“Pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres.” (HISTORIA DE LA VIDA DEL BUSCÓN, Francisco de Quevedo).
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Relación de coeditores
Paloma Varela Lago, Arturo Rodriguez-Vispo, Elisa Conde-Corbal Varela, Simone Saibene, Carlos García-Manzano, Juan Fonseca Moretón, Carlos Abella García, María Bouzo, José Troncoso Casares, Mani Moretón, Santiago Lamas, Ángeles Fernández, José García Calvo, Juan Novo, Juan Fernández Novo, Ester Núñez Pazos, Chiruca Varela Lago, Manolo Montero, Edgar Torres, Jose Manuel Rubín, Moncho Tanco, Jacinto Seara, Ruti Conde Escuredo, Faustino Sánchez Fernández, Sonsoles Bermejo, Marta de la Fuente, Chelo Nogueira, Guillermo Díez Iglesias, José Luis Jiménez Martínez, Javier Cortizo Reino, Juan Manuel Lazcano, Cristina Larkin, Antonio Meilán, Hortensia González, Emma Meilán, Ángela Meilán, Jorge Velasco, Laurence Kluk, Gautier Velasco Kluk, Eloi Velasco Kluk, Cristina Velasco, Simone Verdiére, Adolfo Martínez Fernández, María y Clara Varela, François Cals, Alexander Kochschitz, Alfredo y Cristina, Adolfo Martínez Pérez, Emilio Reyes, Ramón y Nani, Antonio y Carolina, David Galindo, Jose Luis Hernando, Jorge Martínez Pérez, Jose Luis Prieto, Antonio García, Josemi Hernando, Rafael Salgado, Miguel Caride, Juan Valencia, Manuel Penín, Alberto Cacharrón, Santiago Conde-Corbal, Isabelle Génisson, Luis Rebolledo, Laura Rebolledo, Julián Génisson, Xosé A. Quiroga Pons, Yia Mera Dios, Fernando González Trigás, Luis Folla Macía, Josefina Pérez Álvarez, Rocío Valcarce Rodriguez, Jose Luis Valcarce López, Iván Valcarce Rodriguez, Ignacio Folla Pérez, Xandre García-Caballero, Isabel María García Lado, Juan Brasa, Alejandro Vasallo Alonso, María Nieves Signo, Paco Cacharro, Pesse Ferro, Pilar Rodriguez Pérez, Beatriz Pérez Rodriguez, Elena Pérez Rodriguez,
• llamada telefónica | |
“¿qué vas a hacer ahora”?, preguntó. La madrugada, los libros de la biblioteca, la botella de vino, el vaso, la música de Charles Mingus, goodbye pork pie hat, y la humedad de los ojos que no es tristeza, juro, sino consecuencia del alcohol, del insomnio, de los fármacos y de la puta soledad que lo humedece todo, hasta la memoria, pensé que ese ahora no quería decir ahora sino a partir de ahora, qué iba a hacer, podría acercarme a la estantería, tirar los cientos de volúmenes al suelo y dedicar los siguientes días a ordenarlos, así el futuro inmediato, el a partir de ahora, lo ocuparía distribuyendo los libros por géneros, por países, por orden alfabético, de la A a la Z, y cuando terminase, los arrojaría otra vez al suelo y de nuevo empezaría a clasificarlos hasta que ahora fuese nunca, hasta que se secase la humedad de la memoria y dejase de sentir que lo único que tenía vida en el salón que ocupaba era la familiar cucaracha nocturna que se desplazaba inquieta por el rodapié de la putasoledad que todo lo humedecía porque cuando uno se encuentra tan solo como yo, capaz es de darle un beso a un ortóptero para anclarse a la existencia, “qué bestia”, dijo la voz de Vidal a través del móvil, recuerdas entonces, sin saber por qué, un mediodía de octubre en la playa das Furnas y una frase publicitaria en un panel de una calle de Lugo y el contorno de la isla de Ons y a un mendigo en una silla de ruedas de tu infancia pero ninguno de esos recuerdos detersorios te sirve de auxilio, le dices que: últimamente las cosas no resultan demasiado agradables de madrugada, los bipolares estudiamos la agenda y buscamos al azar a alguien que nos ayude a rectificar el rumbo ahora que ahora no es ahora sino a partir de ahora, algo así, (“te noto pelín confuso”, te interrumpió Vidal), atribúyelo al godello, Manolo, y a que expurgar una agenda al cabo de los años es como visitar un cementerio, cada nombre alberga tal posibilidad de defunción que le entran a uno ganas de añadir d.e.p. detrás del apellido, (“te noto pelín pesimista”, te interrumpió) y como a mayores era incapaz de escribir una putalínea en los dos últimos años y me estaba convirtiendo en el candidato unánime al Premio Nóbel de Literatura Ágrafa, que mi nombre ya lo conocían todos los miembros de la academia sueca, abrí una botella de Guitián y te telefoneé, disculpa, en lo que se denomina una hora imprudente después de destripar ese bestiario de olvido que es una agenda y como hay que ser cuidadoso cuando se telefonea borracho a alguien de madrugada, me conforté con una dosis inmoderada de alcohol y antes de marcar tu número -premio en la tómbola de la descortesía nocturna- miré el libro que estuve hojeando esta misma tarde y no recordaba ni una línea, Manuel, me apenó esa memoria desquiciada, esa memoria de agujeros por los que se extraviaban las páginas, las citas, los nombres, las células-palabras que constituían mi organismo-lenguaje (“te noto pelín amnésico”, te) y cuando uno pierde la memoria se convierte en una armadura oxidada en un viejo castillo o en eso se transforma el ayer, un infinito corredor flanqueado por armaduras inmóviles, viene a ser lo mismo, él repitió “¿qué vas a hacer ahora?”, miré la cucaracha, la soledad, la botella casi vacía, te acercas al cristal de la ventana, la empañas con el vaho de tu aliento y escribes una palabra al azar, una cualquiera, no importa cuál, una palabra de la que no quedará rastro alguno en cuanto te des la vuelta y no te resulta dolorosa su desaparición, ésa era la historia de la madrugada, una escritura que se descompone, aunque acaso sea la historia de la vida, el rastro que se pierde, pensaste errático, lo telefoneaba porque además de borracho, ágrafo y bipolar, me había transformado en esa indecencia que constituye ser Campeón del Mundo de contar mis penas a los desconocidos en los bares, en los trenes, en los parques, y Manuel pensaría que un escritor como yo, sentado en el salón de su piso, que no sólo bebe en exceso sino que además empieza a sentir pulsiones zoófilas hacia las cucarachas (“lo entendería con una yegua”, dijo Manolo y seguramente consultaría el diccionario porque agregó de carrerilla “pero con un insecto ortóptero nocturno de menguada talla, cuerpo aplanado y deprimido, de color negro por encima y rojizo por debajo, con alas y élitros rudimentarios y antenas filiformes, como quien dice, bigotudo, ¡nunca!, con eso sí que no transijo por muy amigos que seamos”), un escritor así, que mira pasar las horas en el reloj de pared y contempla los lomos de los libros y que tiene una resma de folios en blanco con los cercos de los vasos fosilizados en el papel, estaba ineludiblemente condenado a la mendicidad o algo así, era un escritor inservible como una cafetera eléctrica que no funciona o un ordenador con un sistema operativo windows95, en fin, que en un plazo más bien breve, yo debería colocarme en la acera, avisar al servicio municipal para que me recogiesen junto con otros electrodomésticos inútiles y me dejasen en un punto limpio, mientras le cuentas todo eso a tu amigo, caminas hacia el cuarto de baño y te miras en el espejo y es como si no hablaras con nadie, como si conversaras contigo mismo o con ese rostro levemente familiar que, sí, mueve los labios y dice palabras que apenas entiendes como si el personaje que te observa a través del espejo con un teléfono móvil en la mano hubiese usurpado tu voz y te hablase en un lenguaje de retruécanos indescifrables o en un idioma que desconoces y piensas que si ahora te marchas, si sales del cuarto de baño, permanecerá aquella imagen en el espejo, la del hombre tan parecido a ti pero que no eres (no es) tú, aquel hombre que fue quien realmente telefoneó a Manuel Vidal para pedir socorro, no tú, Escritor Ágrafo o Escritor Ágrafo Bipolar así que cuando Manuel preguntó otra vez “¿qué vas a hacer ahora?” cuando ahora no era ahora sino a partir de ahora y todo ese blablabla que ya queda consignado, sólo supe contestarle que seguir bebiendo, qué si no, y antes de cerrar el móvil me pareció escuchar a Manolo que decía “te acompaño” y es posible que mi apresurada forma de cortar la conversación me impidiese descifrar las tres siguientes palabras: en el sentimiento, entonces volviste al salón y al vaso de vino y a la música de Mingus y a la cucaracha que habías bautizado con el nombre de Marcela y si al principio de vuestro mutuo descubrimiento (Crusoe y Viernes, claro) Marcela salía de naja cuando encendías la luz creyendo que obrarías como el resto de los humanos al toparse con una cucaracha nocturna, es decir, aplastándola o envenenándola, a aquellas alturas de la relación el ortóptero ya se había convencido de que eras una persona apocada o compasiva, además de ágrafa y bipolar, y, por lo tanto, su existencia no corría peligro aunque invadiese tu territorio y pese a que desconocías los hábitos alimenticios de las cucarachas, olvidabas en las esquinas minúsculas migas de pan y trocitos de galleta por si gustaba de aquellos manjares, ignorabas si Marcela consumía o no tales gollerías pero un instinto de psicótica solidaridad te empujaba a preocuparte por la sibarita supervivencia del insecto y más al carecer de compañía humana a la que agasajar de la misma forma, aunque con otros productos, incluso en ocasiones, vencida ya la inicial repugnancia, cogías al insecto y lo depositabas en tu antebrazo y la cucaracha trastabillaba por los pelos y te hacía caricias en la piel como si se compadeciera de ti y te regalase unos gramos de felicidad epidérmica que, al fin y al cabo, piensas, es la forma más profunda de felicidad que puede recibir una persona solitaria, ágrafa y bipolar, esa oscura felicidad de la epidermis, así que la relación era tan estable que ni a ti ni al lector debe extrañar que fueses otra vez a la ventana, empañases con tu aliento el cristal y escribieses con el índice el nombre de Marcela pero, para evitar dudas zoófilas como la expuesta minutos antes por Manolo Vidal, no dibujaste un corazón atravesado por una flecha
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• itinerario 1 | |
pero no acertaba yo en mi intuición de aquellas tres últimas palabras del diálogo con Manolo que efectivamente había dicho “te acompaño” pero te acompaño a secas, sin añadidos, por lo que el capítulo precedente justifica la aparición, no sólo en el papel, sino en carne y hueso, de Manolo Vidal en este libro, después de la llamada telefónica de una madrugada borracha o solitaria o triste o todo en uno, mi amigo no tardó ni setenta y dos horas en jugarse la vida en un MD82 y volar desde Zaragoza a Santiago, llamar a la puerta de tu piso y anunciar con maña urgencia “dije que te acompañaba a seguir bebiendo y aquí estoy, vístete (miró hacia el fondo del piso para ver si descubría compañía femenina o de ortóptero en el salón porque le había abierto la puerta vestido sólo con el pantalón del pijama), hermano, ahí fuera hay hectolitros de ribeiro esperándonos”, actuaste a tiempo cuando Manolo casi asesina a la cucaracha: la descubrió atravesando la cocina para refugiarse en su lugar favorito, debajo de la nevera, y alzó el pie victimario para aplastarla pero tu oportuno empujón impidió que Vidal despachurrara a Marcela y cuando le contaste los motivos de tu caballeroso gesto, el de Barbastro te miró como sólo te había mirado el psiquiatra la primera vez que fuiste a su consulta, mirada que albergaba sorpresa, desolación, alarma y, acaso, piedad, “estás muy mal, amigo, necesitas urgentemente una pócima que te alivie”, diagnosticó Manuel, razón por la cual ambos salís a las calles silenciosas y semivacías como si los habitantes de la ciudad poco a poco se fuesen exiliando, como si una voz profética hubiese vaticinado el inminente apocalipsis y tratasen de evitarlo huyendo a otra ciudad donde otro profeta augurase un nuevo apocalipsis y vuelta a empezar la huida de país en país hasta convencerse de que lo más sensato era regresar a sus patrias y aguardar tranquila o resignadamente el inevitable apocalipsis, subís rúa Val de Deus y a vuestro paso por el escalonado callejón se dispersa una bandada de