Ya nada sabe a nada
Ya nada sabe a nada. Ni siquiera el sabor a pastelillos de gloria, (cómo te reías cuando te lo decía mirando al techo después), de tu piel de higo pajarero que yo pueda recordar. Ni los tomates, ni las avellanas, ni las nueces de California ni las del país qué va. Sonlle boísimas, da casa, me persiguió con su cantinela mientras yo huía al trote como una vaca rianxo arriba camino de donde fuera con