Este libro ha sido escrito durante el verano 2012 entre Río de Janeiro y Ourense. Con un centenara aproximado de páginas el autor no pretende contarnos el secreto de la felicidad ni mostrar su camino en diez lecciones, cual ibro de autoayuda que tan bien se venden, sino señalar el porqué logramos algunos aspectos infelices en nuestras vidas. |
• INTRODUCCIÓN | |
No es cierto que la mayor parte de la gente se pregunte cómo ser feliz. La verdad es que tengo la impresión de que son más los que se preguntan por qué son infelices. O, mejor, por qué son infelices si se supone que ‘deberían’ ser felices.Aristóteles, un filósofo griego de hace veinticinco siglos, que no ha dejado de tener vigencia desde entonces (¡y lo que le queda!), decía en su Ética a Nicómaco que la felicidad no consiste tanto en conseguir metas (placeres, riquezas, honores, éxitos) como en un estilo de vida, en un modo de vivir. Pues dándole la vuelta a esta constatación, podremos afirmar su contrario: la infelicidad tampoco consiste en no haber conseguido riqueza, honores, placeres o éxitos, sino en un estilo de vida. Lo que pretendemos mostrar aquí es la verdad es este aserto: si somos infelices (más o menos), es por el modo de vida que estamos llevando. Es decir: por muy extraño que le parezca, amigo lector, somos los autores de nuestra infelicidad. Es nuestra propia biografía, esa que construimos día a día, la que explica la causa de nuestra infelicidad. No mire fuera: en su interior se encuentra la verdad.
No osaré, como hacen algunos insensatos, decirle a usted cuál es el ‘secreto de su felicidad’, ni me atreveré –como en esos libros de autoayuda que tanto prometen y tan poco ofrecen- a mostrarle ‘el camino de la felicidad en diez lecciones’. Pero sí me atrevo a señalarle el porqué de que haya aspectos infelices en su vida, cómo lo ha logrado; y si no lo ha hecho, cómo puede hacerlo. En junio del año de Nuestro Señor de MMXII, en elcercano -el corazón cultural de una pequeña ciudad europea llamada Ourense-, se presentó un libro singular: Psicología de la persona (editorial Palabra). En este ensayo, aparecía un neologismo que tiene que ver mucho con lo que aquí vamos a tratar: la infirmidad. El autor hacía comprender en el concepto de lo infirme todas aquellas formas inadecuadas de vivir como persona; y explicaba que no vivir del modo que convenga a quien es cada uno tiene consecuencias nefastas psíquicamente: las diversas manifestaciones neuróticas. Y personalmente la consecuencia final es la infelicidad. Animados por la lectura de este libro, me propongo ahora a mostrar los modos concretos en los que el amable lector puede lograr llegar a ser neurótico y, por tanto, ser infeliz. Para unos, por tanto, este libro puede ser una guía sencilla para lograr este objetivo. Para otros, este libro puede ser espejo en el que empiecen a verse reflejados en sus modos de vivir, descubriéndose así como los autores exitosos de su actual infelicidad. El camino, en todo caso, es apasionante. Porque cada uno de nosotros tiene un solo camino para ser pleno, feliz, integrado, realizado: el camino de responder afirmativamente a lo que exige ser persona. Pero hay muchos modos de no ser pleno ni feliz. Y son más cómodos. En realidad, los caminos de la infelicidad son falsos atajos para la felicidad. A analizarlos y reírnos juntos vamos a dedicar las páginas que siguen. ¡Que tengas una buena lectura! |
• ANTE LOS PROBLEMAS, QUÉDESE PARALIZADO | |
Cuando a un gato le sorprende en su camino la presencia agresiva de un perro, pueden advertirse tres reacciones. La primera, quedarse quieto como una estatua, tratando de aparentar una no existencia con su inmovilidad. Quedarse el gato sin reaccionar puede llevar al perro a ignorarle, salvando así la amenaza canina. Una segunda actitud es la de huida: si el perro está cerca y parece muy fiero, con un par de ágiles brincos en dirección contraria, poniendo tierra por medio, puede haber una buena vía. Esto alejaría el problema canino. Una tercera actitud, sorprendente pero posible, es que el gato, teniendo encima al can, opte por abalanzarse contra él con toda la agresividad que pueda, tratando así de amilanar al chucho y reducir el problema.Lo mismo ocurre con las personas. Quizás usted ya lo haya experimentado. Analicemos la primera reacción: Igual que el gato queda paralizado ante el fiero can, hay personas que eligen (más o menos conscientemente) responder a los problemas con una pérdida de energías, con una parálisis afectiva, dejando el problema sin resolver. Deja de reaccionar y opta, por ejemplo, por quejarse, por la autocompasión, por mostrarse cansado, pasivo, desganado. Lo suelen hacer ostentosamente, para que los demás vean que en su situación, no pueden afrontar el problema que le atenaza. Con un poco de suerte, el problema lo resuelve otro, o se resuelve sólo o se disuelve.
Una de las claves de esta primera opción nos la puede dar el psiquiatra Martin Seligman, creador de la Psicología positiva. Martin Seligman describió, en sus estudios con animales, un curioso fenómeno que denominó indefensión aprendida. Cuando ratas, perros u otros animales se encuentran en situaciones sobre las que no tienen ningún control, cuando descubren que no saben hacer nada para evitar determinado malestar que les aflige (por ejemplo, ante descargas eléctricas aleatorias, hagan lo que hagan), entonces, renuncian a afrontar la situación y se muestran pasivos y resignados. Del mismo modo, las personas podemos aprender que ante determinadas situaciones muy complicadas o dolorosas, podemos pensar que no tenemos nada que hacer, y preferimos optar por la pasividad, dar pena, deprimirse y quedarse paralizado. En realidad, no hay situaciones desesperadas, sino personas que se desesperan en determinadas situaciones. Pero basta con pensar que no puedo afrontarla para buscar una falsa salida. Además, esta salida es más cómoda, menos exigente. Siempre es mejor decir que ‘no puedo’ (aunque la realidad sea que ‘no quiero’); y que resuelvan otros ‘la papeleta’. Pero también puede acontecer que el problema siga latente. Caben entonces varias opciones. La primera es dar una vuelta de tuerca a esta pasividad y desánimo, promoviendo un estado melancólico más profundo que, de tener suerte con el médico, será rápidamente categorizado como ‘depresión’. Esto puede alargar las cosas otra temporada. Otra posibilidad es la de pasar a las actitudes segunda y tercera del gato, que trataremos a continuación, es decir, la huida o la agresividad. Hay, por supuesto, una última opción: la de afrontar valientemente le problema, la de buscar soluciones, cambiar lo que se pueda cambiar y aceptar creativamente lo que no se pueda cambiar. Pero esta última opción ni le llevará a la neurosis ni a la infelicidad, de modo que no la consideramos. |
• ANTE LOS PROBLEMAS, HUYA | |
Si la primera reacción ante los problemas es la de quedarse paralizados, una segunda opción, sufrimientos y frustraciones que nos atenazan en la vida es la huida, es decir, la de ‘poner tierra por medio’ y distraerse. El problema sigue, pero ya no se ve. Si usted opta por huir de sus problemas, las maneras son múltiples.La primera forma evidente de huida ante los problemas es dejarse absorber de modo habitual por alguna actividad que nos distraiga y nos resulte placentera, una actividad que no sólo nos haga olvidar el problema, sino que nos reconforte y nos estimule. Para eso, opciones comunes son pasar muchas horas delante de una pantalla en plena erupción de emisiones: no tendrá que vivir su vida, sino -¡qué ancho paisaje gustoso- contemplar la vida de otros, reales o de ficción. Puede asimismo distraerse a diario mediante actividades como salir de copas y, los fines de semana, llevando a cabo pequeños viajes. Ah, y cuenta con alternativas más caseras: ingesta de bebidas alcohólicas pero en la paz del hogar, o viajar vía internet y por videojuegos, pasando muchas horas engolfado en ellos. Ni que decir tiene que negará la pérdida de su control, que afirmará que lo deja apenas quiera: síntomas inequívocos de que usted ya es dependiente. Observe que, si es el caso, de día en día se le acrecienta la necesidad de pasar más tiempo con estas distracciones, que algo le impele a subir la dosis, que acude a estas distracciones más y más obsesivamente. Va por buen camino. Lo mismo podría hacer tomando ansiolíticos. Adormeciendo su conciencia y adormeciéndose en general, logrará usted no pensar en sus problemas y, así, caer en el espejismo de que ya no le hace falta afrontarlos. De manera que si lo del alcohol le parece que viste más bien poco, puede tomar cotidianamente el buen desvío de las benzodiacepinas (¿no lo hace también su vecina, y su tía y su amiga? Ya sabe: a la huida mediante el Trankimazin, el Xanax, el Valium, el Lexatin, el Orfidal o el Pronoctam, que hasta los nombres son relajantes e hipnotizantes. No va a ser usted menos, que también tiene lo suyo). Por este camino, pronto logrará una adicción, que además de empezar a hacerle infeliz, impedirá que afronte su vida real. ¡Una genialidad!
