ESTOS APUNTES, casi todos del viejo Ourense, realizados por José Conde Corbal, tan reales y tan evocadores, se publicaron, con las notas que yo les puse, con la brevedad que estimo como mi único mérito, en el diario ourensano “La Región”, en sus hojas de los domingos, durante el año 1960. El título de “El Ourense Perdurable” se debe a nuestro compañero Antel Huete, rectificando el de “El Ourense perdido” con que anteriormente encabezaba yo mis recuerdos y anécdotas de nuestra ciudad en el mismo periódico. El hecho de que estas fuesen leídas con gusto por los “fillos de pueblo”, la alta estimación de que gozaban las evocaciones de Ramón Otero Pedrayo y las notas históricas de Jesús Ferro Couselo, y el éxisto de la exposición de acuarelas de Corbal sobre los mismo temas, que tuvo lugar en el patio románico del Museo Arqueológico, movieron al pintor a recoger aquellos dibujos en un album, con los “piés” de mi autoría con que se publicaron en “La Región” y con las ilustraciones históricas de Ferro Couselo referentes al contenido de cada una de las láminas. Nadie como Ramón Otero Pedrayo, tan profundo esculcador del alma en Ourense, para prologar este libro que dedicamos, con tanto cariño a nuestra ciudad. Y esta es la historia, la exposición y la justificación de nuestra obra, que modestamente ofrecemos a los buenos orensanos y a los forasteros agradecidos. VICENTE RISCO
LLÁMESE COMO SE LLAME, la gente le llama “los jardinillos”. Árboles Municipales, pero árboles al fin. Arena para los niños y bancos para los viejos. En el medio, Doña Concepción Arenal, enhiesta y pluma en ristre. En el banco de piedra de la valla, descansan las mujeres de la aldea, dulce reposo para su cuerpo y más dulce labor para su lengua. El todo muy bien encuandrado por el Palacio Episcopal, Santa Eufemia y la torre de la Catedral asomándose allá arriba para observar.
LOS DÍAS DE FERIA, esta plaza de la Trinidad, que parece traída de una villa para tenerla aquí escondida, calladamente, estaba llena de chatarra y de trastos viejos de los que se tiran en las casas, para no verlos delante, porque parece que de ellos salen todas las pulgas del mundo. Pero en las mañanas de primavera, qué gusto sentarse en estos bancos, en donde se sientan los mendigos y los viejos, los cansados de la vida que no se cansan de vivir, y aspirar la verdura de los árboles, la sombra de las piedras y la quietud, la quietud que nunca se cansa.
QUIZÁS SEA ESTE EL RINCÓN MÁS BELLO DE ORENSE. Por lo menos es el más interesante. Cuando quiero ir a Italia, vengo aquí y me encuentro delante de una Iglesia de Roma cuyo nombre no recuerdo, me encuentro en el patio del palacio del Podestá, en Padua, o me pierdo en alguna calle de Florencia. Esta es una estampa de libro de viajes del siglo romántico, una saudade de piedra, una joya que Orense puede perder si se descuida.
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MIRADLO BIEN, que Orense no tiene otra torre tan hermosa. Es la torre de la luz, por donde el cielo entra en el templo. ¿No veis como desde esas ventanas nos miran los santos? ¿No sentís alegría al levantar la vista hacia allá arriba?Allí vuela invisible el gozo de los grandes siglos. Porque es gozosa esa arquitectura de fines de primavera, que huele a espadañas y a fiuncho.
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EL PALACIO DE LA PAZ, no para las naciones, que se busca sin paz y no se consigue. Esta es sólo para los hombres de buena voluntad y de buen gusto. La paz que permitió levantar estas arcadas, la que las conservó hasta hoy, la que nos permite experimentarla contemplándolas. La que no experimentó en este mundo Don Ochoa de Espinosa, que sólo yace aquí en efigie.
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LA BURGA DE ARRIBA, la Burga vieja, el mentidero de antaño, recogida, humeante y abrigada, para acoger a las comadres, a las criadas y a las “mandaderas” que iban allí por una olla de agua caliente, indispensable en las casas, y volvían con una carta de noticias, de verdades y mentiras, de chismes, de comentarios, dichos y oídos al calor del agua que sale hirviendo. “En tiempo de los romanos” había ninfas en la Burga; en el “Orense antiguo” había más brujas que ninfas; en el “Orense perdurable” acaso haya desaparecido de allí toda suerte de espíritus y de cuerpos.
