Es la historia de una niña desde que es hasta que es consciente de que es.
• YO, NIÑA | |
Nuevo folletín por “obra” y gracia de JUANJO MONTENEGRO, o XAN DE VICUS, que ha titulado YO, NIÑA, y que cambia absolutamente el registro del último, E.A.B.Pero ¿quién es Juanjo?. Que nos lo diga él mismo, como nos lo dice en el mismo libro:Un día de marzo de 1942, aunque sin percatarse de ello en ese momento, apareció en Vigo. Todos esperaban una niña. Pero dotado ya por un cierto espíritu de contradicción nació niño. Pasó diez años frecuentando el colegio Apostol Santiago desde donde viajó a Madrid. Se licenció en Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad Complutense de Madrid. (1969). De esos estudios conserva todavía un diploma, que tiene colgado en el cuarto de baño. Se formó en Psicología en el Instituto de Investigaciones Humanas de París (1975) y también en Pedagogía de Adultos: cursos en Lyon, París y Madrid.
Su vida laboral no conoció fronteras. Desde la fabricación de camiones y coches de bomberos, la Dirección de Marketing de otras empresas, de maquinaria industrial y coches, hasta la dirección de varias Agencias de Publicidad. En los últimos años se dedicó a promover los derechos humanos de los niños y niñas, en una ONG Internacional. Investigador en temas de Infancia: ¿Cómo utilizan los niños y niñas los medios de comunicación? (1995), El Trabajo Infantil en España y Latinoamerica (1995-2000). Niños y niñas en conflictos armados (Jerusalem y Ramala – 1997). Casos de pederastía en España (1997). Adopciones Internacionales en Guatemala (1998). Coaliciónes Nacionales (Berlin 1998). Accidentes en la infancia (1997-2000). Educación y edad de voto (1998). Discriminación y maltrato en la familia (1998-2000), etc, etc. Vivió en Vigo, Madrid, Barcelona, Paris, Lisboa, San Juan de Costa Rica, San Salvador de El Salvador, Ginebra, Moaña y Cangas do Morrazo. Tiene una hija, dos hijos y tres nietas. |
• UNO | |
DE CUANDO YO NACÍArf, flop, sssmash. Blup, blup, blup… No sé cuanto tiempo llevo aquí pero todos estos ruidos me parecen haberlos oído antes de ahora. No se que está pasando pero yo me estoy moviendo. A veces girando como un trompo y al mismo tiempo chocando contra blandas paredes como de plumas. Hay una parte más amplia, pero hacia la otra parte, las paredes se contraen y se relajan. Cada vez que paso por esa parte, es como si quisieran aprisionarme la cabeza. Yo empujando con los pies voy girando, porque me gusta estar en movimiento. Blup, blup, arf, flop, smasssh.Floto. Es un líquido o el aire, aunque suena como un líquido. No veo nada, pero estoy bien, muy a gusto en este lugar. Me gusta girar y girar, flotando en este líquido o mar o aire. Cuando paso por esa parte que me aprisiona suavemente, pero cada vez más decididamente, me pellizca la cabeza o los pies u otras partes de mí. No veo nada, no hay luz de ningún tipo, pero eso me gusta. Me puedo concentrar mejor en las volteretas y escuchar los ruidos. Todos los ruidos me parecen agradables, aunque unos más que otros.
Blup, plash, gulp, blap, blap, flop, ssssplasss. Casi todo el tiempo escucho los ruidos como si fueran blandos. A veces está todo en silencio. Yo me quedo muy quieta y entonces escucho ruidos distintos, que vienen de más lejos que las paredes de plumón que me rodea. Blup, blap, splassh. Son ruidos cómo de cañerías o cosas así, atrancos y desatrancos. Líquidos que bajan y arrastran trozos de cosas más sólidas y a veces solo líquidos que bajan a toda velocidad. Flishsss. Me lo paso muy divertido en este sitio. Hay una buena temperatura casi siempre aunque a veces tengo frío, eso siempre coincide después de los ruidos de cañerías. Dura poco tiempo, las paredes se ponen duras, me queda menos sitio. ¡Uy!, me gusta como me aprisionan las paredes y luego cuando se estiran, poco a poco llega el calorcito. Entonces puedo mover los brazos y las piernas a mi gusto. Nadar y nadar si esto es un líquido, flotar y flotar si es el aire. Cuando se contraen las paredes, es como si me abrazaran entera. No sé si podré explicar esa sensación maravillosa de ser abrazada entera, por todas partes, con todas las partes de tu cuerpo en contacto con las paredes suaves, de plumas suaves pero firmes. Es una presión controlada como cuando acaricias un pollito entre las manos, dándole calor. Otros ruidos son cantos. Escucho cantos y cantos continuamente. He sacado una plantilla de esos ruidos de cantos. Vienen de una parte de mi sitio y otros como truenos vienen de la otra parte. Los cantos son como cuando estás dando golpes con una cosa dura en otra cosa dura. Ta, ta, tatá, tatatá, y así todo el tiempo. Luego se para un poquito, pero vuelve otra vez. Cómo me gusta ese ruido ta, taratatá, trataratatá, ta, ta. He intentado ver si, como el de las cañerías, este ruido puede ser igual todas las veces, pero no, es diferente cada vez, aunque hay partes que son iguales. Por ejemplo: hay un ta, que es igual a otro ta, pero la combinación entre dos tas casi nunca es la misma; e incluso hay algún tas que son iguales por la cadencia pero no por la música, ya que unos son más fuertes que otros, o más agudos, o más cantarines y vibradores que los otros. Es de lo más divertido. Yo me lo paso muy bien escuchando, y me quedo quieta, muy quieta para escuchar mejor. A veces es como un ronroneo y me duermo. Y si cuando para dormirme me estiro un poco, se para el ruido, cómo si estuviera pendiente de mis movimientos. Si me muevo se para y si se para me muevo, je. Juego a ver si moviéndome se para el ta, ta, ta, y a veces lo consigo. Se está muy bien aquí. Estoy atada por una cuerda muy gorda que me sale de la tripa. Una cuerda grande como un cordón y larga. Juego con ella muchas veces y me la enrosco por el cuerpo y luego me la desenrosco. La cuerda se mueve como si engordara y adelgazara y cuando se engorda me entra un calor muy agradable y también como si tuviera más energía y me entran ganas de moverme o de dormir. Cuando me entra el sopor se van apagando los ruidos, se alejan poco a poco hasta que no los oigo más. Ah, casi se me olvidaba, hay un ruido continuo, pero tan continuo, que desde que recuerdo siempre lo he oído. Cómo siempre lo oigo, casi me olvidaba de él. Es un bumbún, bumbún, bumbún, que siempre está sonando. Fuerte, potente, seguro. Es como una máquina que trabaja y trabaja. Es como un reloj que da las horas sesenta veces por minuto y a veces ochenta. Es constante pero unas veces va más deprisa y otras más despacio. Dios como me gusta ese ruido. Me da una sensación de seguridad enorme, pero también me divierte contar los bumbún. Cuando me despierto es lo primero que oigo y hasta que me duermo lo estoy oyendo. Siempre está ahí. A veces pienso que ese bumbún soy yo misma, y sé que nunca desaparecerá ese ruido. Me he puesto nombre, he tomado esa decisión. Me llamo Bumbún. No sé ni como ni por qué se me ocurrió. Fue casi sin darme cuenta. Lo fui pensando poco a poco. Primero fui descubriendo cosas que había donde estoy. Hay brazos, manos, piernas pies, cabeza, ojos, nariz, orejas, ruidos de cañerías, ruidos de truenos, líquidos aire, tatatás, cordón y bumbún. Pero lo más importante de todo es bumbún, porque es lo que más hay. Entonces pensé y decidí que yo soy bumbún y por eso me he puesto ese nombre. Yo soy Bumbún. Ese es mi nombre. Me gusta jugar con mi nombre y por eso me paso mucho tiempo jugando con él. Cuando oigo bumbún le digo: ¡Qué! y Bumbún, bumbún, y yo ¡Que! y Bumbún, bumbún; ¡Que!, Bumbún… ja, ja, ja… A veces me olvido, como cuando supe que tenía los brazos y las piernas, y después también me olvidé, de estarme acordando todo el tiempo, porque ahora ya sé que las tengo y por eso no me parecen nuevos. Cada vez que descubro algo nuevo, me maravilla que haya tantas cosas para jugar, y me pongo a jugar con mi descubrimiento, hasta que ya de tanto jugar con eso, encuentro otra cosa y me pongo a jugar con la nueva cosa. Son increíbles todas las nuevas cosas que me encuentro. Creo que nunca se acabarán las nuevas cosas o sea que nunca se acabarán los juguetes y los juegos porque todos los juguetes y los juegos soy yo. A veces juego al juego del revés y entonces digo: ¿Cómo me llamo?, y el ruido me contesta: Bumbún, Bumbún, Bumbún y así hasta que mientras el ruido va diciendo mi nombre, yo me dedico a escuchar los ruidos de tuberías, o los taratatá y me pongo a girar y girar, moviendo los brazos y las piernas y me enrosco o me desenrosco de la cuerda. Una vez decidí saber lo largo que era el cordón, por lo que me puse a tirar de él con los brazos, mientras con las piernas sujetaba la parte por la que ya había pasado. Me resbalaba, por lo que tuve que volver a empezar muchas veces. Me divierto resbalando por el cordón y me lo pongo por las piernas como si fuera un caballo, se ondula y casi me desmonta, pero vuelvo a montarlo y resbalo y así todo el tiempo que me apetezca, hasta que me canso y busco otra cosa. Nunca pude encontrar el final de la cuerda, pero parece que está atada a las paredes de la cueva. Una vez lo apreté fuerte con las dos manos y casi me ahogo. No entendí porque pasaba eso pero como lo hice varias veces y siempre llegaba a lo del ahogo, decidí dejarlo. El cordón ese me une con algo que no sé que es, ni donde está, pero si es verdad que por el cordón me llega calor, y más ganas para jugar, después que el cordón engorda tengo más ganas de moverme, y también por el cordón se escucha más fuerte el bumbún. A veces, parece una fiesta con todos los ruidos al mismo tiempo mezclándose como formando una sinfonía, y Bumbún, yo, se lo pasa en grande con todos los ruidos cuando suenan muchos al mismo tiempo. Digo tiempo aunque no tengo muy claro que quiere decir esa palabra. Yo no sé todavía cuando es de día o de noche. Para mi solo hay ruidos que se repiten de vez en cuando, que me indican que hay un momento en que se producen y otros momentos en que no. Vuelven al cabo de un ¿tiempo?, pero no sé si ha pasado mucho o poco. Tampoco sé si llevo mucho aquí, ni si hay unas cosas que son antes y otras que son después, pero en realidad eso no me importa mucho, porque estoy aquí muy a gusto y no se me ocurre pensar en otra cosa mejor. Si pudiera imaginar el tiempo, cosa que no puedo hacer, creo que no estaría lo mismo de bien, pero eso no me lo puedo ni imaginar siquiera, por lo tanto no me lo imagino. Sólo hay una cosa que me inquieta y es que cada vez aprendo más de lo que hay aquí y eso significa que las cosas avanzan, o sea que cada vez encuentro más cosas aquí dentro, y si yo las encuentro, eso quiere decir que antes o no estaban o yo no sabía que estaban. Por eso creo que estoy aprendiendo y si queréis que le ponga un nombre a eso, le voy a llamar crecer; o sea, que estoy creciendo. Todo lo que hago es jugar. Juego con mi nombre, con mis manos, mis pies, con el cordón claro y con todo lo demás. Ahora también puedo jugar con la lengua. Tengo lengua y la muevo dentro de la boca. No sé para que sirven la lengua ni la boca. De todas formas la tengo cerrada porque no me sirve para nada. Los brazos y las piernas si sé para que sirven. Me sirven para moverme. Si muevo los brazos de arriba para abajo puedo subir y dar volteretas para atrás. Con las piernas me apoyo en las paredes y empujando también subo y me giro. También tengo nariz, aunque tampoco sé para que sirve porque la tengo tapada. De pronto me doy cuenta que cada vez que paso por una parte de la cueva donde estoy, las paredes se encogen, como si cada vez más quisieran que me quedara quieta ahí, en esa parte de la cueva. Pero cada vez me gusta más girar y moverme, por eso doy patadas y muevo las manos para salirme hacia la otra parte, donde puedo nadar a gusto, porque hay más espacio. Otra cosa de la que me estoy dando cuenta, es que cada vez hay menos sitio para girar. Algo está pasando, o yo estoy engordando o la cueva se está haciendo más pequeña. Esto si que empieza a ser molesto, no sé lo que pasa, pero estoy llegando al convencimiento que ya aquí, yo ya no quepo como antes. Y ahora que pienso, antes que sucedan nuevas cosas tengo que pensar por qué estoy aquí. Eso: ¿Por qué estoy yo aquí? No, si yo estoy bien, no lo digo por eso, ¿pero cual es la razón por la que me encuentro en esta cueva? ¿Quién me puso aquí, si es que alguien me puso, y por qué lo hizo? Bueno, como no tengo a nadie a quien preguntarle, me lo estoy preguntando a mi misma. En todo caso a mi no me preocupa esto, ya que yo estoy bien aquí, o sea que el que lo ha hecho, si es que alguien lo ha hecho, ha hecho bien para mi. A lo mejor siempre he estado en esta cueva, pero desde luego hasta ahora no se me había ocurrido pensarlo. Sin darme cuenta estoy pensando en mí como diferente del sitio donde estoy, porque hasta ahora la cueva, bumbún los ruidos y el cordón eran yo, y ahora estoy pensando que, quizás yo soy algo distinto de la cueva y el cordón. Pero ¿dónde termino yo y empiezan la cueva y los ruidos? No se, pero tengo la sensación de que yo termino en alguna parte del cordón, aunque en ese caso ¿dónde tendría que situar a bumbún, si bumbún también soy yo? Bueno, ya me lo pensaré más despacio, ahora me duermo. Blup, arf, splass… los ruidos de cañerías se hacen cada vez más fuertes. La parte del otro lado me aprisiona pero además me empuja hacia ella como si me succionara. Cada vez me puedo mover peor porque el espacio se reduce. Ahora ya no solo me succiona una parte sino, que la otra me empuja hacia la que succiona. ¡Ay, cuidado! Splashssss… ¡qué está pasando aquí!, me estoy quedando sin líquido o sin aire, ya no puedo moverme, ni girar ni nadar. ¿Pero qué está pasando aquí? Esto ya no me divierte como antes. Me están aprisionando las paredes cada vez más fuerte. ¡Me hacen daño! Nunca había tenido esta sensación antes de ahora. La cabeza se me ha quedado empotrada entre las paredes de lo que ahora se ha convertido en un tubo y no puedo moverla. Lucho con el resto del cuerpo para zafarme de ahí, pero no consigo nada. Además las piernas y los brazos están atrapados entre las otras paredes y cada vez los puedo mover menos. Ya no hay nada de líquido. Me están empujando, empujando muy fuerte hacia el tubo donde tengo metida la cabeza. Vaya, el cordón se me ha enroscado en el cuello y casi me está ahogando. Me aprieta, me aprieta todo el tiempo y cada vez más intensamente. Todos los movimientos que hace la cueva, que ahora se está convirtiendo en un tubo, me empujan y me empujan hacia no sé donde. Tengo la cabeza demasiado grande para poder avanzar por el tubo. Empiezo a estar angustiada, tengo ganas de llorar, pero no sé como se llora, de gritar, pero no sé gritar, de moverme, pero no puedo. Los brazos pegados al cuerpo, las piernas y el resto del cuerpo pegados al tubo, sin poder mover ni un dedo. Avanzo por el tubo, en lo que me parece una eternidad, aunque no tengo consciencia del tiempo. Al principio avanzo muy despacio, pero poco a poco más y más deprisa como a impulsos. La pared del tubo, que estoy empujando con la cabeza, va cediendo lentamente. Las paredes del tubo, que me aprietan cada vez más, ¡yo por ahí no quepo!, me arañan la cara y todo el cuerpo al arrastrarme por ellas. Me arañan y me hacen daño. Tengo ganas de llorar, pero no sé, no puedo. Tengo ganas de gritar, pero no sé, no puedo. Bumbún va cada vez más deprisa y más fuerte. Nunca había visto a bumbún tan alocado. Tengo miedo, parece que está fuera de control. No estoy segura, algo está pasando para que bumbún se oiga tan fuerte y vaya tan rápido. Yo, Bumbún tengo miedo, tengo mucho miedo. No tiene ninguna gracia. Lo que me está pasando es muy raro. No hay derecho a que me pase esto. No hay derecho. Me empuja, hay, me hace daño, me estoy ahogando. Aunque ahora avanzo más deprisa, esto no se acaba nunca. Me empuja más, a golpes cada vez más frecuentes, cada vez avanzo más fuerte. ¿Pero adonde voy? ¿Quién me aprieta así? ¿Por qué no me dejan tranquila donde estaba? ¿Qué he hecho mal? ¿Pero yo qué he hecho? ¿Por qué yo? ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué a mí? ¡Blafs…! De pronto un resplandor. Ya no floto. Oigo muchos nuevos sonidos, me aprietan fuerte varias veces encima de las piernas y en la espalda, pero espera, no me aprietan no, me están pegando. Si, ¡me están pegando!, creo que es eso, creo que me están pegando, pero, ¿por qué?, ¿qué les he hecho yo para que me peguen?, ¿les he pedido yo estar aquí?, ¿pero por qué me traen a este sitio donde pegan?, y tanta luz y tanto ruido. Me duele mucho, estoy muy asustada. Me crece una angustia muy grande y desde el pecho me sube a la cabeza, aunque estoy boca abajo, me sube como un grito desde abajo, me llena los pulmones de rabia y de asco, tengo que hacer algo, tengo que sacar de dentro de mí esta angustia, hago un esfuerzo muy fuerte, escupo el aire y oigo mi propio llanto. ¡Que bestias! Que ruidos tan extraños hacen aquí. ¡Qué mal se está aquí! No quiero, no quiero, tengo miedo. Creo que me estoy muriendo, no sé que es, pero me estoy muriendo. Tengo que hacer algo, no puedo más, estoy gritando, gritando. No hay líquido que me abrace. ¿Nadie me abraza? ¡Que alguien me abrace, por favor! Tengo la boca abierta, me agito, me estoy cayendo. ¡Nadie me coge! ¡Sigo gritando! No me gusta este sitio. Nada me cubre, ni liquido ni aire. Ahora estoy sola. ¡Hay, que angustia! Estoy perdida, yo ya no soy. ¡Bumbún ya no está! ¡Bumbún se ha marchado! Ya no lo oigo. Me falta. Y ahora: ¿quién soy yo? |
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Esta novela por capítulos a modo de folletín digital, será editada en forma de libro por todos aquellos que contribuyan a ello con el importe de 10 euros/ ejemplar. Los nombres de todos y cada uno de éstos se reseñarán en el libro. Por supuesto, se pueden reservar tantos ejemplares como se desee, pues seguro que para los amigos de elcercano, y muchos visitantes de esta página, este libro se convertirá en un original y perfecto regalo que hacer.La periodicidad será de capítulo por semana; el fin de semana servirá para que alguno pueda ponerse al corriente de lo publicado durante la misma.
A finales del mes de junio se hará la presentación de la novela y también la entrega de cada ejemplar a los que lo hayáis reservado, bien abonando el citado importe de diez euros en nuestra casa (Avda de la Habana, 49-1º, Ourense), bien (para los de fuera) enviándonos un correo electrónico a elcercano@elcercano.com para que os podamos responder facilitándoos el número de cuenta bancaria donde deberéis hacer el pertinente ingreso. A día de hoy, ya han reservado su ejemplar y, en consecuencia, se han convertido en coeditores de este libro los siguientes: elcercano, Paloma Varela, José María Pérez Álvarez, Carlos Abella García, Arturo Rodriguez-Vispo, Elisa Conde-Corbal, Willy García-Calvo, Carlos García-Manzano, Javier Carrasco García, Rafael Luca de Tena y de Haz, Rafael Gonzáles Linares, Antonio Gonzáles Linares, Castor de Soto Rodriguez, Rafael de Achurra Imaz, Alfonso Martín Gómez, Jose Luis Barona Fernández, Mario de Justo Vázquez, Carlos Perera Sanmiguel, Luis María González Llano, Isabel Sacristán Rubert, Demetrio Saénz de Biteri (in memorian), César Brandariz Escudero, Ana Font Sanchis, Mar Ocaña Torregrosa, Mateo Montenegro Ocaña, Marta Salgado López, Javier Cortizo Reino, José María Olaizola de las Cuevas, Jesús Bailón Rodriguez, Rafael Jesús Portanet Cabello, Marta Fontana Bertran, Elisa Ocaña Torregrosa, Gonzalo Dopazo Pontino, Celso Fernández Serrat, Fernando Romero Fadrique, José Miguel de Aranzabal Bengoechea, Juan Manuel López-Valcárcel Cerqueira, Roberto Luis de Pablos Fernández, Jaime Enriquez Paradela, Estanislao Fernández de la Cigoña Núñez, Guillermo Díez Iglesias, Chiruca Varela Lago, Marila Méndez Vázquez, Erina J. Bailey, Mario De Justo Bailey, Aida De Justo Bailey, Teófilo López Ferreiro, Xabier A. Olariaga, José María Collazo Rodríguez, Olivia Montenegro Monclús, Carla Montenegro Monclús, Pilar Monclús Peris, Jaime Montenegro Almeida, Elena Montenegro Almeida, Lua Vizcaya Montenegro, Katia Meira Costa, Mochi Costa Ándara, José Orlando Miera Santomé, Pedro Luis Puebla, Vicente Serrano Gómez, Ignacio Arganda Carreras, Noelia Álvarez García, Javier Aramendi Larrañaga, Javier Sáenz-Díez Cabello, José Alvarez Contreras, José Troncoso Casares, María Bouzo Villar, Adriana Gómez-Orellana Seguín, Pilar Ocaña Torregrosa, Marta González-Adalid Cabezas, Juan Arturo Moreno Cabrera, Juan Antonio Vázquez de Parga Pardo, Marta Liaño del Río, José Ramón Magdalena Rodriguez, Alfonso Pérez Pérez, José Enrique Pumariño Llamas, Ángel Bravo Moreno, Julio Alonso Blanco, Enrique Caballero Gilsanz, Antón Pellejero Fernández Roel, Felipe Barcena Varela de Limia, Irene Sevilla Pere, Alejandro Pérez Román, Emilio Fresnillo Riesgo, Fracisco de Asís García Picher, Luis del Pino Martín, Mariano Blasco de Bustos, Inmaculada Madrid del Valle, Alicia Hernández Delgado, Fernando Vázquez Peña, Sergio Rodriguez Castro, Luis Español Bouche, Víctor Varela Carid, Ramón Pozo Fidalgo, Fernando Emilio Vázquez, Carmen Alonso Albo, Manuel García Luaces, Alfonso Álvarez Contreras, Joaquín Zamorano Valina, José Carlos Espinosa Moreno, Begoña Montejano de Terán, Gemma Rodríguez Chapela, Maribel Prado Lamas, Francisco Javier Cendón Facorro, Roberto Enrique Lastra Mier, Ricardo Díez de Léón Fernández, Rufino Ferrer Jaureguizar, Tomás Santoro Sánchez-Harguindey, Rodrigo Portanet Fontana, Rafael Portanet Fontana, Marta Portanet Fontana, Nicolás Portanet Fontana,
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• DOS | |
De cómo digo papáEstoy tumbada en la cuna, es de día, debe ser por la tarde, porque la luz ya no es brillante como por la mañana. Tiene un color parduzco y me entra directamente dentro de la cuna, aunque no me da en la cara porque la cuna es alta y la luz se estrella contra las paredes sin llegar a darme en la cara. Estoy al final de la habitación, al lado izquierdo de la cama, que es donde me ponen a esa hora. Mi padre (luego sabré que es mi padre, porque ahora, para mí, solo es alguien que se asoma a la cuna, menos veces que la otra persona con el pelo más largo), debe estar a punto de llegar, porque mi madre (esta es la persona con el pelo más largo, que más veo y me mete en el agua), se ha puesto pintura roja en los labios y con un palito se ha pintado una raya en los ojos. Estuvo toda la tarde de mal humor pero ahora se la ve contenta. Yo me pasé todo el tiempo haciendo pedorretas.
Me gusta hacer ruido con la saliva, pero ahora me he cansado de eso. Me escuece la cara por la parte de los labios, a pesar de la crema que mi madre me unta de vez en cuando. Hace dos días que alterno las pedorretas con una cosa nueva. Veras: si juntas los labios y los separas muy rápido, y al mismo tiempo sueltas aire por la boca con fuerza sale un sonido como pa… pa, y eso es lo que hago toda la tarde: pa… pa. Y luego prrr… con saliva. Estaba con esto toda la tarde, cuando una de las veces vi la cara de mi madre que se asoma a la cuna. Yo, como siempre, cuando ella se asoma me quedo quieta mirándola. Me gusta mirarla así cuando se asoma, porque está muy guapa cuando le da la luz por detrás de la cabeza. Está con todo el pelo con luz. Parece una aparición de los cuentos, que veo en los libros cuando el hada tiene luz en el pelo. Además es muy posible que le interese hacerme algo, como darme cremas o cosas así, por lo quedo apretada esperando a ver. Entonces veo que mi madre me copia el gesto, y se pone a hacer pa… pa con los labios como lo estaba haciendo yo. A ella quizás por falta de práctica le sale peor que a mí, pero no lo hace mal del todo, teniendo en cuenta lo poco que ha practicado. Yo le respondo con el mismo gesto pa… pa, varias veces y termino con un remate prrr de pedorreta con saliva, que me queda bordado. Ella no es capaz de sacar saliva, pero me vuelve a contestar pa… pa y así nos pasamos un buen rato con estos ruidos. Mi madre está muy contenta, al darse cuenta de que es capaz de hacer estos ruidos tan bonitos, y se ríe. Yo me río porque la veo reírse a ella y ella se ríe porque yo me río. Estamos así un buen rato hasta que me canso y me pongo a jugar con las manos sin hacerle más caso y dejándola que practique. En esto llega mi padre. Mi madre se pone más contenta de lo que estaba. Se asoman ahora los dos sobre la cuna abrazados y sonrientes, me miran y se juntan las bocas de vez en cuando. Mi madre dice de pronto. ¿Sabes, Andrés?, ya dice papá, y de pronto se pone a juntar los labios como antes y haciendo nuestro ruido pa… pa. Yo ya estaba un poco cansada de este juego, pero al verla tan entusiasmada vuelvo a juntar los labios, suelto aire fuerte y abriendo rápido me sale pa… y otra vez pa, un poco separados pero a la segunda si que digo pa… pa. Le gustó a mi padre también porque se puso a reír como un loco y él, que ya debía saber hacerlo, también se puso a jugar haciendo pa… pa, pa… pa. Fue muy divertido. Después perdieron ellos interés y yo me quedé haciendo pedorretas con saliva, que es lo que más me gusta. Hace dos meses nací, una experiencia que no le recomiendo a nadie. La verdad es que no sé como alguien puede pasar por eso sin que le quede luego el recuerdo para toda la vida. Y puedo asegurar que no es una experiencia nada agradable, diría que más bien es total y absolutamente desagradable. Bueno, yo recuerdo que después de apretones, pellizcos, ahogos, ¡casi me ahogo!, empujones arañazos y una enorme angustia llegué hasta una luz cegadora, alguien me pegó haciéndome daño por primera vez, (ya sé que no será la última), y sentí, también por primera vez, tanta angustia, que lloré hasta reventarme los pulmones. Lloré y por primera vez escuché mi llanto, que por cierto y aunque en aquel momento no entendí para que servía, pensé rápidamente que quizás fuera algo nuevo y positivo para utilizar más adelante, porque al poco tiempo de empezar a llorar, empezaron a acariciarme algunas manos, y sentí otra vez, aunque muy lejos, muy atenuado, otra vez el bumbún, que tanto estaba echando de menos. Cuando pude darme cuenta estaba en otro sitio, los ruidos eran distintos, oía muchos ta-ta-tá al mismo tiempo, una luz cegadora me envolvía, perdí el contacto con mi cordón, ¿me lo quitaron?, ¡me lo quitaron!, se fue el bumbún y aunque me pude mover en un espacio más amplio, más libre, pero al mismo tiempo menos acogedor, nada protector, nada seguro. No sé cuanto tiempo estuve llorando, pero fue bastante y hasta llegué a cogerle gusto. Al principio no me daba cuenta, pero luego descubrí que para poder llorar, tenía que echar el aire que tenía dentro de los pulmones y éste se iba agotando a medida que lloraba. Tampoco supe en un primer momento como podía llenar de aire los pulmones por lo que, supongo eso lo hacía de una forma mecánica o instintiva, pero sí me daba cuenta que éste se agotaba, por lo que tenía que parar y volver a empezar de nuevo. Así lo hice repetidas veces hasta que vi. que esto era muy cansado, cada vez tenía menos ganas de llorar, no porque me encontrara mejor, sino porque me iba cansando cada vez más, de hacer este ejercicio que me pareció un extenuante trabajo, mi primer trabajo. Mientras lloraba intermitentemente, ya que tenía que coger aire cada vez más con más frecuencia, me hicieron todo tipo de faenas. Pasaba de unas manos a otras, unas me raspaban el cuerpo con un paño áspero mientras otras me enchufaban por la nariz un tubo que me aspiraba hacia afuera quitándome los mocos. Los mocos son unas cosas como pegajosas y blandas que tienes dentro de la nariz cuando naces o cuando estás acatarrada. Todo este meneo, que se traían conmigo me tuvo entretenida y algo desconcertada, pues por un lado no me estaba gustando y por otro lado me gustaba. Por lo que me gustaba es porque me atendían a mí y por lo que no me gustaba es porque me zarandeaban de un lado para otro, sin saber por qué, ni por qué no. Así que me entró tal cansancio que solo tenía ganas de dormir, abandoné el llanto y me fui quedando dormida lentamente. Mientras eso sucedía y los ta-ta-tá se iban alejando me puse a pensar en donde estaba y aunque no pude llegar a ninguna conclusión definitiva, si pensé que desde luego y sin ninguna duda, alguien me había sacado de mi estado anterior placentero y confortable, para colocarme en otro, ¿quién se lo había pedido?, mucho más desagradable y encima teniendo que trabajar para