palomas grises como el atardecer y por allí camináis, acorazados en un silencio inicial que probablemente no tardará el vino en romper porque a ti el alcohol te provee de garrulería como a unos les provee de melancolía y a otros de violencia, vas con Vidal y recuerdas el olor de una librería de viejo en Oporto y un crepúsculo en Muxía y un pájaro metálico de tu niñez que movía las alas al darle cuerda y el correo electrónico de un editor tres años atrás que rechazaba tu última novela y sí, mejor beber algo para conseguir no sólo locuacidad sino también olvido, el primer bar os acoge igual que un refugio o una isla, ya veremos después en qué se convierten los bares -y los refugios y las islas-, cuando asome la noche y el alcohol haga de las suyas, de momento prudencia, entonces qué, Vidal te palmea un hombro y carajazo y no te fuiste contra la barra de puro milagro y como te empecinas en el silencio repite pregunta (si entonces qué es pregunta así sin signos de interrogación, a pelo) igual que tres días antes te había preguntado ¿qué vas a hacer ahora?, empiezas a largar como en murmullo u oración, dos años sin una sola línea, Manuel, eso no es grave, ¿le das un abrazo apostólico por el consuelo o una patada en los huevos si la frase del amigo fiel viene a significar algo así como poco pierde la literatura con tu agrafía?, pero no, parece haber buena fe en sus palabras, en su sonrisa, en el gesto tajante que vacía el vaso como si un visionario loco proclamase el fin inminente del ribeiro (que sería una forma de apocalipsis, la más trágica tal vez) que a ambos os conduciría al suicidio o el tabernero ordenase vayan terminando sus consumiciones que pluralmayestáticamente vamos a cerrar, ¿miedo a la página en blanco?, qué miedo a la página en blanco ni qué puñetas, la página en blanco podrías rellenarla fácilmente, una, cien, mil páginas en blanco, bastaría con que escribieras los monólogos que consolidaban tu existencia de EAB, los que mantenías con el imán de Pessoa pegado a la puerta de la nevera que nunca contestaba, o con Marcela, que tampoco contestaba, con el semidesconocido de los espejos, que tampoco, con el brécol que cocinabas para el almuerzo y se parecía tanto al musgo de los belenes infantiles, que tampoco, con el pescado que limpiabas para la cena y al que le preguntabas de qué mar o de qué río provenía y no respondía nunca, o los que sostenías con las botellas que ibas bebiendo y que a veces sí, respondían, y qué dicen las botellas, quiso saber Manuel, que no hay futuro, Manolo, eso dicen, las arrojas al contenedor y se rompen o hacen clonc, no existe en el mundo sonido más triste que ese clonc de las botellas que tiramos al contenedor, clonc, dentro de esas botellas va nuestro pasado y nuestro porvenir, así que no era miedo a la página en blanco sino miedo al Cabrón, con mayúscula, “¿al Cabrón con mayúscula?”, pregunta Vidal en la calle, “¿y quién es?”, ahí radica el problema, Manolo, que no sé quién es, mira, entramos en ese bar y me lo cuentas que yo sobrio no penetro en los arcanos, la cosa empezó cuando fui a dar una conferencia acerca de Valle Inclán en una asociación cultural de aquí, de Santiago, la sala estaba a rebosar, c’est à dire, la junta directiva de la asociación compuesta por una presidenta madura manque apetecible y dos viejecitos con aire de tortugas, seguramente coetáneos de Valle, sólo en la primera fila, frente a mí, se sentaba un cuarentón calvo que tenía un cuello que metía miedo el cabrón, ahora con minúscula, parecía un practicante de halterofilia turco, “¿turco? ¿por qué turco?”, no lo sé, acaso mongol, con mostacho y ojillos achinados tras unas gafas redondas que sudaba copiosamente, la calva le parecía un hontanar, desde el primer momento noté cierta inquietud que me transmitía la presencia del desconocido, un inquisidor que mientras yo disertaba en torno a la narrativa de Valle Inclán, sonreía, movía el cabezón húmedo y tomaba notas, yo lo miraba de vez en cuando y sentía escalofríos, iba poniéndome nervioso, farfullando un discurso que había mimetizado con éxito en numerosos institutos con ovación cerrada al final y todo, prácticamente podía recitarlo de memoria pero la presencia del Cabrón, asimismo con mayúscula, desordenaba y confundía mi arenga que, como bien sabes, por aquel entonces era florida, fácil e inocua como la de… buenoesigual, cuando cerré mi intervención, la jamona y los quelonios comenzaron a aplaudir con más educación que entusiasmo, apenas cinco segundos, porque el desconocido se puso en pie, gritó ¡NEGO!, un aullido tal que uno de los viejecitos valetudinarios debió de sentir palpitaciones próximas al infarto porque llevó una mano al bolsillo, extrajo un pastillero, empalidecido, puso una pastilla debajo de la lengua, “adiro, seguramente”, recuerdas que recetó Vidal, el otro anciano cayó fulminado al suelo y la presidenta ya debía de estar al tanto de aquellos alifafes porque obró como una profesional de la Cruz Roja, a saber: extrajo la dentadura postiza de la víctima y le hizo meticulosamente la respiración artificial, ensayó un masaje cardiaco y a través del móvil telefoneó al 061, en el silencio posterior al alarido del Cabrón la oíste susurrar “un desmayo, don Edgardo otra vez, sí, como el día que vio El imperio de los sentidos, no, no hay prisa pero no se demoren, no vaya a ser el demonio”, una vida apasionante (Vidal) la del conferenciante y disculpa la rima, sacaba mis euros para vicios, no creas, el alcohol es un producto de primera necesidad que ha disparado su precio, “¿y qué pasó después?”, el Cabrón empezó a hablar en chino mandarín, ¿en chino mandarín?, creo que sí, aunque con acento andaluz, jienense, tal vez, primero citó unos nombres que parecían apodos de Satán, Derridá, Liotar, Blum, Lácan, Esteiner, Blanshó, ¿quiénes son esos tipos?, “ni idea”, mintió Vidal, solidario, “seguramente miembros de alguna logia clandestina”, aunque sabías que tu amigo había escrito ensayos en los que era más que posible que reseñase a aquellas deidades de la paleomodernidad, la protomodernidad, la antemodernidad, la premodernidad, la modernidad, la postmodernidad, la transmodernidad y la ultramodernidad, después habló en el idioma ismo, “¿pero y eso qué coño es?”, no te lo podría decir pero todas las palabras acababan en ismo, modernismo, clasicismo, postmodernismo, estructuralismo, vanguardismo, desestructuralismo, experimentalismo, la verdad es que daba gusto escucharlo, hasta tal punto que cuando los dos camilleros entraron en la sala para recoger al anciano a cuyo lado la momia de Tutankamon parecía un adolescente con acné, se desentendieron del traspuesto y se sentaron a oír la diatriba porque el fulano, mirándome con unos ojos que convencionalmente helaban la sangre y hacían dos agujeritos en los cristales de sus gafas, desmontó punto por punto, casi sin tomar aire para respirar, mi teoría acerca de la narrativa valleinclanesca y de todo mi discurso previo nada-nada quedó en pie, me vi obligado a darle la razón, tiene usted toda la razón, dije, y me sentí como un niño de trece años que no cerró la puerta del wc y mientras se entrega a indagaciones masturbatorias es sorprendido por su madre, el Cabrón se esfumó sonriendo y cuando me acerqué a la señora para cobrar (en negro, claro), sacó el monedero, me dio un billete de cinco “para el taxis (sic)” y sentenció “la Asociación no paga traidores”, recogí el óbolo y salí entre el rencor mudo pero audible de la señora, la tortuga supérstite, los camilleros y hasta me pareció que el postrado me increpaba “esto es por su culpa, no del otro, desgraciado, que casi me mata”, Vidal, de vez en cuando, tomaba apuntes en una servilleta de papel y previste que en un porvenir no demasiado remoto escribiría un libro titulado España (porque Manolo le ponía a sus novelas títulos para joder, molestar o soliviantar, la gente de Barbastro es así de rara), uno de cuyos capítulos podría titularse he turned the water into wine y comenzaría aproximada o literalmente así: “Un mediodía del mes de agosto del año 2002, los escritores más o menos españoles José María Pérez Álvarez y Manuel Vidal pasean por el casco viejo de Santiago de Compostela. Entran en bares y beben Viña Costeira”, cambiaría este otoño infeliz por un agosto de tahona porque a Vidal le gusta primero la literatura, segundo el alcohol y tercero el verano y recuerdas que a veces, cuando Manolo y su familia veraneaban en Raxó, él se despedía de María Ángeles y de sus hijos Pablo y Daniel, decía “voy a visitar a Jon Kortazar”, se lanzaba al agua y nadaba durante días, rodeaba Galicia, entraba en el Cantábrico y aparecía en Mundaka para charlar con (y beberse unas botellas) Jon Kortazar, Manuel y Jon se sentaban frente al Cantábrico pero apenas hablaban de literatura, se comunicaban sus hallazgos vinícolas, que si este somontano, que si aquel albariño, se retaban a ver quién tardaría más en llegar a Inglaterra nadando y otros disparates, y el narrador anónimo que esto escribe piensa que el premio Rosalía de Castro concedido el 25/9/2008 por el Pen Clube de Galicia a Kortazar se debe a sus estrictos méritos académicos, sí, pero también al exhaustivo conocimiento que JK atesora acerca de nuestra gastronomía y nuestros vinos, de lo que doy fe para saltar al siguiente capítulo o fragmento, como gustéis |
• monólogo de un narrador | |
strong>(monólogo de un narrador ¿por qué le mentiste a tu amigo? Era terror a la página en blanco, tal como él había intuido, un terror de carácter físico como el que sentiste aquella vez que pasaste por el trance de soportar una resonancia magnética y le pediste a la enfermera que se quedara contigo, por favor, no me deje solo. El Gran Cabrón es en tu vida un secundario prescindible, EAB, un accidente. Cierto que con saña inexplicable va a sabotear algunas conferencias que garantizaban una aportación extra para tus vicios pero no puedes imputarle tu agrafía. Manolo se habrá dado cuenta de ello pero callaría por amistad. Es miedo a la página en blanco, miedo de la misma naturaleza que el que te asalta en el dentista (¿de verdad que no me hará daño, sacamuelas?), miedo a no tener YA nada que decir o a tener algo que decir y no saber CÓMO decirlo. No resulta infrecuente en esa raza de enfermos denominada escritores, los peores pacientes de la psiquiatría. Y, sin embargo, tu vida acopia los suficientes elementos como para dejar de ser ágrafo y volver a ser escritor, es decir, dejar de ser EAB y ser de nuevo EB ya que la bipolaridad, bien manejada, puede ser un recurso literario de la hostia. Tenemos, pues, un protagonista, un oscuro escritor con tendencias bipolares que malvive ejerciendo de administrativo en una fábrica de ataúdes: en sí mismo, eso YA es una novela. Pero hay más: después de un largo tratamiento psiquiátrico, el escritor se automedica alegremente: sumial cuando ve a los operarios de la fábrica cargar los camiones con los féretros y se le aceleran los latidos del corazón, trankimazín para los asiduos estados de desánimo que lo invaden casi todos los atardeceres, seroxat para las adustas mañanas de su existencia, orfidal para la angustia de las horas haraganas. ¡Un personaje redondo, EAB! Añádele que vive solo en un piso exiguo de Santiago, que habla con una cucaracha a la que bautizó con el nombre de Marcela y que mantiene ensimismados monólogos con un imán con el rostro de Pessoa pegado en la puerta de la nevera, con el brécol que compra en la plaza de abastos, con el jurel que acarrea desde la pescadería, consigo mismo cuando se encuentra en el espejo. ¡Un regalo de los dioses para un escritor, coño, no lo desperdicies! Por si todo eso no bastaba, ese personaje es aficionado al vino en el mismísimo límite de la dipsomanía, así que el cóctel entre los psicotrópicos y el alcohol, mezclado en sus dosis canónicas, convierten al sursuncorda en un prototipo literario que en manos de alguien con talento (¿tú lo tienes, EAB?) puede resultar inolvidable para el lector. ¡Ponte a ello, cojones! A ese