ESTAMOS EN LOS LÍMITES de Orense, aquí termina la estructura ciudadana del Orense antiguo. La plaza recibe un nombre en consonancia, para leído en diplomas y pergaminos: Plaza del Corregidor. Aún se defienden viejas casas. Algunas tienen a la espalda huertas y viñas renombradas. Es una plaza alegre con tropel y alborozo y risas de colegiales, donde se habla de asignaturas, de notas y de reválidas, donde se tiembla de miedo y se baila de contento. Plaza ruidosa de ciencia y de adolescencia.
COMO SI LOS ORENSANOS hubiésemos ganado la batalla, esta se llama Calle de Lepanto, y es una de las que aún tienen figura propia, luce arcadas y escudos y balcones señoriales, voladizos que recuerdan la edad comunal y cadenas de refugio, y comienza y termina bien. Su fondo es la puerta por donde se entra para ir al Santo Cristo y tiene en sus jambas las figuras que dicen del Antiguo y del Nuevo Testamento. Y por encima asoma esa hermosa corona que remata la linterna central. Por aquí podemos ir a los pies del Santo Cristo, y el peregrino fatigado tiene en ambas aceras con que repararse con un vaso de bon vino.
RECUERDA RINCONES buscados, por escondidos, de viejas ciudades centroeuropeas sólo que aquí no se llama a nadie, ni se venden postales. Parece reservado para nosotros, los paseantes solitarios, este Fünffingergasse orensano, para los que viéndolo aquí, recorremos con los pies del espíritu, e investigamos con el ojo hipofísico.
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LOS SIGLOS han creado, sin deliberado propósito, esta bella perspectiva escenográfica. La calle sube, suave, ante una magnífica portada romántica en escorzo, hacia un primero y un último fondo llenos de claridad y de gracia. En la vida espontánea de otros tiempos, las ciudades se formaban con la misma naturalidad con que se forman los árboles y los frutos, y los resultados son bellos, como los robles y como las manzanas.
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NOS ENCONTRAMOS en la Plaza del Cid -erudición de escuela primaria, antiquísimo epítome de Faustino Paluzie- y miramos esta casa, y no nos cansamos nunca de verla. Por ella han pasado infinidad de cosas; ha alojado incluso gérmenes muy diversos de agitación revolucionaria. Pero su contemplación causa gozo y proporciona paz al espíritu y hasta reposo al cuerpo. Hay en este edificio un equilibrio feliz, que no es sólo de líneas, algo quizá metafísico.
LA CALLE más alegre de Orense. Original, caprichosa, clara y concurridísima. Sus casas viejas: ésa que veis ahí, redonda como en las citanias, con saledizo como en las ciudades medievales de la Europa central, resumen de nuestra arquitectura histórica, y enfrente, la casa de la María Andrea, con la embocadura de la calle San Fernando, están más cerca del gusto de la nueva arquitectura, que las que pretenden estarlo. La calle de San Miguel hay que verla, pero no basta: hay que vivirla. Nos están llamando las centolas y las langostas, ruborizadas por haberse dejado cocer. Nos están llamando las tazas y las tapas de zancos de rana. Nos están llamando el sol de mediodía y los tubos de lusco fusco.
PLAZA DEL TRIGO, PLAZA DE LA MAGDALENA Y ESCALINATA SANTA MARÍA MADRE
POR QUE LAS calles y plazas que tienen escaleras nos recuerdan viejas ciudades italianas, ilustraciones románticas del siglo pasado, de libros como “De Madrid a Nápoles” de Alarcón, o “Santiago, Jerusalén, Roma” de D. José Fernández Sánchez? El conjunto que forman esta embocadura de la Plaza del Trigo, la Plaza de la Magdalena y la escalinata de Santa María Madre, nos transporta inequívocamente a Rávena o a Roma. ¿Cómo puede suceder esto? ¿Cómo pueden las cosas tener esta poderosa facultad? Hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que puede abarcar cualquier filosofía.
LA VIRGEN MARIA nos protege en toda clase de ocasiones. Pero es muy especial protectora de lo mejor que hay en el mundo, esto es, de los caminantes. Por eso está en la entrada y en la salida de Orense. Esta capilla es donde, entrando en Orense por el puente Mayor, hay que quitarse el sombrero y rezar una Salve. Ahí está la imagen que un émulo de Don Juan convidó sacrilegamente a cenar. Ahí está la ventanita desde la cual, en cualquier hora, se puede uno acercar a hacer la novena. Ahí está la capilla que durará lo que dure Orense.