poder vivir. Me sentí terriblemente desgraciada al pensar que había encontrado, sin deseo por mi parte, mi primer trabajo. A los seis días, de todas formas, intento y a veces lo consigo, comunicarme con los que me rodean. Eso es fascinante teniendo en cuenta que puedo identificar a mi madre por el olor de ella, que yo puedo distinguir, porque es diferente al de otras personas. Mi madre huele a madre y las demás personas que no son mi madre no, porque no huelen como huele ella. Aunque ella esté vestida puedo reconocer su pecho por el olor de la leche. Solo con una semana puedo saber si mi madre está aquí, por su voz, su olor o su cara.Es fantástico como me puedo comunicar con ella. La miro, la siento y si está cerca le echo los brazos para que me coja y cuando me coge me aprieto contra su cuerpo y me quiero fundir dentro de ella, como si quisiera estar dentro de su cuerpo. Me aprieto y me aprieto pero no consigo lo que quiero más, que es desaparecer yo y que solo sea ella. Le hablo con mi llanto y ella me entiende, le digo que tengo hambre y ella sabe que estoy llorando por eso, cuando me duele la tripa también lo sabe porque mi llanto es distinto. Y también tengo miedo, angustia y frustración, porque a veces no entiendo nada de lo que me está pasando. Pero yo se lo digo y ella, solo ella, puede entenderme. Dormí bastante tiempo, creo yo, y soñé que estaba otra vez en aquel maravilloso lugar de donde, sin mi consentimiento (ni siquiera me preguntaron), me habían sacado esa aciaga mañana. Encontré para dormir la misma postura que tenía cuando estaba en ese lugar, y con eso me sentí más a gusto. Flotaba en una burbuja, la cabeza me daba vueltas y vueltas y llegaba hasta una luz muy agradable y cálida. La luz me envolvía y me llenaba de un aroma como de rosas. Entonces me di cuenta que estaba en un jardín lleno de flores. Cada flor olía distinto pero entre todas formaban como una sinfonía de olores que se fundían en uno solo, dulce, suave y sensible como si fuera un humo sólido y reconfortante. Todo eso me rodeaba, no como un líquido, sino como un aire denso y protector. Yo flotaba y dando vueltas y vueltas al compás de la música hacía un baile acompasado por violines, la sinfonía de las flores y el contrapunto sereno y seguro del bumbún. Sentí de pronto que el cordón se engordaba otra vez, sentí que iba a recibir ese calor y energía que trae cada vez que se engorda, me preparé para recibir esa energía y cuando ya estaba saboreando la llegada por el cordón del alimento me desperté. Abrí los ojos y aunque no podía ver nada, quiero decir que todavía no veía formas, si podía ver la luz que filtraba por entre las lamas de una persiana que estaba justo encima de mí. Intenté moverme y pude a duras penas, con los puños cerrados, tocarme torpemente la nariz. Me la aplasté todo lo que pude. Empecé a sentir nuevas sensaciones en mi cuerpo. Ya no estaba tan encogida como antes, y me fui estirando, aunque me cuesta bastante esfuerzo. No controlo bien donde empieza y acaba mi cuerpo, ni se hasta donde puedo estirarme. Me va a costar bastante trabajo estirarme del todo. Después del tiempo que llevo encogida supongo que tendré que probar muchas veces, entrenarme vamos, aunque eso en el caso de que sea interesante estirarse, cosa que en este momento no lo creo en absoluto. De todas formas probaré a hacerlo ya que ahora tengo espacio suficiente, por desgracia eso si, para poder estirarme. Tengo puesta una ropa de color rosa que me cubre todo el cuerpo hasta los pies, donde tengo guantes de pelo largo con agujeros y cintas. Dentro de mi cuerpo hay movimientos por todas partes. En las tripas, en el pecho en las piernas, como si todo estuviera en ebullición, contrayéndose y estirándose, estirándose. También la boca se me abre y se me cierra, estirando los labios porque la lengua, dentro de la boca, se mueve por todas partes dentro de ella y hace que se me escape toda la saliva que tengo dentro. Cada vez tengo más saliva por lo que muevo la lengua cada vez más rápido, para echarla fuera de mi boca. Las cosas por dentro se van acomodando a mi nueva situación. Se conoce que están adaptándose a la nueva presión exterior, o más bien a la falta de presión. Todo ese movimiento interno, me da como un cosquilleo que se concentra en la parte de mi vientre, donde voy sintiendo como una presión, como un vacío. Debo tener un agujero en el estómago que se va haciendo cada vez más grande y llega hasta dolerme. Desde ahí, desde el estómago, me llega el dolor. Siento una presión cada vez mayor en el pecho por lo que para descargarla solo encuentro una posibilidad, me pongo a llorar. Primero despacio, pero al ver que no me pasa el dolor, aumentando poco a poco la fuerza de mi llanto, pues a pesar de estar llorando, lo cual me alivia la presión en el pecho, el agujero no para de crecer en mi estómago, mientras el dolor aumenta. Se escuchan ruidos: tatatá, ratatá, como los que oía cuando estaba en el otro sitio, pero ahora son más claros, más fuertes, más cercanos. Hay ratatás distintos pero no puedo distinguir de donde salen. Se mezclan unos con otros, como formando una pasta. Son ruidos molestos, pero hay muchos y eso me da más ganas de llorar todavía. De pronto siento que me cogen por la cabeza y por el cuerpo. Estoy en el aire aunque la presión que tengo en la cabeza y en el cuerpo me gusta. Me sorprende este cambio y me olvido momentáneamente del dolor de mi estómago, espero a ver que pasa y como no pasa nada vuelvo a acordarme del dolor y lloro con más fuerza. Como si de una señal se tratara, me llevan hasta otro sitio. Ahora estoy tumbada sobre un brazo, noto un olor dulce como de plátano que me gusta mucho, se me mete en la boca algo redondo y cálido, muevo los labios sobre eso, también está dulce y sabe dulce. No sé que significa esto, pero después de darle vueltas y vueltas en la boca, encuentro una parte más pequeña y prominente como un cono que además me cabe perfectamente en la boca. Lo agarro fuerte con mis labios y tiro de él hacia adentro. Succiono y sale una leche que voy tragando. Nunca había tragado ni chupado antes, y también es un trabajo, me compensa, porque noto el calor que va entrando en mi cuerpo, como cuando el cordón se iba engordando y me daba energía. Me pongo a chupar como una loca, como si me fuera la vida en ello, de tal manera que se me olvida todo lo que me rodea: no oigo ya ni los tatatá molestos y el agujero del estómago se me va tapando, el dolor que tenía se va durmiendo y leche dulce, como la miel, me está dando la primera alegría que he tenido desde que salí de la cueva donde estuve tan a gusto. Mientras sigo chupando y chupando tengo otra alegría enorme. Casi como un sueño escucho otra vez a bumbún. Bumbún, yo. ¡Estoy viva! Estoy chupando desde hace un rato, y mientras, siento el calor y la energía que me da esa leche dulce, pero a medida que voy chupando, aunque al principio la leche sale como a chorros y me rebosa por la barbilla, luego se hace más difícil que salga y me cuesta trabajo chupar tanto, me voy cansando de chupar y entre el calor que me entra y el compás del bumbún me quedo dormida. Me despierto porque me están dando golpes en la cara. Vuelvo a chupar pero como cada vez me cuesta más trabajo sacar algo positivo de ahí, me vuelvo a dormir. Así, hasta que me duermo completamente. Todo se ha vuelto blanco. Había caído una gran nevada. Los copos de nieve se fueron fundiendo los unos con los otros hasta formar una gran alfombra. Trozos de hierba manchan la nieve de verde hasta que se hace un mapa de dos colores. Un mapa caprichoso donde a veces la nieve forma figuras de pájaros enormes posados sobre la hierba de un verde muy luminoso, al estar enmarcada por el blanco resplandor de la nieve. Grandes pájaros pastando o descansando sobre ella. La nieve tiembla por dentro como si tuviera burbujas que van saliendo de la hierba y la atraviesan hasta la superficie perdiéndose en el aire limpio y ese temblor, le da un aspecto de cosa viva. Mientras se va deshaciendo la nieve, el mapa es cada vez más verde y los pájaros posados sobre la nieve, se van volando por la tierra hasta el otro lado del mundo. Estoy volando sobre el mapa blanco y verde, descubriendo formas de pájaros blancos. Subiendo y bajando me acerco y me alejo mientras los pájaros se hacen más grandes o más pequeños. Quiero abrazarlos y me acerco mucho a ellos. Mi boca se abre y se cierra. Mis labios se mueven hacia la izquierda o la derecha, según gira mi cuerpo en uno u otro sentido. Para subir o bajar muevo los labios hacia arriba o hacia abajo, controlando así mi vuelo con toda la boca. El cuerpo obedece a la boca en todos los movimientos que ésta hace. La boca, tensados los músculos, es una antena que controla el paisaje, o un mando a distancia, que me dirige arriba y abajo, a la izquierda o a la derecha, haciéndome girar o trazar una trayectoria en línea recta. Moviendo el labio de abajo me acerco a los pájaros blancos, me tumbo encima de uno de ellos, lo abrazo, acaricio con mi boca sus plumas y me entran unas irresistibles ganas de chuparlas. Acerco mi boca a sus plumas. Succiono. Lo blanco está dulce y mientras voy chupando, abrazo a todo el gran pájaro blanco, sintiéndome al mismo tiempo abrazada por él. Cómo los pájaros blancos me voy fundiendo en la tierra, volando con ellos, bajo la hierba. Cuando me despierto me duele la boca y tengo que mover los labios varias veces para desentumecerlos. Tengo los ojos abiertos y puedo percibir sombras de personas que no distingo bien pero si noto que son diferentes unas de otras. Todas esas caras se me acercan y se me alejan, me chupan con los labios, o me enseñan los dientes, que algunos tienen muy blancos y otros más amarillos y hasta negros, mientras yo sigo estirando los labios como si siguiera chupando. Se ríe, tatatá, dicen, se está riendo, tetatá. Mira como se ríe, atita, tetáta. Noto que tengo toda mi potencia en esos labios, en la boca que muevo continuamente para desentumecer mis músculos después de haber chupado. Me pasan los dedos por la boca y trato de chupar, continuar chupando, pero los dedos se apartan y se acercan. Cuando me tocan siento cosquillas que me obligan a mover los labios, siento ese impulso más fuerte que nada en el mundo, que me obliga a chupar. Es como si lo estuviera haciendo toda mi vida: chupar es vivir. Hay mucha gente y hablan un lenguaje que no entiendo, pero hablan mucho. Todos hablan a la vez y se forma un ruido espantoso, que no tiene nada de música, ni por casualidad es armonioso. No los entiendo por lo que deduzco que ellos tampoco me van a entender a mí. Todos esos ruidos: tatatá, ratatá, tatáta, y otros muchos, nuevos, que voy identificando como: titatitao, rotitota, tá, me parecen estúpidos aunque veo que se repiten más o menos. ¡Que horror! ¿Por qué no se van al pasillo y se intercambian allí, fuera de mi alcance auditivo todas esas tonterías? Si puedo me vuelvo a dormir. Puedo y me duermo. Me olvido de todos esos locos y sus incomprensibles conversaciones. Tatá, ratatá, tatará. Durante muchos días, mi única ocupación va a ser dormir y chupar, chupar y dormir, aunque hay algunas otras cosas que me pasan entre medias. Al principio no lo noto. Aquí las cosas primero pasan y luego, cuando ya han pasado varias veces, te vas enterando, te vas dando cuenta que esas cosas están pasando. Cuando te das cuenta, ya no hay remedio, no existe ninguna posibilidad de que esas cosas no sucedan y debes cargar con ellas y adaptarte porque son así y tú no las puedes cambiar, bueno ni sabes que puedes hacer con ellas. He tratado de rebelarme contra esa situación, pero no he conseguido nada. Probé a llorar, a moverme, ya me estiro mucho más que antes y hasta muevo las manos y las piernas con fuerza, pero nada. Lo más que consigo es mejorar mi situación, pero esas cosas vuelven a suceder y es de lo más molesto. En verdad, las cosas no existen mientras no pasan, y las que no pasan en verdad, no existen. La primera cosa que me sucedió fue que me hice pis y me moje toda por la parte de abajo. Las piernas los muslos y la barriga las tenía completamente mojadas. Me di cuenta en sucesivas veces, que lo mojado me llegaba hasta los riñones y la espalda. Cuando me di cuenta puse el grito en el cielo, pero solo conseguí que me cambiaran de ropa. Me sentí mucho mejor comprobando al mismo tiempo que aquello de gritar funcionaba. Pensé: a ver si se entera el que me moja, que yo también me entero que estoy mojada y no lo vuelve a hacer. Pero observé con terror que un poco más tarde volvía a estar mojada, o sea que me habían vuelto a mojar. Protesté con más fuerza, me cambiaron nuevamente de ropa, pero la cosa se repitió tantas veces, que tuve que convencerme que mis gritos y llantos no servían para que ese fenómeno no se volviera a repetir, sino tan solo para que me cambiaran de ropa de nuevo. Así que decidí adaptarme al suceso y ya no me extrañaba que se repitiera el mojado. Ahora que, eso si, seguí protestando cada vez que eso pasaba, y cada vez con más fuerza, ¡faltaría más! Pero la cosa no acababa ahí, el asunto era mucho más grave de lo había pensado en un principio. Al poco tiempo de detectar ese problema del mojado, me di cuenta de que algo todavía peor estaba pasando. Algo terriblemente pegajoso, ¿pis pegajoso?, me crecía entre las piernas y como llevaba la ropa muy apretada se aplastaba contra mi cuerpo extendiéndose también por mis muslos. Yo entonces no era muy consciente de lo que estaba pasando, ni siquiera sabía que tenía muslos ni piernas, pero si notaba una sensación desagradable cuando ese pis consistente y pegajoso aparecía allí con tanta frecuencia. Por aquel entonces ni siquiera sabía que ese olor tan desagradable, provenía del pis pegajoso. La verdad que, a los que me limpian todo eso, advertidos por mis gritos y llantos, no parecía olerles mal, porque lo hacían con bastante frecuencia, mientras me decían cosas que no entiendo pero me suenan casi como una música: cuchí, jajá, pipí, cacá, y otras que no entendía ni siquiera identificaba el sonido. La verdad es que yo me quedaba muy a gusto cuando me libraban del pis y del pis pegajoso por lo que movía mis labios, como