Si digo Ourense
Pasé por primera vez siendo niño, una noche en el tren y Ourense dormía y su silencio casi se tocaba y su paz con estrellas de verano, me hizo un guiño que en aquel momento no supe que era una llamada a habitarla y a saberla como se desean saber los espacios que nos conforman y nos modelan, por eso si digo Ourense, digo recuerdos que están en el cimiento más feliz de mi historia y de mi memoria.
Luego regresé por un Corpus, ya también lejano, y la ciudad era todo sol y gentes que habían venido al Cristo, y aquel ambiente de fiesta y procesión que ponía un color ilusionado al vivir y me sentí como si aquella fuera mi patria, como lo fue de Marcelo Macías, en cuya calle astorgana yo saboreé mi infancia, por eso si digo Ourense digo cálida geografía donde como en un Tabor quisiera uno hacer morada para siempre.
Como si se tratase de un enamoramiento que tiene sus tiempos y sus ritmos, mi relación con la ciudad se fue haciendo de memoria y de deseos, de descubrimientos en los libros y en los decires de otros. Era adolescente cuando abría las páginas del Boletín de la Comisión de Monumentos y empezaba a recitar como una letanía de consuelo nombres y lugares de una historia larga y fecunda, por eso si digo Ourense, digo Marcelo Macías, Otero Pedrayo, Cuevillas, Ferro Couselo, Eladio Leirós….
Y llegó un día en que la vida con sus circunloquios acaba por hacerte el favor de llevarte, dando una vuelta más a la tuerca del destino a una tierra que a la que empiezas a decir “mía” como si te la dejara alguien como herencia de ventura. Y Ourense empezó a ser amigos y personas con las que se empiezan a caminar los mismos senderos y a soñar las mismas esperanzas, por eso si digo Ourense digo los nombres sagrados de los que encendieron una hoguera de afecto, como un magosto otoñal, en las riberas del Montealegre de mi historia.
Y aquí deseé vivir y aquí vivo, con la Catedral como si fuese el regazo maternal donde pacificarse, donde la memoria se perfuma de gozosa convivencia, donde las Burgas y el Miño mecen con sus aguas mis nostalgias y abren hacia el infinito mis deseos. Si digo Ourense digo la palabra exacta de la dicha, el verso luminoso de la amistad, la plegaria serena de la esperanza. A veces subo a San Francisco para desde allí ver la ciudad como Don Ramón Otero la descubría amorosamente recostada y hablar con los muertos que viven intensamente en mis recuerdo y a los vientos de la tarde les pido que acaricien de mi parte esta historia y este espacio y que a mi solo me susurren como una luz y un poema que condensa en una palabra toda la belleza del universo el nombre de Ourense. Miguel Angel González García