Nueva manera de huir será dejarse absorber por las actividades. Entre las más comunes, está el propio trabajo. Y si alguien le critica las horas que pasa laborando, siempre tendrá la conciencia tranquila y la explicación perfecta: usted es muy trabajador –no, un adicto-; es muy responsable y, por eso, siempre se halla a disposición de la empresa, no tiene horarios y se lleva el trabajo a casa. Usted es de los que levantan el país, no como otros. Lo suyo es el trabajo las veinticuatro horas al día, los 356 días al año. Además, ¿Qué podría hacer si no? Recuerde lo terrible de esos días en los que no hay actividad. ¡Valientes desazones le esperan! Pero, en tercer lugar, también existe la posibilidad de dejarse abducir por algún grupo al que pertenezca. No le hablo de compromisos y pertenencias que le hagan crecer, sino las que le absorben y anulan. Un buen modo es vivir para el partido político. Haga del partido su dios, su horizonte, su todo. Otra opción es su club deportivo: conságrese a él, viva para él, tenga en él todas sus esperanzas, sígale hasta el fin del mundo, vista sus camisetas y celebre como propias sus victorias. Si el circo fue el sistema que se propuso en la debilitada Roma para hacer que sus ciudadanos olvidasen la penuria de sus vidas en un imperio en decadencia, un nuevo opio del pueblo de hoy es el fútbol. Hablaremos de ello más adelante, porque estoy seguro que le resultará interesante. |
• COMPULSIONES Y VIOLENCIA | |
Junto con la parálisis y la huida de los problemas, una tercera forma inadecuada de afrontar los sufrimientos y dolores consiste en la reacción de violencia o de respuesta exagerada, como las del gato que se lanza contra el perro.La respuesta exagerada ante una situación dolorosa suele ser una respuesta compensatoria. Y esto es lo que da lugar a las llamadas compulsiones. Las compulsiones son mecanismos compensatorios que se manifiestan de muy diversas maneras: gasto excesivo, bebida y comida en exceso, activismo, búsqueda compulsiva del éxito, la notoriedad o la fama. Uno de los más comunes, y que usted quizás reconozca en sí o en personas cercanas, es el del comer compulsivo para compensar o calmar un bajo estado de ánimo. Como los efectos de este desorden en el comer pueden ser el aumento de peso y la culpabilidad, en realidad, está usted poniendo las bases de un comportamiento neurótico que no sólo le hará infeliz, sino que tenderá a perpetuarse: al estar insatisfecho por sus reacciones compulsivas con la comida, se inclina a comer más con ánimo de calmarse. Igual sucede con las personas que necesitan comprar continuamente, más allá de lo que necesitan. Al cabo, no sólo el bolsillo se ve muy afectado, sino que generan un cierto malestar y sentimiento de culpa… ¡que sólo saben aplacar comprando! Las compulsiones son, por tanto, falsas respuestas a los problemas. Son modos de entrar en acción, pero infructuosos.
Desproporcionadas e inadecuadas a una situación estresante de frustración, peligro o dolor son asimismo las respuestas violentas. Pero por violencia no sólo entendemos la ejercida contra otros, sino también la actuada contra sí mismo. La primera, la violencia exterior, es una mera reacción excesiva como respuesta a la tensión de unas circunstancias que se viven como insoportables o desbaratadoras de los planes propios, ante situaciones en las que perdemos el control o que no podemos regular, de cara a situaciones en las que no somos capaces de ejercer nuestra libertad (o no sabemos, o no queremos). Pero otra forma de reaccionar desproporcionada y vehemente es contra usted mismo. Como lo oye. En primer lugar, esta acción en que se autoflagela –no de modo consciente, sino extraconscientemente- puede ocurrir contra su cuerpo, mediante la aparición de algún padecimiento continuo -sobre todo, cefaleas y dolores musculares, hipocondría, úlceras, insomnios, erupciones, mareos, dermatitis, artritis, parálisis funcionales de algún órgano (pérdida de visión ocular, pérdida de movilidad en un miembro, afonía, etc.)-. Se verá más atacado allá donde su cuerpo sea más débil: su ciática, sus lumbares, su estómago. Ya ve que el muestrario es amplio y, aunque le parezca raro, todas estas formas neuróticas de comportamientos, llamados en muchos casos ‘trastornos somatomorfos’ o trastornos psicosomáticos, son una forma de reacción corporal ante sus conflictos psíquicos y personales. Por mucho que vaya al especialista y por mucho tratamiento que le prescriban, ha de comprobar cómo no acaba de mejorar de forma completa. |
• A LA INFELICIDAD MEDIANTE LA ANGUSTIA | |
Le aseguro que usted puede hacer mucho para que un síntoma natural de ansiedad o angustia -sentimientos que, en un momento u otro de la vida, sentimos todos los humanos- termine por convertirse en un tremendo desorden psíquico que detenga su vida y la vuelva profundamente infeliz. Trataré de mostrárselo por si decide acogerse a este camino.Como usted sabe, la angustia y la ansiedad se constituyen un conjunto de síntomas afectivos, íntimamente ligados al cuerpo: sensaciones corporales de tipo vegetativo, junto con miedo y sensación grave de malestar. Se considera auténtico trastorno de pánico o de angustia cuando su origen no es orgánico (exceso de café, intoxicación con anfetaminas, hipertiroidismo) ni se muestran tampoco síntomas de estados psicóticos, como la esquizofrenia. En su raíz, son formas de somatización de conflictos afectivos, esto es, personales, no resueltos. Todos tenemos conflictos, todos tenemos problemas, todos estamos, a veces, tensionados bajo alguna circunstancia; luego es normal que, en un momento u otro de la vida, sintamos ansiedad o angustia. Es reacción tan natural como la de aumentar el ritmo cardíaco, producirse la sudoración o el sofoco cuando hacemos deporte. De todas formas, le voy a detallar los síntomas físicos de la ansiedad para que la sepa reconocer bien cuando le llegue y la pueda cultivar y alentar.
El síndrome principal es el siguiente: palpitaciones o ritmo cardíaco acelerado, escalofríos u oleadas de calor, parestesias, temblores, sequedad de boca, dificultad para respirar, sensación de ahogo, dolor en el pecho, náuseas o malestar abdominal, sensación de mareo, impresión de estar fuera de la situación (despersonalización), sospecha de ir a perder el control y miedo a morir. Ya le digo que, la mayor parte de las personas, en un momento u otro, tenemos estos síntomas. Lo que tiene que hacer usted, si quiere que estos síntomas naturales terminen por bloquear su vida y ser fuente de infelicidad es dar varios pasos que paso a detallarle: a. En primer lugar, debe interpretar esos síntomas como ‘una enfermedad’Lo que tiene que hacer usted es convencerse de que ‘tiene algo malo’, de que ‘le ha entrado ansiedad o pánico’ (como si de un virus se tratase). b. En segundo lugar, cuando lleguen, debe aumentar los síntomas. ¿Cómo? Lo más recomendable para amplificarlos y sentirse realmente mal es, en primer lugar, desplegar una hiperventilación: respire más rápido, más hondo, pensando que le falta el aire. En segundo lugar, céntrese en todos los síntomas, présteles toda la atención. Verá que crecen. Entonces, comience a preocuparse por ellos y por sí mismos. Ya está haciendo algo que siempre resulta, algo que constituye una de las claves infalibles para la infelicidad: centrarse absolutamente en usted, como si no hubiese algo más, lograr una hipertrofia del yo y de su atención a sí mismo. Esto siempre acarrea infelicidad, y, en este caso, es el modo de convertir sus síntomas en un trastorno psíquico. c. Aunque la psicología confirma que la ansiedad y los ‘ataques de pánico’ no tienen repercusión física grave alguna, convénzase de la gravedad física del problema. Lo que pasa es que a usted no le entiende nadie. Ni el psicólogo ni el psiquiatra. Lo suyo es malo. No solo es desagradable, sino algo malo. Convénzase contra el criterio de todos. d. Lo ideal sería acudir a un médico de atención primaria sin mucha formación psicológica o con demasiados clientes por hora para que le diagnostique algo que confirme sus temores. Le dirá, quizás, que ‘tiene’ crisis de pánico. Tómelo como una definición de lo que en usted radica, y de cómo está en estos momentos. Si le puede medicar, mejor. Farmacológicamente, las crisis de ansiedad se suelen tratar con diacepam u otras benzodiazepinas. Buena elección para usted, porque un tratamiento farmacológico sistemático y excluyente de psicoterapias, podría llegar a disfrazar el síntoma, es decir, convertirse en una maniobra de evitación. Además, dejaría fuera