si me riera y esas personas me lo agradecían poniéndose contentas y enseñándome todos los dientes. Para hacerlo me desnudaban del todo y me pasaban agua por el cuerpo y esponjas. El agua me daba mucho gusto sentirla tan fresquita y sentirme desnuda, sin la ropa que me apretaba, me producía un enorme placer, moviendo los brazos y las piernas, por eso empecé a cerrar y abrir los labios, echando saliva y haciendo ruidos. Después de mucho tiempo, pude entender que era mejor hacer el pis pegajoso que no hacerlo, porque duele, pero eso ya es otra historia. Ya tengo un mes de vida y me río cuando veo a mi madre, me río porque me gusta verla y también porque me da mucha seguridad que ella esté ahí cada vez que puedo mirarla. A ella claro que le gusta que me ría y me devuelve su sonrisa que a mi me da tanto, tanto gusto, que no puedo dejar de pensar que me quiere mucho. Yo necesito que mi madre me quiera mucho y lo necesito tanto que si ella no me quisiera yo me moriría. Lentamente a lo mejor, pero me moriría. Si yo estoy en este mundo necesitando tanto amor, creo que es seguro que tener ese amor, debe ser una necesidad tan grande que es mi derecho de ser querida. Yo tengo derecho al amor y todos los niños y niñas de este mundo tienen ese derecho. Sin amor no podemos vivir y crecer bien o simplemente crecer. Cuando pienso en que me podrían querer menos o no quererme nada, me entra una angustia enorme y no lo puedo soportar, dejo de reír y me pongo a pensar en todos los niños y niñas que viven muriéndose por no tener amor. Por eso le río a mi madre, porque ella me quiere. Todos los niños tienen que tener quien les quiera y ese es uno de sus derechos, porque sino no pueden vivir y desde luego no hay derecho a dejar morir a ningún niño. Sé que me quiere porque se ríe, pero también porque me abraza y me dice cosas que yo no entiendo, pero me las dice y sé que son buenas y que me gusta que me las diga. Algunas cosas que me dice pienso en acordarme más adelante, para preguntarle que significan, pero luego me olvido y no se las podré preguntar. Me gusta que me apriete y que me coja en brazos y que me enseñe cosas que no veo que son, porque están borrosas, pero me gusta. También me gusta que esté allí cuando me despierto y que todo el tiempo que estoy despierta la vea, a ser posible. Y eso es el amor que yo necesito. Me acuerdo también de un señor, que cuando estaba en la Clínica, y estaba tan cabreada por haber nacido, que vino con una bata blanca. Y el señor, que es una enfermera, venía rodeado de otras enfermeras. El señor ese debía de ser importante, porque todo el mundo en la habitación se levantó y todos estaban pendientes de él, por ser médico, supongo, lo cual hacía que se diera aires de gran importancia. A mi no me impresionó lo más mínimo, pero si le tomé gran simpatía, por todas los juegos que me hizo. Me cogió, otra enfermera que no era el señor enfermera y me sacó de la cuna. También las otras enfermeras se reían y había una que era muy guapa y muy simpática vestida de blanco y con un sombrero blanco en la cabeza. Ella no se daba aires de importancia como el médico enfermera, porque ella era una mujer, claro. Ella me sonreía enseñándome los dientes blancos, mientras que el médico enfermera solo me enseñaba el bigote negro. Me desnudaron y aquel médico se puso a jugar conmigo de una forma que yo diría inteligente. No me hizo cuchirrí, ni me enseñó los dientes, para lo que no tenía, creo yo, ningún motivo. Sin embargo me cogió por el cogote y por la espalda con una mano que tenía enorme y poniéndome como de pie, claro que yo no me podía poner de pie del todo, porque todavía tenía las piernas dobladas por la postura de la cueva, bueno, pues me hizo andar y me di cuenta que podía andar. Movía las piernas una detrás de la otra y avancé un poco por la mesa donde estaba subida. Luego me puso palitos entre los dedos y yo podía cerrar la mano y agarrar fuerte el palito. El tiraba de la punta, pero sé que le costaba arrancármelo de la mano. Yo nunca había tenido nada en la mano y me pareció interesante que me dieran algo para tener en la mano, pero nada más que yo lo cogí fuerte, ya me lo quería quitar. Le costaba más trabajo arrancármelo si lo tenía cogido por la parte de los dedos pequeños, que si lo tenía cogido por la parte del dedo gordo, pero en los dos casos él pudo comprobar que a una niña no se le puede ofrecer un palito entre los dedos y luego quitárselo, sin que oponga ninguna resistencia. Supongo que se habrá aprendido la lección, porque ya no me ofreció más palitos. Me volvió a tender en la mesa y me sujetaba por las dos manos. Yo intentaba levantarme y de golpe me soltó. Creí que me caía por lo que hice un movimiento brusco de abrir los brazos, pero como estaba tumbada volví a juntarlos. Luego me pasaba el dedo por la planta de los pies, que me daba mucho gusto y eso me lo hizo en los dos pies. Cuando me pasa el dedo empezando por la parte más cercana a los míos, el pie se me encoge hacia arriba y sin embargo si empieza a tocarme con el dedo desde el talón hacia adelante, entonces, estiro el pie hacia abajo. Me parece que pudiendo hacer estas cosas con los pies solo pocos días después de haber nacido, ya me veo bailando sobre las puntas de unas zapatillas de raso. No sé si lo hacía con las palmas de las manos o con que, pero también me hizo sonidos a cada lado de mi cabeza, yo volví la cabeza para cada lado de donde venía el sonido, claro, pero no pude saber que es lo que pretendía con eso. Fuera lo que fuera, me dio la impresión que se iba satisfecho de haber estado jugando conmigo. A mi también me gustó ese señor médico vestido de enfermera, aunque no tenía sombrero blanco. Ahora estoy en la cuna haciendo pedorretas y mirándome las manos. He aprendido mucho en estos días, porque pasan muchas cosas nuevas y si se repiten, me voy dando cuenta de ellas y también me doy cuenta que hay gente que viene a verme de vez en cuando, cuando estoy en la cuna. Algunos me sacan de dentro y me cogen y me abrazan. Antes para mí todas las personas eran una persona, pero poco a poco he visto que no. Bueno, yo más que verlos diferentes, los distingo por el olor que tienen. Todos huelen mucho, muy fuerte, aunque las mismas personas no huelen igual todas las veces. Mi madre, por ejemplo, huele diferente por la mañana y por la tarde. Desde luego huele mejor por la mañana, por la tarde tiene un olor como a rosas mezcladas con pis, que me gusta menos, aunque sé que es ella porque por debajo de ese olor tiene el suyo, el de siempre, que es muy bueno. Por la tarde todo el mundo huele más y tiene diferentes olores añadidos al suyo propio, lo que hace más difícil reconocerlos. Mi madre es rubia como yo y eso me gusta mucho porque me gustaría estar siempre con ella y ser como ella. Me hace reír mucho cuando me baña y también cuando me acerca mucho la cara y me hace cosquillas con el pelo. Me río tanto que me olvido de tirarle de los pelos. Cuando le tiro de los pelos también se ríe. En cambio a otras personas, cuando se acercan les tiro de los pelos y chillan. Los pelos son unos fideos muy finos muy finos, que tienen las personas por encima de los ojos, y como cuando te cogen en brazos te ponen por encima de la cara, como si fueran a comerte la tripa, pues les coges los pelos, que es lo que te queda más a mano. Yo llego a coger los pelos de todo el mundo. También puedo coger las narices y las gafas, si es lo que más cerca me ponen. Pero sobre todo, los pelos son lo que más me gusta coger. Mi padre no tiene pelos para coger, porque tiene pocos y los tiene cortos, lo mismo que el padre de mi padre, o sea que yo me parezco más a mi madre que a mi padre. Mi padre huele también muy bien, pero peor que mi madre. Además mi madre huele a otras cosas según la hora del día o el día que sea. Por la mañana huele a café con leche y a tostadas, al mediodía huele más a carne asada o a pescado y por la noche huele a tortilla francesa, a rosas con pis o a madera barnizada. Otras personas, como el padre de mi padre huelen a tabaco, o huelen a muñecos de goma o a chupete con tierra, que es lo peor de todo. Ahora además de oler a todo el mundo también puedo distinguirlos por las voces cuando hablan. Me encanta cuando oigo a mi madre hablando porque entonces recuerdo su olor, el que más me gusta de sus olores, que es el de la mañana y a las demás personas también las voy identificando por su olor o por su voz. Bueno, a casi todas, porque hay voces que no las he olido nunca y eso no puedo entenderlo, además tampoco me han cogido nunca, pero están ahí porque los oigo muchas veces y casi todos los días. De algunos hasta me sé los nombres de tanto repetirlos y se llaman Zapatero, Rajoy, Buenafuente, Guayomin, Patricia Conde, Mercedes Milá y también Belen Esteban. No sé por que estando en mi casa tantas veces, ni me cogen en brazos ni se me acercan para que pueda olerlos. Hay algunas personas que no huelen bien y esas no quiero que me cojan y si lo hacen me pongo a gritar hasta que desaparecen. Esas personas tampoco saben cogerme y suelen ser las mismas que no conozco su voz, o que nunca la había oído antes. Yo estoy casi siempre en mi cuarto o en el cuarto de mis padres, pero en mi casa también hay otros cuartos: donde me bañan, donde es más grande y siempre hay gente o están José Luis, Mariano, Belén y los otros, donde huele a aceite, pescado y muchos otros olores y la calle, el parque, donde viven los padres de mi padre y la playa con la arena. En la cuna lo que más podía ver al principio, cuando empecé a ver, son unas telas blancas y cintas rosa, pero un día empecé a ver unos muñecos que se movían. Me excitaban mucho esos movimientos y me di cuenta que podía tocarlos con la mano y entonces se movían más. Al principio no sabía que era yo la que conseguía moverlos, pero luego me di cuenta que si yo las empujaba con la mano se movían y si no, no. También tengo cosas que si las mueves suenan y cuando las encuentro, porque no sé como las encuentro, las muevo, si quiero que suenen y suenan. O sea que puedo hacer sonar a esas cosas, aunque no todas suenan aunque tu trates de moverlas. Tengo un chupete nuevo y otro viejo. El chupete es de lo mejor que tengo, porque lo necesito y si no lo tengo me da mucha rabia y me pongo a llorar. No sé por qué tengo que estar siempre chupando el chupete, pero lo necesito. El chupete tiene una parte que se chupa todo el tiempo, es redonda y te cabe justo en la boca y otra parte que es más dura, mucho más dura y que sirve para que al chupar no se te meta todo dentro. Esa parte se chupa a veces, pero no es tan buena y además no te cabe entera en la boca. Tiene otra parte que es de cuerda pero esa parte no es interesante, porque no da gusto chuparla y no sé para qué puede servir. El chupete nuevo está duro y te cansas de chuparlo y además, el viejo es mío y el nuevo todavía no. El chupete nuevo no me gusta nada, por eso si me lo dan lloro para que se enteren que me tienen que dar el viejo y si no se enteran lo tiro. Mi madre se enfada cuando tiro algo y a mí, por eso, me gusta tirar el chupete, porque mi madre me habla, cada vez que me lo vuelve a dar. Me gusta que me hable mi madre y por eso tiro el chupete muchas veces. Y además de eso, lo tiro porque es nuevo. Lo que no sé es por qué no dan a elegir, por ejemplo, si yo ya sé lo que a mi me gusta, ellos me podrían ofrecer los dos chupetes, uno en cada mano y yo elegiría el viejo y no como ahora que nunca sabes el chupete que te van a dar, ¡como si tu no supieras lo que más te conviene! A veces, elegiría el nuevo, para tirarlo y así que me hablara mi madre. Tirar cosas me parece algo muy interesante, porque, al caer, unas suenan y otras no. El muñeco de goma no suena, la cuchara suena varias veces, la ropa y las cosas que pesan poco como las croquetas no suenan, las cosas que pesan mucho como el vaso y los platos suenan, pero las gafas que también pesan poco, suenan. El agua si le pegas golpes mientras te bañas también suena, pero poco. Algunas cosas no se pueden coger y entonces las tienes que empujar para que se caigan, y esas si que suenan. También hay una diferencia entre las cosas que se pueden tirar y es que unas enfadan más que otras, sin que tenga nada que ver en eso que suenen o no suenen. Por ejemplo, a mi padre le enfada mucho que le tires las gafas o el periódico o algunos papeles que tiene en una cartera. Tampoco le gusta que le saque los cigarrillos del paquete, los cigarrillos no suenan, pero luego es bastante difícil volver a meterlos en la cajita de papel y se rompen y les sale un polvillo de dentro del papel. Yo estoy sentada en un sitio que es redondo y tiene las paredes de unas cuerdas, a las que me agarro para poder ponerme de pie. En el suelo de este redondel tengo muchas cosas que toco, estrujo, apretujo y tiro fuera del redondel. Cuando paso mucho tiempo aquí sin que te hagan caso, lloro para que me cojan y si pasa alguien, estiro los brazos y chillo para que me saquen de allí, pero a veces lo hacen y otras veces no. Es algo que no entiendo. A veces pasan y vienen tan contentos, te cogen, te hacen miles de cosas y a veces hasta bailan contigo en brazos, pero otras veces, te gritan, te ponen cara de enfadadas y se van sin hacerte nada bueno y yo sigo siendo yo, la misma de siempre, pero ellos, jo, como cambian de un día para otro. ¿Qué les pasará? Parece que tienen el humor muy flojo. Siempre estoy chupándolo todo y me cae la saliva por toda la boca. Me duele mucho la boca porque me están saliendo los dientes. No sabes lo que duele eso y tanto tiempo que tardan. Además, todo ese tiempo, también te pica el culete y lo tienes como pelado. Se te pone mal humor pero la gente no le importa tanto que llores, porque ya saben que es por los dientes. Lo que no les gusta nada es que no sepan porque lloras, pero si lo saben, que son pocas veces, se ponen tan contentos al descubrir que lo saben, los pobres, como casi nunca lo saben, les da seguridad. Lo malo es que por una vez que aciertan, ¡lo que hay que llorar, para que aprendan algo! Es muy cansado, son tan torpes. Por eso de los dientes, me lo llevo todo a la boca, como cuando nací, y sobre todo me gusta morder las cosas que están frías y son duras. Te da mucho gusto poder morder y estarías todo el tiempo mordiendo, no la comida, pero cosas duras y frías. Los dientes son con lo que se muerde y luego, cuando ya te han salido son muy buenos para comer. También son buenos para que se vean en la boca cuando la tienes abierta. Si la tienes cerrada no te sirven, porque no se ven. Toda la gente cuando se ríe te enseña los dientes para que tú se los enseñes a ellos, pero unos son blancos y otros, los de mi papá, son un poco blancos y un poco negros. |