sujeto ha venido a visitarlo desde Zaragoza lo que los críticos cinematográficos denominan secundario de lujo, Manuel Vidal, otro escritor, aunque menos cobarde y ágrafo que tú, que comparte contigo la afición por los vinos de cualquier color y denominación de origen. Ligeramente achispados porque las borracheras suelen acaecer de madrugada, salen a pasear al atardecer por Compostela, frecuentando tascas como antaño se visitaban las iglesias en semana santa. ¡He ahí el material, EAB! Dos personajes perfectos en un escenario perfecto. ¡Ponte a ello, coño, ponte a ello! Pero, por favor, no la cagues. Con materiales parecidos, otros escritores salieron más que airosos del trance. ¿Quieres nombres? No, mejor no citarlos porque te acojonaría el peso de sus apellidos. No, EAB, no sólo ése que dices, otros también. Insisto, vence el miedo, inténtalo aunque, como tantas veces, después lo rompas con asco o tristeza y, claro, trankimazín, vino blanco y diálogos febriles con enseres e insectos y soy una mierda, no valgo para nada, Marcela, por favor, consuélame. ¿Por qué le mentiste a tu amigo? Naturalmente que es terror a la página en blanco porque escribir no es lo mismo que dedicarse a la papiroflexia aunque algunos cretinos insinúen lo contrario. Escribir es un juego peligroso y no está mal guardarle respeto. Hay que tener cierta decencia, creo yo. En fin, EAB: te proporcioné personajes y escenario: el resto depende de ti. Acopia valor, disciplina y el poco o mucho talento que poseas y ponte a ello YA. No esta tarde o mañana: AHORA, YA. Si sale mal, siempre te queda el refugio de los bares y de las farmacias; si sale bien, a lo mejor ya no tienes que acudir nunca más a las segundas y dejas de ser EAB, vas borrando letras de ese triste acrónimo, un día la A, otro la B y al final queda una vocal solitaria, esa E que siempre fue lo que quisiste ser desde una infancia tan remota. E. Sólo eso: E. A los amigos, EAB, no se les miente nunca. A la literatura, tampoco. O quizá se le pueda mentir pero no engañar) |
• miré los muros | |
strong>miré los muros dejasteis el bar cuando ya la noche y septiembre estaban haciendo de las suyas, es decir, llenando de sombras y pobladores como sombras las calles compostelanas y el viento alborotaba papeles de periódicos (posiblemente en el futuro recordarías el titular de aquella página que se te enredó en los tobillos, PREDICCIONES CATASTRÓFICAS PARA EL INVIERNO QUE SE AVECINA, podría ser el título de un cuento de Ballard, comentó Vidal, como profecía no resulta arriesgada, dijiste tú, porque sirve para cualquier invierno, para todos los inviernos, depositaste en la papelera los adversos augurios y ese invierno catastrófico que aún no habíais vivido), hojas secas que peregrinaban desde Belvís o Bonaval o la Alameda para las que las predicciones catastróficas del invierno se habían cumplido en otoño, y bolsas de plástico que atracaban en los soportales, se encendían ya las primeras farolas del crepúsculo, en un muro semiderruido alguien había escrito con esprai una frase inacabada, (¿como todas las frases, pensaste?) ELECCIONES FRAUDULENTAS NUMÉRICAMENTE CONTRADICTO, se le terminó el bote de pintura o lo sorprendió la policía, venga usted con nosotros, suripanta, qué es eso de ensuciar una ciudad que es paradigma del catolicismo y que acoge con cordialidad legendaria a miles de turistas al año, se va a enterar, ya verá, ya, seguramente la grafitera, especuló el ágrafo, pesimista por naturaleza, había sido torturada por las fuerzas del orden hasta la muerte y su carne vendida a un establecimiento turco (“y dale con los turcos”, dijo Vidal, o a un restaurante mongol, concediste) para que la incluyeran en el variado menú de kebabs, ¿acaso esas piezas cárnicas que giran al fuego y que sajan con presteza de cirujanos, no parecen muslos de paquidermo o persona gruesa?, y gruesa tenía que ser quien manuscribiera aquella consigna si no pudo escapar de las garras de una policía acomodada y sedentaria, a no ser (dijo Vidal, puestos a ser pesimistas, lleguemos hasta sus últimos límites, ya sabes que la literatura es exceso o si no, burocracia, te quejaste: esa frase la escribí yo hace la hostia de años en un libro, Manuel, y él: ya te gustaría, te la presto por si vuelves a escribir algún día, sigo) que le hayan disparado por la espalda sin darle ni el alto preventivo ni tiempo para arrepentirse de sus veleidades jacobinas, enfrente de la tasca a la que ahora os acogéis en la rúa da Troia donde la fiel clientela se hacina como en una ergástula, una mano meticulosa, exquisita, ha inmortalizado en letra redondilla sobre una puerta UN LAICISMO CAINITA CORROMPE LA SOCIEDAD, te voy a regalar una idea para combatir tu estado ágrafo, vagabundeas por Santiago tomando nota de todas las pintadas que encuentres, las clasificas y después inventas quién y en qué circunstancias las escribió, ya verás tú que teratología de pasiones, anarquistas, independentistas, gamberros, inmigrantes, poetas, enamorados, cornudos, políticos y hasta religiosos, porque esto del laicismo cainita que corrompe la sociedad obra de amanuense celestial tiene que ser tan delicada y profunda inscripción, Manuel comentó que seguro que recientemente estuvo por aquí un legionario de Cristo (“o un neocatamenial, que también son muy subversivos”, interferiste, y tu amigo te pasó benevolente un brazo por los hombros, “supongo que quisiste decir neocatecumenal, apañados estamos si en las páginas iniciales y casi sobrios empiezas a desbarrar”), y en este caso la policía, en connivencia con la Iglesia, había hecho la vista gorda (“déjale, pobrecillo, si no perjudica a naide”, diría el cabo) y, además, para qué asesinar al legionario, probablemente amojamado, ascético de carne e insípido a consecuencia del ayuno, la abstinencia, la disciplina y una dieta a base de obleas, para colarlo de matute a los comensales bajo el epígrafe de kebab al concilio de Trento, probablemente al ir a despiezarlo, si lo hubiesen ejecutado equitativa y sumariamente, encontrarían a la altura del esternón, bajo un escapulario de alguna virgen, la advertencia “ producto tóxico, no apto para consumo”, en el momento en el que entráis en la taberna y tras pedir una botella con la (in)útil disculpa de que sale más barato Vidal expone que no ve correspondencia entre tu período ágrafo y una conferencia saboteada por un cabrón, lo que da pábulo a que tú prosigas con los anales de tu descenso al infierno de la improductividad y este relato avance a modiño, casi llorando por el humo de a) el tabaco y b) una acogedora chimenea donde se incineran diarios de fechas caducas (“los periódicos acaban siempre en el fuego o en la basura”, se compadece Manuel, “se ve que las hemerotecas son como apartamentos de lujo para la aristocracia periodística, las malditas clases sociales de siempre, Marx como profeta fue un desastre”, lo cual ignorabas si era cierto o no porque nunca habías leído a Marx, yo, en mi juventud era más de Stendhal, dijiste, y él: bendito infeliz) y leños de madera sin determinar, amén de una melancolía macerada en un principio de previsible cogorza que no era necesario que nadie profetizase, le relatas que el terrorista reventó con argumentos contundentes ocho conferencias a lo largo de un año, esas conferencias que te proporcionaban un estipendio casi semanal que, sumado al indecente sueldo de administrativo en una fábrica de ataúdes (no sabía yo que…, dijo Vidal), te proveía de un cierto barniz de clase media tirando a baja y ello te permitía beber alcoholes decorosos, que era tu máxima aspiración en aquel período de una vida que ya duraba demasiado para ser período y derivaba hacia una terca biografía, ¿es cierto lo de los ataúdes?, preguntó Manolo, sí, si quieres mañana te consigo uno a precio de fábrica, déjalo, después es un lío volar con él hasta Zaragoza pero gracias de todos modos, ah, los amigos, y al boicotear mis conferencias con saña carnicera o cirujano tipo Martínez-Bordiú, ése sí que fomentó la venta de féretros, opinó Manuel, tu lábil prestigio de intelectual se fue, sin rodeos, a tomar por culo, lugar donde se encontró con tus ingresos que se había ido igualmente a tomar por, así que pese a tu amor por el sedentarismo y desprecio por los viajes (“tienes razón, un invento de Homero consolidado por Kavafis, puro negocio, cuando en realidad”, entrecomilló Vidal, “ya decían las noticias días atrás que la raza humana dejó de ser nómada para poder emborracharse sin trabas, razón trascendente y ontológica por la cual estamos aquí o por la cual existimos, bebo luego etcétera”), empezaste a aceptar encargos que te llegaban de la provincia, de la comunidad autónoma, del resto de eso que llamaremos España aun-a-costa-de y aceptarías igualmente viajar a Wallis y Futuna si alguien te reclamara con tal de no enfrentarte al Cabronazo perseguidor, así que lo primero que hiciste aquella tarde en el salón de actos de la Casa de Pescadores de Rinlo donde te invitaron a dar una conferencia acerca de “El mar y la literatura” fue cerciorarte de que Él no se encontraba entre el público, atento aunque escaso, y una vez te aseguraste de ello escrutando los rostros de los asistentes como en una comprobación policial en la que a la víctima le ponen delante, cristal interpuesto, a los presuntos culpables para que reconozca al delincuente, pasaste alegremente por obras y autores, de Moby Dick a Os ausentes de Casteltón, de El viejo y el mar a Gran Sol, de Ignacio Aldecoa a Paul Valéry, de Conrad a Sulhaki, de Stevenson a Herman Melville, y lograste armar un puzzle acorde con el interés y los conocimientos de la asistencia que comenzaba a aplaudir al cabo de los 40 minutos y dos vasos de agua que duró la intervención, cuando se oyó la contraseña que poco a poco te sumía en el trankimazín y, de seguir escuchándola, en el suicidio cualquier día no lejano. ¡NEGO! ¿Quién iba a pensar, Manuel, preguntaste, que aquel marroquí con babuchas, chilaba a rayas, fez y una barba bien cumplida era el Gran Cabrón? Pues lo era. Se despojó del disfraz y allí estaban su calva sudorosa, sus ojillos de inquisidor, su bigote estalinista, las gafas que extrajo de un bolsillo, su cuello de miura sinhacheintercalada o victorino y poniéndose de espalda al conferenciante y rostro al público, edificó una sutil y brillante contraargumentación que te dejó en bolas intelectualmente hablando por lo que aunque te abonaron lo estipulado, los directivos de la casa del pescador dijeron que te fueras olvidando de la cena con sus percebes, su arroz con bogavante, su tarta de Mondoñedo y su albariño y los consabidos chupitos que te habían ofrecido, mmm, suspiró Vidal, mejor sería que te hubiesen invitado a cenar aunque no te pagaran el efectivo, y como no querías dormir en una pensión del pueblo para evitar una lapidación pública, regresaste a Santiago en taxi, acción no gratuita pero sí imprudente que redujo en 1/3 el importe de la conferencia, amén del posterior gravamen fiscal porque aquella vez no era dinero negro, se instaló entre los dos amigos un largo silencio de preposiciones, desde la a hasta el tras, silencio roto por cristales de copas y conversaciones moderadas que alteró el discurso de un ¿borracho? autóctono que le confesaba al tabernero y a todos los circunstantes del bar y al resto de la humanidad interesada en ello, dado el tono de la deposición, que |
• polimnia | |
-Eu fixen que me instalaran unha lucha na casa que nin dios. Trinta e dous buratos ten, trinta e dous. ¡E todos botan auga! Da gusto lucharse agora, meu. Digocho eu, Demetrito. |
Los reunidos dejaron sus coloquios y miraron a Demetrito, el cual, al ver que su nombre no aclaraba a los presentes su biografía, como podían hacerlo el de Jack El Destripador o el de Benito Mussolini, citando ejemplos traídos al azar o por los pelos (salvo en el caso del fascista, cierto), añadió con énfasis:
-Demetrito, o poeta, coño -y regaló una mirada de riego por aspersión a la concurrencia. “Un colega”, dijo en voz baja Vidal.