de consideración lo esencial del problema: que usted no acepta o no afronta algunos de sus problemas o estilo de vida. Pero gracias al diagnóstico del galeno se le confirma lo malo que está; estoy medicado, luego estoy enfermo. Usted ya ha logrado que de unos síntomas corporales haya surgido una patología, una alteración patológica que puede llegar a invadir la vida personal. Enhorabuena. e. Pero no todo está concluido al recibir el diagnóstico. Ahora lo que tiene que hacer es comenzar a temer que le vuelva a ocurrir. Convénzase de lo terrible que sería que le volviese a ocurrir. Piense en esto día y noche. Coméntelo con la familia, con los amigos. Que todos sepan de su ‘terrible caso’. f. Pero más importante es que no se pregunte el para qué de dichos síntomas. Sin duda, el para qué de estos síntomas consiste en ser una llamada de atención de la afectividad y del cuerpo para que cambiemos algo en nosotros. Pero usted convénzase de que no tiene nada que cambiar. Lo que le pasa es que le ‘ha venido’ ansiedad. A lo que le invitan sus síntomas es a aceptar y afrontar esa situación dura que tiene sin resolver. Pero lo que usted ha de hacer es huir de este afrontamiento, negarse a ello. Y el sistema ya lo ha encontrado: concebirse a sí mismo como patológicamente ansioso, como diagnosticado de crisis de pánico. ‘En su situación’ no está para afrontar nada. ¡Perfecto! Esta actitud alargará ad calendas graecas su situación. |
• HACIA LA INFELICIDAD MEDIANTE LA DEPRESIÓN (I) | |
Usted y yo sabemos lo que es levantarse un buen día en el que, sin causa aparente, nos sentimos más cansados, más melancólicos, sin ganas de mucho. Acometemos las tareas del día, pero sin gran entusiasmo. Decimos que vamos ‘tirando de nosotros’. Normal. Porque hay días malos y buenos, épocas de mayor energía y otras más grises. Así es la vida. Estos períodos melancólicos, que, a veces, pueden durar mucho tiempo, nacen de estar algo anémicos, o porque no dormimos bien, o a causa de haber dejado de hacer algo de deporte todas las semanas, o debido a la monotonía del trabajo –que parece pesar-… o por todo ello a la vez. Tenemos la sensación de que ya no hay grandes novedades en nuestra vida, de que vivir es ‘pesado’, y nos pueden inundar sensaciones de tristeza, melancolía, abatimiento, languidez e incluso de cierto pesimismo. Esta experiencia es natural, universal y suele afectarnos más al pasar el ecuador de la vida madura. Pero si usted es hábil y sigue los consejos que siguen, puede conseguir que, al final, su melancolía termine siendo diagnosticada como depresión, que usted llegue a tener este desorden y, con un poco de suerte, de conseguir pingües beneficios secundarios: inhabilitarse para tareas domésticas, dejar de tener que atender responsabilidades sociales o familiares y, si las cosas se ponen bien, incluso lograr una baja laboral.La tarea es fácil en estos momentos. Verá: siempre ha habido enfermedades ‘de moda’. A comienzos del siglo XX, fue la histeria, puesta en escena por Charcot y Freud. Pero con la difusión de los primeros psicofármacos (y, sobre todo, con la aparición de las benzodiacepinas), a partir de 1970, se promocionó la ansiedad. Una parte considerable de la población decía sufrir ‘de los nervios’, de estrés o de ansiedad. Era el paraíso del Valium. Pero el descubrimiento de que las benzodiacepinas eran adictivas –junto al marketing genial que se hizo con la fluoxetina- puso de moda una nueva patología psíquica: la depresión. Inicialmente los casos de depresión estaban estabilizados en el 0’0005% de la población. Tras la campaña de promoción de la fluoxetina, se ha llegado al 15% de la población consumiendo antidepresivos.La fluoxetina –déjeme que le cuente una curiosidad significativa de la historia de este fármaco que se comercializó con el nombre de Prozac- comenzó su andadura como hipertensivo y regulador del peso, descubriéndose que tenía efectos antidepresivos leves. Al saberse que su acción química consistía en inhibir la recaptación de la serotonina -un neurotransmisor- se llegó a la ingenua conclusión (y así se anunció como avance definitivo de la ciencia) que la depresión se debía a carencia de serotonina. Se propagó y se hizo vox populi que la fluoxetina y otros inhibidores selectivos de la receptación de la serotonina eran como fármacos inteligentes que afectaban al desorden químico que estaba en la base de la depresión. De esta manera se asentaron como verdades varias falsedades: primero, que la causa de la depresión sería algo exclusivamente debido a la bioquímica cerebral. En segundo lugar, que se debe a los bajos niveles de serotonina. Es cierto que, en muchos casos -no en todos-, la serotonina tiene bajos niveles en personas con depresión. Pero también es cierto que aumentan los niveles de noradrenalina, de GABA… No sólo están alterados los niveles de todos los neurotransmisores, sino que también se ven alterados sus neurorreceptores. Pero hay más: es que, dado que la persona es una unidad, también se ven alterados los funcionamientos del sistema límbico, del neocortex frontal… Y no es que se alteren niveles bioquímicos y actividades neuronales sólo en la depresión: lo hacen en cualquier actividad humana. Y como se sabe ya desde los años 70 -gracias al neurólogo polaco W. J. Nauta-, no sólo los cambios bioquímicos cerebrales y los funcionamientos de los sistemas neuronales inciden en nuestra actividad y estados internos, sino que también podemos nosotros, conscientemente, modificar y modular estados afectivos y, por tanto, nuestro funcionamiento bioquímico y neuronal. Por concluir de modo resumido, podemos decir que todo influye en todo: lo físico en lo psíquico, y lo psíquico en lo físico. Y lo personal en todo. ¿Por qué le cuento esto? Verá en la próxima entrega lo mucho que puede hacer usted para cultivar su melancolía y que termine en depresión. |
• HACIA LA INFELICIDAD MEDIANTE LA DEPRESIÓN (II) | |
Una vez que sentimos melancolía o tristeza, ese sentimiento tan natural, es importante empezar a quejarse por todo. Quéjese del clima exterior (si llueve, porque llueve; si hace calor, porque lo hace). Así aumentaremos nuestro disgusto. Tendremos que quejarnos también del trabajo, tildándolo de rutinario, de mal pagado, de aburrido. Quéjese del marido, de la esposa, de los hijos, de los políticos, de los vecinos, de los precios, de los ruidos… ¡de todo!A continuación es importante ir desorganizando la vida, irse desactivando. Esto está facilitado en aquellos momentos biográficos en los que no hay que atender a ocupaciones tan absorbentes como estar al cuidado de niños pequeños, asistir a cursos de capacitación profesional o cumplir con los compromisos sociales. Se trata, en este momento, de ir ralentizando nuestro día a día, flexibilizando el horario. Puede ser una excelente idea alterar sistemáticamente las horas de sueño, para lo cual nada mejor que acostarnos más tarde, sin hora fija, en función de los programas o películas que puedan proyectar en televisión. Y la hora de levantarse, al menos en fin de semana o en vacaciones, tiene que ser indeterminada. La verdad es que, poco a poco, iremos sintiendo o bien que cada vez necesitamos dormir más o que cada vez tenemos menos sueño. Ambos síntomas denotan que vamos consiguiendo esa necesaria desorganización horaria. También ayuda mucho en este sentido el comer a cualquier hora e, incluso, picar a todas horas (a las horas de comer, se sentirá –lógicamente- más desganado). Coma de todo, sin límite, lo que le apetezca. Notará que engorda más de la cuenta (aunque, en ciertas depresiones, la reacción es la contraria). ¡Bien! Para redondear esta anarquía cronológica y somática, necesita romper con esas actividades regulares que venía haciendo fuera de casa: deporte tales días a la semana, visita a los amigos o familia tales otros, cursos, paseos, celebraciones litúrgicas,… ¡Quédese más tiempo en casa sin otra ocupación que sestear o ver la tele! No haga nada, lo cual es realmente una ocupación dura, porque nunca sabe cuándo ha terminado. Propóngase hoy posponer cualquier asunto pendiente, pero empiece mañana a cumplir su decisión. De esta manera, verá como comienza a invadirle un creciente desinterés por todo. Cada vez le apetecerá menos leer, hacer la comida, limpiar y realizar otras actividades que supongan esfuerzo. Naturalmente, cuanto menos se exija, menos va a dar y más cansado se va a sentir. Notará, sin duda, que en pocas semanas tiene menos energía, que es capaz de menos cosas. Y, esto es muy importante, cada vez se sentirá más desanimado.