• TRES | |
De por qué no me gusta que digan que gateo. En cuanto pueda me pongo a andar Soy una niña, tengo ocho meses, y estoy trasladándome por un pasillo, casi a toda velocidad, para lo que utilizo las rodillas y las manos. A esto, los mayores, gente de una considerable altura y poca visión le llaman gatear, como si tuviera que ver esta forma de trasladarse algo que ver, digo, con los gatos. Los gatos son animales peludos, que tienen cuatro patas en contraste con las niñas, que solo tienen dos y además se llaman piernas, las niñas tenemos pelo en la cabeza y en cambio los gatos, lo tienen por todo el cuerpo. Podríamos decir que las niñas cochean si comparamos los pies y las manos con ruedas o también que perrean si lo hacemos con los perros. Pero todo esto se acaba diciendo que no gateamos porque no somos gatos, solo andamos agachadas, porque todavía no nos sujetan las piernas. Además los gatos, los perros y los coches siempre serán así, mientras que nosotras solo es al principio, hasta que aprendemos a andar. Tengo ocho meses, soy una niña y soy rubia. Todas estas cosas no las he elegido yo. Nadie me preguntó si quería ser rubia o si quería ser niña, o si quería tener ocho meses. De todas formas estoy contenta de tener ocho meses, porque puedo arrastrarme por el pasillo a toda velocidad. Antes, cuando era pequeña estaba todo el tiempo en la cuna. Ahora no. Ahora ya puedo ponerme de pie agarrada a las sillas. Trepando por las patas consigo alcanzar la parte llana que suele ser de tela y luego, me caigo de culo. Ahí llevo todo un paquete con un kilo de “dodotis” que aunque me ayudan a caer en blando me tiran para abajo y me impiden subir más rápido a las sillas. Tengo que subirme yo, subir el culo y subir los “dodotis”, menudo trabajo que es. Ahora ya puedo dar palmadas y lo hago de vez en cuando. Mi madre se ha dado cuenta de eso y me estimula con juegos que encuentro de lo más divertido. Me dice: Palmas palmitas que viene Papá y yo me pongo como una loca a dar palmas con las manos. Ella también da palmas, pero a ella le sale ruido y a mi casi nunca me sale. Claro que me he fijado que ella tiene unas manos muy grandes y menos gordas que las mías. Si estoy sentada cuando me dice lo de las palmas también muevo mucho el culo y me resbalo en el suelo. Me parece de lo más divertido estar dando palmas. Cuando me visten estiro el brazo, para que me metan la manga de la chaqueta y de la camiseta y estiro el pie para que me pongan las botitas. Me gusta colaborar en que me vistan y me encuentro muy guapa con todo lo que me ponen. A veces tengo el chupete en la mano que me están vistiendo y entonces me lo cambio de mano, sin que me digan nada. Fíjate que a mi madre la veo siempre. Yo ya me fijaba más en ella que en las otras personas cuando tenía solo dos semanas de edad y ya a las siete semanas cuando mi madre me hablaba, empecé a fijarme mucho en sus ojos. Mi madre tiene los ojos verdes. Yo no sé como los tengo, ni lo sabré hasta que descubra mi cara en un espejo, pero hay muchas cosas que estoy segura que tendré igual que mi madre. Las niñas estamos muy indefensas, porque hay mucha gente que no nos entiende y eso es porque los mayores, no se acuerdan que ellos también fueron niñas y se creen que tenemos que saberlo todo, como creen que lo saben ellos, desde que nacemos. Pero nosotras tenemos nuestra forma de hacer las cosas y somos diferentes a ellos. Ellos piensan que nos equivocamos en lo que hacemos, pero son ellos los que más se equivocan con nosotras. No saben que hay diferentes formas de llorar y unas son porque tenemos hambre y otras porque nos duele algo. También hay muchas otras formas de llorar y todas son diferentes: porque no te hacen caso, porque quieres salir de la cuna, porque quieres que te cojan, porque tienes sueño, porque no conoces a una persona, porque no sabes donde está tu madre, y muchísimas otras más. Parece increíble que personas tan viejas, sepan tan poco de las niñas y lo peor de todo es que muchas cosas las saben al revés de como son realmente. Ignorantes y tramposos, eso es lo que son, a veces. Si supieran algo de las niñas, sabrían mucho más de lo que saben, o por lo menos nos entenderían más y entonces tendrían la paciencia más grande, de como la tienen. Nosotras, las niñas también lloramos porque todavía no hablamos y por eso lloramos. Cuando queremos decir algo y a veces, solo para oír como suena ese ruido de llorar. Si lloras muy fuerte solo escuchas ese ruido, pero si lloras muy despacito puedes escuchar otras cosas, o ruidos de la casa. Por eso cuando no quiero escuchar otros ruidos lloro fuerte, aunque cuando te paras para coger aire, si no tienes cuidado, puedes escuchar otros ruidos y a lo mejor no te interesa. Eso, sobre todo al principio, pero luego aprendes que lo único y lo mejor para llorar, es querer algo y la única forma que te lo hagan o te lo den, es llorar. No sé por qué es, pero algunos días sales más al parque y no te pones el abrigo ni la bufanda y no te importa, hasta casi es mejor para jugar, pero un día que tenía el abrigo, no estaba a gusto y me quería quitar el abrigo, aunque eso lo supe después. Estaba como ahogada y tenía como sudor por dentro del cuerpo. Mi madre me dijo que yo estaba muy, pero que muy pesada ese día. La verdad es que me encontraba fatal y no sabía por qué. Hacía buen día, me llevaban al parque y esas son cosas que te gustan, por eso no comprendía porque me encontraba tan mal. Empecé a tirar todo lo que encontraba en la silla y a estirarme y me salía de la silla y mi madre cada vez tenía que volverme a sujetar con las correas. Lo que me pasaba es que quería que me quitara el abrigo y no sabía como decírselo, porque claro, yo tampoco sabía que quitándome el abrigo se me pasaba lo mal que me sentía. Me puse a llorar, a gritar y dar patadas. Mi mamá no sabía que me pasaba ese agobio y empezó a ponerse nerviosa. Me dijo que era una caprichosa y que no me iba a llevar más al parque. Me dijo muchas cosas por que no se enteraba de lo que me pasaba. Estaba tan agobiada que ya me puse a llorar a toda vela. Me dio agua, me movió la silla, me cantó y todo eso, pero yo cada vez que me hacía una cosa y no acertaba, lloraba más. Por fin se le ocurrió, que buena idea tuvo, y me quitó el abrigo. ¿Te enteras? Que gusto, pensé, por fin me entendió. Mi mamá si sabe bastante bien esas cosas, por eso me gusta más llorarle a ella que a las otras personas que no entienden, aunque claro, sería mejor que entendiera más rápido. Un día, cuando ya empezaba a andar, conseguí acercarme a un enorme mueble donde, luego supe, se guardaban las cucharas, los platos y las fuentes para comer y también otras cosas como el aceite, el vinagre y el azucarero con el azúcar. En esa época, yo ya había alcanzado una gran habilidad con los dedos de las manos, gracias a todo el tiempo que las estaba moviendo, cogiendo y tirando cosas, o simplemente apretando muñecos que sonaban, moviendo sonajeros que ya no sonaban, porque les había sacado las bolitas por los agujeritos, sacando cigarrillos de la funda, abriendo agujeros más grandes en la colchoneta de la cama etc. etc. Y cuando alcancé ese mueble, descubrí, sentada como estaba, que a mi altura y por lo tanto a mi alcance había una especie de hierro colgante, que además se movía hacia arriba y hacia abajo. Agarrada a ese hierro conseguí, con gran esfuerzo, ponerme medio de pie y cual no sería mi sorpresa cuando el yerrito cedió y me caí de culo, con todo el paquete haciendo de almohada entre mi trasero y el suelo. Pero el caso es que no fue el yerrito el que cedió, sino todo el mueble o sea, una enorme puerta se abrió al estar sujeta al yerrito, mostrándome todos esos platos, vasos, tarteras de barro y otras cosas por el estilo que en realidad no me importaron nada. Pero si hubo algo que retuvo mi atención, y eso fue un polvo blanco, como de cristalitos que brillaba. Reconocí en esos cristalitos una sustancia en la que mi madre mojaba algunas veces el chupete y luego me lo volvía a meter en la boca. Esa sustancia, como habréis ya adivinado era azúcar. A mi me gustaba el azúcar, porque mi madre me untaba el chupete de azúcar unas veces y sin explicarme por qué aunque otras veces no. Entendí que lo que tenía que hacer era precisamente eso, untar mi chupete en aquel azúcar, como me enseñó mi madre y que a mi me gustaba. Eso fue lo que hice, varias veces, igual que hacía mi madre, hasta que apareció ella. Me arrancó bruscamente del suelo. Me gritó, me dio muchas veces golpes en la mano donde yo tenía el chupete con su mano, hasta que se me cayó el chupete y se me puso la mano toda roja y más gorda. Me miró con una cara que yo nunca había visto antes tan enfadada y cerró con fuerza aquella puerta que me había dado tanto gusto abrir, sobre todo por el azúcar, bueno y también porque había descubierto que si tiras fuerte de un yerrito se te abren las puertas de los armarios. Naturalmente me puse a llorar tan fuerte como podía, por los cachetes que me dio mi madre, que me dolieron, pero sobre todo por lo que más me dolió, que no fueron los cachetes, sino el no poder entender yo, porque ella podía mojar mi chupete en aquel azúcar, pero yo no podía hacerlo, por qué ella se reía mientras me daba el chupete mojado por ella, pero me reñía y me pegaba si la que lo mojaba era yo. Eso no me lo explicó y me dio mucha tristeza no entender lo que me estaba pasando. Por eso lloré tanto, tanto, hasta que se me olvidó. Nunca más después volvió a gustarme el azúcar y hasta me repugnaba, cuando años más tarde, mi madre me daba para desayunar un enorme tazón de chocolate, al que ponía tres enormes cucharadas de azúcar. Aquello está asqueroso, asqueroso, pero yo me lo tomaba todo por el hambre que tenía. Además me lo tomaba dormida, o sea que solo al final me daba cuenta de que me lo había tomado. Aquella noche soñé que yo estaba subida en un enorme sillón que iba creciendo y creciendo, haciéndome a mí cada vez más alargada y más grande. Pasaba por encima de las nubes y allí estaba mi madre con una enorme sonrisa, que se le veían brillar todos los dientes. Entonces acercaba una mano suya donde tenía un enorme chupete que era todo de azúcar. Yo empezaba a chupar el enorme chupete, pero el azúcar no me sabía dentro de la boca, porque no podía abrir la boca tan grande como era el chupete y mi madre se reía, se reía. Entonces de repente el sillón se encogió de golpe y me encontré en el suelo, muy pequeña, como era yo entonces y mi madre con aquel chupete de azúcar tan grande, que era más grande todavía que ella y tuve miedo de que me aplastara y me desperté llorando. Mi madre vino a la cuna y me abrazó y me cantó con su bonita voz que me tranquilizó y me volví a dormir. Ahora es otro día y estoy encantada de estar ya despierta. Estoy cantando en la cuna y estoy contenta, a pesar de que todavía no me han bañado. Ahora me bañan por las mañanas y no como cuando era pequeña que me bañaban por la noche. Tengo toda la cuna llena de pis y caca pero no me importa, porque ya he aprendido que dentro de poco, cuando se vaya mi padre, mi mamá vendrá a sacarme de la cuna, me hablará muchas cosas, me acercará su cara a la mía y me va a limpiar toda esta asquerosidad que me ha salido por la noche. Después el baño, que es una de las cosas que más me gustan me dejará andar por el pasillo un rato, hasta que me lleve al pasillo grande que está detrás de la puerta de nuestra casa, que llaman ellos la calle. A ese pasillo grande sale mi padre todas las mañanas, pero debe volver al de casa cuando salgo yo, porque todavía no me lo he encontrado cuando yo salgo, o sea que debe haber vuelto al de mi casa. Aunque no estoy muy segura de como lo hace, pues cuando volvemos a casa para comer, mi padre, tampoco está allí. Mi casa no tiene el mismo suelo en cada una de los cuartos, por eso yo estoy ahora aprendiendo que hay cuartos con el suelo frío y liso y otros que tienen el suelo como el abrigo de papá. Donde me bañan el suelo es liso y hay mucha luz en ese suelo, que se va cayendo desde arriba donde están unas linternas muy blancas. Yo miro mucho a esas linternas porque en ese cuarto casi siempre estoy tumbada boca arriba. También en ese cuarto hay mucha agua por todas las partes, pero donde hay más, a veces, es en una cuna muy grande que está pegada a la pared y si tocas con la mano unas cosas que sobresalen y que tienen la luz gris, te sale toda el agua que quieras, hasta que las vuelves a tocar y entonces deja de salir agua poquito a poco. Hay otro suelo como ese en el cuarto donde huele a las comidas de los biberones y también hay ese suelo si pasas unas puertas de cristales muy grandes. Ese suelo está muy frío cuando no hace sol y muy caliente cuando hace sol y se llega hasta él, pasando por el cuarto donde yo más estoy, que es donde se oyen las voces de los señores que solo están en mi casa en ese cuarto metidos en una caja que tiene mucha luz, que se llama televisión. Esa caja con mucha luz, está en el centro y todos están continuamente mirando la caja por la luz que sale de ella. La luz está siempre cambiando y habla cosas de gente que está dentro. Mi papá mira mucho esa luz y yo cuando sea mayor también quiero mirarla mucho, aunque por ahora no me interesa, porque no la entiendo. Mi casa también tiene paredes que son distintas en unos cuartos que en otros y además hay puertas que se abren a donde hay otras puertas, y otras puertas, como las del mueble donde están los platos, que detrás de ellas tienen cosas: ropas, juguetes y otras cosas que no sé lo que son. Las puertas que se pueden abrir son las que detrás hay otras puertas, y las que no se pueden