Demetrito, que a aquella hora, una vez luchado el cuerpo bajo el agua de la lucha de los 32 agujeros, parecía haber inoculado asimismo 32 vasos de vino a su sangre poética, enhestó brazo, copa y tinto, para proveer de más datos al público respetuoso y así poder completar la autobiografía empañada, pues las palabras Demetrito, buratos, poeta y coño no llegaban a armar la vera effigies de aquel trasunto de Dylan Thomas aunque en compostelano y enjuto, eran precisiones anecdóticas, triviales, ya que todos tenemos un nombre, casi todos una ducha con más o menos agujeros y poeta lo es cualquiera, hasta… buenoquémásda, por (no) ejemplo. Por eso el incrédulo Vidal y la nada despreciable ayuda del ribeiro, solicitaron al unísono:
-Demuestra que eres poeta -y al decirlo, sumóse la muchedumbre: “Eso, eso, demuestra, demuestra”, bisaron, que la multitud, cuando ruge, repite consignas hasta el hartazgo, como se demuestra en las manifestaciones, el pueblo unido jamás será etcétera, y además es una falacia porque existen pueblos unidos que las pasan putas pero no divaguemos más y retornemos a la prédica del (aún presunto) vate que milagrosamente encaramado en un taburete y apuntalado por el tabernero (“quita as máns do cú, maricón”), prosiguió su hagiografía:
-Demostraréino aínda que teño que confesar unha cousa: a miña língua de meu (literal) é o galego, mais, cando as musas me visitan, e curiosamente nunca me visitan estando sobrio, fano en castelán, quizáis porque a lírica patria está servida dabondo e na outra aínda queda moito por construir. Así que vou intentar agora un par de poemas, insisto, en castelán (dos chicos y dos chicas torcieron el gesto y abandonaron la mesa que ocupaban, comentando que ni bajo tortura soportarían que el local se emporcase con ecos de una lengua imperialista o algo así, “separatistas do carallo”, se lamentó el poeta) e axiña verán vostedes que dentro dun corpo tan ruín coma o meu, a natureza aniña un poeta. E bó. ¡Alá vou! -saltó desde el estrado y se pegó el Gran Hostiazo pero logrando que ni una gota de vino se derramara, para envidia de contorsionistas e integrantes del Circo del Sol y al insertar el narrador anónimo la palabra circo en el texto, recordaste a los hermanos Tonetti, recordaste una lagartija en un muro, recordaste una cascada en un monte de tu infancia valdeorresa, recordaste una bodega subterránea en Guarrate, recordaste un poema memorizado en los maristas y ninguno de esos recuerdos te sirvió de nada. Después Demetrito se acercó a una mujer solitaria que hablaba por el móvil y la miró a los ojos tan profundamente que quedaron marcados dos estigmas en el iris de la fulana (no hay alusión profesional en la palabra) que guardó el teléfono y apretó los párpados creyendo que el hombre quería ponerla en trance de hipnosis (y después violarla, posiblemente) pero el sátiro elevó su rostro al cielo raso y recitó:
Esos astros luminosos/ que alumbran en el ancho espacio,/ lo mismo alumbran pa hacia arriba/ que pa hacia abajo
y antes de que todos aplaudierais, se vio obligado a aclarar que aquel poema no iba dedicado a los ojos de la hurí que ahora se había puesto unas enormes gafas de sol tipo Elton John, sino a Canis Venatici o los perros de caza, una constelación de estrellas decepcionante a primera vista aunque, telescópicamente hablando, muy atractiva (-coma vostede, señora-, entreguionó sonriendo a la mujer de las gafas), pues es una constelación bastante reciente que, según parece, representa a los perros que el Boyero Boetes utilizaba para proteger a su grey, particularmente las dos codiciadas Ursa Major y Ursa Minor, explicó en gallego prolija(y acaso innecesaria)mente y mientras esclarecía los estelares detalles señalaba hacia el techo como si fuese un planetario donde la concurrencia pudiese descubrir las Pléyades y el cometa Halley y la galaxia Cartwheel, Júpiter y Deneb y acaso la felicidad epidérmica y la existencia de Dios si es que existe la existencia de Dios. Entonces sí, el público prorrumpió en aplausos atronadores y el poeta-neologista-hierofante se dobló por la cintura de forma tan reverencial que podría haberse desatado los cordones de los zapatos con los dientes. Tú gritaste, entusiasmado, “póngale otro vino, invito yo” y el poeta que graciñas y que agora si, vou recitar una poema de amor (lírico, agregó) dedicado a (ojeó al elemento femenino presente y no eligió mal, el jodido: una veinteañera de pelo negro y ojos verdes quetecagas a la que cogió una mano con su izquierda toda vez que la derecha estaba siendo usurpada por la copa que no soltaría así le metiesen la extremidad en unos altos hornos) a esta fermosa muller, buscó mirando al cielo inspiración pero no se quedó colgado en las alturas ni le aconsejó al tabernero que le diese al techo una mano de pintura porque, al cabo de un polvo de conejo se subió de nuevo al taburete como si el numen poético flotase a una altura de 2 metros sobre el nivel del suelo y para apoderarse de él necesitara la ayuda de una base que rectificara sus escasos ciento sesenta centímetros, y declamó con voz meliflua
Dos columnas de alibastro/ sostienen el moleficio/ de tu devina hermosura./ ¡Pareces un menumento!
“¡hostia!, y además en gaélico”, el comentario de Manuel apenas lo escuchaste a causa del estruendo del palmoteo que invadió el local en tanto Demetrito, saltando de la peana con agilidad de volatinero aunque lastrada por la ingesta alcohólica que casi le cuesta un traspié suicida, una vez en tierra firme saludó de nuevo hasta convertirse en llanta u oruga y anunció que damas e cabaleiros, vou para casa que teño que darme unha lucha antes de durmir, moitas gracias e boa noite y dejó la tasca con vacilante dengue distinguido, así que tú propusiste que puesto que el espectáculo había concluido ya podíais ambos abandonar el bar teniendo en cuenta que la botella estaba vacía y una botella vacía es una visión tan triste como un vehículo abandonado en una cuneta tras un accidente o un cementerio de coches (Vidal) o un barco encallado entre las rocas (el narrador) o un montón de ataúdes almacenados en una fábrica (tú) o el cadáver de un perro atropellado en una autopista (un cliente que entraba en el bar) o un feto en un cubo de basura (un periodista de un programa de televisión), sin desdeñar que la noche tenía ya color de alquitrán y quedaban unos setecientos bares compostelanos por colonizar sin contar que, a tus años, las noches empezaban a ser para ti más largas que frías, frase que, mutatis mutandis, habías usurpado de una ranchera que sonaba en el primer bar que visitasteis Manolo y tú, plagiario de mierda,
• itinerario 2 | |
así que ruasteis por Acibechería, “lo que no entendí, ni contextualizado, fue la palabra moleficio, ¿y tú?”, preguntó Manolo, y tú: deja esas menudencias burocráticas en manos de los expertos, lo importante es que el espíritu del poema haya tomado posesión de ti, un crucigrama siempre será un crucigrama aunque quede una casilla sin completarse, ya dijo quien de esto sabe que el mayor genio de la literatura fue el tipo que inventó la sopa de letras y, con todo, ignoramos su nombre, frase que llevabas anotada en una libretita que siempre guardabas en un bolsillo y en la que apuntabas citas que leías disimuladamente para que tus ocasionales contertulios no percibieran la magnitud de tu incultura, ¿quién profirió esa sentencia única?, indagó Manuel, echaste un vistazo subrepticio a la libreta, Roth, Vidal te sometió a un tercer grado, ¿cuál de ellos? -pero, ¡¿había más de uno?!-, no recuerdo ahora, confesaste con vergüenza, atravesáis en diagonal Quintana de Mortos y vuestros pasos resuenan como los ecos de las botas de dos cadetes de West Point, un poco más arrastrados -pasos y cadetes- tal vez en vuestro caso, lánguidamente etilizados, podríamos decir, preguntas por preguntar qué estaría haciendo ahora Marcela, sola en la inmensidad de tu piso de 40 m2 y Manuel te tranquiliza, que probablemente se trepó al sofá después de servirse una copa de godello y elegir un libro, estará leyendo a Schopenhauer, autor predilecto de las cucarachas, asegura, aunque tú piensas que a Marcela le tira más la prosa de san Agustín, mira ésa, dijiste, porque exactamente debajo de la lápida |
A LOS HÉROES DEL BATALLÓN LITERARIO
DE 1808
LOS ESCOLARES COMPOSTELANOS DE 1896 Y LOS AYUNTAMIENTOS
DE 1822, 1865 y 1896
que a su vez estaba bajo de la funesta inscripción cincelada en la piedra, apenas visible ya -JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA- alguien había mutilado la severidad de la pared con una consigna que a lo mejor provenía de una página de Nabokov, EL PATRIOTISMO ES UN EGOÍSMO EN MASA, me temo, dijo Vidal, que un feroz anarquista visitó Santiago recientemente, comió unas vieiras tóxicas en algún establecimiento y bajo los efectos casi inmediatos del tósigo, decidió dejar aquí tan inmortal sentencia, ¿y a ése no lo asesinó la policía para venderlo a un kebab turco o mongol?, quizá no, tendría aspecto de almacenar grasas y colesterol capaces de arrasar a toda la clientela estudiantil compostelana, la policía lo habrá indultado para evitar una pandemia que ríete tú del Diario del año de la peste, y a través de Platerías, tú pensabas, al lado de tu amigo, que, con todo, malvivías en la felicidad asidua de los bares, en sitios donde la vida se sucedía siempre al borde del desastre del que te rescataba a tiempo la palabra del otro que te entiende y desentraña la tristeza que vincula vuestros destinos, es cierto que podía oler mal en un mundo donde nadie responde y pese a todo sobrevivías con cierto decoro porque, eso creías, eso sigues creyendo, vivir es la limosna de un dios que escucha a veces los ruegos silenciosos que le envías al trasegar los alcoholes más oscuros de la madrugada para seguir, sin embargo, malviviendo y líbranos de todo mal, de las vieiras tóxicas, de los vinos deletéreos, de los cuerpos esquivos, de los accidentes, de los ataúdes, de la bipolaridad, de la agrafía, de las células-palabras que no alimentan nuestro organismo-lenguaje, de nosotros mismos, así sea, ¿qué es si no la felicidad?, preguntas en voz alta pero nadie responde, nadie contesta nunca y menos ahora que tu compañero de laberinto se ha convertido en estatua de sal frente a un restaurante de 1 tenedor de Algalia de Abaixo en cuyo escaparate se halla expuesta una variedad de mariscos que ni en el fondo del océano, algunos con su jacuzzi particular y todo porque hasta en los mariscos hay clases sociales, humildes mejillones y aristocráticos lubrigantes, nécoras de clase media y langostas de club de golf y de Ferrari, todos ellos de excelente sabor, sí, pero distinto precio, Manuel mira absorto y sonríe, Manuel mira absorto y sonríe como si entre el goloso muestrario que a todas luces (en este caso de neón) testimoniaba la munificencia de Dios (si existiere, como ya se dijo ut supra) a la hora de rellenar espacios primigenios con criaturas comestibles convirtiendo el mundo en el supermercado del universo que hasta el ser humano es susceptible de ser ingerido como se deduce de
1) las tribus caníbales
2) determinados accidentes de aviación y la posterior lucha (lucha en el sentido de combate, no de lucha en la jerga de Demetrito) por la supervivencia
3) algunas personas con notorias taras psíquicas que descuartizan a sus semejantes, los trocean y congelan y después los van consumiendo con deleite de gourmet y ansia de gourmand,
decíamos que Vidal mira absorto y etcétera como si entre el nutrido muestrario hubiera asimismo una mujer en bolas no menos apetecible que un santiaguiño aunque por el rictus del oscense-zaragozano, si no le quedara más remedio que elegir, coliges que a aquella altura de vuestro vagabundeo, se hubiera decantado por el bicho, así que para abstraerlo de la hipnosis en la que lo había sumido la mística contemplación de los manjares improvisaste a gritos algo como lo que sigue para deleite de noctívagos, turistas y demás población de la madrugada recién nacida, escuchemos
Al apóstol Santiago le importa un bledo el alma de los peregrinos.