Llegados a este punto, es imprescindible alguna charla telefónica o un café ocasional con esa amiga o amigo suyo ‘experto en psicología’ (ese que suele leer la revista Psychologies, o Mente sana, que ha ojeado dos libros de Bucay y en una ocasión asistió a dos charlas de budismo zen). Cuéntele con voz lastimera cómo se siente. Sin duda le confirmará algo que usted aún no contemplaba como posibilidad: lo suyo era una ‘depresión de libro’. Usted ya sabe que en psicología sucede como en religión, fútbol, política o economía: todo el mundo cree saberlo todo, elevando a rango de verdad universal sus opiniones; y es fácil encontrar quien ose pontificar elevando así sus opiniones. Si su amigo se ha leído algún librito de divulgación, le empezará a contar algunos de los rasgos a rango de verdad universal. Y así fue como el amigo le habló de los ‘síntomas típicos’ de la depresión. Fíjese bien, porque empezará a descubrir que incluso tenía síntomas de los que no se había dado cuenta y de la importancia y magnitud de los que ya tenía (en realidad, lo que le ocurre es lo que describe el llamado ‘Efecto Barnum’ que consiste en la tendencia que todos tenemos a reconocernos en los informes psicológicos, a reconocernos en las categorías nosológicas o conceptualizaciones que nos ofrece alguien a quien dotamos de autoridad, porque lo que están haciendo es reconocer nuestro malestar o sufrimiento). Total, que quizás sea posible comenzar a descubrir que, además de lo que usted ya sabía, tiene problemas para concentrarse, para pensar, que comienza a tener sentimientos de baja autoestima o culpabilidad; y que ya no se siente como antes. Para confirmar todo esto, no deje de teclear en el google el término ‘depresión’: ahí encontrará usted una nueva confirmación de lo que le pasa. |
• HACIA LA INFELICIDAD MEDIANTE LA DEPRESIÓN (y III) | |
Si ha seguido los consejos dados en los dos anteriores capítulos, todo marcha por su cauce, y empezará a sentirse realmente mal, pues sus síntomas se empezarán a hacer persistentes y claros. Y, además, ahora pasará cada vez más tiempo atento a sus síntomas (es lo que en logoterapia llaman ‘hiperreflexión’) de modo que se ampliará la conciencia de su estado. En general, ante cualquier síntoma o sentimiento, si usted concentra en él toda su atención, parece agrandarse en su conciencia. No deje, pues, de pensar, sobre todo, en sí mismo: le hará sentirse mucho peor, se lo aseguro.En esta situación, su familia y amigos podrán comprender que, ‘dado su estado’, no puede asumir responsabilidades ni compromisos. Tiene una sincera justificación para ir dejando esas ocupaciones tan molestas y que tanta pereza le producen. Su familia, si pone suficiente mala cara, le entenderá. Y si no le entiende, peor para ellos. A veces, la gente desprecia las infirmidades y los desórdenes psicológicos diciendo que ‘eso son tonterías’ o que ‘son cosas de tu imaginación’. Pero usted sabe bien que no está bien. Para convencerles a ellos, y terminar de confirmar su dolencia, tiene que dar ahora un paso importante: ir al médico generalista.
Aproveche bien la visita, porque sin duda, a pesar del propio médico que le atienda, nuestro sistema sanitario le permitirá dedicarle sólo unos minutos (incluso, con penalización económica si se demora mucho en usted y termina atendiendo a menos pacientes). Prepare bien la entrevista. Sea rápido y completo en contar sus síntomas: desinterés por todo, sufre anhedonia (alguna palabra así puede ser contundente); siente todo el día ganas de dormir (o se despierta a las cuatro y ya no puede dormir más); tiene un humor depresivo -principalmente, por la mañana-; ha perdido el apetito (o lo ha aumentado) y la autoestima; se encuentra siempre fatigado; y le sobrevienen pensamientos muy negativos. Deje claro que no sabe por qué está así, que no tiene ninguna causa, que no tiene períodos intermedios de euforia (no vayan a diagnosticarle trastorno bipolar y, entonces, lo hemos fastidiado) y que no toma substancias de ningún tipo (como la reserpina, glucocorticoides, esteroides, anticonceptivos, cocaína o anfetamina). No olvide entrar y salir caminando pesadamente, poner rostro triste y hablar con un tono lastimero. Si todo sale bien, es posible que en diez minutos pueda salir triunfante de la sala de consulta con un diagnóstico de depresión mayor, o de distimia o de depresión no especificable. ¡Ya ha puesto una pica en Flandes! Enhorabuena. Ya sabe usted lo que tiene y ya se lo puede decir a los demás: ¡tiene depresión! Ya tiene una identidad clara. Y la prueba está en que le han prescrito un medicamento antidepresivo: la paroxetina. Pero ahora que sabe quién es, hay que trabajar duro, porque así no puede seguir… ¡trabajando! Así que deje pasar unos días y si no mejora definitivamente (que no mejorará), será el momento de poner sobre la mesa la acariciada baja laboral. Cuando regrese a consulta, no deje de cuidar la puesta en escena de la primera vez. Insista en algún punto, como el del insomnio. Le recetarán quizás lormetazepam, le ajustarán la dosis de fluoxetina, tal vez le prescriban domperidona para evitar esas molestias estomacales que ha empezado a sentir y le invitarán volver dentro de unos meses. Si sale sin la baja, insista más adelante, tratando de adelantar la cita. Quien la sigue la consigue. Por supuesto, rechace toda indicación de una psicoterapia. ¡Nada de psicólogos! Lo suyo son las pastillas. Y tampoco escuche las insinuaciones de aquellos que le inviten a replantearse su vida. ¡Vade retro, Satanas! Le aconsejo que no siga los consejos de nadie. Usted vaya por la baja. Tiene que lograr la invalidez laboral transitoria (¡o definitiva!) gracias a un sabio diagnóstico galénico. En cuanto cuente con la baja, comente con tono lastimero a todo el mundo lo mal que se encuentra, quéjese todo lo que pueda. Ya verá cuánta compasión levanta a su alrededor. Por otro lado, ya puede tener todo el tiempo para dormitar en el sillón viendo televisión, para conectarse a internet sin limitación, reenviando los pps que encuentra a todos sus contactos. Abra todos los que encuentre y reenvíeselos a todos, como si ellos también tuviesen todo el tiempo del mundo. Algunos, por educación, le contestarán agradecidos: siga inundándoles de sus pps. Otros ni le contestarán. ¡Qué desagradecidos! También es el momento de cambiar sus relaciones reales, de las que no tiene gana, por las virtuales. Las redes sociales le empezarán a ocupar mucho tiempo. Durante los años siguientes, podrá comprobar como le pueden cambiar la imipramina por la clomipramina; ésta por paroxetina; esta por fenelzina… Comprobará que ha empezado a necesitar también alprazolam, luego lorazepam, y finalmente diazepam. Pero mejor, lo que se dice mejor, no se siente. Al pasar los primeros años, se empieza a plantear si no será ya mucha medicación y que no se siente bien del todo. Pero, por otro lado, descubre con horror que no puede dejar alegremente las benzodiacepinas porque se pone fuera de sí. Es el momento de empezar la gira en busca de especialistas que le saquen del embrollo. De todas formas, lo que sí habrá conseguido habrá sido huir de afrontar sus problemas, y habrá logrado dejarse llevar por sus comodidades y bloquear su crecimiento personal. Respecto de los demás, la lástima que al comienzo causaba se habrá ido trocando en indiferencia. Usted se habrá encerrado en un mundo en el que ha dejado fuera a casi todos los demás. La situación será definitivamente infeliz. Ha triunfado definitivamente. |
• BÚSQUESE UN ENEMIGO | |
Si usted, para ser infeliz, ha elegido el camino de la personalidad paranoide, ante todo, lo recomendable es que busque un enemigo que le permita estar siempre enfadado, malhumorado, irritado, escocido y áspero. Hay mucho donde elegir. Si usted necesita sólo un enemigo contra el que revolverse -pero sólo lúdicamente-, ya sabe que el Barça o el Madrid son las elecciones más generalizadas. Hay gente en Lugo o en Melilla (ciudades lejanas tanto de Madrid como de Barcelona) que son madridistas o ‘culés’ sólo por llevarle la contraria a otros. Es decir, son madridistas por ser anti barcelonistas y viceversa. Pero si usted aspira a un objeto más serio contra el que volcar sus iras, sus quejas, su frustración, puede usted tomarla con el alcalde, con el presidente de la diputación, con el presidente del gobierno, o también con el partido en el poder. Esto siempre da buen resultado, pues no tendrá más que ver el telediario de cada día o leer la prensa diaria para reafirmarse en que semejante sujeto o semejante partido político es la raíz de casi todos sus males. Proteste, quéjese, siéntase indignado.Lo bueno de escoger un enemigo y demonizarlo es que usted se sentirá justo y bueno porque no pertenece a esos a los que critica como la madre de todos los males. Y es fundamental convencerme de que soy tan bueno que incluso estoy siempre más allá del bien y del mal. Los malos son los otros, luego yo estoy en el lado bueno. Y si yo estoy en el lado bueno, todo lo hago bien y no tengo de qué arrepentirme. Esto es fundamental: no reconocer culpas ni responsabilidades. Y si llaman a la puerta, reprímalas. Esto le asegurará que surjan más adelante somatizadas o en formas neuróticas. Va usted por buen camino.Otro objeto de demonización muy socorrido (al menos, en ciertas partes de España), que le permitirá sentirse en el lado bueno -y que afrentarlo hasta la saciedad solía dar cierta pátina de autonomía y madurez e, incluso, de cierto prestigio social- es la Iglesia católica. Si es esta su elección, no se le ocurra conocer de primera mano su labor social, ni la calidad humana de sus sacerdotes, ni las propuestas de vida de sus creyentes. Al contrario, critique todo lo que ha hecho a lo largo de la historia y, sin atender al contexto histórico en el que sucedió, acuse a los cristianos de hoy de dichos males. Sobre todo, ensáñese con la jerarquía. Cultive su odio contra todo lo que suene a Iglesia y dese argumentos que, aunque falsos, suenen verdaderos, al menos, a fuerza de repetirse. Por ejemplo, critique la vergonzosa riqueza del Vaticano. Por supuesto, usted sabe que el Vaticano y sus museos son patrimonio artístico de la humanidad, como lo es el Museo del Prado, el Kremlin, el Taj Mahal o el Partenón, y que este patrimonio es imposible de vender o enajenar, que no cabe disponer del mismo, ni es susceptible de comercio. A nadie se le ocurriría, en época de crisis económica, proponer la venta de la Torre de Hércules, de los tesoros egipcios del Museo británico o de las Meninas. Es patrimonio común y artístico, y, por tanto, no disponible. Pero con la Iglesia puede hacer una excepción. No son suntuosos los salones llenos de joyas pictóricas del Museo del Prado, pero sí los del Museo Vaticano. Sea ilógico. En general, quien se vuelve psicótico pierde todo, menos la razón. Pero para las neurosis, un poco de irracionalidad viene bien. Así que déjese llevar por la irracionalidad un poco y ataque de todo corazón.