abrir, porque se enfada alguien, las que detrás hay cosas. También hay agujeritos en la pared, que suelen estar de dos en dos, pero no se pueden meter los dedos porque yo los tengo muy gordos y no me caben, o sea que no os puedo decir lo que tienen dentro. Cuando me paseo por la casa tardo bastante en llegar de un suelo a otro y cuando llego al otro suelo allí está mi mamá y me vuelve a poner en el principio de mi paseo, que es donde está ella. Me gusta olerlo todo y sé que estoy en cada cuarto por el suelo y por el olor. Me gusta mucho el olor del agua y por eso voy muchas veces al suelo de la luz blanca, pero esa puerta siempre está cerrada para mi, así como la que huele a comidas de biberones. Mi mamá huele distinto de mi papá y toda la gente huele distinto a mi papá y a mi mamá. Hasta que no huelo varias veces a una nueva persona no me gusta estar con ella, menos a las niñas como yo, que me gusta su olor, porque todas las niñas olemos lo mismo. El otro día fui con mi papá y mi mamá a comer a un sitio muy bonito y me puse a andar con las piernas. Mi papá me sujetaba por las manos, y salté. Me quedé encantada de saltar por primera vez. Mi papá le dijo a mi mamá que era normal que saltara, porque ya tenía veintiocho semanas y que a esa edad ya se puede saltar y francamente a mi me dio mucha pena ese comentario de mi papá, porque para mi era la primera vez que saltaba y me entro un gusto enorme. Mi mamá como no debía saber eso de los veintiocho semanas se puso también muy contenta. A veces mi papá es tonto y un poco presumido. Presumido de lo que sabe. Entonces mi papá se debió de dar cuenta que su comentario no fue de lo más oportuno para mi, y me hizo saltar tantas veces, que me reí tanto, que después casi me dolía la barriga de reírme. Mi padre me subió a caballito y él saltaba por el campo como si fuera un caballito. Yo me partía de risa y me lo pasé muy bien con mi papá. Quiero mucho a mi papá, aunque se canse tan pronto de saltar como un caballito. ******************************** Ha pasado algún tiempo desde que empecé a andar con las piernas y las manos, y ahora ya casi puedo andar solo con las piernas. Tengo, casi un año y lo se, porque oí que mi mamá se lo decía a una señora que le preguntó. Creo que me van a hacer una fiesta de cumpleaños y van a venir a mi casa otras niñas, a comer chucherías que me gustan mucho. Los caramelos no me gustan, desde aquella historia del azúcar, pero las patatas y otras cosas que hay, si. Ya puedo andar con las piernas si me sujetan con las manos y si no me sujetan, puedo hacerlo agarrada a las sillas, pero voy más despacio que antes, lo que es una desventaja. La ventaja, es que llego a sitios más altos, como las mesas y los sillones, además me puedo agarrar a las piernas de mi papá y de la gente que pasa por el pasillo de dentro de casa, porque cuando salimos al pasillo de la calle, me llevan sujeta sentada en un cochecito. Cuando me sueltan, me agarro al cochecito y puedo andar yo sola con las piernas. Me caigo muchas veces pero no me importa, porque me puedo volver a levantar. Al principio no sabía que me podía volver a levantar y por eso cuando me caía lloraba, pero ahora ya he aprendido más cosas y lloro menos. Cuando entiendes algo lloras menos pero si no sabes una cosa, ¿qué puedes hacer sino llorar? Me muerdo mucho la boca porque ahora tengo dientes y también como comida de morder, aunque por la noche y por las mañanas todavía tomo algunos biberones. La comida de morder viene en unos tarritos y se toma con cuchara. Da bastante trabajo comer esa comida y se tarda muchísimo. Se cae todo por la boca como te descuides y te mancha los vestidos, aunque a mi me ponen una tela que se mancha más que nada y luego esa tela que se ata con unas cintas, la tiran a una cesta. Pero cuando me empezaron a salir los dientes lo pasé bastante mal, porque me dolía mucho la boca y mi madre me daba unas gomas para morder, pero yo lo mordía todo desde las sábanas hasta los zapatos, pero lo que más me gustaba morder eran las cosas frías y duras. A veces mi papá también me metía el dedo en la boca y a mi me gustaba mucho morder su dedo, pero a él no. Yo me canso de comer y tengo una cuchara que es mía para comer sola, pero me canso y quiero que me den. Ahora como ya me puedo sentar sola, me ponen en un orinal sentada mucho tiempo. Un orinal es un sitio muy incómodo pero puedes andar con él, arrastrándolo por la habitación que estás y puedes tocar las cosas grises por donde sale el agua, pero deben de tener algún truco, porque yo las toco y no sale agua. A mi no me gusta estar tanto tiempo en ese orinal, donde al sentarte te miran y te hablan diciendo cosas que no son palabras, sino ruidos como caca, arg, arg y cosas así que no entiendo. Estuve mucho tiempo sentada y cuando me levanté, estaba todo todo sucio el orinal por dentro. Yo al verlo tan sucio me dieron ganas de llorar, porque pensé que me iban a reñir por lo que había hecho, pero como los mayores son tan raros, ellos sin embargo se pusieron tan contentos. Estaban en la habitación mi mamá y la mamá de mi mamá, y yo como no entendí nada, y no me gusta que se rían de mi, cogí el orinal y le di la vuelta para quitarle toda la porquería que tenía dentro. Vamos. Cada vez entiendo menos a ellos. Se enfadaron bastante, pero a mi no me cabe en la cabeza, que se enfaden si te manchas o si te haces pis y se alegren por que ensucies el orinal. La mamá de mi mamá era la que más se rió. No hay derecho, ellos se ríen de ti y tú no los entiendes. Pero ¿cómo es posible que ellos no me entiendan a mí? ¿Por qué se ríen siempre de cosas que tu haces, porque nadie te las explicó? No se dan cuenta que yo hago lo que ellos me dicen porque los quiero mucho, pero si no me lo dicen que no se rían. Yo creo que están locos. Un día tuve un accidente que os voy a contar, para que se sepa lo indefensas que estamos las niñas y como dependemos de nuestros padres para poder vivir y no morirnos. Entonces estaba yo en la cuna tranquilamente y mis padres se habían ido a cenar con unos amigos, y a mi me dejaron al cuidado de una cangura. Una cangura es una señora más pequeña que las otras que viene a tu casa cuando tus padres se van a cenar con unos amigos. La cangura no te conoce ni tampoco conoce a tus padres ni tus padres la conocen a ella, porque aunque la conozcan de vista, ellos nunca la han conocido cuando está contigo, porque eso es imposible, porque ellos no están cuando está ella. Bueno, pues la cangura me tiene que dar el biberón de la noche y mi madre le explica como debe meter la leche en el biberón y todo eso. Pero mi madre no usa una leche de botella grande, sino una leche que viene en botellas muy pequeñas y luego a esas botellas se les añade agua hasta que la leche es de botella grande. O sea que la cangura me pone el biberón con toda la leche de la botella pequeña. Que dice mi madre que aunque esté esa leche en una botella pequeña es como si estuviera en una botella grande, porque está concentrada. Así que la cangura me da a beber dos litros de leche concentrada y yo me la bebí porque yo no se nada de nada, ni nadie me lo explicó. Yo me puse malísima y cuando llego mi madre se dio cuenta y me dio agua para que esa leche no fuera concentrada y lo que pasó es que estuve vomitando toda la leche concentrada, mezclada con agua. Cada vez que mi madre me metía un vaso de agua, yo vomitaba como una fuente hasta que vomité dos litros. Eso es lo que pasa por ser niñas y estar con canguras, y menos mal que tenemos madres, ¡que si no! Yo tengo el derecho a estar protegida contra las canguras, pero yo no puedo hacerlo por mi misma, porque no puedo ni siquiera saber si las canguras saben lo de la leche concentrada. A veces, de verdad pienso que habría que hacer cursos para las canguras y otros mayores, para que sepan que tenemos derechos y sobre todo a estar protegidas, de la gente que no sabe de leches. Cada día, aunque parece mentira descubro cosas maravillosas y aprendo de todas las cosas que me encuentro. Hasta de las canguras puedes aprender que te pueden envenenar si tus padres no tienen cuidado, pero no de todas, porque otra cangura que tuve, que era mi prima, me enseñó a hacer la O. Ella la hacía tan redondita, y yo no era capaz de cerrarla como un balón. A mi me salía la e, hasta que pude. Otro día encontré que debajo de la cama de mis padres había muchos tesoros, pero todos estaban encerrados en cajas y no pude abrir ninguna, aunque todos los días me pasaba un ratito por allí. Otro día descubrí que si tirabas de cordón se paraba de oír la radio de las noticias, hasta que mi papá puso el cordón para arriba y ya no se paraba, porque yo no llegaba para tirar de el. Otra vez me encontré una manzana podrida debajo de la mesa que tiene faldas, pero como no tenía hambre no me la pude comer, la chupé un poco y luego me la guardé en el bolsillo. ¿Quién la habría dejado allí? Seguro que no fue mi madre, porque se extrañó mucho cuando me la encontró. Un día si que descubrí algo importante. Estaba mi mamá en su cuarto, era por la mañana y yo me fui empujando la puerta despacito. Mi mamá estaba desnuda por toda la espalda. Yo nunca había visto toda la espalda de mi mamá y me gustó mucho verla, pero lo más maravilloso fue cuando se dio la vuelta y vi que tenía un bigote igual que mi papá, pero mi mamá lo tenía encima del culete de delante. Me pareció tan bonito que me quedé muy quieta hasta que se vistió. Las mamás por si no lo sabéis, también tienen bigote, cuando están desnudas. |
• CUATRO | |
Tengo tres años y me llamo Elena Porque tengo tres años ayudo a poner la mesa, sin romper ningún plato casi nunca. Subo las escaleras apoyando un pie en cada peldaño, me visto y me desnudo si me ayudan con los botones, dibujo un hombre y una cruz si me dan un lápiz y un papel, cuento hasta diez y lo pregunto todo, todo. Me llamo Elena y soy rubia como mi madre. Pero no me llamo Elena porque tenga tres años, sino porque siempre me llamé Elena. El nombre te lo ponen tus padres, y si no tienes padres, los que tengas cerca, pero el rubio o el moreno si que es verdad que te lo ponen tus padres. En realidad muchas cosas que tengo de cómo soy, me las pusieron mis padres y otras personas de mi familia, incluso antes de nacer. El nombre que tengo, por ejemplo, lo tenía pensado mi bisabuela y se lo puso a mi abuela. Mi abuela se lo puso a mi madre, y mi madre me lo puso a mí. Espero que yo vaya a poder decidir un día el nombre que le ponga a mi hija, y en esa decisión aunque tendré en cuenta la cadena familiar de Elenas, también tendré en cuenta otras cosas que a mi se me ocurran y no solo la cadena familiar esa. Mi bisabuela le puso Elena a mi abuela porque había entonces hace muchos años una reina Elena, que parece que le gustaba mucho a ella. No sé si esa reina era buena o mala, pero a mi bisabuela le gustaba. En realidad, tampoco puedo estar segura de que mi bisabuela no hubiera querido ser ella misma la reina Elena y como no lo era pues por lo menos poder cambiarse de nombre, pero como tampoco podía, pues hala, se lo puso a su hija. Eso no quiere decir que a mi no me guste mi nombre o que hubiera preferido otro, pero lo que si quiere decir, es que muchas cosas de las que te pasan no tienen nada que ver contigo, aunque las tengas que llevar igual durante toda la vida. Pero en cambio otras cosas si las puedes cambiar, porque te dejan e incluso les hace gracia a los mayores que las cambies. Poco a poco esas cosas van siendo tuyas. Como el siete. A mi no me gusta el siete. Si tuviera que decir porque no me gusta no lo podría decir porque no lo sé o no me acuerdo, pero la verdad es que a mi no me gusta nada el siete. Ahora ya sé contar hasta diez, pero nunca digo el siete, y cuando me lo dicen, yo digo no, el siete no, y ellos se ríen, pero no se enfadan que no diga el siete, les hace gracia. A contar hasta diez me lo enseñó mi madre y me gusta que me lo pregunte. Elena, dice mi madre, ya sabe contar hasta diez, ¿verdad Elena? Venga, cuenta hasta diez. Muchas veces que lo dice es cuando viene gente a mi casa. A mi no me gusta que venga gente a mi casa, al principio, pero después ya si. Cuando ya si, yo cuento hasta diez. Uno, dos, tres, la gente está muy pendiente de mi, por ver si me se el siguiente número y yo los voy diciendo despacito, para que me duren más. Cuatro, cinco, seis, porque además ellos van repitiendo los números cuando yo los voy diciendo, y eso lleva su tiempo. Ocho, nueve y diez. Cuando mi madre me dice que haga cosas a mi me gusta hacerlas, pero me gusta más que me diga que las hago bien y no me gusta nada que no me lo diga. A veces a mi mamá se le olvida decírmelo y eso me pone triste. También a veces que estoy haciendo algunas cosas a ella no le gusta, aunque yo pensaba que si le iban a gustar, y entonces me regaña y eso si que me pone furiosa ¿Por qué no se dará cuenta que yo lo hago para que a ella le guste? Un día mi madre me enseñó como se riegan las macetas de las plantas. Esto es divertido porque tienes que llenar una jarra con mucha agua y pesa mucho y ella no lo puede llevar sola y yo tengo que ayudarla. Entonces yo le pregunto: – ¿Qué estás haciendo? y ella me dice: – Voy a regar las plantas ¿Me ayudas? – Si. – ¿Y para qué riegas las plantas? – Porque hay que regarlas. – ¿Y por qué hay que regarlas? – Porque tienen sed y hay que darles de beber. – ¿Si? – Si. – ¿Y cómo les das de beber? – Les echo agua con la regadera, ¿ves? – Ayúdame tú a llevar la regadera. – Si. Y estamos las dos regando las plantas y les echamos mucha agua. Es muy divertido. – ¿Y por qué tienen que beber? ¿También les damos de comer? – No, solo de beber para que crezcan. Yo también quería crecer. Todos los mayores son muy altos, y los lavabos para lavarse las manos también son muy altos, y la mesa para comer también es muy alta. Al día siguiente, lo estuve pensando por la noche. Yo estaba decidida a crecer como las plantas. Cogí la regadera, me subí a una silla pequeña, que es muy bajita porque es mi silla y la vacié sobre mi cabeza y también sobre la silla para que ella también creciera. Pero a mi madre no le gustó que yo me regara. Ella me riñó mucho y yo me puse furiosa. No hay