El apóstol Santiago viajó a Galicia para comer marisco
como un veraneante mesetario. El apóstol Santiago cada noche
abandona su hábito de guerrero-peregrino en la catedral
que es una enorme marisquería de fieles e infieles
y sale a caminar por las rúas disfrazado de penitente.
Contempla los cuerpos abigarrados de los mariscos con hambre y lujuria
en los escaparates. Manuel Vidal pasea por las mismas calles que el apóstol
y como él se detiene frente a las peceras donde se mueren de aburrimiento
las langostas los santiaguiños los nécoras las almejas los bueyes los bogavantes
las centollas las ostras las cigalas bigotudas los berberechos.
A los restaurantes de Santiago acuden creyentes desde todos los mares
y océanos del mundo y le piden al apóstol que la muerte de los animales sea veloz
y a ser posible indolora que el apóstol les clave la espada
antes de ser cocidos lentamente.
[Interrupción desde una ventana que se abre: “¡Por las barbas de Senaquerib! ¡A quién se le ocurre vociferar semejantes estupideces a estas horas, eh! Se ve que no tenéis que madrugar, se ve que vais colocados. Juventud de mierda” -añade sin comprobar vuestros D.N.I. que estipulan que la juventud la habéis rebasado alguna década atrás. Después abandona el plural y te increpa a ti directamente: “¿Quieres dejar de escandalizar, gilipollas?” No querías, proseguiste]:
Manolo Vidal observa esos animales encerrados
y murmura una oración por sus almas. Los mira a los ojos
y se conduele de sus porvenires adversos en recipientes de agua
a temperatura de volcán y le ruega al apóstol
que no sufran demasiado (ya que no los indulta)
que antes de llegar a su boca la muerte haya sido fatal
como la muerte por un rayo.
[Interrupción: “Tú, majara, si no te callas, bajo y te doy una patada en los cojones que te arranco la cabeza de cuajo, no sé si me entiendes”. Amparado por un alféizar, alzas índice y meñique de la mano diestra hacia el que grita en la ventana que no alcanza a ver el gesto despectivo. Eso te salva de la patada prometida y de sus contradictorios efectos sorprendentes, como es el arrancar de cuajo la testa mediante coz en la zona testicular. Prosigues, jugándote los huevos y la testa]:
Manolo Vidal…
[Interrupción: “¡Me cago en Manolo Vidal y su puta madre!” Manuel se gira hacia la ventana y bendice episcopalmente al vociferante. Son los efectos de los alcoholes primerizos, amistosos; si el de la ventana hubiese insultado a Manolo Vidal (y a su madre) una hora y dos botellas más tarde, Manuel derribaría la puerta del maldiciente y mediante el método expuesto con anterioridad -patada en los testículos- conseguiría el milagroso resultado -extracción de la cabeza-, no sé si me entiendes. Prosigues]:
Manolo Vidal piensa si merecerá la pena mancharse los labios
con la grasa de los mariscos y cargar eternamente con la mala conciencia
de haber contribuido a la tortura. Entonces pide un vino
y recita una oración inventada una leve oración de atardecer
y vuele a mirar los ojos profundos y húmedos de los mariscos
que le solicitan un poco de piedad que sea rápido el asunto.
[Interrupción: “Rectifico, no bajo porque sois dos y me podéis hostiar, cobardes, pero ya avisé a los municipales. ¡Me cago en Manuel Vidal, su puta madre, su amigo, el de Manuel Vidal, especifico, en los mariscos y en el verso suelto y el blanco y el negro, en el pie quebrado, la rima asonante y la generación del 27! ¡Que os den por culo!”, se ve que no todo el mundo gusta de la lírica, género minoritario; después se escucha el golpe de la ventana al cerrarse, plaf, una bofetada a la noche, y en la madrugada de Compostela quedáis tú, Vidal, su madre, los mariscos, algunas formas poéticas y una ilustre generación humillada por la mierda del vecino puntilloso, aunque a salvo de la sodomía que os desea. Prosigues]:
Manolo Vidal señala entonces la langosta al camarero
se disculpa con David Foster Wallace mirando al cielo suicida
-ésta, dice- y se sienta en la mesa a esperar. Todos
los peregrinajes acaban en la muerte -piensa. El apóstol Santiago
desde la barra observa a Manolo Vidal comerse la langosta
y lo bendice porque sabe que lo hace con piedad sin ensañarse
para mostrarle a la langosta el sacrificio con el que ganará
(entonces te previene tu colega, “eh, las luces del coche de la pasma, vámonos”, le contestas con flema kamikaze que te deje terminar y lanzas al aire, los balcones, las estrellas y a Lavacolla el último verso):
la indulgencia plenaria y Galicia calidade,
zapatilla, Manuel, que viene la chusma, corre que en chirona no hay vino, pero los policías no os persiguen porque aparecen para disuadir como en el caso del top manta, ya, ya, así nos va, la calle saturada de extranjeros, competencia desleal y todo eso, lo dice una señora que afirma que un día un inmigrante le puso un cuchillo en el cuello mientras ella rezaba en la iglesia del Pilar, “vin vir a morte a cámara lenta”, explica a quien quiera escucharla, vuestra carrera, pues, es breve y ello os alivia porque si os hacen un control de alcoholemia os meten en el trullo y, justo delante de vosotros, qué casualidad, la penúltima pintada que encontraréis camino de un amanecer aún distante: HAGA PATRIA: EMIGRE, eslogan de dudosa autoría, lo mismo puede pertenecer a un afilador de Luintra que a Julián Ríos (Vidal), a un marinero en paro que a Méndez Ferrín (tú), reflexionemos en alguna akadeemeia provista de espiritosos y tan cerca, tan a mano, en Fuenterrabía, aquellas dos tascas de las que ya casi no quedaban en Santiago ni en el mundo, entremos, dijiste, que la caníbal especulación urbanística, en connivencia con una clase política corrupta, arrasará en breve con estos lugares de recogimiento para construir sabe dios qué, “museos”, dijo Manuel, capaces serán, los muy bestias, aseguraste tú y en tanto el camarero escanciaba con oficio (proveniente de una costumbre reiterada o tradición familiar y no de práctica en escuela de hostelería, como se deduce del hecho de que en tanto vertía el líquido color meada de riñón a punto de cólico nefrítico con su mano izquierda, con la curvada uña-alfanje del meñique de la diestra procediese a escarbarse la dentadura) el ribeiro en dos tazas de vino, visteis a Demetrito que o bien se había luchado ya o bien había prescindido de las abluciones y dirigiéndose a una rubia de inmejorable aspecto que en la pecera de una vetusta televisión anunciaba en la teletienda un producto de babas de caracol que convertiría a Fidel Castro en un Niño Jesús merced a los milagrosos efectos de la secreción del molusco testáceo de la clase de los gasterópodos, le recitaba aquel poema más duro de pelar que ciertas estrofas de Ezra Pound, dos columnas de alibastro / sostienen el moleficio / de tu devina hermosura / ¡pareces un menumento!, aunque esta vez agregó in póculis porque la rubia lo merecía ¡que boa estás, raíña!, un parroquiano asintió, contundente, aí lle ronca, entonces Manolo se interesó por las andanzas del Cabrón cuyo relato había quedado en suspenso y con el consabido to be continued al final de la puntata anterior a causa del arrobamiento de tu amigo ante la anagógica contemplación de los mariscos
• tánger ida y vuelta | |
-mi calvario se prolongó durante varios meses, dijiste, y el siguiente contratiempo tuvo lugar cuando aceptaste la invitación del Instituto Cervantes de Tánger para conferenciar acerca de La vida perra de Juanita Narboni que era, mutatis mutandis o má o meno, tu propia vida perra a causa de las intromisiones del Gran Cabrón, claro que esta vez esperaste a que el público ocupase sus asientos, caminaste por el pasillo central de la sala deteniéndote en cada fila para observar meticuloso a cada uno de los asistentes, escrutándoles con afán de entomólogo, y cuando te resultó evidente que Él no estaba allí, acaso por miedo al transporte marítimo o al aéreo, tranquilo bajo los efectos del previsor sumial ingerido una hora antes junto con un subrepticio whisky de petaca, rompiste a disertar en torno a la maravillosa novela de Ángel Vázquez con una soltura que ni Escrivá de Balaguer dirigiendo un retiro en Torreciudad, blablablableabas y blablablableabas improvisando a partir de los apuntes preparados a conciencia, sin mirar al público, fijándote en el pomposo decorado de la sala en penumbra, los dos leones dorados del fondo del pasillo (les habías dado una secreta patada al entrar por si el Cabrón se hubiese escondido dentro), las fotografías de los escritores cuyos nombres habían bautizado las diversas bibliotecas del instituto esparcidas a lo largo y ancho del mundo, los focos del techo, el tapizado azul de los escasos asientos vacíos, la escultura de escayola de la entrada (la golpeaste con los nudillos precavidamente y sonó a hueco, tac-tac) que representaba a un soldado de Regulares del tabor número 1 (te resultó fácil saberlo porque habías hecho el servicio militar en Ceuta y conocías aquel uniforme de gala, la faja azul marino, el remate del quepis haciendo juego, el uniforme caqui, la capa blanca que no hubiera desentonado en un carnaval de Laza o de Río de Janeiro), el jarrón con unas flores que no lograste identificar ni siquiera por su contundente olor, la cornucopia exagerada del fondo entre los dos félidos dorados, divagabas acerca de Juanita Narboni, sus avatares y elipsis, la invención y la prosa, la importancia del alcohol en la vida y la literatura de Vázquez, la trascendencia de su madre, Mariquita Molina, en La vida perra -abreviaste, como hacen los entendidos aunque no fuese tu caso, pero el whisky y el sumial te proveyeron del arrojo necesario- cuya conducta, hábitos y rasgos psicológicos contribuyeron a la construcción de la protagonista de la novela de Ángel Vázquez, algún que otro lugar común como es de rigor en cualquier conferencia que merezca tal nombre, etcétera, deudora de los hallazgos de Joyce que en las primeras décadas del siglo XX había coadyuvado a poner patas arriba el concepto de novela moderna (sic), etcétera, pequeños chistes de marcada índole intelectual sólo al alcance de iniciados (“podríamos llamarlo el Rolls Joyce de la narrativa de la centuria pasada pero, de ser así, en qué escudería situaríamos a Franz Kafka”), no es indispensable seguir suministrando más datos al lector que seguramente conoce de sobra los habituales recursos de un conferenciante, y justo cuando dijiste “hasta aquí, señoras y señores, el mundo de Juanita Narboni y el de una ciudad, Tánger, antigua capital de la Mauritania Tingitana, que por desdicha hoy no existe tal cual su autor nos la mostró”, agradeciste trilingüe el recogimiento con el que te habían escuchado, gracias, shukram, merci, pero esta vez no hubo tiempo para los aplausos porque la fementida escultura del soldado de regulares tabor