Si meterse con la Iglesia le parece excesivo o poco decoroso -porque quizás usted mismo sea bautizado católico y puede, incluso, que se haya casado por la Iglesia o que haya llevado sus hijos a centros de Maristas, Salesianos, Franciscanos o Carmelitas, y aun le queda un poco de coherencia-, entonces, le sugiero que arremeta contra los curas. Es una técnica más socorrida. Es cierto que los pocos que usted conoce no son mala gente. Incluso alguno reconoce que es especialmente bueno y admirable. Pero todos los demás, los que no conoce, seguro que son todos unos pederastas. Ya sabe que la pederastia (por cierto, admitida en la Grecia y Roma antiguas y, actualmente, en ciertos pueblos árabes) es una lacra mundial, que se produce en el 90% de los casos por parte de padres de familia, en el 5% de los casos por parte de profesores. Los casos atribuibles a clérigos (incluyendo todas la religiones) no llegan al 1%. Sólo un caso, por supuesto, sería ya terrible. Pero aquí de lo que se trata es de generalizar, de atribuir a todos lo que hacen unos pocos esclavos de la degeneración. Así puede construirse un enemigo a la medida de su cólera. ¿Cura?, ergo pederasta. ¡Viva la lógica inductiva! Pero si, por el contrario, atacar a la Iglesia le parece poco, si no está a la altura de su indignación, tiene un último recurso contundente: culpar a Dios. Usted, que quizás no haya sido practicante, en quien la fe no ha sido especialmente cultivada; a usted para quien, hasta hace poco, Dios y la religión le importaban un bledo, puede cambiar de rumbo y empezar a creer en Dios para así poder culparle, a partir de ahora, de todos sus males. Se trata de crearse un dios su medida, un dios infinitamente malo, infinitamente poderoso, infinitamente frío, justiciero y caprichoso, que sabía lo que iba a pasar y no hizo nada por evitarlo. Incluso, un dios que le envió el mal que ahora sufre. Pues es la hora suya de arremeter contra él, embestir al monstruo que es la raíz de su infelicidad. Cultive al máximo la amargura contra ese dios, sienta su mano dura contra usted y rebélese contra él como la raíz de todos los males. Y luego, sea incoherente: declárese ateo. Enfádese con el dios que dice que no existe. De todas formas, ser ateo es una pena, porque no tienes nada que celebrar los días festivos. Pero, por lo demás, funciona. |
• SIGA SIEMPRE SUS CAPRICHOS | |
Para lograr la infelicidad, es necesario que su voluntad camine a su aire, sin tener en cuenta los valores y los fines que le muestra la inteligencia. Ésta es la voluntad que nos lleva a la infelicidad: la que quiere no lo bueno sino lo deseable subjetivamente, el capricho, lo que le han presentado como apetitoso o lo que ella decide porque lo ha decidido. Se trata de una voluntad seducida y de una voluntad que se quiere imponer a todos y a todo: la voluntad de poder. Esta voluntad quizás podrá con todo menos con la realidad, que es tozuda. Pero es la voluntad que se nos ha anunciado desde la Ilustración como la panacea: voluntad autónoma, poderosa, autoafirmada; voluntad autodeificada que convierte algo en bueno sólo por haberlo decidido. Esta voluntad, que juega a ser dios, a controlarlo todo, en el fondo obra desde un miedo: a no poder controlarlo todo, es decir, tiene miedo a la vida, porque la vida es apertura a lo no previsible. Por eso, esta voluntad así autonomizada quiere imponerse a la realidad por miedo a la misma realidad y por rebelión contra la realidad. Finalmente, esta postura le hará sufrir mucho porque la realidad es tozuda y acabará por imponerse.Pero usted no tiene por qué reconocerlo. Al contrario, empéñese en hacer siempre ‘lo que le apetece’. ¿Quién se lo puede impedir?
En realidad, hacer lo que le da la gana, es una manera de tener su voluntad sometida a lo que le apetece, a lo que le guste y brote en cada momento. Per a usted le parecerá que lleva las riendas de su vida. A ver, si algo le gusta, ¿por qué no comprarlo ahora mismo? Si le gusta el vecino, ¿por qué no cambiar a su viejo marido por él? Si lo desea, ¿por qué no tomar veinte copas más, aunque luego tenga que conducir y mañana temprano ir al trabajo? Viva, por tanto, sin más fin que lo que le brote. Y como habitualmente lo que le brotará será seguir sus impulsos físicos (de descanso sin fin –cuanto más descanse más cansado estará y necesitará más descanso-; en cuanto al disfrute de las viandas más sabrosas –cuantas más ‘delicatessen’ pruebe, menos le satisfará el alimento cotidiano-; de reacción iracunda cada vez que algo contraría su capricho –lo cual ocurre varias veces por minuto-, de más sexo más variado, de mayor diversión continua, de novedades sin fin, etc.), resulta que nunca estará satisfecho. ¡Pleno acierto con el camino! Efectivamente, dedicarse a seguir sus caprichos le llevará a tener cada vez caprichos más refinados: inicialmente, le bastaba a usted con una cervecita Estrella de Galicia, o Mahou o San Miguel. Pero luego pasó a necesitar la Negra Modelo, la Leffe o la Grimbergen. Y luego una de importación de tirada limitada y doble fermentación en botella. Ya no le valdrá el vino de su tierra: querrá el de la otra punta del planeta, gran reserva del año 1997. Ha dado con la clave: nada de seguir fines que le cuesten esfuerzo, nada de deliberar qué es lo mejor (rechácelo con una sonrisa irónica calificando este ‘elegir lo mejor’ como mera moralina demodé), no decida, no mantenga sus decisiones, cambie de aquí para allá sus planes y decisiones sin ton ni son: maree a la familia, al cónyuge, al vecino. Todos estarán desconcertados por su veleidad: pero usted está en el derecho de imponer su capricho sin límite alguno. De manera que no deje que el prójimo -ese ser tan molesto que le limita en su libertad- le haga ninguna observación sobre el cambio continuo en la dirección de sus vientos. |
• A LA INFELICIDAD POR LA SOMATOLATRÍA | |
Una buena opción para ser infeliz es dejar que sea su cuerpo y sus apetencias corporales las que gobiernen totalmente su vida: así ocurre a los vigoréxicos, a los bulímicos, a los anoréxicos, a los ortoréxicos y a todos aquellos que hacen del comer, del no comer, del adelgazar, del aumentar sus músculos, del mantenerse sanos o del mantenerse en forma el centro de su vida. Ya sabe: mucha dieta, mucho gimnasio, mucho control de calorías. En el fondo, la opción consiste en vivir como si usted sólo fuese cuerpo. Cuide su cuerpo, y así podrá llegar a durarle toda la vida.El cuerpo, su salud, atractivo sexual y belleza corporal, han de ser vividas con dimensión cuasi-sagrada. Prueba de que ello es común es el panteón de cuerpos perfectos que pueblan pasarelas y cintas de celuloide y que se presentan como causa final de todo deseo. El cuerpo esbelto, joven y flexible, atractivo y vigoroso aparece como valor supremo y como promesa salvífica. Por eso, un cuerpo esplendoroso resulta realmente una manifestación de lo divino que provoca asombro, admiración y respeto. Y a su servicio están toda una colección de diáconos: dietistas, cirujanos plásticos, maquilladores, esteticistas, monitores deportivos. Los somatólatras comparten también la fe en el cuerpo perfecto fuente de toda alegría. Y con esta fe, sus dogmas: el ideal de cuerpo-sin-grasa, unas medidas corporales consideradas perfectas y un peso considerado ideal. Pero como la fe sin obras resulta algo muerto, se someten a un duro ascetismo diurético-laxante-deportivo para lograr la metanoia: dietas, barritas y pócimas adelgazantes, píldoras que favorecen el tráfico intestinal, bicicleta estática, senderismo o natación. Todo muy sano, muy natural, muy ecológico. Y, finalmente, el duro rito del paso por la báscula acusadora. Sin embargo, tras el enorme sacrificio ascético, se encuentra la satisfacción de las fiestas somatofánicas: desde los pases de modelos a la exhibición playera de los cuerpos en todo su esplendente y fulgente aparecer.Sin embargo, descubrirá por este camino, si es el que elige, que también le sorprenderá la frustración, porque, al final, todos nos ajamonamos o nos amojamamos, y no hay batalla más perdida que la batalla contra la arruga de la piel y el envejecimiento muscular y arterial. Aunque se gaste en cremas faciales la mitad de su sueldo jamás tendrá el cutis como una joven de dieciocho años cuyo único hidratante es el agua natural. Cuidar tanto su cuerpo, al cabo ¿le ha hecho más feliz? ¿Su cuerpo agota todo lo que es usted? Si su respuesta es afirmativa, revela usted una edad mental de un adolescente. Tranquilo. Se cura con el tiempo. Y si ve que no se le cura, es que ha logrado ser usted un adultescente. Consulte, en este caso, el capítulo correspondiente en esta gaceta.
