La crisis en España, ¿el fin de una era política?
El pasado 9 de noviembre 1,8 millones de catalanes votaron a favor de la independencia. Al mismo tiempo, las encuestas del CIS, Metroscopia y de la Fundación Sistema sitúan a Podemos entre las tres principales fuerzas políticas junto a PSOE y PP. España está viviendo un terremoto político. ¿Por qué? Muchas voces aseguran que se debe a que las instituciones y los partidos están sufriendo un enorme desgaste por culpa de las crisis que se traduce en desafección y desconfianza entre cada vez más ciudadanos. Según el politólogo y sociólogo Ignacio Sotelo esta desafección es fruto de una transformación socioeconómica a nivel global, cuyas consecuencias podrían estar poniendo fin al ciclo político en España nacido en la transición.
La primera mitad del mes de noviembre de 2014 ha sido testigo de una serie de hechos que podrían interpretarse como un terremoto político en España, en el sentido de que se han movido los cimientos sobre los que se ha sostenido el sistema político español desde la transición. En el transcurso de una sola semana, dos elementos fundamentales de la política española que parecían inamovibles hace tan sólo una década, han demostrado no ser tan inmutables y han abierto un periodo de incertidumbre sobre el futuro político del país.
Por un lado, el pasado 9 de noviembre más de dos millones de personas, más de un tercio del censo electoral catalán, se tomaron la molestia de participar en una consulta sobre la futura relación de Cataluña con España a pesar de que era evidente que los resultados no serían vinculantes legalmente. Alrededor de 1,8 millones de personas, el 81% de los participantes, votaron a favor de la independencia. Este resultado refleja que la opción que aboga abiertamente por la ruptura con España, aunque no cuenta con un apoyo superior al 50% entre la población catalana, sí ha conseguido convertirse en una fuerza muy importante. Es un fenómeno que ha explotado en la última década, ya que en junio de 2005 solamente el 13,6% de los catalanes se mostraban favorables a un estado independiente frente al 49,4% de 2014 (según los sondeos del “Centre d’Estudis d’Opinió” de la Generalitat de Cataluña).
Al auge del independentismo se suma la quiebra del llamado bipartidismo. El pasado 5 de noviembre el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó un barómetro que incluía la intención de voto en España para las próximas elecciones generales. Según sus conclusiones, el partido más votado sería el PP con el 27,5%, seguido por PSOE (23,9%) y Podemos (22,5%). Independientemente de la ‘cocina’ añadida a los resultados de la encuesta y de los apoyos concretos que otorga a cada partido, la tendencia electoral que muestra es clara: llega una tercera fuerza que iguala a PP y PSOE en proyección electoral.
Esta tendencia se ha visto confirmada por otras encuestas como la de Metroscopia publicada el pasado 2 de noviembre, que da a Podemos el 27,7% de intención de voto, por encima de PSOE (26,2%) y PP (20,7%), y la encuesta de la Fundación Sistema, que sitúa al PSOE como el partido con mayor intención de voto (31%), seguido de Podemos (21%) y PP (20%).
Crece el hastío
Antes de la aparición del auge del independentismo catalán y de Podemos hace tiempo que se había estado percibiendo otro fenómeno fundamental para comprender lo que está pasando. La encuesta de Metroscopia revela un enorme hastío por parte del electorado y señala este sentimiento como la principal causa del apoyo a Podemos. Así, en respuesta a la pregunta por las causas del apoyo a esta formación política, el 67% de sus simpatizantes encuestados respondieron que se debe “sobre todo al desencanto y decepción con los demás partidos” en un contexto en el que el 91% de considera que la situación política española es “mala o muy mala”.
Por su parte el barómetro del CIS confirma este hastío popular: el 80,5% de los encuestados valora la situación política de España como mala o muy mala, y el 92,6% considera que esta situación política es igual o peor que hace un año. Los encuestados no son muy optimistas, ya que el 75,4% cree que la situación política será igual o peor dentro de un año. En ese contexto de enfado y pesimismo se explica que entre los principales problemas señalados por el CIS destaquen en segundo lugar “la corrupción y el fraude” (por debajo del paro) y “los/las políticos/as en general, la política y los partidos” en cuarto lugar.
