¿Que nos dice sobre la sociedad global que habitamos la proliferación imparable del body art (arte basado en la modificación corporal)? ¿Por qué llaman tanto la atención y son utilizadas por tantas personas del siglo XXI elementos y técnicas que proceden de los cultos primitivos, los códigos criminales o los rituales de los pueblos indígenas? Están son las preguntas que intenta responder Nicholas Thomas, director del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Cambridge, en el libro Body Art, la primera historia ilustrada del arte de modificar el cuerpo.
La obra, que analiza desde las escarificaciones corporales primitivas hasta los abundantes y llamativos tatuajes de ídolos del pop como Tupac Shakur, Amy Winehouse y David Beckham, sostiene que la”apropiación” actual de técnicas y elementos de otras culturas se produce de modo”inadvertido” para”buscar efectos” en los demás, sobre todo”impresionar”.
El autor del libro, editado por Thames & Hudson [208 páginas, 186 ilustraciones y un PVP de 9,95 libras esterlinas todavía no difundido en euros], precisa que el body art funciona otorgando al cuerpo las cualidades de”superficie” sobre la cual aplicar formas creativas que pueden implicar desde la escritura hasta la automutilación y también dando a la piel categoría de“contenedor de las existencias individual y colectiva” y transmisora de”identidad”.
Autor de otros libros sobre formas tribales de expresión corporal, Thomas señala en el prólogo que nunca como ahora se habían extendido tanto estas decoraciones personales.”Si sube usted en un autobús en Londres, San Francisco, Sidney o prácticamente cualquier otra ciudad del mundo y el clima es lo suficientemente cálido para llevar ropa de verano, estará asistiendo a una antología de body art (…) que no corresponde a ningún lugar o época concretos (…) Es una apropiación asumida y quizá motivada políticamente. Ese autobús lleno de gente será también un vehículo lleno de préstamos de diferentes culturas artísticas, subculturas occidentales, fuentes de todo tipo”, escribe.
Thomas traza una prolija y detallada historia de las disciplinas de un tipo de forma artística a la que considera la más antigua de todas —hay ejemplos en yacimientos arqueológicos de hace 11.000 años — y la más”intimimante asociada” con el ser humano, dado que vincula”los sentidos, lo social y lo político”, sin que intervenga la obvia”paradoja” de que el mensaje escrito sobre tantas pieles de seres humanos de hoy, en teoría como modo de manifestar la propia identidad, procede de lugares lejanos y culturas desaparecidas. El hombre vestido de traje y corbata para ir a trabajar de lunes a viernes puede lucir como un chamán africano cuando se quita el uniforme y deja al aire su piel.
El volumen escapa del orden cronológico y prefiere analizar el body art desde seis puntos de vista: humanidad, sociedad, teatralidad, belleza, criminalidad e identidad. El recorrido pasa por la pintura corporal o la producción consentida de escaras por cortes o quemaduras en la piel, presentes desde tiempos arcaicos en culturas de todos los continentes, casi siempre con fines decorativos de reafirmación de la belleza o higiénicos, para mantener el cuerpo alejado de infecciones, hasta el revelador caso ocurrido durante las campañas antisida en África, donde resultaron más eficaces que cualquier otra información escrita o gráfica los body maps (mapas corporales) dibujados por mujeres enfermas que trazaban con códigos gráficos milenarios el efecto del virus.
Otros temas analizados en el ensayo son la importancia del dolor como ritual de iniación y mensaje social —quien muestra un tatuaje especialmente complejo muestra también que ha soportado la ceremonia y, por tanto, se ha transformado—, la interpretación del cuerpo sin adornos de ninguna clase como mensaje similar al del cuerpo adornado —el nudismo era una práctica defendida y promovida por los nazis, que proponían el cuerpo como pantalla de la pureza racial— y las performaces extremas de los años setenta como forma de protesta antibélica —como Shoot, de Chris Burden, que dejó que le disparasen una bala en un espectáculo—. En los desfiles del”orgullo” los policías desfilan con quienes otrora reprimieron
Thomas repasa también la cultura de los posados —una manera de teatralizar el cuerpo con fines estéticos o sensuales— y su extravagancia creciente en las revistas de moda y pasarelas, el creciente número de desfiles públicos dedicados al orgullo gay —con la extraña situación de que los policías, otrora represores de los homosexuales, salen del armario para lo ocasión y marchan proclamando su homexualidad y mostrando el cuerpo semi o completamente desnudo—, la proliferación de estudios de belleza étnicos y la importación a Occidente del diseño de uñas procedente de algunos países de Extremo Oriente.
Un capítulo entero de Body Art está dedicado a los códigos secretos de tatuajes de los clanes criminales: un estigma impuesto a la fuerza sobre la frente de ladrones y prostitutas en la época del código negro francés del siglo XVIII, un guiño para demostrar la pertenencia a una pandilla y no a otra entre los chicanos que residían en California, los yakuzas de los bajos fondos de Tokio, los prisioneros de la mafia rusa y las maras centroamericanas. El inglés Marc Quinn esculpió su cabeza con 4,5 litros de su propia sangre
El libro culmina con una referencia a las prácticas extremas de los modernos primitivos, habitantes de naciones industrializadas que reclaman el regreso a ritos tribales de pasaje como la suspensión del cuerpo mediante ganchos y las autolesiones o autoabuso y la referencia a tres artistas que han llevado”al límite” el body art: Sofia Tekela-Smith (1970), que ha desarrollado un nuevo horizonte para las ricas tradiciones neozelandesas y del Pacífico y diseña joyas y vestuario que ayudan a convertir el cuerpo en un fetiche; la performer Rebecca Belmore (1960), que transforma las tradiciones tribales de los indios norteamericanos, y el inglés Marc Quinn (1964), cuya obra más famosa y polémica es Self (1991), una escultura de la cabeza del artista realizada con 4,5 litros de su propia sangre, extraida a lo largo de cinco meses y congelada
(En la fotografía se puede ver al limpeiador en la catedral de Cape Town luciendo los tatuajes de la peligrosa banda criminal sudafricanos a la que perteneció)