En conclusión, ya ve usted que poner en juego una dimensión de su existencia sin las otras, siempre le lleva al callejón de la infelicidad. |
• A LA INFELICIDAD POR EL ATOCINAMIENTO BIOGRÁFICO | |
Tiene usted, paciente lector, otra posibilidad más radical que la de cultivar sólo un aspecto vital: la de no cultivar ninguna dimensión de especial manera, la de dejar su vida como barca sin amarre, viviendo al albur de una libertad caótica, sin compromiso. Con esta opción, se asegura, llegada la madurez, el perfecto desarrollo de las depresiones, obsesiones y todo tipo de malestares. El procedimiento tiene una lógica interna intachable: primero debe proponerse tratar de vivir una vida sin problemas, una vida en ‘equilibrio homeostático’. Se trata de ‘vivir y dejar vivir’, de pretender una vida sin grandes tensiones ni pretensiones, sin orientación, sin más horizonte que el del disfrute inmediato. Logrará así una vida que cada vez será más aburrida y frustrada, pues el placer y la felicidad son como el sueño: huyen de nosotros cuanto más los perseguimos.En todo caso, la actitud general para que esta vía infelicitaria sea fecunda debe ajustarse a la pasividad, a la falta de actuación o de compromiso. Trate de no ‘liarse’ con nada. Tenga sus teorías, sus posturas éticas; pero, en vez de la ética, practique la cosm-ética o la diet-ética. Éstas no comprometen, y ofrecen ciertas novedades. Y en cuanto a éstas, tome, además, como verdaderas primicias las noticias de la televisión, los cotilleos del barrio; también podrán llenar su día a día tan vacío, su parálisis biográfica.
O colme su vida de viajes, aunque, tras todos esos éxtasis momentáneos, su vida seguirá inmóvil. Pero todo vale con tal de no plantearse qué está haciendo con su vida, qué es de usted. Los años pasan, y quizás su vida no pasa de ser una rutina de trabajo, fines de semana (dormitar, televisión, copas), trabajo, fines de semana (televisión, dormitar, copas), trabajo, puente-viaje, trabajo, fin de semana (copas, dormitar, televisión), vacaciones-viaje-fiesta, trabajo, trabajo, otro año, trabajo, otro año, trabajo, viajes, fiesta, trabajo, otra década, trabajo, viajes, copas, dormitar, trabajo, otra década, otra década, jubilación, otra década, hospital, depresión, otra década, hospital, …, funeral, entierro… Y entonces, el niño que fue usted le preguntará ¿qué has hecho de mi vida? … ¿Qué le va a contestar? Viva, si este es su camino, sin elegir ideal alguno -¿para qué?-, sin decidirse por nada grande, sin comprometerse en absoluto, dejándose ir, huyendo de los problemas y las dificultades. Busque siempre lo fácil. No se le ocurra hacer grandes esfuerzos en su vida, aunque para combatir ese aburrimiento que terminará pronto por invadirle puede, como antes le dije, viajar, buscar novedades de todo tipo (nueva pareja, nuevo piso, nueva ropa, novedades políticas, sociales o vecinales, nuevo look en la peluquería, un nuevo lifting, novedades de la liga futbolística…). Todo fluye para que nada cambie de sitio. Al cabo… ¡qué aburrimiento! |
• ¡HÁGASE ADULTESCENTE! | |
Si quiere dar el golpe, si quiere malograrse en serio, lo mejor es hacerse ‘adultescente’. Tradicionalmente, en los manuales de psicología evolutiva, se afirmaba que la adolescencia era el período transitorio que, empezando a los 13 o 14, llegaba hasta los 18. Se caracterizaba la época por la autoafirmación, la autocentración, de tremenda inestabilidad afectiva y de búsqueda de identidad. El camino de su búsqueda de identidad pasa por adquirir una estudiada imagen externa en la que no falta detalle: peinado, ropa especialmente llamativa… Siendo profundamente dependientes (de los adultos, de la sociedad, de lo que se piensa de ellos y de lo que se piensa en general), el adolescente busca autonomía e independencia, busca espacios de intimidad (aunque sin compromisos). No quiere responsabilidades y no prevé las consecuencias de sus acciones; y, si son negativas, no se atreve a comentarlas como son (así le ocurrió a aquel hijo de un amigo que, habiéndole distraído el coche a su padre durante unas horas en una lluviosa tarde de otoño, al llegar de nuevo a casa, sólo se atrevió a decirle a su padre según se lo encontró: “Papá: ¡qué bien funciona el airbag de tu coche!”).Pues bien: desde hace unos años, los libros de psicología evolutiva han tenido que introducir un nuevo concepto, habida cuenta de que la adolescencia puede durar hasta los 35 años en las mujeres y más allá de los 40 en los hombres: la adultescencia (kidults, en inglés).
De ser una época de paso, se ha convertido en un período largo, permanente, en el que se alarga el tiempo de formación, de diversión, de despreocupación. Se alarga la apariencia juvenil (aunque afloren ya las primeras o las segundas canas). Se dedica tiempo a cuidar al cuerpo, a viajar, a salir y se mira hacia otro lado cuando hay que asumir responsabilidades. Así pues, nada de política, nada de religión. Un buen modelo son los ‘dinks’: double income, no kids (doble sueldo, no hijos). Buen coche, música, ocio, noche, evasión, distracción, dispersión, pareja sin compromisos. Fetichismo por adquirir más y más títulos curriculares. Fuera de esto, nada de disciplina; y la regla de oro: nada de aguantar. Lo que no le satisfaga, elimínelo. Eternamente joven. Quizás es usted es de los que afirma que ‘nunca se ha sentido más joven’ (lo que denota que sin duda ya ha pasado de los 50). En realidad, hacerse viejo no es tan malo, si uno se para a pensar en la otra alternativa. Hacerse viejo es obligatorio. Madurar, opcional. Por eso, se trata de no madurar, de no llegar a percibir nunca que ya se le ha pasado la etapa de juventud y que tiene que tomar la vida en sus manos. Si se decide a adoptar este personaje, tendrá dos ventajas: vivirá ajeno al paso del tiempo quizás hasta los cincuenta. Sus preocupaciones se verán reducidas y su hedonismo se alargará durante largos años. Vivirá, en efecto, como un adolescente, ajeno al dolor del mundo. La segunda es que, cuando le llegue a usted el dolor físico, la artrosis, los golpes de la vida, la muerte de los cercanos, todo será tan inesperado -y usted será tan débil ante ellos-, que las circunstancias que conforman la vida le resultarán insoportables. Y, por tanto, se verá necesariamente obligado a anestesiarse por los medios de los que ya hemos hablado en otros capítulos, para no tener que sentir tanto dolor que ya no sabe digerir. Alternativa más socorrida es venirse abajo depresivamente, caer en la desmoralización, en el escepticismo y en el nihilismo más amargo, sintiendo que su vida está ya acabada. Aunque le enterremos a los ochenta años, habrá muerto ya con cincuenta. ¡Prueba conseguida! ¡Qué infelicidad! ¡Qué amargura! Que no le extrañe, entonces, todo tipo de dolores somatomorfos, toda clase de malestares físicos, una amplia variedad de cansancios y flojeras: habrá caído la noche sobre usted del modo más sorpresivo. ¡No dirá ahora que no existe el infierno! |
• VIVA SIN IDENTIDAD | |
Para lograr su infelicidad existe una posibilidad a la que puede hallar encanto: la de vivir la vida sin ningún tipo de identidad propia. Viva, por el contrario, para algo impersonal: viva para un partido político, para una empresa, para una institución. Si así lo hace, empezará a hablar de ‘nosotros’ en vez de sí mismo, refiriéndose orgulloso a sí dentro del grupo al que pertenece. Usted habrá desaparecido en lo institucional, y no será más que un elemento del todo. Ya podrá decir a sus amigos, hablando de sí: “somos la primera marca de venta de PVC en la comarca del Barbanza”, “somos los primeros en bolsa en el ámbito de la construcción naval” o como me dijo un conocido director de un conocido y reflotado banco español: “somos el banco que más preferentes, productos de riesgo y más acciones ha colocado a sus clientes más ancianos sin que se hayan enterado bien de lo que firmaban”. Su orgullosa identidad de miembro de banco estafador compensaba, momentáneamente, sus enormes carencias personales.Hay formas light de vivir así: vivir y pensar en sí mismo como un ‘ciudadano’, o mejor, como dicen algunos políticos y comentaristas políticos, con una incultura sin lagunas y una perspicacia humana semejante a la vista de un topo: ‘un ciudadano anónimo’ (como si los únicos que tuviesen nombre fuesen los políticos, los banqueros, los famosos y otra gente de mal vivir). También puede adoptar el papel de ‘consumidor’, o de ‘espectador’, o de ‘indignado’. El caso es que usted desaparezca en la maraña de esas identidades ofrecidas socialmente, dando siempre primacía a lo institucional, a lo colectivo.