nº 1 (que habías pateado, que había emitido un tac-tac posiblemente remedado por el GranCa que además de sádico debía de ser ventrílocuo) profirió su banzai particular bien que en latín, ¡NEGO!, arrojó de sí el quepis, la capa blanca que revoloteó como un sudario (mi sudario, pensaste), la faja ornamental y un tanto demodé (sólo aceptable en curia romana o trapecista) que caracoleó como una serpentina gigante y, tras veloz pero inconcluso estriptis, el Gran Cabrón caminó por el pasillo central hasta el estrado, lentamente, como un torero haciendo el paseíllo, bendijiste al cielo protector porque el uniforme no llevaba aderezo armamentístico alguno, tal que pistola, cetme, subfusil, alfanje o navaja cabritera porque capaz sería quien ahora subía los escalones del escenario gritando y qué decir de Döblin, eh, o de Italo Svevo, qué, etcétera, de clavarte arma blanca o vaciar cargador inmisericorde y enviarte al báratro hostil, aunque tú, avergonzado, pensabas que no te infligiría muerte porque quería seguir humillándote en el futuro aquel hombre de acento andaluz y cuello de sequoia y bigote zapatista y calva con rocío y gafas de Ernesto Sábato que ocupaba el asiento que había dejado libre el director del instituto una vez presentado el conferenciante ahora al borde del desmayo, y que “si como insinuaba Lácan el inconsciente se estructura como un lenguaje, ergo (…) sin olvidar que Derridá en La escritura y la diferencia sostiene (…) el paroxismo canibalizante (…)”, los congregados parecían asistir al mismísimo sermón de la montaña, reverentes, recogidos, las palabras del cabrón eran para el público como partículas de coca que lo transportaba a otra dimensión, a otro mundo, a otra (ir)realidad, “compleja ambigüedad intrínseca a cualquier novela que (…) escuchemos si no a Fucó afirmando que una novela sin trasteros resulta casmódica -¿casmódica? ¿qué cojones significaba casmódica?, te preguntaste, infelice- (…) es ese extravío, la lujuria, tal como reclamaba Bodrilar, lo que establece en Juanita Narboni (…) poniendo en tela de juicio las convenciones que Blanshó (…)” y no es necesario seguir suministrando más datos al lector que seguramente conoce de sobra los habituales recursos de un revientaconferencias, y en tanto el otro peroraba secándose la calva con tus apuntes manuscritos de modo que quedó grabado en su cráneo la frase soy una mierda que garrapateaste a bolígrafo mientras el cabrón disertaba, te levantaste sin hacer ruido, descendiste por la escalera y enfilaste con pasos de gato o familiar cucaracha el pasillo lateral, silencioso y humillado, le entregaste al director del instituto un pedazo de papel con el número de tu cuenta bancaria, en la calle vaciaste de dos glús la petaca y fuiste a dormir al aeropuerto con tu equipaje aunque el vuelo no salía hasta las 7.15 de la mañana del día siguiente porque no querías testigos para tu vergüenza salvo el segundo sumial de aquella tarde triste, un sumial superfluo, como ese vaso de vino que se bebe cuando estás completamente borracho y que no te conduce a la felicidad ni a la sabiduría sino a meter media cabeza dentro de la taza del váter y puuaggg, Vidal te palmeó la espalda y no sabías si era un gesto de apoyo o un empujoncito solidario para que te suicidaras de una vez y dejaras de darle la murga porque dijo “menudo putadón”, salisteis a la calle no sin antes saludar a Demetrito que miraba la escena de una película porno en la TV [no es necesario describirla pero digamos, por amor a la verdad, que no por morbo, que un hombre blanco con pene de negro le hacía un minucioso cunnilingus a una oriental como si buscase con la lengua algo que había extraviado dentro de la vulva de la mujer que suspiraba con los ojos cerrados, actitud transida de gozo que no le impedía interpretar al banjo una canción que Manuel identificó como un viejo éxito de Creedence Clearwater Revival, Proud Mary, y ante la visión de la escena erótico-musical, Demetrito variaba la letra de su capolavoro adaptándola al contundente realismo (sucio) del porno, dos cojones de alibastro / arañan el escrutinio / de tu almeja revenida / en dos minutos te corres, ¡vulpeja!], ya estáis bajo la madrugada que iba descabalando el vino y el viento frío y la psicosis de 12 grados alcohólicos que se debía servir fría cuando entrabais en la plaza do Toural, así que Manolo propuso que: prosigamos nuestras pesquisas en pos de las pintadas sin que ello perjudique la cata de vinos a la que hemos dedicado buena parte de nuestras desdichadas existencias, aunque no fue necesario andar mucho ya que descubristeis una en Mazarelos y aprovechasteis para sentaros en la única terraza de Santiago que estaba de guardia en otoño a las dos de la madrugada y considerasteis con seriedad aquella críptica expresión en letras mayúsculas AI CA PANCALA |
• el muévedo sabio | |
-bebamos primero que el alcohol afina los sentidos y tan ensimismados estabais en la lectura y posterior desentrañamiento que tardasteis en percataros de que Germán Sierra había ocupado una silla libre, buenas noches, señores, solicitó la inmediata aparición del camarero pronunciando la mágica contraseña -gin tonic- y no especificaremos la marca del gin ni la del tonic si las empresas fabricantes no aflojan antes una obvención o guita que permitiese a los tres escritores, uno de ellos ágrafo, seguir bebiendo por el morro o de gratis al menos dos meses más, y puesto que EA y el recién llegado no se conocían, Manolo intentó las presentaciones que no llegaron a cuajar porque quien define fracasa por definición, ya que señaló al del gin tonic y dijo “éste es…” y éste-es completó la frase así “Perec, Georges Perec”, estrechó la mano del ágrafo que se presentó a su vez y modo, tenía muchas ganas de conocerte, Georges, me llamo Carlo Emilio Gadda y añadiste señalando a Vidal con el mentón Samuel Beckett me había hablado de ti, Perec hundió su timidez en el vaso con media rodaja de limón como si la luna en cuarto creciente hubiese decidido aniquilarse por inmersión en el gin tonic, qué haces a estas horas de la noche, cuando sólo beodos, busconas y fantasmas nos arrastramos por las calles de este hemisferio, todavía de pie e insomne (Vidal) y antes de contestar a la pregunta de su colegamigo, ese Perec delgado, vestido de negro y sin barba, se marcó un solo intelectual que no dejó indiferentes a Carlo Emilio y a Samuel, prestemos atención: “¿No creéis que la cultura del Apocalipsis, cuyos relatos nos acompañan en la historia desde San Juan a Torrente Ballester, desde El Bosco hasta Terminator, y cuya visión contemporánea son las novelas de Ballard, DeLillo y Burroughs, no ha sido reconocida hasta ahora como un componente esencial de la civilización contemporánea (discúlpense las reiteraciones del adjetivo, desechemos la forma y vayamos al grano) lo que ha impedido que se tomasen las medidas adecuadas para enfrentarnos al malestar que ello supone?” y como Carlo Emilio Pérez Gadda y Samuel Vidal Beckett se encogiesen de hombros simultáneamente y uno respondiera que ni idea, así de pronto, el otro que hombre, si tú lo dices, yo…, Georges Sierra Perec dio otra henryjamesiana vuelta de tuerca, encendió un cigarrillo cuya marca permanece en el anonimato por las razones expuestas líneas atrás con respecto al gin tonic aunque proporcionaremos un dato: era nacional y negro (sincretismo hasta hace bien poco improbable), y: “Ha sido calificada de marginal o urdenground sin querer darnos cuenta de que es realidad un síntoma del miedo general a nuestros conocimientos (qué dice este pobre diablo, preguntó en voz baja Carlo Emilio a Samuel aprovechando el inciso de Georges para embocar un trago. “No sé pero da gusto escucharlo, cómo perora. Se ve que aún está sobrio. En dos horas la coherencia discursiva al carajo, tiempo al tiempo, italiano”). Ha sido acusada, qué bestias, de inducir comportamientos en lugar de tratar de analizarlos; las repetidas campañas contra la violencia en la televisión o los videojuegos son un ejemplo de ello (lanzó una bocanada de humo al aire consiguiendo la forma de una esfera armilar, portentoso, algo que sólo un francés es capaz de obtener). Y no ha sido analizada o llevada a sus consecuencias críticas por miedo a tener que enfrentarnos a creencias demasiado arraigadas en nuestras sociedades y consideradas inofensivas e incluso útiles comercial y políticamente: las creencias en lo irracional”, se petrificó entonces un silencio de creencia irracional entre los tres, tipo santa compaña o misterio de la santísima trinidad (huyamos del abuso de las mayúsculas) de modo que iba solidificándose y creando moho y ponía a Samuel y Carlo Emilio en el mismísimo centro de la cataplexia, por lo que uno de los dos se acarició la nuca casi monda y consideró que había que considerarlo y que para considerarlo bien y el escrutinio hurgue con lucidez en el hondón del arcano (por el barroquismo dialéctico y su confusa manifestación, dejando aparte la ingesta de 1/1.000 parte de la cosecha de ribeiro de la añada precedente, podemos imputar el exhorto, casi sin margen de error, que se dice, a Carlo Emilio Pérez Gadda) nada mejor que ¡otra botella y otro gin tonic, mozo!, moción aceptada por unanimidad, te pregunté (el irlandés a Perec) hace una eternidad, antes de tu bien trabada alocución, qué hacías por aquí cuando sólo se descubre la noche al pie de las farolas (se ignora si la frase anterior es un deliberado alarde poético o gallofa inducida por el exceso alcohólico), buscando a Sterne, dijo Georges Perec que ahora logró reproducir con el humo del cigarrillo algo muy similar a la estructura de la torre Eiffel, algo que sólo un francés etcétera, Carlo Emilio se sintió un don nadie entre un tipo que buscaba a Sterne y otro que esperaba a Godot ya que sus aspiraciones eran más elementales, como aguardar el amanecer teniendo en cuenta que, en un ejercicio filosófico pedestre provocado por su incultura amazónica y el ribeiro, pensaba que la máxima vital de cualquier ser humano es acceder a innumerables amaneceres y acaso no errara en tal principio, ya que por cuestiones de la agrafía multicitada se había desentendido de la vana costumbre de vivir que no era sino la vana costumbre de narrar, recordó entonces la libreta en la que atesoraba citas de escritores que le proporcionasen el afeite de una erudición de la que carecía, la extrajo furtivamente del bolsillo y buscó hasta dar con una del autor de El zafarrancho aquel de la via Merulana, así que dijo se dan instantes turbios en el lento gotear de las horas, pero no asombró a ninguno de sus compañeros ya que Vidal-Beckett preguntó ¿y? y Sierra-Perec, desentendiéndose de la frase plagiada, respondió a la inquisición previa de Samuel aclarando que no