Yo también tuve una granja en África, no descansaba al pie de de las colinas de Ngong sino en el altiplano de Dedza a pocos kilómetros de la infinita frontera con Mozambique. En la mía no crecía café, sino soja y maíz, patatas y cacahuetes, judías y batatas… y era la esperanza de los más vulnerables de la zona. Pero en África tuve mucho más que una granja. Tuve cientos de críos desnutridos a los que devolver la sonrisa. Tuve también decenas de pacientes crónicos, discapacitados y terminales a los que cada semana visitábamos en su domicilio intentando garantizar asistencia médica y dignidad. Tuve más de 200 huérfanos escolarizados en diferentes colegios del área, 200 almas que me encontraba en uno y otro poblado y que hacían imposible mis ya difíciles intentos por “pasar desapercibida”. Tuve conmigo a Clement, a Mussa, a Selia y a otros más de 60 albinos que se emocionaban al ver como la mzungu también se ponía protección solar y gafas oscuras. Tuve a cientos de pacientes de SIDA que cada jueves nos recibían cantando y bailando a la llegada a la iglesia, el granero o el árbol dónde se organizaba la clínica móvil. Tuve decenas de complicaciones en el parto, anemias y traumatismos que transportar al hospital del distrito en nuestra ambulancia todoterreno. Unas veces el estado de las carreteras, otras un golpe seco en la cabina acompañado del grito profundo de maliro (muerte) por parte de la enfermera, me obligaban a conducir de vuelta a nuestro hospital con alguna que otra lágrima y demasiadas misiones incumplidas. Tuve trabajando conmigo a cinco guerreros malauíes que se encargaban de engrasar el ENGRANAJE y garantizar que pangono, pangono todo avanzase. Cinco guerreros que a pesar de contar con unas vidas tan difíciles como las de aquéllos a los que asistían, trabajaban desde el espíritu de servicio, con el gran incentivo de observar como su sudor mejoraba la vida de su gente. Ellos son lo más grande que tuve en África, en su espíritu encontré la llave que abre las puertas del futuro de este continente mágico. ¡Pero qué digo! La granja, los huérfanos, mis leprosos, los hemipléjicos, los albinos, a Daston, a Robert, a Johane, a Blessings y a Lambsten no los tuve sino que los TENGO.
Me los llevo ahora a Tanzania, en Navidad a Galicia y me los traeré de nuevo a Tanzania en enero. Y a dónde quiera que la vida me lleve después de Tanzania y así hasta que mi corazón deje de latir. Y en el improbable de que después haya algo, allí estaré con todos ellos, también con los que se me apagaron en silencio a lo largo de estos dos años…
Hasta hace pocos días sentía que dejando Malaui moría un poco, que no sería capaz de entregarme a algo como lo he hecho con mi Mtendere. Pero ( y gracias a alguno de vosotros) he conseguido girar ese pensamiento y recrearme en todo lo que tuve, TENGO y siempre tendré. Perdonad el rollo, estoy (aparte de estresadísima) un pelín nostálgica. Muchas gracias por leerme hasta aquí. Y más gracias todavía a los que me habéis acompañado a lo largo de esta andadura. A los de antes, a los de ahora, a los que he conocido en el camino y que ya sois parte de él… También gracias a todos los que en estos dos años largos me regalasteis un cosejo médico, un contacto interesante , un “ánimo”, “un abrazo”, “mucha suerte”, “tranquila, tú puedes”. Ya fuere por compromiso, por educación o porque realmente lo sentíais, yo he ido cargando mis pilas con vuestras palabras de aliento y así resisto los 40º del mes de noviembre, la ausencia de agua en los últimos 7 días y lo que me echen. Un besazo para todos, el daño colateral de todo esto es que os tengo lejos, pero como Karen Blinxen yo también creo que “ estoy donde debo estar”.
Cuídenseme, Mafalda