Puede disolverse usted en su institución académica, en sus libros y bibliotecas, en sus publicaciones para hacer currículum mortis que no leerá nadie excepto quien le evaluará para pagarle otro sexenio. Cuando alguien le reclame un compromiso personal, diga que usted es ‘persona de pensamiento’ y que, por tanto, no se mete en líos. En todos estos casos, usted se habrá hecho un dependiente psíquico de su institución, sin la cual no es nadie. Y sin ser nadie, no se puede ser feliz. Y si se sale de la institución a la que se entregó, como seguiría sin ser nadie, los sentimientos de decepción y retraimiento social serían tremendos, así que de esta manera habría también logrado ser infeliz. |
• A LA INFELICIDAD A TRAVÉS DE MALAS RELACIONES | |
La cuestión está clara: si el encuentro con los demás, si el acontecimiento de compartir la vida con otros, si la amistad y el amor son fuentes enormes de felicidad, está claro que, si logra estropear su relación con los demás, estará dando con una de las claves mejores para asegurarse una vida infeliz e insatisfecha.Ante todo, debe lograr una relación con los demás que sea insatisfactoria para usted o para ellos. El resultado, al final, será el mismo. Se trata de buscar relaciones con los demás en los que no crezcan ni los otros ni usted como personas. Pero no le estoy hablando de técnicas extrañas ni de profundidades psicológicas asequibles sólo a expertos e iniciados. Le estoy hablando de lograr mantener actitudes tan habituales como el mal genio con los demás. Se trata de actuar como aquel jefe de departamento que, siempre enfadado, llamó a mitad de mañana a su secretaria: “A ver, Caty, ¿ha llamado algún imbécil esta mañana?” “No señor, usted es el primero”. Incluso hay personas que llevan esto hasta el final, como aquel paisano mío que mandó poner, como epitafio, en su tumba la siguiente inscripción: “¿Y tú que miras?”
Y es que no cualquier tipo de trato con los demás nos hace más felices y resulta personalizante. Depende de cómo trate al otro, de cómo me trate a mí. Si le trato como una cosa, como mero instrumento para mis fines, como algo que puedo utilizar, desechar y reponer a mi antojo, estoy taponando de raíz cualquier relación personal. Esto se da del mismo modo cuando son dos los que se utilizan mutuamente. Incluso si están ambos de acuerdo. Si alguien opta por tomar a otra persona como objeto de placer gonádico para una tarde, y la otra opta por lo mismo, de mutuo acuerdo, por muy exitoso y placentero que sea el intercambio de fluidos, no elimina el hecho de que se han tratado ambos como cosas y no como personas. La yuxtaposición durará lo que duren la hedoné y el gusto. Pero basta con que uno utilice a otro para destruir cualquier posibilidad de felicidad auténtica en la relación. Las formas de utilización y cosificación que se utilizan son múltiples. Le enumero algunas por si le da ideas: – engaño sistemático del trabajador del banco a sus clientes de más edad para que adquieran productos bancarios de dudosa moralidad y fiabilidad, dejándoles ‘sin blanca’ hasta el año 9999; – contrato temporal de un empresario a un joven trabajador por un salario tan bajo que apenas permite sobrevivir y sin que le ofrezca nunca un futuro profesional; – diversas formas de esclavitud en el ámbito de la producción industrial, de la explotación sexual, en el reclutamiento para diversas guerras…; – engaño sistemático del político a sus votantes para poder mantenerse en el poder; – manipulación de la perspectiva conforme al interés propio (si trata de comprar un objeto viejo, convenza al otro de que está obsoleto y usado; si trata de venderlo, diga que es pieza de coleccionista), – burla, ironía y desprecio a alguien por tener convicciones de las que carece. |
• EL INFELIZ INDIVIDUALISTA | |
Buen camino para lograr su infelicidad es vivir a su aire sin los demás. Los demás o son útiles o son una molestia. Para esto, es necesario que viva disperso en el exterior de su vida, en sus cosas, su trabajo y, sobre todo, su diversión. Y, respecto de los demás, repliéguese cómodamente en sí mismo. Los demás, sinceramente, no importan, no valen la pena, no le traerán más que problemas. Incluso ya habrá experimentado que ni siquiera merece la pena ser educado. Diciendo “Voy a vomitar” permite que muchas más personas se aparten de su camino que si dice “¿Me disculpa?”.Lo suyo, si por ello opta, no son las personas, sino las cosas: su coche, su casa, su trabajo, su ordenador, su bebida favorita, su sillón… Lo suyo es desempeñar su personaje, pero sin vínculos que le aten. Lo suyo son los viajes, la libertad, sus cosas. Lo suyo es ser un dios soberano con una libertad sin dirección ni medida. Son los otros los siempre sospechosos de venir a romper su libertad, su tranquilidad. Lo suyo será el tener, el reivindicar, el acaparar.
Como no puede creer en nadie, no podrá creer en nada. Su individualismo será vivido como una experiencia de desencantamiento. Sus creencias se han diluido. ¡Buen camino para la infelicidad! Habrá ya avanzado mucho por este camino si ya no cree en las utopías y religión de cuando era joven. Quizás ahora las ve como romanticismo ingenuo. No cree firmemente en nada para no tener que comprometerse con nada de modo gratuito. Respecto de los valores personales, es indiferente. No tiene ninguna cosmovisión de conjunto, es decir, no hace suyo ningún sistema moral, ni político, ni unas ideas religiosas. Pero de ello no queda impune, porque a fuerza de tanta negación, le termina por faltar el asidero de unas creencias que orienten con coherencia el corazón de sus acciones. Esto implica que, en gran medida, carezca de capacidad crítica ante las propuestas ambientales. El resultado es que ahora es relativista, escéptico (aunque quizás sea futbólatra, somatólatra o creyente en la economía de mercado: ya lo ve, en el fondo no es tan escéptico ni tan ateo: tiene usted sus propios dioses, aunque no sea el personal –la fuente de la plenitud verdadera). Una forma de ser un recto individualista y que funciona bien es la de autoconcebirse como productor-consumidor. Quien así vive compra y adora los objetos de última moda. Por eso sus valores son su Visa, su coche, su móvil, sus viajes, sus fotos, sus fiestas. Él es lo que posee. Pero, en realidad, es poseído por lo que cree poseer). Por ello, su moral es pragmática: bueno es lo que reporta éxito (medido en euros o en dólares). Con tal de que algo dé dinero, es aceptable. También suele ser tecnólatra. Pero si esta es su opción, descubrirá finalmente que la técnica no le salva ni le orienta en su vida y tras la ‘muerte cultural de Dios’ y la ausencia de cualquier ideal o mística, sólo le cabe sumirse en el narcisismo, que desembocará siempre en la angustia, la depresión o en la autoanestesia. Por tanto, se demuestra que este camino puede ser muy adecuado a nuestros propósitos. |
• ¡AFÉRRESE! | |
La psicología demuestra que la primera actitud que incrementará su malestar –y que, por tanto, le recomendamos- es aferrarse a todo lo bueno que tiene en la vida como si fuese realmente suyo. Aférrese a sus viejas ideologías, aunque se hayan demostrado catastróficas en la historia. Aférrese a sus lugares, a sus tareas, a las personas. No admita su fugacidad, su limitación. No haga, pues, ni caso de ese perverso Heráclito aseverando que ‘todo fluye’. Es conveniente, quizás usted ya lo practica, aferrarse a su juventud, aunque le cueste dietas y gimnasio, operaciones quirúrgicas y renovación de vestuario. Si practica este aferramiento sistemático logrará no estar preparado para el gran desprendimiento que le asediará antes de lo que piensa: el de su propia muerte. Ame tanto lo que hay en su vida hasta el punto que le produzca terror perderlo por la muerte. Usted, aférrese a su salud, que no es más que el ritmo más lento al que uno se puede morir. Lo suyo es vivir para siempre, o morir en el intento.Para lograr aferrarse a todo lo que hay en su vida, es necesario no pasar páginas, vivir como si su rol, su cargo, su situación privilegiada, su momento familiar o su salud fuesen definitivos. Créalo así.