A la mala estimación de la situación política le acompaña una pésima valoración de las instituciones. En el barómetro del CIS del pasado mes de abril de 2014 se preguntaba directamente por la valoración de las diferentes instituciones del Estado, y en una escala entre 0 (ninguna confianza) y 10 (mucha confianza), los resultados eran bastante elocuentes: los partidos políticos (1,89), el Gobierno (2,45), los sindicatos (2,51), el Parlamento (2,63), las organizaciones empresariales (2,94) y los parlamentos autonómicos (2,99) no superaban los tres puntos de confianza.
Para comparar, en el barómetro del CIS de octubre de 2006, antes de que comenzara la crisis económica, la desconfianza en los partidos políticos era menor (3,41), así como en los sindicatos (4,22) y en las organizaciones empresariales (4,31). También era mayor la confianza en el Gobierno (4,60), el Parlamento (4,52) y en los parlamentos autonómicos (4,90). En general, en octubre de 2006 un 50,1% de los españoles decía sentirse satisfecho o muy satisfecho con el funcionamiento de la democracia en España frente a un 45,1% que decía sentirse poco o nada satisfecho.
Es decir, las instituciones que tradicionalmente han dirigido la vida política, económica y social española desde la transición sufren un desgaste y una creciente falta de apoyo entre la población desde el inicio de la crisis económica. Mientras tanto, está emergiendo una fuerza política de reciente creación que en pocos meses se está abriendo un hueco entre una ciudadanía que desconfía de las instituciones, y el independentismo se está fortaleciendo en Cataluña de manera espectacular. ¿Por qué?
La sociedad está cambiando
El sociólogo y politólogo Ignacio Sotelo hace un análisis sobre esta transformación en su ensayo “España a la salida de la crisis” (editorial Icaria Amtrazyt), y sitúa el punto de partida en la crisis económica: “En tres décadas el neoliberalismo triunfante desemboca en una crisis de grandes dimensiones que ha terminado por consolidar un nuevo tipo de capitalismo, el financiero, con el que el poder pasa de las compañías industriales a los grandes consorcios financieros de inversión. Es el acontecimiento que señala la salida de la crisis, inaugurando una nueva época”.
Este proceso ha sido descrito por el también sociólogo Zygmunt Bauman como “modernidad líquida”, en la que ya nada es estable y fijo. El capital financiero puede literalmente volar de un lugar a otro del planeta globalizado sin sufrir prácticamente ningún obstáculo y utilizando a placer la mano de obra que necesita de forma coyuntural, es decir, temporal. La consecuencia es que “no va a volver el tipo de trabajo de jornada completa para toda la vida en la misma empresa”, afirma Sotelo.
Pero no solamente hay temporalidad, sino que también se ha instalado la precariedad e incluso la exclusión laboral de una parte muy importante de la fuerza de trabajo. En España el paro se ha estabilizado en torno al 25%, afectando sobre todo a la mano de obra no cualificada que tendrá muy difícil volver a encontrar un empleo a largo plazo. Esto supone un problema estratégico, ya que “el tema central de esta nueva etapa del capitalismo es cómo sostener una población no empleable, que ni siquiera se necesita como ‘ejército de reserva’”. No se trata de un asunto baladí, ya que “cambios de tanto peso en el mercado de trabajo traen consigo una transformación radical del orden socioeconómico”, escribe Sotelo.
Es decir, la hegemonía del capitalismo financiero sobre los otros tipos de capitalismo desarrollados hasta el momento (comercial e industrial), está cambiando el mundo: “Las consecuencias sociales y económicas no pueden ya ser ignoradas: disminución, cuando no, desaparición de los puestos de trabajo que no exijan una alta cualificación, descenso de los salarios. Desmontaje progresivo del Estado social, proletarización de las clases medias, rápido aumento de la desigualdad social, concentrada la riqueza en cada vez menos manos”, escribe Sotelo.
Eso ya está sucediendo. Un informe reciente de la ONG Oxfam afirma que la riqueza de los tres españoles más acaudalados duplica a la del 20% de la población más pobre y que las veinte personas más ricas en España poseen una fortuna similar a los ingresos del 30% más pobre de la población (casi 14 millones de personas).