perseguía a Sterne en las bibliotecas porque se trataba de su gato, que lo llevaba buscando Compostela arriba Compostela abajo tres horas y no había lugar mejor en el mundo, hablemos de medios urbanos que los rurales son harina de otro percal (3), para que se extravíe un félido en ese crisol (o así) de la cristiandad que es Santiago de Compostela (aquí sí proceden las mayúsculas) ya que, de tejado en tejado, puede atravesar la ciudad si es joven, ágil y aventurero, y llegar hasta Padrón, que la casa-museo de Rosalía de Castro, dijo Georges, debe de ser el paraíso de los félidos entre camelios y nieblas, gatos, ríos, arboredas y todo eso que escribió Rosalía, “¿gatos, ríos, arboredas?, no sé, no sé, ese verso chirría o más bien maúlla”, enjuició Vidal, “creo que los gatos no tienen sitio en él, yo lo corregiría y lo sustituiría (mirada hacia lo alto, caricia al lóbulo de la oreja, toqueteo en el mentón) por prados, sí, y entonces: prados, ríos, arboredas, pinares que move o vento que ya tiene su aquel de poesía”, pero Germán objetó que cambiar ahora una palabra, una puñetera palabra, en las obras de Rosalía de Castro, era una empresa punto menos que imposible, encendió melancólico un cigarrillo y con el humo obtuvo el volátil diseño de Pont des Arts, algo que, tú comentaste que no sólo habría que sustituir gatos por prados en antologías, libros de texto, alguna que otra inscripción o cita de discurso, sino que tendría que hacerse también en la música de Amancio Prada y quizá de otros cantantes y eso sí que resultaba imposible sin previo punto menos que, ¿y vosotros?, preguntó Perec, tratando de descifrar aquello, dijo Beckett señalando el AI CA PANCALA, hay frases que sitúan a uno a medio camino entre la admiración y el desconcierto, a veces, incluso, en el borde del horror, frases como lasciate omni speranza voi etcétera o mene, tekel, fares, frases que uno desearía no haber leído jamás, quizá otros no haberlas escrito ni proferido nunca, y tú, EAB-Gadda, rememoras aquella del frontis del cementerio de san Francisco en Ourense, el término de la vida aquí lo veis / el destino del alma según obréis y te hundes un grado más en el alcohol y la melancolía y la fábrica de ataúdes donde ejerces un laburo subalterno y depresivo |
3.- Dado el lapsus, entendemos que Perez llevaba tres horas persiguiendo a Sterne por bares y se consolaría de la ausencia gatuna con un gin tonic en cada estación de vía crucis, de otra forma no se explica en un hombre con su (solida) formación. (N. del A.)
• (monólogo del brécol | |
triste vida la mía. De todas las personas que podían haberme comprado, tuvo que ser este imbécil quien me eligiera. Desde que era un brote supe que mi destino consistía en terminar en una pota de agua hirviendo con una pizca de sal. Nacemos para eso, crecemos para eso, como las acelgas, las espinacas, la coliflor. Y aún sigo esperando a que EAB cumpla su papel de verdugo. En vano. Está loco o escucha una voz bíblica que le amonesta: “EAB, detente, no cuezas al brécol”. En vez de atenerse a las normas de exterminio, pone a calentar el agua y mientras yo me despido de este mundo, el cretino habla conmigo y dice no sé qué acerca de mi verde, de mi delicadeza que sería sacrílego abolir, me acaricia y me pide que no le tenga en cuenta el asesinato que va a cometer contra mi textura de cachorro o comenta con el imán del portugués fruslerías como “¿no piensas, Fernando, que Dios creó al brécol para ser adorno o consuelo y nosotros lo consumimos por un atávico instinto de devorar aquello que nos embellece?” y el portugués que tiene cara de pensar lo mismo que yo, o sea, que de todos los necios del mundo tuvo que comprarlo en Sintra este EAB que es el campeón mundial de los necios, el cinturón negro décimo dan de los imbéciles, murmura en voz baja una frase ambigua, é talvez o último dia da minha vida y mira para otro lado como si pensase con lo feliz que fui en el café Martinho conversando con mis colegas, no me queda ahora otra eternidad que el hastío al lado de semejante baldragas y yo me agito en el mesado y le animo adelante, sumérgeme en el agua que ya borbolla pero él me observa y en sus ojos no hay hambre ni piedad, sólo desconcierto, acaso cierto atisbo de locura como anteayer, cuando pasó el dorso de una mano por mi superficie y tarareó, contemplándome fijamente y con una fonética que estremecería a cualquier escolar francés esa canción de Charles Aznavour que dice mon amour mêlé à ton amour / cela fait tant d’amour y casi puedo jurar que lloraba. Qué difíciles son la vida y la muerte con un escritor ágrafo, bipolar o definitivamente loco. Mi destino, repito, consiste en ser hervido, masticado, y me resigno a ello, cada existencia es una tragedia y yo un estoico, pero no puedo soportar que me trocee mientras hierve el agua con su pizca de sal y en vez de sumergirme sin demoras ni contemplaciones, decida cortarme en varios trozos y haga con ellos una especie de bosquecillo de bonsáis entre los que coloca a esa Marcela que me repugna, que se pasea alrededor de los tallos, que mordisquea alguna de las semillas que voy perdiendo porque, claro, desde que me compró, maldita la hora, hasta hoy, ya mi vistoso color verde se ha deteriorado, empiezo a expeler un olor que me avergüenza y poco a poco me pudro sin remedio. ¿Qué es más humano? ¿Exterminarme de golpe en el agua hirviendo, apenas diez segundos de agonía, o dejar que me consuma un día y otro mientras mon amour mêlé à ton amour y la asquerosa cucaracha se arrufa bajo mi tallo? De todos los imbéciles del mundo etcétera. Aquí sigo, aguardando ese adverso porvenir que nunca se cumple, que nunca aciertas a poner en práctica, EAB, maldito cabrón) |
• contra cuya memoria | |
aprontaste un trago y los tres contemplaban la pintada con el estupor y el respeto con el que en la España en blanco y negro del siglo anterior los curiosos observaban las caras de Bélmez, ¿milagro o farsa?, ¿ciencia o superstición?, el bilingüe (gallego y castellano) Carlo E. Pérez Gadda preguntó frívolamente ¿será húngaro?, sus compañeros, mucho más diestros en lenguas muertas y vivas y sin libretas de citas que maquillaran la extensión de su nesciencia, reprobaron la ligereza inquisitiva y la cagada hermenéutica, teniendo en cuenta mi escaso conocimiento del bantú, laguna intelectual que me incomoda y que corregiré mañana mismo, dijo Beckett aunque mañana ya era hoy, y que no me suena a bable, yo opino que está escrito en aquel singular idioma que usaba don José María Gabriel y Galán en sus poesías costumbristas y no sólo costumbristas sino inolvidables, enarcó las cejas, bebió un trago y recitó |
Señol jues, pasi usté más avanti,/ y que entren tós esos,/ no le dé a usté ansia,/ no le dé a usté mieo…/ Si venís antiayel a afligila/ sos tumbo a la puerta./ ¡Pero ya s´ha muerto!/
admirable, posiblemente el mejor poeta del mundo en el siglo XIX, docta opinión (Georges Perec, balanceando la cabeza a diestra y siniestra) aunque discrepo, acaso la pintada sea de la misma estirpe pero tuve que tragarme las obras completas de G y G por una cuestión que no hace al caso y me inclino por el lenguaje pandillero de las tribus urbanas o, arriesgando mucho en la apuesta, una composición de Gonzalo de Berceo o, fijaos bien, incluso de Macías El Enamorado, ¡joder, lo que hace el alcohol, cómo penetra los gatuperios lingüísticos!, el trío de escritores se embobó en la observación del grafito como con un desnudo integral de Halle Berry, uno, dos, tres, cinco segundos y tal vez se hubiesen quedado traspuestos de no aparecer aquel mocoso escuálido (como icónicamente conviene a la escena) y adolescente que se acercó a los tres mirones desenraizándolos de sus éxtasis respectivos que constituían, teoliterariamente hablando, un solo éxtasis, o uno-y-trino, no estoy seguro, “hola, guiris, una moneda, venga”, los adultos onomatopeyaron ssshhh al unísono y continuaron estudiando la leyenda, aquí estás de más, chaval, largo, esto no es una asociación caritativa (Becektt) ni una página de Dickens (Perec) ni una escena de Sonrisas y lágrimas (Gadda) y, más aun, no somos guiris pese a nuestra estatura, dijo el patriótico extranjero Perec aunque no ignoraba que sólo alguno de ellos rondaba el 1.70 y el italiano-gallego Pérez Gadda tenía la exigua altura de Faulkner (es un orgullo) y unas cuantas toneladas menos de talento (¿acicate?, no, desolación), “¿y qué miráis con esas jetas de gilipollas?”, que leían aquella pintada, pendejo, déjanos en paz, qué haces levantado a esta hora, “los chaperos preferimos la noche”, explicó el infante, pequeño corruptor, dijo Gadda sin desviar la vista, “¿os hago un arreglito a precio módico por aquello de la crisis?”, te voy a arreglar yo a ti los huevos de una patada (Beckett), “¿y por qué miráis la pintada?”, preguntó el enano inquisidor, porque no sabemos qué quiere decir (Perec), “pringaos”, dijo el imberbe riéndose, “ni que fuera un anacoluto, calambur, solecismo o jitanjáfora”, parecía el arrapiezo un Francisco Rico a escala y con pelambre, “¿de verdad que tres adultos estudiados, como de vuestra catadura se infiere, desconocen el significado de tan elemental construcción léxica? Ignaros. Así va el país. Pues es bien fácil”, el bachiller Gadda y los licenciados Beckett y Perec escrutaron al chaval y luego la enigmática frase, justo cuando quiso el azar, guiado tal vez por el espíritu devino Demetrito dixit- que entre texto y grafitólogos se interpusiera un individuo alto, de buen aspecto aunque ensimismado, el cabello canoso en la zona en la que la alopecia no había devastado el cuero cabelludo, se detuvo frente al cuarteto y pronunció una frase que sonaba a profecía o arrepentimiento
• el oráculo | |