Fijémonos en su salud. Su salud… ¿suya? ¿Se cree con ‘derecho’ a estar sano? ¿Cree que la conseguirá definitivamente gracias a sus cuidados, su dieta, sus pastillas y sus seguros médicos? ¿Cree que su estado de salud, flexibilidad y fuerza le van a durar siempre? ¡Perfecto! ¡Siga engañándose! ¡Reclame el derecho a la eterna juventud! ¡Siga creyendo en su leyenda! Haga como aquella mayor, que, tras operarse de cadera a sus ochenta y cinco años y comprobar en el período postoperatorio que cojeaba un poco, preguntó al médico: “Doctor… ¿y me voy a quedar así para toda la vida?” Si se aferra a su salud, vivirá esclavizado por ella. Todo a lo que se aferre le esclavizará: su cargo, su trabajo, su cuenta bancaria… Por eso, cuando baje la bolsa en la que usted tiene invertidos esos ahorrillos, cuando quiebre su banco de toda la vida…, entonces, se echará a temblar porque no contaba de ninguna manera con tal posibilidad, viviéndolo como una amenaza a su propia vida. El asunto, en el fondo, consiste en eliminar de su perspectiva la cuestión de la muerte. Trate de olvidarla, de retrasar su consideración. Incluso si usted ha asistido ya a varias sesiones de quimioterapia, cada vez más delgado, macilento y debilitado, siga pidiendo a su familia que no le cuente lo que tiene, que no quiere saberlo. Usted no puede morirse. ¿Morirse? Eso, lo último. Y mucho menos, saber que se muere. Vivirá entonces esa situación tan curiosa en la que, siguiendo sus deseos, su familia no le dirá nada sobre lo que tiene (lo que significa que tiene algo realmente malo). De esta manera, no sólo se tratará de engañar usted, sino que logrará que su familia entre en el juego de la impostura. Nadie le contará la verdad. ¡Así da gusto morirse! ¡Qué infelicidad más sutil!: morirse engañándose y engañado. ¡Soledad! |
• ANTE EL DOLOR, HUYA | |
Sin duda, usted en este momento tiene algún problema. Y, quizás, un problema serio. Incluso insoluble. De modo especial, estas páginas que siguen van dedicadas a usted. Es muy posible que ese problema o dolor (físico, moral, psíquico) que le afecta no sea responsabilidad suya, es decir, que haya aparecido en su vida inopinadamente, sin quererlo, sin llamarle. Pero también es posible que tenga su origen en la propia actividad. El caso es que se ve afectado por algo que le duele, que le hace sufrir profundamente. Lo que queremos pensar ahora es qué hacer con este dolor para que le haga más infeliz (porque el dolor, como luego veremos, puede ser camino de infelicidad o de felicidad, dependiendo de la actitud que tengamos ante él). Hay personas con un cáncer terminal que demuestran vivir una paz sorprendente y cierta, en serenidad y alegría verdaderas. Y hay jóvenes que, a causa de una pequeña afección física o problemilla cotidiano, están totalmente derrumbados. ¿Qué actitud tenemos que tomar para que nuestro dolor sea fuente de infelicidad?La verdad es que el dolor y el sufrimiento muestran que somos limitados, que no podemos todo, que no ocurren las cosas como queremos, porque la realidad es más grande que nosotros. Por eso, el dolor nos despierta y nos muestra lo que somos. Pero podemos vivir de espaldas frente a nosotros mismos tratando de negarlo o de huir del dolor: huir de su finitud, del hecho de que no puede todo lo que quiere, de que tiene el tiempo limitado, de que pasan los años y que las cosas no salieron siempre como quería. Así que el primer paso para lograr la infelicidad a través del dolor es negar su raíz y su expresión. Por tanto, huya del dolor, disfrácelo. Descubrirá que cuanto menos esté dispuesto a afrontar el dolor y el sufrimiento que le toque, su umbral de dolor bajará más y más, soportándolo cada vez menos. Es decir, se está usted haciendo un blando. Y esto le asegura que cada vez le resulte todo más insoportable: el ruido que hace su familiar al comer, tener que esperar en una cola, esa molestia en las lumbares, que no le hayan tenido en consideración en tal reunión, el pequeño conflicto con ese inaguantable compañero de trabajo… Lo mejor será que huya de cualquier conflicto, crisis, molestia o sufrimiento. Repítase que no tiene por qué aguantarlo. No tiene por qué sentirse mal, no tiene por qué sentirse culpable de nada. Así que al mínimo malestar físico, aspirina o ibuprofeno; al mínimo malestar psíquico, Trankimazin o Lexatin; al mínimo sentimiento de culpa, negación: ¿culpable de qué? Usted no ha hecho nunca nada malo, al menos queriendo. Así que niegue esa culpa. Con un poco de suerte, esta represión culpable terminará manifestándose en síntomas depresivos, con lo que habremos hecho grandes avances.
En conclusión: cuanto más huya de lo difícil, molesto, doloroso y trágico de la vida, más débil se quedará para soportar futuros dolores, molestias y tragedias, con lo que está asegurándose un futuro infeliz. |
• VÁYASE AL INFIERNO | |
En una lejana aldea tibetana comenzó a caer una torrencial lluvia que, por primera vez en mucho tiempo, amenazaba con afectar al enorme Buda de barro que presidía el centro del pueblo. Reunidos los sacerdotes y los ancianos, decidieron transportar la enorme mole de barro a una cueva cercana, subiéndolo a troncos y haciéndolo rodar sobre ellos. Pero, en la operación de traslado, el Buda de barro comenzó a agrietarse. Deteniendo el traslado inmediatamente, todos se lamentaban por el agrietamiento de la figura, quedando paralizados por la situación, augurando males para el futuro. Sólo un joven monje estaba sereno, reflexivo, tranquilo, buscando cómo afrontar la situación. Llegada la noche, todos se fueron a sus hogares, desesperados y desesperanzados, menos el monje joven -que permaneció en vela toda la noche junto al Buda con un pequeño candil encendido-. En sus paseos junto a la figura, descubrió que cada vez que pasaba con su candil junto a la creciente grieta, ésta brillaba. Y encontró la iluminación. A la mañana siguiente, de nuevo se congregó todo el pueblo en torno al Buda. El monje joven dijo a toda la asamblea: “Tranquilizaos. Tengo la solución. Os ruego dos cosas: que me traigáis un martillo y que os separéis diez metros de mí”. Así lo hicieron. Y asegurándose de que estaban todos suficientemente lejos, agarró el martillo y comenzó a golpear con premura y energía al Buda de barro. Cuando, abalanzándose sobre él, lograron detenerle, ya era tarde: el Buda se estaba derrumbando entero. Pero, entonces, estupefactos, descubrieron que bajo el barro había una enorme figura de un Buda de oro. Esta figura había sido cubierta hacía ya varias generaciones con una gruesa capa de barro para impedir así robos y profanaciones. Y con el transcurrir del tiempo, habían olvidado que, en su interior, el barro cubría la auténtica realidad.
Quizás esto mismo es lo que nos sucede a las personas: en el camino de la vida hemos ido acumulando barro, se nos han ido pegando suciedades y falsas identidades, hemos sufrido dolores, pero nuestro interior sigue siendo de oro. Y, curiosamente, sólo cuando surgen las grietas, es decir, los grandes problemas, los dolores, las frustraciones, es cuando tenemos la oportunidad de volver a recobrar ese oro que somos en el interior. Sin embargo, es preciso que usted huya de golpear su barro suponiendo que aparecerá debajo el oro que es usted. Lleva usted ya mucho tiempo viendo su barro como para pensar, a estas alturas de la vida, que es posible recuperar su brillo originario. Ni lo intente. Resígnese. Usted es barro; y si hubo oro, está ‘barrificado’, inservible. Usted es barro y en barro se convertirá. Y si hay grietas, restáñelas, tápelas. Convénzase de que su barro no hay quien se lo quite. Igual que sus problemas. Sus problemas son cada vez más y más grandes. Y si se arregla algo, se estropean varias cosas. Sus problemas (su barro) son más grandes que usted. Si así lo percibe, terminará diciendo “¡qué asco de vida!”. Síntoma inequívoco de que su escepticismo ha calado hondo y su barro se le ha quedado, por tanto, bien adherido. Su vida, su actividad, se presentan ya como barro, como deficientes, como degradadas. Olvide para siempre el barro que es usted. Su barro es la última estación del viaje de su vida. No hay salida. Usted ya ha entrado en el infierno; y, al igual que Dante canta en la Divina Comedia, usted ya vive obedeciendo la exhortación que se lee en el dintel de la puerta del infierno: “Lasciate ogni speranza, voi ch”intrate”, “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”. Hablando de infierno, Fausto, la conocida obra de Goethe, narra la historia de una persona que hastiada y frustrada, trata de llenar su vacío existencial, vendiendo su alma al diablo para que le ofrezca un sentido. El demonio ofrece sexo, riqueza y poder, pero sin resultado. Finalmente, cuando Fausto es capaz de experimentar y compartir el sufrimiento de la humanidad, renunciando a mirar hacia sí, se encuentra con el sentido. Como hemos repetido, esto nos confirma que el camino de la infelicidad es justo el contrario: centrar la mirada en uno mismo. Así nos identificamos con lo que nos daña, con lo que nos ocurre. Somos nuestra afección, nuestra enfermedad, nuestra ‘mala suerte’. Que no le cuenten milongas: el infierno existe. Y no se trata de algo sólo del más allá. Está en el más acá, y usted lo tiene al alcance de la mano (y, quizás, ya lo haya sentido): su vida está infernalizada cuando vive sin esperanza el dolor presente, sus problemas, sus malestares, rumiándolos ad infinitum y amargándose en su soledad sufriente. |