EL PASEO… Llámese como se llame, éste es el Paseo. El camino inevitable, el lugar donde encontrar alguna vez a todo el mundo. Todos vamos a dar a él, o por fas o por nefás. El paseo es el cauce del río de la vida.
NO SE ATREVE UNO a decir que sea éste el más hermoso de los monumentos de Orense. El más puro, el más armónico por lo mismo, el más alegre, desde luego. Tiene una alegre claridad como de inocencia, de infancia franciscana, sin ser precisamentede la aurora franciscana en Orense. Tiene una claridad que aquieta el ánimo y conforta el corazón. ¡Quien hubiera sido Hermano Menor en este claustro, a riesgo de ser precursor de la ciencia moderna!
LA BREVE CALLE de Modesto Fernández, autor de “La Hacienda de nuestros abuelos”; también las casas son de nuestros abuelos y los recuerdan, en tres o cuatro o más generaciones. Por aquí subían los señores endomingados a la Misa de Una, después de pasear y platicar en el Espolón. Por aquí bajaba la voz de la campanita alegre que los llamaba. Bimba y gabán recién cepillados, botines lustrados, boquillas de ámbar con el resto del cigarrillo.
ESTE ES UNO de los grandes restos del Orense, ya no viejo, sino algo mejor, antiguo, del Orense señorial y eclesiástico, que sigue firme, cobijando y alojando la vida de Orense actual. Una serie de nobles arquitecturas, tan funcionales como las más funcionales de hoy, en cualquier parte, puesto que funcionan.
EL CORPUS en la Plaza es estampa de sol, de azul y de campanas, en que parece revivir el viejo Orense, el Orense del Espolón y de los soportales, de los balcones con sombrillas de colores, con lluvia de rosas deshojadas, de las escaleras de Santa María, tan apiñadas que parecen hechas con caras de hombres y mujeres y no con losas de piedra, de maceros y alguaciles, de tropa con guantes blancos, de mucha “militaridad” y mucha “empleatitud”, como decía aquella señora tan erudita.
ESTA MARIPOSA que clava el artista en su colección -todas las cosas tienen su alma, y el alma se representa, a veces, por una mariposa- es una mariposa muerta. Esta casa fué “el Roma”, y su historia ya nos parece milenaria. Dentro o fuera, aquí nos hemos sentado todos, por lo menos alguna vez. Aquí nació y murió la “Peña de los Sabios”; aquí cantamos el Mayo; aquí estábamos después de comer, y después de cenar; aquí saludábamos a las damas que estaban en la acera; aquí paraban los coches de lujo… Todo se fué en un soplo.
A VECES QUEDAN, para consuelo o para añoranza, estos fósiles arquitectónicos, testigos de una vida que hubiéramos querido vivir: la casa tradicional, con corredor y bodega de puerta perforada, para que el vino se ventile, porque se le cuida y se le respeta. Decoración de humilde ensueño, con la iglesia en el fondo, muy alta, que cobijaba aquella vida y la protegía con torres de aspecto feudal.
“¿Fue acaso en los días del Rey Luis de Francia,
sol con corte de astros en campo de azur,
o cuando las noches llenó de fragancia
la grande y hermosa rosa Pompadour?”
¿QUE HACIA en el claustro esta fuente que cuando canta susurrando entre frondas su melancolía, parece añorar delicadas frivolidades y sutiles tentaciones?
EL PAISAJE DE ORENSE se corona con esta corona de piedra, delicada y primorosa, en que el gótico, aunque va de vencida, muestra aún de lo que es capaz. Al ver agruparse a su pié los tejados, como en un cuadro cubista descompuesto, y al ver como el conjunto se inscribe en el horizonte, se hace uno cargo de como el paisaje se puede volver arquitectura, mientras no haya perdido el sentido de las formas. Lo demuestra lo bien que está el cimborrio en donde está.
LA CATEDRAL, el núcleo milenario, el meollo, el corazón, ahí, entre lo nuevo y lo viejo, entre tejados que se apretujan buscando su amparo, pero destacando sobre las montañas del horizonte, sobre el paisaje vital. En el medio, la torre del Cimborrio, en donde se cruzan los brazos de la cruz, torre que nos redime de la otra torre, aquí apasionadamente favorecida, testigo de una época llena de historia. Lo más bello que Ourense eleva sobre sus tejados.