quien los entienda, o no se explican o no se les entiende ¿Será que mi madre que quiere que las plantas crezcan, no querrá que crezca yo? Juego con las muñecas, las visto y las desvisto y hablo con ellas todo el tiempo. Me hacen muchas preguntas y tengo que reñirlas porque hacen muchas preguntas y me marean. Me dan dolor de cabeza con tantas preguntas. También hacen cosas que no se deben hacer, y entonces las riño y las dejo sin postre. Si se portan muy mal también las pego un cachete. Dice mi padre que un cachete de vez en cuando es muy bueno para aprender y mi madre está de acuerdo. A mi padre creo que le deben de haber dado muchos cachetes y a mi madre también, porque ellos han aprendido mucho y lo saben todo. Pero a mi no me gusta que me den cachetes, porque duelen y no los entiendo. Lo peor no es lo que duele, que eso se te pasa y ya está o te dura un poco pero enseguida te olvidas, lo peor es que te sientes muy mal si no entiendes por que te lo dieron, aunque yo nunca lo entiendo. Cuando estás haciendo algo te pueden estar diciendo que eso no se hace, pero te dicen tantas veces eso, que tu no te lo crees y de repente, zas, un cachete y piensas que si te quieren no te deberían dar un cachete, si ellos supieran la angustia que te da, porque entonces piensas que no te quieren y eso si que duele. A mi no me importa que me den mil cachetes, pero por favor, que me digan antes y me lo aseguren, que aunque me estén dando un cachete también me están queriendo y así no me importaría. Aunque viéndolo bien, ¿Por qué si te quieren no tienen más paciencia? Muchas veces te dan cachetes por cosas que no has hecho y otras veces por cosas que antes te dejaban hacer. Un día estaba yo jugando con las muñecas y tenía todo lleno de cosas de las comiditas y todo eso por el suelo. Mi madre estaba conmigo jugando un rato y luego llegó una señora y me dijo que las quitara, todas mis cosas y yo no las quité y la señora esa casi se cae, porque pisó una sartén y mi madre me dio un cachete. Y lo peor es que le dijo a la señora que me ponía imposible y todo delante de la señora. Hasta que esa señora, tonta, no se fue estuve llorando y mi madre me pegó también por llorar. ¡Hala, así aprendes! Y yo todavía no sé lo que tenía que aprender. Aunque creo que sería que no debes juntarte con señoras tontas que pisan las sartenes y casi se caen, o no abrirles la puerta aunque sean amigas de tu madre. Cuando estoy jugando con mis muñecas, la que más me gusta es Vanesa porque es de trapo y es blandita y me abraza más que las otras. Tengo una amiga y juego con ella todo el tiempo. Ella me ayuda con las muñecas y me hace caso en todo lo que le digo. Se llama Piti y siempre está conmigo, aunque solo yo puedo hablar con Piti porque mis padres no pueden verla. A veces me preguntan por ella y yo les cuento como es y lo que hace. Piti es mi amiga y solo mía. Cuando estoy sola con mi amiga cantamos canciones y también jugamos a enfermeras. Mi amiga Piti tiene un Hospital y yo llevo a mis muñecas cuando están malas. Yo soy la enfermera y ella me da las cosas que hay que ponerle para curarlas. Hay unos palitos que son de colores y si aprietas esos palitos contra las paredes, pues las paredes se ponen rayadas de ese color. Cada palito tiene un color distinto. Se llaman lápices pero también se llaman ceras y bolis y muchos nombres más, como rotus y así. Yo creo que lo que pasa, es que trocitos de esos palos se quedan pegados en la pared y por eso parece que esos palos pintan. Mi madre dice que pinto la pared y se enfada mucho y me los quita de la mano, pero no tiene razón en decir eso y menos todavía en reñirme, porque yo no tengo la culpa de que esos palitos se peguen en la pared cuando rascas con la punta de ellos. Además, la pared está mejor así que sin nada. Lo mismo que cuando encontré un helado de chocolate. A mi me gusta el helado de chocolate mucho, pero mucho, mucho de verdad, por dos cosas principalmente, una porque está helado y lo puedes lamer con la lengua, y otro porque es de chocolate. No me gustan los caramelos, pero si el chocolate, porque no es un caramelo. Puse el dedo en el helado y me di cuenta que al ponerlo después en la pared, la pared se volvía de chocolate y eso es porque pasa como con los palitos de colores, que se quedan pegados a la pared trozos de chocolate. Me di cuenta de que también podía poner helado en mi vestido, que como es blanco se quedaba muy bonito con el chocolate. La verdad es que casi la mitad del helado lo repartí entre la pared y mi vestido blanco porque no tenía tanta gana de helado como helado había. A mi madre no le gustó el resultado de este experimento, así que me riñó bastante, me dio varios azotes y me dijo que nunca más me compraría helados ni de chocolate ni de nada, pero yo sé que eso no es verdad, porque si todas las madres hicieran lo mismo, se hundiría la industria de helados de chocolate y la de todos los demás helados, y eso no puede pasar, porque se quedaría en paro mucha gente. Lo que pasa es que como los azotes me dolieron, pienso que durante un tiempo, o hasta que se me olvide, no pienso comer helados. De todas formas lo que no logro entender, es porque si yo para que mi madre me haga caso en algo que yo quiero, tengo que pedírselo varias veces e incluso pasarme horas llorando, ¿por qué cuando ella quiere algo de mi, no me lo pide varias veces o llora un ratito? No sé, pero algo me está fallando en lo que puedo llegar a comprender, porque todavía, a pesar de los azotes, no he logrado entender porque los helados de chocolate solo se pueden comer y no se puede untar en las paredes o en el traje, y por otro lado, porque cuando haces algo, que solo a ti se te ha ocurrido, te pegan azotes. ¿Será que no existe otra forma de explicarte eso, o que a los mayores todavía no se les ha ocurrido otra? Pienso que no debe haber otra, porque a los mayores, que lo saben todo, ya se les habría ocurrido. Supongo además que es lo que ellos hacen cuando tienen que explicarse cosas, o sea, darse azotes. Le tengo que preguntar a mi mamá si mi papá le da azotes a ella y ella a mi papá, y si mi papá y mi mamá les dan azotes a los demás, para explicarles las cosas. No sé mucho de lo que hace mi papá. A veces le cuenta cosas a mi mamá de unos señores que están en el trabajo y dice que son tontos y que no aprenden. Dice mi papá que les explica las cosas pero que ellos las hacen mal una y otra vez. Creo que mi papá sabe dar azotes tan bien, porque lo aprende dándole azotes a todos esos tontos de su trabajo. Yo tengo derecho al amor siempre, o sea todos los días y sin condiciones de mis padres, como ellos, mientras fueron pequeños, tuvieron derecho al amor de los suyos, o sea que te tienen que querer aunque lo que haces no les guste, porque no te lo han explicado antes, o por lo que sea. Para nosotras, las niñas el amor de los padres es tan importante como los pulmones para poder respirar. Nosotras las niñas necesitamos que nos den muchos besos y abrazos, y que nos escuchen, que nos atiendan, que estén pendientes de nosotras. Necesitamos que nos digan las cosas que hacemos bien y también que nos digan que hacemos bien las cosas (que parece lo mismo, pero no es igual), aunque no las hagamos cómo las hacen los mayores. Porque, claro, ¿cómo podemos hacer las cosas como los mayores si somos niñas, entonces no seríamos niñas, seríamos mayores, acaso los mayores cuando eran niñas, hacían las cosas como los mayores? ¡Pues no, hacían las cosas como niñas! Para llegar a ser mayores hay que crecer, y nosotras como las plantas para crecer necesitamos ese amor y que nos atiendan y que nos escuchen, como las plantas necesitan que les des agua para beber, sino se mueren. ¿A que son muy bonitas las plantas vivas y muy feas las plantas muertas? Si a una niña no le das amor, se muere. Se muere por dentro aunque tú no lo veas, pero se muere. Entonces tiene que buscar como pueda otra cosa, que sustituya a ese amor que le falta, haciendo cosas que a veces son contra ella misma, pero, claro, no le queda más remedio. Por eso el amor para las niñas es un derecho, porque es una necesidad que tiene para poder vivir. Por eso el amor, al ser un derecho, es obligatorio para todos los que están con esa niña, o la conocen, o se la encuentran por la calle. Si tú te encuentras una niña por la calle tienes que hacer algo para darle amor y no puedes decir: no, Ahora no me apetece, estoy cansada, he trabajado mucho en la oficina, no tengo tiempo, prefiero leer el periódico o ver un poco la televisión, ya le daré amor un poco más tarde y pasa el tiempo y sigues con lo mismo y sin que te des cuenta esa niña se está muriendo, sin poder hacer nada por remediarlo porque está indefensa, como la planta que tiene que beber pero no puede acercarse al grifo donde está el agua y tocarlo para que se abra y se riegue. Ah, si, claro, hay mayores que te dicen que ellos te dan amor, pero tu que les das a ellos a cambio. Y es que algunos no entienden nada, que el amor es querer y eso no es para dar nada a cambio. Algunos mayores, siempre están pensando, que les das a cambio. A esos, diles que las niñas están todo el tiempo dándoles amor, si ellos se lo han dado antes. Porque las niñas están haciendo ahora lo que han aprendido, y aprenden en una escuela donde los “profes” son todos mayores, por lo menos al principio. Por eso, si a las niñas les enseñan a amar, darán amor y si no, pues no. Así que por eso es un derecho que tenemos nosotras, porque también las plantas tienen derecho a ser plantas. Si tu pones en la tierra la semilla de planta. Pero no le pidas a las plantas que sean plantas, si pones en la tierra la semilla de lavadoras, o de balones o de pistolas, porque entonces tendrás lavadoras o balones o pistolas pero no plantas, ni niñas. *************************************** Ahora sé que también hay más niñas que yo, aunque al principio creí que yo era la única niña en el mundo y que los demás eran mayores, porque ahora vienen algunas a mi casa y 71 jugamos, o en el parque donde voy algunos días y también en algunas fiestas de cumpleaños. Las otras niñas son algunas mayores y otras más pequeñas. A mi, las que me gustan más son las que son más mayores que yo, o las muy, muy pequeñas y las que menos las que son como yo. Con esas me llevo peor, porque quieren siempre todo lo mío y a mi no me dejan casi nunca coger las cosas que son suyas. Cuando estoy con otras niñas a mi me gustan más sus cosas que las mías, porque las mías ya son mías. Esas otras niñas se llaman con otros nombres distintos al mío. Unas se llaman Mar, o Pilar, o Ignacio, o Marta, o Jaime, o Vicente o Mochi. No creas, pero todas no son iguales. Unas son rubias otras morenas, unas son gordas otras finas y además, ¿sabéis una cosa?, hay unas niñas que tienen una cola en la parte del culete y esas niñas se llaman niños. Pero a mi no me importa como son de diferentes cada una y juego con ellas sin importarme. Lo único que me importa es que me dejen jugar con ellas, cuando yo quiera y que no me empujen porque me caigo. Soñé que estaba en un jardín muy grande que no podías ver donde se acababa. Había flores muy altas y con muchos colores. El agua salía de muchos grifos que estaban siempre abiertos y corría después bajando por una hierba muy verde, que tenía incrustadas piedras redondas y brillantes de colores. Había muchos pajaritos que cantaban muy bien y también mariposas y ardillas que comían nueces y bambis y otros grifos de donde salía yogur con plátano y patatas fritas y gusanitos y chucherías. Yo estaba corriendo por el jardín con mis muñecas, que una se llamaba Carla y era mi prima y otra Lua, que hablaba con los gatos y ellos le contaban cosas y el oso Jaime y mi amiga Piti, la que no ven los mayores. También estaban mi papá y mi mamá y la abuela Luisa y el abuelo Eduardo y el señor Julián de la tienda y María la de Muros y Lola la ciega. También estaba la tía María de los Ángeles y el tío Lalo, que tenía un sombrero de paja muy bonito porque se lo había comprado en La Habana y la tía, no sé cómo se llama, que era la mujer del tío Lalo y que en vez de contarme cuentos los dibujaba y todos eran de mi tamaño o más pequeños y todos corríamos por ese parque. Cuando nos encontrábamos nos abrazábamos y saltando nos abrazábamos. Nos mojábamos las manos en el agua que salía de los grifos y bebíamos yogur con plátano que salía de los otros grifos. Todos nos decíamos: – ¿Hola, cómo estás? – Bien, ¿y tú? – Yo bien y tú también. De pronto empezó a oscurecer, los pájaros se callaron, las mariposas se quedaron como fijas en el aire sin atreverse a volar, los grifos empezaron a soltar cada vez menos agua hasta que pararon del todo. Entonces todos dejamos de correr, nos quedamos parados y nos asustamos, porque no sabíamos lo que estaba pasando. Apareció ante nosotros un enorme gusano, se plantó delante de nosotros y nos dijo. A ver vosotros, ¿qué estáis haciendo aquí con todos estos? ¿No veis que no sois todos iguales? A ver, vosotros los muñecos poneros a ese lado. Y los muñecos se fueron muy tristes y amedrentados a ponerse donde el gusano les decía. Vosotros, repitió el gusano, los mayores, dirigiéndose a mis padres y mis abuelos y todos los mayores, poneros al otro lado. Y ellos se pusieron donde el gusano les decía y mientras se iban poniendo en ese sitio, empezaron a crecer, hasta que fueron mayores. Y por fin me dijo a mí y a las otras niñas. Y vosotras también os ponéis en este sitio y tuvimos que ponernos. También separó a los niños de las niñas, a las rubias de las morenas, a María y a Lola, la ciega, de los otros mayores, a las ardillas de las ranas, así hasta que había al final muchos grupos diferentes. Entonces cada grupo se puso a hacer cosas que no entendía el otro grupo, no se hablaban entre ellos y cuando se hablaban no se entendían, todos querían ir a los mismos sitios, pero unos tenían miedo de los otros y si un grupo, por ejemplo, llegaba antes a ese sitio, los otros grupos no se atrevían a acercarse porque les daba miedo. Todos los grupos se miraban con recelo y se ponían caras furiosas. A pesar de eso, mi madre se acercó a mi y entonces los de mi grupo se alejaron de mi y los de su grupo