JUAN CARLOS GONZÁLEZ (Crónicas EL MUNDO, 19/10/2014)
“No enciendo la calefacción desde hace más de un año, apenas tengo para comer, me alimento sólo de vegetales, legumbres, fruta y queso…”. Sentado en el salón de su casa, una auténtica jaula de oro en una exclusiva zona residencial en un pueblo de Madrid, parece mentira que el sociólogo Amando de Miguel esté hablando de sí mismo. De hambre, de frío, de mendicidad… “Tengo mucho cariño a esta casa pero soy consciente de que el banco, en cualquier momento, me va a desahuciar”.
A sus 77 años, quien durante décadas fue casi sociólogo de cabecera de este país, el autor de más de 150 libros, el catedrático ya jubilado, vive sin vivir en él porque quedó atrapado en la burbuja inmobiliaria. Levantó una mansión”por encima de mis posibilidades”, admite. Y ahora paga por tanto: cuatro plantas, dos salones, ascensor, jardín… en lo más alto de lo mejor de Collado Villalba (Madrid), con esas vistas inigualables de la sierra. Es su Camelot, pues así la llama, y su condena. Posesiones millonarias y vida”de indigente”.
El inicio de sus problemas se encuentran en un encargo que le hizo a su hijo, arquitecto, hace 15 años: una casa de dos millones de euros en la sierra de Madrid.”Sí, cometí el error de muchos españoles”.
De Miguel se levanta cada día a las 8 de la mañana. La ducha, con agua fría,”es una de las cosas más duras”. Desayuna un vasito de agua con su pastilla -“el café es muy caro”- y dos tostadas con mermelada,”imprescindible”, dice. Uno de los pocos lujos en los que se atreve a caer. Y lee, escribe. Horas y horas de pensamientos, plasmados en palabras”sin saber si serán publicadas”. Porque hasta eso se le ha torcido:”Tengo cuatro libros escritos que nadie quiere publicar”.
Los tiempos cambian, también para intelectuales como él. Algún domingo se pasea por las tertulias (“Cuando me llaman, si es que lo hacen. Debo ser muy díscolo”), pero apenas sale en televisión.
Crónica, al saber de su situación, acude a su Camelot. Junto a la bella casa se ve un viejo BMW aparcado en la puerta. Un coche en desuso. La reliquia de cuatro ruedas es una de sus pocas propiedades.”Utilizo el coche para bajar a la parada de bus, de ahí cojo el transporte público. No tengo ni para gasóleo. Me gustaría venderlo, pero nadie me lo compra”, nos cuenta.
En números rojos desde hace varios años, el hombre que escribió del paro, las desigualdades en España, la decadencia de la sociedad, vive ahora su propio apagón. Autor de más de 150 libros, Amando vive solo y apenas llega a final de mes.”Mis ingresos son la pensión de la universidad [alrededor de 2.000 euros], alguna que otra colaboración en medios como 13TV o The Objective, que no superan los 100 y 50 euros, respectivamente, y conferencias que he dado en universidades como la Tomás Moro”. Los gastos:”El maldito IBI [2.600 euros al año]; la pensión de mi mujer, de la que me separé; la ayuda a mi hijo, en el paro; la señora que limpia mi casa una vez a la semana; el guardia de seguridad; el abono de metro…”.
De la dimensión de su carestía da buena idea su nevera, que nos la muestra sin ningún reparo. Queso. Un par de botes de legumbres. Huevos. Fruta, mucha fruta. Y su”adorada” mermelada. Eso nunca puede faltar.”Esta última, de ciruela, me la regaló una gran amiga”.
En las estanterías, en su mayoría vacías, pasta.”Me alimento de pasta muchos días”. Junto a los tés, una botella de café, semivacía.”Lleva ahí dos meses, sólo para invitados“. Dice el viejo profesor que su presupuesto para comida al mes es de sólo”25 euros, ni más, ni menos”. Y quiere agregar que él no tiene problema, que ve la pobreza como algo natural.
¿La salida del laberinto? Amando tiene un plan. Vive por y para vender su”apreciada biblioteca”, formada por 13.000 libros de”inmenso valor”. Nos enseña, uno a uno, los mejores tomos. Historia, sociología, filosofía, economía, religión, leyes, ciencias políticas, e incluso sexualidad. Estos últimos los guarda en su habitación:”Para que las trastos de mis nietas no los descubran”… La temática es variada. Camelot gira en torno a los cientos de ejemplares. Como si de un laberinto de las letras se tratara. Un laberinto que puede convertirse en la salida de Amando a sus problemas:”Con este dinero podré pagar los gastos que tengo”, dice tajante.
-¿Qué significa para usted la biblioteca?
-Vendo la biblioteca por 225.000 euros, lo que necesito para pagar la deuda de la casa. El valor económico es mínimo, comparado al valor intelectual de estos libros. Tengo, entre otras cosas, el único censo completo de todo el s. XX.
-¿A dónde le gustaría que fueran destinados los libros?
-Me gustaría que se quedaran en España, en alguna universidad para contribuir al pensamiento de los más jóvenes. Ya he tenido algunos interesados, como la Diputación de Zamora.
-¿En quién se apoya Amando de Miguel?
-Mi grupo de amigos me está ayudando. Son ellos los que me animan a seguir adelante. Me invitan a comer. Gracias a ellos puedo probar proteínas como un buen filete. Es maravilloso.
LA VISITA DE UN AMIGO
Suena el timbre. Entra en la sala, que poco a poco da paso a la oscuridad del cielo de Madrid a través de sus grandes ventanales, uno de esos amigos en los que se apoya Amando. Miguel es uno de sus discípulos. Alumno suyo de sociología,“uno de los que más sabe de mí”. Junto a él, recuerda su situación actual. Sus comidas. Sus tardes junto a viejos conocidos. Todas ellas remuneradas por los colegas. Para ayudar a Amando. De comprar la biblioteca, ni se habla.”Lo haría, pero no puedo” confiesa el joven compañero de andadas del sociólogo.
La noche llega en la sierra de Madrid. Las luces apenas iluminan el interior de la casa de Amando de Miguel -“las enciendo si las necesitáis”, le dice al fotógrafo, mostrándose encantado de recibirnos-.
Crónica deja Camelot, en la cúspide de una peña con forma de águila, flanqueada por grandes rocas y rodeada de otras mansiones de las mismas características. Pero ninguna como la suya. En su interior, nos despide un intelectual que promete vender su biblioteca. De cambiar su vida, difícil. Es lo que le queda al insigne Amando de Miguel, el mismo que sin impostura alguna dice rotundo: “Sí, soy un menesteroso. No tengo ni para pagar la calefacción”. En su Camelot, lo constatamos, hace frío.