TODO EN ESTA IGLESIA que nació a extramuros, y tiene torres redondas de Orden Militar, tiene un aire señorial y campestre, desde el atrio con hierba y crucero, hasta las campanas, festivas y algareiras, que convocan a las gentes del barrio de Portugal. Las puertas soniren al que entra, con su arco apuntado, y las torres imponen respeto y ofrecen protección.
No dejeis de asistir a la procesión del Domingo del Señor.
El Atrio cerrado, con el Crucero, con hierba, con asientos, la iglesia con torres redondas, con campanas alegres, con el arco ojival, encierra el mayor bien del mundo: la calma perseguida, arrojada de todas partes, refugiada solamente en estas supervivencias aldeanas al amparo de la Cruz.
QUIZAS SEA el mejor rincón de Orense, Por lo menos, es un rincón que quedó bien. Sin uda, porque ya lo estaba, y así quedó mejor. Allí hay paz, allí no entran coches, allí hay esa paz verdadera, que no tiene que ver con la guerra, ni para bien, ni para mal, la paz que va unida a lo verdaderamente bello…tanta paz, que allí encontró asilo el Crucero, él “Crucero” de Ourense, cuando le quitaron su Alameda…La paz está ahora aquí, en su presencia.
CON TRAJANO Y SIN TRAJANO, he aquí el puente renombrado de mar a mar. Le basta la gótica arrogancia con que salta al Miño. Pasadlo con respeto, los que venís del Norte. Y al final, quitad el sombrero y rezad una Salve, que allí está la Virgen por quien el rio “vai caladiño”. Pasad como peregrinos, que excelentes caballeros no lograron pasarlo, y llevadlo siempre en la memoria.
CUANTOS AÑOS mirando ésta fuente, desde arriba, desde abajo, por un lado, desde la Farmacia de Temes, por el otro, desde el Café de la Peña, oyendo las riñas de las criadas armadas de caña y olla, y de cuando en cuando la voz autoritaria del municipal, que ordenaba:”¡Abaixo!”. Pasaron aquellos años, y otros años, y ahí está la fuente, esbelta, decorada, mitológica, fresca y con su discreto murmullo, otra vez con sus escaleras circulares que asaltaban criadas y chiquillos, contemplada por oficinistas, literaloides, políticos y propietarios, con su agua que era el agua de los veranos, de los calores, de las siestas…
LA PLAZA MAYOR no se ha perdido todavía. Desde los títeres a la jura de las Constituciones, de Carnavales a Semana Santa, fué el corazón de la vida orensana. Hoy nos ofrece aún unos soportales para pasear en paz y en silencio, que acaso sea lo mejor que se nos puede ofrecer en Orense.
Cuantas mañanas, arriba y abajo por la calle de Colón… Mañanas de frío, de niebla, de lluvia, de latín y de matemáticas. Y las tertulias en la tienda del Pichín, y el águila del Pichín, y las palomas con la cabeza pintadas de azafrán, y el estanco con las cajetillas “de casa”, y la barbería, y la tienda del Tato, con almendras de Allariz. Y la procesión del Señor, y los paseos del Posío… Aún vive la calle con fisonomía propia, con vida propia. Que sea por muchos años!
ESTE ES UN OASIS. Un descanso para el viandante, aunque pase de largo, porque descansa la vista, y con ella el espíritu, en el color y en la sombra, en el espacio que se ensancha y en la monotonía que se rompe. Hay como una irradiación de bienestar, y la calle se vuelve más hermosa por el contraste.
YO NO SE si los Canónigos paseaban mucho por estos soportales, que acaso sean los que mejor defienden de la lluvia. en realidad, parecen hechos a propósito para ellos, se siente uno Canónigo. Pasear lentamente, hablar largo y despacio, ver al pasear la casa de enfrente y la puerta de la Catedral Paseo de teólogos y de filósofos.
EN EL PILON de esta fuente, hace muchos años, ví ahogar dos ratas. Las traía una mujer en una gran ratonera colectiva de alambre. Las ratas nadaban al borde del agua, y la mujer, con un palo, las apartaba de la orilla, con ensañamiento cruel, hasta que se cansaron y cayeron al fondo, una después de otra. Contemplé, con el corazón arrugado, la agonía de la primera. Estas cosas no se deben de hacer a la sombra de los árboles. Las mujeres tienen mal corazón.