El día es inestable, como un barquito de vela en altamar. Estoy lúcido, como si no existiese. Mantengo los cinco sentidos abiertos a todas la posibilidades y escucho una voz. Miro alrededor, muy lejos, y veo a un hombre y a una mujer que hablan. Creo que él intenta explicarle algo que no se puede explicar. Me concentro más y logro entender. Ahora escucho con claridad: Voy a abandonar todos los intentos de conseguir la felicidad, dice, pues están abocados a fracasar. No puedo continuar en este laberinto de promesas que no conducen a ninguna parte, continúa. No es por culpa de otra mujer, no, Dios me libre. Es la libertad. Salir del turbio remolino de relaciones que se van sucediendo desde que llegué a éste mundo. Emerger a la superficie. Es la libertad. Ya me he aburrido de descubrir mi propio descontento en cada relación. Dice que percibe en su interior una breve e intensa llama: Vida creativa. Vida creativa, vuelve a repetir. Estoy cansado de la fidelidad y de ese cumplimiento desganado de los deberes, pues esa tensión alimenta constantemente mi depresión, dice. Este calor, frío como el hielo, que anida dentro, en mi interior, arde, y sin embargo dentro de esa llama está escondida, lo presiento, una intensa satisfacción. Qué sabe nadie quien soy yo. (Nadie sabe quien eres, y lo único que quieres es que te dejen en soledad: con ese secreto). Ahora percibo con claridad el rostro de la mujer, ensimismada, escuchando esa música del hombre, que la inunda. Debería levantarse, con orgullo, me digo, y perderse en el horizonte, reprimiendo las lágrimas. Pero no, no se va. Permanece inmóvil. Entonces, me digo, el que debería de pegar un salto tendría que ser él, después de besarle los ojos fugazmente a ella. Pero no, tampoco lo hace, llama a una persona, se saca unas monedas del bolsillo y se las entrega. Se ponen en pie al unísono y veo como desaparecen en un horizonte batido por la tormenta. Se acurrucan en un paraguas que abre el hombre y comienzan a caminar mientras ella se cuelga de su brazo y finalmente caminan con el mismo compás. Por el espacio se acerca una ligera corriente de aire que me atraviesa con una sonrisa de vanidad. Y sigo lúcido, como si no existiese.
- Sección: Otros
- Publicado el 13 enero 2014
- Por Moncho
JOSE RIVELA RIVELA
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