¿El cambio en la sociedad está afectando a la legitimidad política?
El politólogo, jurista y político italiano Gaetano Mosca, escribió hace más de un siglo sobre la manera que tiene la clase política de perder su legitimidad ante los gobernados. Mosca explicó que “la base jurídica y moral sobre la que se apoya el poder de la clase política en todas las sociedades, es la que llamamos fórmula política”. Se trata de una serie de valores, discursos y comportamientos por parte de la clase política que dan respuesta a la “necesidad, tan universalmente experimentada, de gobernar y sentirse gobernado, no en base a la fuerza material e intelectual, sino a un principio moral”. Es decir, “la fórmula política debe fundarse sobre las creencias y sentimientos más fuertes, específicos del grupo social en el cual está en vigencia”.
Por lo tanto, y aplicando este concepto de Mosca, si la fórmula política se transforma o lo hace la sociedad sobre la que descansa (dando paso a un grado de desigualdad social cada vez más amplio, por ejemplo), la clase política pierde la legitimidad de gobernar que había tenido antes. ¿Es esto lo que está pasando en España?
Ignacio Sotelo |
La creciente desigualdad social, unida al creciente empobrecimiento de las capas sociales medias y trabajadoras (otro ejemplo: Cáritas ha informado que en 2013 atendió a 2,5 millones de personas en riesgo de exclusión social, 600.000 más que en 2012), provocaría incertidumbre y temor, y también supondría un duro golpe para la legitimidad del sistema político, según Ignacio Sotelo. Y, en consecuencia, “el distanciamiento crítico del capitalismo alcanza al régimen político que lo sustenta, la democracia representativa, poniendo en tela de juicio el orden político establecido”. La señal más evidente de que esto está ocurriendo en España sería “el distanciamiento creciente de los ciudadanos, no de la política, sino de los políticos”, escribe Sotelo.
Llegado a este punto, Sotelo se pregunta si se “¿acaba el ciclo de la transición?”. Identifica hasta cinco ciclos políticos diferentes en España desde la guerra contra Napoleón en 1808: el régimen absolutista de Fernando VII, el periodo liberal de Isabel II, la restauración borbónica entre 1875 y 1923 (hasta ahora el ciclo más duradero), el régimen de Franco y finalmente el periodo que comenzó con la Constitución de 1978. ¿Es cierto que está llegando a su fin?
El hastío que una parte importante de los ciudadanos siente hacia el sistema político español y que se expresa en un auge espectacular de Podemos y del independentismo catalán, cuyos discursos se basan precisamente en la ruptura de ese sistema, podrían interpretarse en clave de fin de ciclo. Sin embargo, no hay que olvidar que los apoyos a Podemos y al independentismo en Cataluña no son mayoritarios en el sentido de superar el 50%. Las encuestas dan a Podemos, como mucho, una intención de voto del 25% del electorado mientras que el 75% restante apoyaría a otras fuerzas políticas que no plantean discursos rupturistas. Lo mismo ocurre en Cataluña, donde el independentismo se ha convertido en una fuerza muy importante a tener en cuenta, pero no es la opción de la mayoría de la población, al menos de una mayoría clara.
Teniendo en cuenta esta situación se podría concluir que la sociedad española, al igual que el resto del mundo, está sufriendo una transformación en el modelo socioeconómico que tiene consecuencias en la política. Una parte muy importante de la sociedad considera agotada la legitimidad de las instituciones políticas del Estado y de sus representantes y apoya opciones que pretenden romper ese marco. Sin embargo, hay muchas más que continúan apoyando las opciones políticas tradicionales, a pesar de que también les afecta la transformación socioeconómica.
Lo cierto es que en España no existe, hoy por hoy, una mayoría clara que ponga en práctica una ruptura del sistema político. Pero tampoco existe una mayoría que haga innecesarios los cambios en ese sistema. ¿Qué puede pasar?
Sotelo es pesimista. Según él, “lo probable es que en los próximos años, pese a los muchos discursos retóricos sobre la necesidad de cambios profundos, presenciemos el desmoronamiento del orden institucional, que desemboque en un nuevo periodo de inestabilidad, en el que todo puede pasar, como ha ocurrido otras veces en nuestra historia”.