ésta fue: “senten que non senten o que deberían sentir”, apártese, coño, que no nos deja ver, el desconocido dijo perdón, metió las manos en los bolsillos y caminó cabizbajo rumbo a la catedral, lo que condecía con su aire penitente, “el mundo está lleno de locos”, consideró Carlo Emilio displicentemente, y antes de que otro silencio de osarios invadiera la cúpula de la noche, el experto rapaz intervino diciendo que él sabía la traducción (literal, adjetivó) de la pintada, “¿tú?”, juro, afirmó llevándose clásicamente la diestra al lugar de su anatomía donde colgaban sus cojones de chapero impertinente y que según el modelo convencional del hombre de Vitrubio, debido a un tal Leonardo da Vinci, marca la mitad de la estatura de un hombre, los adultos contemplaron horrorizados al mequetrefe, ellos con sus estudios, sus carreras, sus libros, en fin, y aquel despojo social salido de una película de Truffaut, otra vez en fin, a ver, qué huevos significa, rabino, porque esto es pura cábala, el muchacho se transformó en Emilio Botín, “despacito, licenciados, despacito, hay once letras ordenadas en tres grupos sintácticos que contienen la ligereza, podríamos añadir alada pero incurriríamos en tautología, de un verso viudo de un haikú, así que a euro la letra, no es difícil colegir que por once miserables euros desentraño ese texto que ni un personaje de Philip Roth ¡ése!, ¡ese Roth, Philip!, se dijo a destiempo EAB- explicando la Tora a los judíos, pueblo de trágica historia y confuso presente”, Beckett reincidió en la zona testicular, tan mencionada en los últimos parágrafos, para resistirse: “¡Y un huevo! Prefiero la riqueza a la sabiduría”, “y yo el desconocimiento a la miseria”, plagió Gadda más o menos, hubo un silencio de plomo y el latido único de una campana y ambos operaron de forma paradójica en los contertulios, pues mientras Carlo Emilio, derivando hacia una hipocondría que formaba parte ya de su físico lo mismo que la barba siempre crecida o el colodrillo deforestado, recitó para sus adentros una estrofa memorizada el siglo anterior en el colegio de los maristas (Ese vago clamor que rasga el viento / es la voz funeral de una campana / vano remedo del postrer lamento / de un cadáver sombrío y macilento / que en sucio polvo dormirá mañana), Georges, que podía leer en varios idiomas y aprovechaba las vacaciones y los fines de semana para hacer lo que no debe hacerse nunca en vacaciones ni fines de semana, setadir, viajar por Europa y Estados Unidos para visitar museos, comprar libros, destripar galerías de arte y asistir a espectáculos musicales o así, recordó un texto de John Ashbery (thus the difficulty of living with the unfolding of the year is erased), todo aquello -el eco vibrante del tañido, las luces de tanatorio de la plaza, las sombras de los cuatro derramadas por el suelo como si vivieran por su cuenta-, reprodujo en la memoria de Samuel la escena de una película de Murnau, por algo su cultura era universitaria, plurilingüe y universal y la de Gadda (casi) bilingüe y bachiller, servía para un par de conferencias y poco más, Beckett rompió el silencio anteriormente catalogado de plúmbeo porque menos romántico que sus colegas, andaba lucubrando en materias económicas, “si a mí”, dijo quejoso, “me pagasen los artículos a un euro la palabra, ahora estaría tomando copas con Patti Smith en Nueva York y no con dos miserables escritores en Compostela, así que ésta es nuestra propuesta, pequeño usurero: te damos un euro cada uno y zanjamos”, el muchacho ponderó el ofrecimiento pensativo, quizá considerase cuestiones como el índice Nikkei y el Dow Jones y las fluctuaciones bursátiles y el importe del crudo y el precio de un masaje tailandés porque pareció efectuar un cálculo mental que prolongó la negociación, veo -dijo- que los señores licenciados desconocen la tarifa del hachís en el mercado negro local, pero como había que resolver 1) el significado de la pintada y 2) la escena del puñetero niño que se prolonga en exceso, el raquítico comerciante sugirió que a 1 euro la sílaba cerraban el acuerdo, insistiendo, eso sí, en que el AI inaugural de la inscripción eran dos sílabas, así que dos euros por barba y ustedes serán más sabios que Solón, Perec recitó de modo confuso y variando el tiempo verbal una frase de un antiguo libro suyo, “no estoy muerto pero no soy más sabio”, los tres colegas acopiaron lo estipulado verbalmente, sin contrato de por medio, dada la honradez que inocentemente se les presupone a los cuatro circunstantes, aunque Beckett tapó las monedas con la mano y le dijo al niñato que primero el verbo, después el parné, el drogadicto (y posiblemente politoxicómano ya que la punta de la nariz violácea remitía ineluctablemente al licor café) estudió el texto |
• AI CA PANCALA | |
fricó el mentón fingiendo que meditaba, encendió el resto de un porro que llevaba en el bolsillo, aspiró el humo como quien inhala la eternidad y: que significa -proclamó- ni más ni menos, doctos señores, HAY CAL PARA ENCALAR, ¡la hostia!, los adultos quedaron maravillados del discernimiento pueril, qué afinado escrutinio (parecía reedición de aquello que siglos atrás había registrado Lucas, 2, 40-51-: “Y sucedió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo sentado [al muévedo sabio] en medio de los maestros [Perec, Beckett y Gadda], escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas, [así los tres escritores contemplaban asombrados al canijo traductor]. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando”. Él les dijo: “Y, ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.” ), a la par que corridos por sus propias ignorancias, tanto paraninfo para qué, pensaron aliteradamente, tanto anaquel, tanto tocho, tanto ventifarel, tanto judiego , tanto Blanshó, tanto Fucó, tanto Bart, para qué, cohones, para qué, si la sabiduría radicaba en la intuición de un braguillas seguramente expulsado de varios colegios por impúdico, drogadicto, rebelde y chapero, el gurrumino recogió los beneficios de su no infructuosa sabiduría que iba a dilapidar en el mercado negro del hachís y antes de desaparecer como el gato de Perec, teniendo en cuenta que los seis euros apenas alcanzaban para un par de porros y él necesitaba estar totalmente ciego para sobrellevar su adversa vida de puto, trató de aumentar la subvención cultural otorgada por los literatos proponiendo “si queréis os hago un trabajito bucal o rectal por una cantidad ridícula” mientras efectuaba sorprendentes juegos malabares con las monedas, ¡sal de nuestras vidas y de este libro o te capo a dentelladas, mamón!, vociferó Beckett y el pequeño monstruo tiró hacia dios sabe dónde silbando algo irreconocible pero que recordaba vagamente a money, money de Cabaret y antes de doblar la esquina en la que concluía (de momento, al menos) su literaria presencia, gritó ¡¡acémilas!!, Perec recuperó otro fragmento poético de José María Gabriel y Galán, bien que pasándolo a prosa, más eficaz para el insulto, y alterando los tiempos verbales, para ensañarse con el niño-vaquerillo-drogadicto y le gritó ojalá que dormido pudieran pisarte las vacas, morderte los labios horrendas tarántulas, matarte los lobos, comerte las águilas, ¡así te suceda, desgraciado!, y por si eso fuera poco, que te rapte una mafia de las que se dedican al tráfico de órganos y a la prostitución infantil y caigas en sus garras para siempre, (“¿y si el puto condenado es una reencarnación del Niño Jesús?”, preguntaste, peor me lo pones, nada de lo que yo le deseé sucederá pero está escrito que terminará crucificado, si los evangelios no mienten y, personalmente, prefiero que me extirpen un riñón o que me muerdan los labios horrendas tarántulas, a que me trinquen en una cruz, respondió Georges), el rapaz, en sentido lato, desapareció de la escena y Georges, Samuel y Carlo Emilio decidieron al unísono que había llegado el momento de mear su alcohol y su ignorancia, caminaron en procesión hasta el W.C. (jefe, vaya sirviéndonos otra ronda, conminaron al camarero), aliviaron acompasadamente sus vejigas en silencio y en silencio se hubieran lavado las manos, más por higiene que por complejo de ponciopilatos, si Beckett no se mirara en el espejo corrido y comentase “usted es un burro”, ¿usted, quién?, “yo, cuando estoy triste me trato de usted”, el trío contempló sus rostros respectivos y Carlo Emilio, en cuya vejiga el lugar ocupado por los orines había sido suplantado por la deriva negativa de su bipolaridad congénita, comentó apesadumbrado que si tú eres Georges Perec (Germán Sierra), tú Samuel Beckett (Manuel Vidal) y yo Carlo Emilio Gadda (José María Pérez), aparte del ahorro de vocales en nuestros apellidos ficticios (¿qué quería decir?, que sólo hay una A y una E repetidas, no toques las pelotas a las 3.20 de la madrugada, relojeó el gabacho), si tú…, repitió, y tú…, repitió, y yo…, repitió, entonces ¡estamos muertos!, joder, qué vino amargo tienes, dijo el irlandés mientras el secador de aire calentaba las seis manos, en la mesa de la terraza se entregaron melancólicos a las libaciones y a sus erráticos pensamientos y a sus báquicavilaciones, hasta que un gato pasó fugaz como un sueño y ¡es Sterne!, dijo Perec, pero lo primero es lo primero, vació el gin tonic de un trago urgente como la carrera del gato, se despidió “hasta otra” y salió con velocidad de reacción algo lenta y trastabilleante y posterior carrera decidida, va a hacer los cien metros en treinta segundos y dos hostiazos, auguró Carlo Emilio, y además se fue sin pagar, vaya amigos tienes, nunca te fíes -dijo Samuel que ya no era Samuel sino Manolo- de un escritor, mala raza, no te falta razón, asintió Gadda que ya no era Gadda sino tú otra vez, tú de nuevo, tú abatido, bebiendo vino como tantas veces a la espera del amanecer, reconvertido de repente en EA (escritor ágrafo) o tal vez en EAB (escritor ágrafo bipolar), Vidal propuso que acabemos la botella y vamos a refugiarnos en un lugar cerrado que el cierzo aprieta, apreciación meteorológica que trataste de refutar, ¿cierzo?, esto es un etesio de los de siempre, de los de toda la vida, a determinadas horas y con determinada cantidad de alcohol no existen nombres para los vientos, ni profesiones ni ideologías, si acaso únicamente algunos principios inmutables -la bipolaridad, por ejemplo- y otros circunstanciales -la agrafía, por ejemplo- pero nada más que eso, desaparecen las coordenadas a partir de las cuales establecer dónde está la izquierda, dónde la derecha, incluso do el norte y do el sur, por no citar el centro que nos engulle igual que un agujero negro que Demetrito nos revelara en el cielo raso de un bar cualquiera, y Marcela que está olisqueando un trozo de patata frita en el salón, no leyendo a Schopenhauer (Vidal) ni a san Agustín (tú) sino considerando la posibilidad de sobrevivir, igual que vosotros dos en esta madrugada y ambos os perdisteis dentro de la noche de Compostela que nunca se sabe dónde conluye, si en las rúas de la ciudad o en los acantilados de Fisterra, según la fe y el fondo físico del vagabundo, porque |
EL PROXIMO DÍA 18, jueves y abril, presentaremos el libro coeditado por todos los amigos que lo habéis adquirido con antelación titulado: |
EAB de JOSE MARÍA PÉREZ ÁLVAREZ (CHESI)
Presentarán la novela dos cercanos amigos de pluma afilada y más afilada boca, que son Carlos García- Manzano Todoletras y Arturo R.-Vispo Rovira?.
Cerrará el acto el propio autor con el que brindaremos por el éxito de la novela (queremos irnos a Marte con los beneficios) y con tintorro del Douro.
Estáis invitados todos los que tenéis buena voluntad y no mala leche, pues de esto último ya estamos sobrados.
16 comentarios en “EAB de JOSÉ MARÍA PÉREZ ÁLVAREZ (CHESI)”
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