se reían de ella. Ella tenía la cara de enfadada muy seria y me riñó porque me había manchado y no tenía puesta la chaqueta. Me desperté sudando, con mucha angustia y empecé a gritar llamando a mi mamá. Cuando la vi y me sonrió me fui calmando poco a poco, porque me di cuenta que ese sueño no era real porque era un sueño, aunque después me quedé pensando mucho tiempo, porque habría soñado una cosa tan tonta y tan desagradable, que además no existe. Todas las personas son iguales, aunque sean distintas, como los niños que tienen una cola en la parte del culete. No sé como con esa cosa podrán hacer pis. A lo mejor no hacen. Se lo tengo que preguntar a mis amigos. Todas las personas me quieren aunque sean distintas, aunque es verdad que yo a unas las quiero más que a otras. Bueno, la verdad es que yo las quiero igual a todas pero de distinta manera. No entiendo que algunos mayores me pregunten a quien quiero más si a mi papá o a mi mamá. A mi esa pregunta me parece de lo más tonta, porque yo los quiero a los dos más. Pero algunas amigas de mi mamá que son muy, pero que muy pesadas, siempre me los están preguntando y yo no entiendo como puede haber gente tan tonta, haciendo preguntas. No saben nada de nada y lo mejor que podrían hacer, en caso de que quieran saber cosas, es preguntárselo a sus mamás, aunque me parece a mi que este tipo de preguntas no se las pueden hacer ni a sus mamás, porque más que preguntas son tonterías de gente tonta. En cambio yo si que pregunto cosas que no son nada tonterías, porque no las se, y necesito saberlas cuanto antes y porque también es un juego, porque me gusta jugar. Hay cosas que me dice la gente, que no las entiendo y por eso las pregunto, y también cosas que veo que ya estaban allí antes o que no estaban, pero que si estaban, o yo no lo podía saber porque no las había visto, o no me había fijado antes en que esas cosas si estaban allí. Además así, preguntando, yo hablo con mi mamá y mi mamá me habla a mí. Ayer me estaba peinando mi mamá. – ¿Por qué me peinas? – Para que estés guapa. – ¿Y por qué tengo que estar guapa? – Porque si, porque las niñas deben de estar guapas. – ¿Todas las niñas? – Si. – ¿Y los niños, tienen que estar guapos? – Si, también tienen que estar guapos, pero menos que las niñas. Los niños llevan el pelo más corto. – ¿Ellos no se peinan? – Si, pero se despeinan antes. La verdad es que me quedé muy sorprendida, por que no entiendo que por tener cola no tengas que estar guapo y si no la tienes, tengas que peinarte más y despeinarte menos. Me gusta que mi mamá me peine y me gusta estar guapa, porque la gente cuando estás guapa te sonríe más, pero no estoy de acuerdo en que otras personas no tengan que estar guapas para que les sonrían. No hay derecho. Cuando me peina mi mamá no me hace daño aunque a veces me tira del pelo y me hace daño, pero cuando me peina la abuelita me tira del pelo todo el tiempo y me duele. Mi papá no me peina. – ¿Dónde está papá? – Trabajando. – ¿Y para qué está trabajando? – Para ganar dinero y poder comer. – ¿Y él gana dinero para poder comer? – Si, claro, para eso gana dinero. – ¿Y por qué no le dan de comer a él como a nosotros, sin tener que ganar dinero? – Nosotros comemos sin ganar dinero, porque ya lo gana papá. – ¿Y dónde lo gana? – En la oficina. – ¿En la oficina? – Si. – ¿Y eso dónde está, en otro país? Mi papá sale todos los días muy temprano por la mañana y llega todos los días por la noche, supongo que estará en ese país que se llama oficina. – ¿Qué país? – La oficina. – La oficina no es un país. Y ahora si que ya no entiendo nada. Se va todo el día a un sitio que no es un país, pero que se llama oficina, donde no solo no le dan comida, por eso tiene tanta hambre cuando llega, sino que además le dan dinero para comer en casa. Menos mal que ese dinero de comida, lo reparte con nosotros. Cuando me canso de preguntar y de jugar a hacer preguntas, me pongo a jugar con mis cosas y mientras, estoy pensando en lo raros que son los mayores y en lo poco que los entiendo. Ahora si que empiezo a ver que todos no son lo mismo de iguales. Los niños porque tienen cola no se peinan, los papás van a un país que se llama la oficina que no es un país, las abuelas tiran de los pelos y las mamás no tiran y además las niñas, para que les hagan caso y les sonrían deben de estar guapas, cosa que no necesitan los niños, aunque no estén peinados. Bueno, yo no entiendo nada pero a mi desde luego me gusta que me peinen y me gusta estar guapa y limpia. Allá ellos. Ahora yo hablo todo el tiempo, cuando no estoy dormida y he aprendido a hablar por el teléfono. Cuando suena el timbre es que alguien está en otro sitio y quiere hablar contigo y entonces aprieta un timbre como el de la puerta. Yo al principio cuando sonaba el timbre pues iba a abrir la puerta, pero no había nadie. Ahora ya no. Ahora cuando suena el timbre de la puerta abro la puerta y cuando suena el timbre del teléfono cojo el teléfono. Es muy fácil. El timbre de la puerta hace din-dón pero el del teléfono hace riiinnnn. O sea que también los timbres son distintos aunque todos sean timbres. El que más toca el timbre del teléfono es mi papá y después la abuela y una amiga de mi mamá que se llama Patricia. Yo cojo el teléfono y digo: Digaaa. Si es mi papá o esos que me conocen me dicen: ¿Eres tu Elena? Pero si son otras personas dicen: ¿Está la señora? A mi me gusta hablar por el teléfono pero ya lo he intentado cuando no suena el timbre, y no se puede. – Mamá? – ¿Por qué no se puede hablar por el teléfono si no suena el timbre? – Porque no hay nadie. – ¿Y por qué no hay nadie? – Porque no están llamando. – ¿Y por qué no están llamando? – Anda, di, ¿por qué no están llamando? ¡Jo! ¿Por qué? Mi mamá no me contesta porque yo creo que ella tampoco lo sabe y como no quiero ponerla en un aprieto, dejo de preguntarle. Cuando lo sepa le volveré a preguntar. Ella está poco informada, se lo oí a mi padre, porque no va al país de las oficinas. Aunque ella fue antes, pero ahora no va a volver hasta que yo tenga más años. Entonces le cuento cosas de choques que me gustan mucho. Primero las pienso y luego se las cuento. Mientras mi mamá está leyendo un libro y después de que le pregunté que lee, y por qué lee y todo eso, y cuando ya no tiene más información que darme le digo. – ¿Sabes mamá?, un coche chocó con un tren. Y me voy y vuelvo y le digo. – ¿Sabes mamá? un coche chocó con una lavadora. La lavadora es una caja blanca donde se mete la ropa, se tiene allí un ratito y luego sale mojada y se pone en unas cuerdas, para lavarla con el sol. – ¿Sabes mamá?, un coche chocó contra un barco y una lavadora contra un camión. Y luego una lavadora chocó contra mi culo. Tengo un cuaderno y muchas pinturas y pinto coches, lavadoras, trenes, camiones, mi casa, a mi papá y a mi mamá. También dibujo letras pero solo la n, la m, y la s. La n es como un puente, la m también es como un puente con dos arcos y la s es como un gusanito. Antes, cuando era pequeña, me creía que las pinturas y los lápices y los rotus y los bolis, no eran pinturas y que solo eran palitos que al rascarlos contra las paredes, dejaban trocitos del palo en la pared, pero ahora, como ya soy mayor, se que son pinturas, tan pinturas como las que se pone mi madre en la cara y como la que un señor muy simpático que vino a mi casa puso en todas las paredes con un “rotu” muy gordo que se llama pincel de brocha gorda. La pintura de ese señor era más fuerte que la de los rotus y como si fuera una goma, borró todos los rayaos que yo había hecho en las paredes durante varios años, cuando era pequeña. Ahora ya no pinto en las paredes, porque soy mayor y los mayores preferimos pintar en papeles a pintar en las paredes. Menos ese señor que es mayor y sigue pintando en las paredes. ¿Será que se quedó niña? También como soy mayor, cómo todo lo que me ponen, sobre todo si me ponen cosas que me gustan, filetes, espaguetis y tortilla. No verduras y otras porquerías. Pero antes de ser mayor no comía de todo. Casi no quería comer porque era un rollo estar siempre comiendo. Además no era divertido comer y prefería que mi padre me hiciera el avión y entonces si que comía, pero porque el avión era divertido y al estar distraída no me parecía un rollo comer. Me como todo lo que me ponen, sobre todo desde que mi madre me contó que hay niñas que no comen, pero hay muchas y están en otros países. No se por qué en esos países las niñas no quieren comer, será que no tienen madres que les den comida, o padres que les hagan el avión o que les traigan dinero para comida de la oficina y lo repartan con ellas. ¡Qué pena!, porque tener hambre es lo peor, si no puedes comer. Yo estuve guardando comida que me escondía de la merienda y la puse toda en un papel de plata, que tenía en el cajón donde estaban las muñecas y un día, bueno pues que me la encontraron y menuda se armó. Yo pensaba llevársela a las niñas que no comían, pero como no sabía donde estaba ese país, pues claro. y además la comida, tan tonta ella, se pone podrida si la guardas para luego. – Mamá, ¿Dónde está ese país donde las niñas no tienen comida? – Lejos. – ¿Más lejos que el parque? – Si, mucho más lejos. – ¿Más lejos que la tía Clara? La tía Clara que vive sola y tiene un perro y muchos gatos vive lejísimos, porque tienes que ir en coche y tu, cuando vuelves, tienes todo el vestido lleno de pelos de gato, pero te da galletas. – Si mucho más lejos, en África. Yo no entiendo a mi mamá, si me dice que hay niños que no comen y yo les guardo de mi comida, luego no me dice donde tengo que llevársela y por eso, todo el tiempo que me llevó averiguar donde está eso, que la comida se puso podrida y yo me conseguí unos azotes y me cuesta entender cada día más esas cosas, que no te explican. Pero ya me se el nombre porque lo oí por la tele, se llama Ruanda y me lo apunté en un papel para cuando sea mayor que no se me haya olvidado. Pienso ir y llevarles la comida, esta no, otra nueva. Pero más que comer, que a veces me gusta pero a veces no, lo que más me gusta es jugar. Jugar con las muñecas es lo que más me gusta, porque prefiero las muñecas a los juguetes, por eso con los juguetes no me gusta tanto. Mi papá dice que jugar con las muñecas también es aprender y una cosa que no entiendo que me dijo un día fue que jugando entiendo la realidad, ¿qué es la realidad esa, que yo estoy entendiendo?, ¿qué, qué? No se que es pero yo a las muñecas las pego, como ellos a mi y a veces las castigo sin postre. Pero las quiero mucho y también les doy muchos besos y achuchones. Un día estaba tan cansada, tan cansada, que estaba diciéndoselo a las muñecas y ellas solo querían jugar conmigo y no me dejaban parar, venga a hacerme preguntas y llorando y todo eso, que ya no podía más. Me tuve que enfadar con ellas. – ¡Tontas! Que me estáis cansando, que estuve trabajando todo es día, para tener que escuchar estas tonterías. ¡Que si la niña esto, que si lo otro, que si rompió la jarra, que si pintó las paredes!, Bueno ya, dejarme en paz, que vengo de la oficina y tengo muchas ganas de ver el fútbol. – Si, claro. Que te crees que yo no estoy todo el día, de arriba para abajo, el fontanero y la leche que no hay y viene el señor ese del recibo. – Bueno pues ya, dejémoslo así, que ya estoy harta de vosotras. – Hala, vamos a descansar. ¡Venga a dormir! Y las muñecas se quedaron dormidas, dormidas, y yo también. Me puse a soñar enseguidita que me dormí y era unas nubes, muy bonitas de colores. Como el arco iris, pero de nube, no de rayas. Y estaban todas mis muñecas y estábamos corriendo y saltando por las nubes de colores y cada vez que pisábamos un color sonaba como una música: din, din, don, dan, y así todo el tiempo corríamos y hacíamos músicas de esas que salen de las cajas cuando se abren. De repente apareció un señor, así con los pelos de punta y muchos pelos blancos que parecía un ogro, pero no lo era. Y se puso a saltar con nosotras y a hacer también él, música muy bonita. Aparecía mucha gente mayor, pero todos saltaban y hacían música. Lo pasamos de requetebién y de pronto empezó a llover y nos reímos mucho porque nos mojábamos y la lluvia cuando caía en las nubes de colores, también sonaba y hacía música. Muy rápida, muy rápida. Entonces cuando había pasado mucho tiempo me acorde de mis padres que estarían preocupados y les dije adiós, que me voy a mi casa. Cuando me desperté sonaba muy fuerte el timbre y la puerta de mi casa, que a mi madre se le había cerrado y yo estaba sola. Mi madre estaba tan preocupada, estaba muy preocupada y entonces yo me puse más contenta, porque había estado sola en casa, tanto tiempo, sin saberlo. Después de con las muñecas lo que me gusta más es jugar con mi mamá y con mi papá cuando se deja, que no está casi nunca, por tener que estar buscando la comida para todos nosotros. A veces pienso que no me importaría comer un poco menos y estar más tiempo con mi papá. Los niños que no comen ¿estarán más tiempo con sus papás? Para ver si esto era verdad, un día, decidí no comer, pero no fue nada bueno. Aproveche un día que había sopa de leche y que esa sopa no me gusta nada, pero creo que no me salió bien. Te metían la cuchara por la boca, pero como yo la tenía cerrada pues se caía todo por el babero y me manchaba mucho. Me rascaban la boca con el babero cada vez más fuerte hasta que me hacía daño. Pero no comí. Entonces me castigaron en mi cuarto, pero no me importó. Por la tarde a la hora de la merienda ya tenía bastante hambre, mi padre no había estado conmigo nada y mi madre estaba furiosa, pero a mi ya casi se me había olvidado. Yo estaba casi contenta esperando las galletas de la merienda, pero lo que me pusieron fue la sopa, otra vez. La sopa de la mañana estaba fría y era asquerosa. Otra vez lo mismo pero yo no comí. Para la cena ya no estaba tan contenta porque me olía el estómago de hambre. Me acorde de los niños que no comen y me puse más triste, porque claro, que tengas hambre es una cosa, pero que te duela la tripa ya no tiene gracia. Me comí la sopa fría y mi madre se puso tan contenta. Además vino mi padre antes que otros días, pero yo ya no tenía ganas de jugar, estaba cansada y me dormí deprisa. |