserrat Roig, de la que nada había leído y que me gustó mucho, y Todo lo que hay de James Salter.
Autor: José María Pérez Álvarez
Editorial: Trifolium
Colección: Litterae
Lugar de publicación: A Coruña
Año de publicación: 2014
Número de páginas: 136
Código ISBN: 978-84-942103-6-5
PVP: 18€
Examen final es la segunda novela que José María Pérez Álvarez publica en la editorial Trifolium después de Tela de araña (2012). Examen final gira alrededor de la crisis que sufre un escritor, que se refleja tanto en su carrera profesional como en su vida personal, en concreto en su matrimonio. Las frases del monólogo de la novela engarzan unas con otras, adoptan una prosodia y un ritmo de calculadas y armoniosas variaciones sinfónicas, creando un compás obsesivo y casi asfixiante.